martes, 25 de noviembre de 2008

Un adolescente quedó viudo.

Manuel aún no había cumplido los dieciséis y sus sueños estaban muertos. Dos años de amor. Debían durarle toda una vida.

Miró el cuerpo muerto de Alicia, su mujer. Sí, suya, aunque los hombres no lo hubieran aprobado, aun si los dioses no hubieran bendecido su unión. Ella era. Él lo sabía.

Lo supo desde el principio, cuando apenas eran dos niños que se cruzaban en las calles de su barrio. Las imágenes corrían, caleidoscópicas, en su cabeza. La primera vez que la siguió a su casa. La primera vez que le sonrió, entre tímida y descarada. La primera vez que la tomó de la mano, Alicia acababa de cumplir los doce.

El primer beso, tan inexperto como ellos, dulce y líquido, la determinación de ambos de amarse eternamente. El ritual en el que celebraron su unión. Sólo ellos testigos de sus promesas. Y su voz de mujer incipiente, grave, casi rota en el juramento. A partir de este momento, yo soy tu mujer y tú eres mi marido.

Las lágrimas de Manuel mojaron el cuerpo roto de Alicia, un accidente, dirían, cosas que pasan..Habían estado tan pendientes el uno del otro, que ni siquiera habían visto el coche que se acercaba… la sonrisa feliz de ella, el hasta mañana que murió en sus labios, la sensación de un viento voraz arrancándola de sus manos…la incredulidad... el sonido rompiéndose en sus oídos.

2 comentarios:

  1. De qué manera más deliciosa has sabido transmitir la tristeza en tan pocas líneas. Casi se sienten las lágrimas de Manuel y el adiós de las ilusiones masacradas en un instante.

    Un beso.

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