martes, 25 de diciembre de 2012

25 de Diciembre, de nuevo.

De nuevo es Navidad. Una navidad algo más pobre que el año pasado, como la de todos, pero más tranquila y en cierta forma más feliz también.
Cumplo los rituales de todos los años, cena de noche buena, comida de navidad en familia con el añadido, desde el año pasado, de pasar la noche en la antigua casa de mis padres, donde viven mis hermanas ahora. Una vuelta al redil puntual y momentánea y eso está bien. Durante ese breve tiempo puedo permitirme ser "la pequeña", esas cosas de las familias que se mantienen aunque el pequeño cumpla noventa años, con la condición de que quede alguien vivo para recordar que lo es.

Aprender a tomar decisiones cada día de tu vida y vivir con sus consecuencias buenas o malas es un largo proceso. Descansar reclinada en la calidez de estos momentos que es lo más próximo a esa infancia que nunca volveré a tener, es en cierta forma reparador. Aunque a cambio deba soportar pequeños sondeos, sugerencias bien intencionadas, leves intentos de atraerme a este pequeño universo del que hace tanto escapé.

Digo leves, porque me temo que después de estos últimos dos años ya largos, han entendido que no se puede hacer más.Sé que les importa, sé que hago cosas que no aprueban, pero me quieren y me dejan por imposible.  Es un alivio que me lleva a preguntarme porqué no conseguí hacerlo antes y dejaba que todo me afectara tanto. Probablemente porque vivía en perpetuo desequilibrio, deseando encajar el mundo en mi visión o encajarme yo en el mundo que no había aprendido a interpretar. Que no digo que ahora sepa hacerlo, más bien, creo que me limito a aceptarlo como viene y lo más importante a aceptarme sin cuestionarme tanto. O puede que a no mirarme muy de cerca.
Ha sido un año de lo más sorprendente. Hasta el final. Muy sorprendente. Y a momentos, muy raro, pero mucho, mucho. Divertidos momentos raros, intensos momentos raros, perfectos momentos raros, extraños momentos raros, plenos momentos raros, felices momentos raros.

Por fin, he comprendido que lo que es imposible que suceda, no sucederá. Vale, por lo menos algunos imposibles. Otros sí, los que solo lo eran en mi mente, imagino. Que el anhelo que rompe, que duele, que destroza, que quema, lo reduce todo a cenizas. Y yo estoy demasiado viva para reducirme de cualquier modo. Para encerrarme de cualquier modo.    Ni siquiera en las palabras y también se ha notado este año en que mi productividad "literaria" ha decrecido un poco.
He elegido vivir y la vida me da el qué.  No pienso demasiado en los comos y los porqués. Aunque a veces me invada el vértigo de la irrealidad.



lunes, 24 de diciembre de 2012

Pastelitos de boniato, rollitos de anís y otras cosas.

El viernes, día del fin del mundo que no sucedió, o puede que sí y ya estemos todos viviendo en otro mundo y alguno lo haya notado más y otros menos, después de trabajar fui a una reunión muy especial. Por lo menos para mí y lo que uno vive y lo siente como tal, lo es. La reunión era en un horno, no diré cual y todas eramos mujeres. Mujeres de todas las edades, reunidas para hacer aquello que muchos considerarán pasado de moda: elaborar dulces.

Y dulces navideños: Pastelitos de boniato, de cabello de ángel, rollitos de anís y esas tortitas con nueces y pasas.

Llegué tarde por cuestiones de horario y ya las encontré en plena faena. Nunca había participado en algo así y confieso que no sé hacer repostería y que de todo lo que hicimos lo único que me gusta son los rollitos (¿Será por el alcohol?), pero todos ellos, su aroma trae la navidad de siempre, la de la familia en torno a la mesa, la comida terminada y esa interminable sobre mesa del día de navidad, con el café, el cava y las bandejas de dulces en un exuberante exceso, que hoy más que nunca muestra la esperanza por los bienes y no solo materiales con los que deseamos llenar el año próximo.

Pero en si, la reunión no fue dulce. Fue divertida, alegre y productiva. Eso es una novedad en este mundo cada vez más gris. Llegué sin comer, me hicieron un café con leche (gracias, Clarita, mira que eres guapa, niña) me lavé las manos y me puse manos a la obra. Reconozco que era completamente virgen en ese aspecto, pero disfruté como una niña haciendo bolitas de masa, que luego aplastaba por consejo de "La Maru" como si pensara en alguien que odiara, pero poco, porque no hay que apretar con todas tus fuerzas porque jodes el invento y la masa queda demasiado fina. Después pinte los pastelitos con huevo. Todo tiene su truco, bien repasados con la brocha pero sin exceso de huevo. Mientras hacía eso y sin saber bien como, decenas de tortitas con nueces, pasas y azúcar estaban listas para el horno.

