jueves, 29 de octubre de 2009

APETECER

Acaba de despertarse. Extiende la mano y coge el móvil, rojo e indiferente de la mesilla de noche. Un mensaje que no estaba la noche anterior. Palabras. Una por una entran en su retina. Congelan sus ojos que ya perdieron las lágrimas hace tiempo y se vierten en un latido de su corazón. Corren como trocitos de hielo en su sangre. Invaden brazos, manos, dedos, estómago… llegan a los pulmones ahogándolos cuando consumen su oxígeno. Pierde sensibilidad en las yemas de los dedos que guardan memoria de su piel. Sus pensamientos mueren a cada golpe que las palabras le propinan. Entre ellas, una asesina su alma, cose su boca, ata sus manos.
Cinco años de pasión, rotos y cosidos y vueltos a romper. Llenos de felicidad, de vida, de dolor. Pasión intensa, doliente. Felicidades, éxtasis perdidos, paraíso violento. Ángeles flamígeros en constante lucha. Cinco años de intensidades perdidos para siempre. Quebrados hasta los recuerdos del amor que se fue.

¿Quedamos mañana? Me apetece volver a verte por última vez.

Apetecer; No necesitar, no desear, no anhelar, no ansiar.

Apetecer, verbo asesino de almas, de deseos, de pasiones. Entumecedor de cuerpos, helador de manos, creador de yermos.

Ella no respondió. No pudo. El verbo creó el silencio.

FIN

sábado, 17 de octubre de 2009

ALMAS

Almas

Mi mirada se perdió en la tuya. No, no te conocía. Durante un momento tus rasgos clásicos, frente, nariz, mentón, boca me confundieron. Sólo tus ojos, líquidos, cálidos, castaños, volvieron a ser conocidos para.

Me miraste, por un momento reflejaste idéntica confusión en tu cara. Pensé... No, ni un pensamiento consciente pasó por mí. Un aroma a sal marina, a algas, a húmeda arena, a mar, surgió de ti y de mí. De nuestras miradas perdidas la una en la otra.

Mi mente se pobló de millares de imágenes, superponiéndose, solapándose unas en otras. Cuerpos, bocas, manos distintas, presididas por esos ojos castaños, soñadores, apasionados, clavados siempre en los míos. Miles de formas y momentos brotaron y crecieron en mi interior. Mi alma y mi sangre vibraban por ti.

Mi cuerpo sabio respondió, la humedad en mi sexo, la palpitación de mi vulva abriéndose instintiva, mis pezones irguiéndose, frunciéndose en la espera ansiosa de la caricia conocida. Temblé.

Sin poder apartar mi mirada de la tuya, imágenes de tus cuerpos desnudos retorciéndose contra los míos. De tus manos avanzando hasta mis sexos, acariciando, presionando, jugando con mis clítoris mojándose con mis jugos. Incontables lenguas, tus lenguas perdidas en mis bocas. Girando, danzando, lamiendo. Tus dientes en mis pieles, blancas, frescas, oscuras, elásticas. Mordiendo, apresando los pezones, devorando mi cuello, mi vientre. Estremecimientos sentidos en miles de pieles aún vivas en mí recorrieron mi cuerpo.

Mis piernas tensas, anhelantes, vivas recordaron las veces que fueron abiertas por tus manos, las veces que tus caderas se alojaron entre ellas. Mi sexo palpitó enloquecido recordando las penetraciones salvajes de tus falos henchidos, duros, dentro de mis líquidas, oscuras, cálidas profundidades. Mis caderas sintieron tus manos miles de veces agarradas a ellas. Mi alma y mi ser implosionaron en un orgasmo antiguo, nuevo, poderoso, mil veces multiplicado en el tiempo.

―Hola ―dijiste ofreciéndome tu mano― Soy Javier.

Fin.

