lunes, 30 de enero de 2012

Pensamientos de madrugada

El aroma del café, su sabor casi dulce, el calor descendiendo, líquido de mi boca a mi garganta, extendiéndose por el cuerpo en una suerte de calefacción que completo con una manta amarilla en la que me envuelvo y acomodo hasta lograr sentirme relativamente bien a estas horas en que el mundo, engañoso, parece calmo y tranquilo. La televisión de fondo actúa como radio, abandonada en videos musicales que no miro.

Hago una mini lista de compra mental y me recuerdo a mí misma la necesidad de coger bolsas para variar. Antes de esto y justo al salir de la cama, armo parte del relato en el que estoy y lo relaciono con el taller de escritura que estoy realizando ¿Por qué no? Aún no está escrito, es solo una idea y una sucesión de imágenes, por más que tenga algunos párrafos ya en el Word. Aún no sé la forma final que adoptará ni como va a querer ser rematado. Hay un punto en el que hay que confiar o esperar que sea la misma historia quien te lleve de la mano.



Pienso en los otros ejercicios del taller. ¿Cómo cambiarle el principio a un texto? Esto casi segura de que ambos autores, García Márquez y Bucowski calcularon, repasaron, reescribieron e hicieron cuanto fue posible en su momento para que fuera si no perfecto, sí el que se ajustara de la mejor forma posible a lo que querían contar, con los engarces precisos con el nudo y el desenlace. Por una extraña conexión de ideas me siento unida a esos escritores (quizá parezca inmodestia, pero no es así). Si escribieron de madrugada o al anochecer, solos o rodeados de gente, con una máquina de escribir o a mano, en un lugar preciso y escogido de sus casas o en un bar, en la calle, en un jardín... debieron sentirse ajenos a las vidas de los otros: amigos, compañeros, amantes, hijos... arrastrados a ese mundo donde las historias no son solo palabras en el papel, no son solo palabras que cruzan nuestra mente, no son solo palabras que buscar, sinónimos que encontrar. Ese lugar en que están vivas y suceden una y otra vez, esperando el momento en que podamos verlas con nuestros propios ojos mentales. Que nos dejemos arrastrar, confiados, a ese rincón palpitante de vida. Que nos demos permiso para traerlas a este mundo asidos a su mano arrastrados por su necesidad de ser.

martes, 24 de enero de 2012

HISTORIA DE CAMAS

Siempre fue una. La primera, una cama desvencijada y en desuso crujía tanto que terminaron echando el colchón en el suelo y amándose allí a la luz de las velas. La segunda, de diseño y a plazos, ocupó la nueva habitación y la estrenaron para la boda. Con el paso del tiempo reemplazaron el somier, desgastado de amor. Al cambiar de piso se deshicieron del amplio cabezal. A los veinte años de matrimonio él propuso dos camas. Ella dijo no es el momento. Una mañana, sin avisar, aparecieron los transportistas. Ella se hizo a un lado y les dejó hacer. Un año después, duermen cada uno en su cama, cada uno en una casa.

jueves, 19 de enero de 2012

El corazón del hogar

La cocina es el alma y el motor de mi casa. El salón, su corazón. Entre los muebles que lo componen reina el sofá: reuniones de amigos, largas horas conversando con mi marido. Juegos con mis hijos, explicarles el mundo, lecturas de cuentos de hadas sentados muy juntos, mi brazo sobre sus hombros, sus manitas señalando dibujos, sus ojos fascinados. Hace tiempo el sofá se rompió y heredamos otro. Había perdido su naranja brillante. Incómodo, deslucido acabó por acomplejar la mesa de cristal y los gráciles muebles donde atesorábamos nuestros libros, la cristalería luminosa, la bailarina, el pato azul, el elegante joyero... objetos y recuerdos escogidos a lo largo de los años. Me incomodaba hasta el punto de pasar cada vez menos tiempo en él. Un día y otro me alejaba del sofá, del salón, del corazón del hogar. Todo empezó a ir mal. Nos dispersábamos por la casa, sin centro. Una mañana me detuve delante de un escaparate. Un maravilloso sofá granate me llamaba. Cálido, acogedor. No lo pensé. Entré, me senté. Sentí su bienvenida. Sonreí al dependiente. Ahora, mi hogar tiene un corazón que late con fuerza, nos atrae a su centro. Risas, caricias, lecturas llenan de nuevo el salón de mi casa.

viernes, 6 de enero de 2012

Día de reyes. Sin pensar.

Cada vez estoy más convencida de que lo importante en nuestra vida son las personas que la llenan. Amigos, familia, amores e incluso desamores.
Este día es mágico para mí. Enlaza con todos y cada uno de los seis de Enero de mi vida. Casi no puedo recordar ninguno que no  haya desayunado aquí, en la casa en la que me crié.
No he disfrutado siempre esta tradición. Algunos años me ha impacientado, otros me he sentido extraña entre los míos, pero este año en concreto lo he saboreado, disfrutado, amado.
Los gritos, las prisas, el entusiasmo. El niño que es consciente por primera vez de sus regalos y con su media lengua pide. "abre, abre". Los libros que me han regalado. El esfuerzo de elegir y como no, pagar los regalos.

El olor dulzón del chocolate que nunca tomo. El aroma del café, reconfortante en mi taza. El roscón. la fiesta. Apartar papeles brillantes, rasgados cumplido ya su función de ocultar, realzar una colonia, un neceser, un colgante, un libro, un suéter, unas tijeras para cortar vendajes, una camiseta del Madrid, un tren, un camión, un hada...
La discusión sobre la forma de entregar el amigo invisible. La sonrisa entusiasta o fingida, pero todas aún así verdaderas.
Formas de mostrar amor.

Aún no he hecho balance del año que pasó. Tan importante, tan definitivo. Tantos finales, tantos comienzos. Un año como una frontera, como orilla, como cruce de caminos. Un año extraño. Rico, vibrante, doloroso. Vivo. No creo que pueda saber como va a determinar mi vida, no creo que esté preparada para saberlo.