viernes, 16 de octubre de 2009

ÁNGEL OSCURO

Medio sentado en el taburete, con las largas piernas cruzadas y los codos apoyados en la alta barra que tenía detrás. Lucas contemplaba su local como un cura sin fe miraría su iglesia llena de fieles.
Las mesas se escondían en la penumbra, iluminadas por pequeñas luces situadas en el techo y las paredes de colores cambiantes. Rojos, azules, verdes… daban a la gente que las ocupaban un aspecto infernal. La rubia inclinada sobre una de las mesas ofreciéndose al hombre cargado de cicatrices que le acompañaba, como un cordero pascual, bañada en luz carmesí. En otra, tres jovencísimos acólitos de alguna religión extraña se mantenían hieráticos envueltos en sus hábitos de cuero negro, caras fluorescentes entre destellos amarillos y naranjas. Más allá, al borde de la pequeña pista de baile, un hombre sólo, levanta su cáliz mientras mira los cuerpos que se retuercen consagrados a la música estridente que los eleva, sumergidos en la misma epifanía vibrante que les rodea. Destellos blancos traen a sus ojos imágenes fijas de ojos cerrados, gotas de sudor, bocas suplicantes, manos crispadas; rostros que invocan al dios y los santos de la noche.
A la derecha de Lucas, un grupo de mujeres, beatas aferradas a los cuellos de sus abrigos de pieles muertas, aceptaban las carísimas ofrendas servidas por Maria, la sacerdotisa nocturna, en el altar de la barra, sin dejar de vigilar asustadas y expectantes a su alrededor Un hato de ovejas que desean con desesperación un lobo que no llegará.
Deslizo la mirada por los seres que esperaban de las manos de las camareras su particular sangre de cristo que les haría renacer al mundo peligroso de la noche. Sus ojos tropezaron con una figura envuelta en ropajes oscuros, un pañuelo negro enmarcaba la cara blanquísima de una mujer. Rasgos duros, la nariz recta y fina, cejas negras y labios plegados en una sonrisa doliente, torturada. Con la cabeza inclinada y las manos apretadas contra el pecho le recordó el icono de una virgen rusa. Sintió una agitación leve en las aguas oscuras de su interior. Y se preguntó si sería la víctima propicia a inmolar en su cama esta madrugada, con la que intente aplacar a su dios de los recuerdos y las culpas.
La joven levantó expectante la mirada, sus pupilas negrísimas pasaron leves por el, hasta fijarse en la puerta del local. El perfil puro, recortándose luminoso contra las sombras indefinidas de los seres pegados a la barra. Unió las manos sobre su pecho en una inconsciente actitud de rezo. Curioso Lucas, siguió su mirada. El corazón se le detuvo… uno, dos latidos antes de volver a golpear con fuerza contra su pecho. La música violenta y dura de su paraíso nocturno. Los murmullos, los gritos de sus pobladores quedaron en suspenso. Un silencio lleno de gracia descendió sobre él. Allí ante la puerta, una aparición: Ella. Vestido blanco, virginal contra su cuerpo de ángel oscuro. Los ojos verdes y líquidos atravesando la distancia entre ellos. Lucas se inclinó en su taburete, buscándola. Consciente de pronto de sus manos, de las yemas de sus dedos deseosos, implorantes por sentir el tacto de la piel morena que hacía que su alma cayera en éxtasis. Deseo, placer, dolor a cada paso seguro y firme de la mujer.Aabsorbía las luces y las sombras del local, dejando tras si una extraña oscuridad formada por cuerpos que se tendían hacia ella, por miradas de salvaje arrobamiento.
Lucas se levantó, acercándose a ella: bebiendo de sus ojos: leyendo en ellos la respuesta a sus anhelos, a las pequeñas muertes de cada amanecer, la redención de los pecados que le acosaban cada noche eterna. La mujer le miró, sus pupilas: un universo de luces doradas en un mar verde. Sonrió: blancos dientes contra labios amatista. Alzó su mano ante él, dedos alargados y finos le rozaron la mejilla. Escarcha abrasando su piel siguiendo el camino del leve toque de esos dedos en el cuello, en el corazón. Palabras como obsidianas dejadas caer cerca de su oído: No, hoy no eres tú quien me llevaré. La desesperación negra y pesada naciendo en la boca del estómago. La risa leve, sin alegría que nace en la garganta divina antes de elevarse sobre sus diminutos pies y hacerse más grande que la vida misma y dejar caer un solo beso sacrílego sobre los labios de Lucas, antes de apartarlo y continuar su camino. ¿Cuándo entonces?― Preguntó él. La respuesta llegó a su mente sin que ella girara la cabeza, sin volverse a mirarlo, trazándose dentro de él, en su alma, en su sangre: Pronto.
Lucas la siguió con la mirada, su cuerpo clavado en el suelo, inmóvil abrazando la promesa hecha: Pronto. La vio acercarse a la joven de tez blanquísima Las manos de ambas se unieron, oscuridad contra luz. La joven se abandonó en el cuello de la diosa, ocultando el rostro. El pañuelo que envolvía su cabeza, resbala sobre el pelo rubio, casi blanco hasta caer a suelo, al pie de la barra. Ella la acogió, soltando sus manos, en un abrazo. Una virgen antigua con una niña dios contra su pecho. Iniciaron una danza atávica, íntima, de movimientos casi imperceptibles, piel con piel, torsos y caderas frotándose en un acople perfecto. Su miembro se agitó, el aliento atascado en su garganta, la necesidad comiéndoselo como un pequeño animal de dientes agudos en su interior.
Las manos de la mujer se trasformaron de súbito en garras sobre el cuero grácil de la joven, rasgaron la ropa buscando la carne. Se aferraron a los brazos desnudos dejando hilos de sangre antes de subir hasta su cara, alzándola. Dejando expuestos los labios tiernos y entregados, que tomó hambrienta entre los suyos.
Lucas sintió en él la arremetida fatal de la lengua inhumana, saboreando, robando la calidez ardiente del interior de su boca. Los párpados cubrieron sus pupilas, un orgasmo inesperado, restalló en su sexo haciéndole caer de rodillas, boqueando, jadeante. Desde el suelo una última visión: La mujer y la joven pasando a su lado, un destello de ropas negras y blancas moviéndose hacia la puerta, buscando la noche exterior. Una mirada verde sobre un hombro perfecto y una última sonrisa llena de tristeza: Pronto… volveré a ti.
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FIN