Mientras todo eso sucedía, a la vez se hablaba: de las navidades, de las fiestas, de alguna que otra pena, aunque de estas últimas se mencionaban de refilón a pesar de estar presente como cargas en el alma. Hay paro, cosa nada rara, entre alguno de los familiares de las reunidas y eso duele. Pero eso solo fue una sombra que dio profundidad a la risa. También preguntas indiscretas, interesadas en mi vida sexual: ¿Ya tienes a alguien que... te alegre el cuerpo? Hay gente que es muy sicalíptica sin necesidad de conocer la palabra. Las referencias sexuales a lo que se hace o no se hace a determinada edad. Esas cosas que se levantan y esas que caen, el susto si se solicitara el servicio de...; quizá sea mejor que calle esa parte para no desvelar todos los secretos de las charlas "entre chicas".

Y chistes, chistes sobre maridos que nunca tienen ganas de, aunque la mujer les provoque con picardías, sobre todos si están viendo el fútbol por la tele. Con la mujer diciendo (esto se debería poder visiualizar, pero imaginar a una mujer de cierta edad, valencianota y recia llevándose las manos "ahí abajo", por favor y diciendo: Manoliño, esto es como un caracol, que si lo tocas babea y si no saca los cuernos.

Fue una tarde genial, observé hacer distintas clases de masa, hice algo útil con las manos (vale, hago muchas cosas útiles y a veces incluso placenteras con las manos, digamos que nuevas entonces), me reí, se me pasó el tiempo volando, sentí esa calidez especial de la amistad y el cariño, no me gasté un euro, me regalaron un par de tartitas y algunos pastelitos para llevarme a casa y espero de corazón que todo ello se haya volcado en los dulces que otros comerán, especialmente en aquellos que lo están pasando mal y que por un momento, puedan saborearlo en sus dulces.



viernes, 30 de noviembre de 2012

El viaje del dolor

Descubres que no se trata de pasar página, que no reinicias una nueva vida, que ni siquiera se trata de rehacerla. No se puede, ya está hecha.
El dolor, agudo y punzante del principio, es el que afecta a todos tus actos, tus pensamientos, las acciones que emprendes por más rutinarias que sean. Subes a un autobús y lo tienes como compañero de viaje. Bajas del bus y te hace tropezar en los escalones. Cruzas un semáforo y él lo cruza contigo. Cuando entras al trabajo, cuando respondes a un saludo, sigues una conversación, lo sientes como una máscara que oprimiera toda tu cabeza, como aquella de hierro del pobre rey. Te aísla de los sonidos, las voces humanas llegan amortiguadas, se esconde en tu sonrisa, llena tus ojos de agua, se coge a tus tobillos, pesa en los pies y te enreda las piernas. Llena el tiempo, dilatándolo y un minuto parece un día; una hora una semana; un día un mes.
Los recuerdos llenan tu interior salando el agua de tu cuerpo y vives sumergido en ese mar interior, plagado de palabras como bancos de peces que van y vienen repitiéndose una y otra vez. Olvidas lo bueno que viviste y lo malo se convierte en un tiburón hambriento que ha olfateado tu sangre.

Durante unas semanas estás enfermo. Enfermo de pena, enfermo de amor. Tu alma congelada contagia el frío a tu piel. Siempre estás helado. Siempre necesitas calor.

Pasa un día, pasa otro y escribes y gritas, cuentas y lloras, bebes y no olvidas, hasta que el silencio vacío te cubre.

Y después, una tarde o una noche sin saber bien ni como ni cuando, te das cuenta de que un minuto es un minuto y un día es un día. Que el dolor ha aprendido a jugar al escondite y ya no te acompaña en los semáforos. Tus pies vuelven a ser ligeros y tu sonrisa la de siempre. Cierto que está escondido en un pliegue de tu alma, pero está ya ha recobrado el calor y tu piel es caliente, viva y flexible.

Una mañana el sol se transforma en rojo contra tus párpados cerrados, acaricia tu cara, los brazos desnudos  y tu pecho. Quizá estés en una terraza, sentado a una mesa, con un café entre las manos, el mar frente a ti. Y sonríes, tímido y consciente del primer rayo de felicidad salido de la nada. Vibras, levantas aún más tu cara al sol, sientes el roce de tu pelo en la nuca, la suavidad del aire.

Y la vida, vuelve a ser la tuya. Cada día igual y cada día diferente. Y eres tú y no otro. Y sonríes a esa vida en la que no has pasado página, porque la historia que en esa página se escribió es la tuya, que no se ha reiniciado, porque es imposible reiniciarla, empezar de cero sin borrarte a ti mismo, a esa vida que que no puedes rehacer porque ha seguido siendo, caminando, escribiéndose con tu dolor y con el tiempo. Y te sientes bien, aunque el dolor nunca llegue a borrarse y se esconda en algún pliegue de ti mismo. Con suerte, mirarás a tu alrededor y tu vida tendrá tanto de bueno: amigos, familia, alegría y risas que sabrás que puedes vivir con esa herida, aunque nunca termine de cerrar.

martes, 27 de noviembre de 2012

La vida

Tengo pendientes dos reseñas. Me he dormido para variar esta mañana y no he madrugado como debería. Así que esto es como diría un pedante: a vuela pluma.
La vida se complica y me cansa, aunque quizá deba empezar a distribuir mi tiempo de otra forma. No voy a quejarme ni ver oscuridades que solo están en mi mente. Nada ha cambiado, de hecho nada ha cambiado para mal, si algo lo ha hecho ha sido para bien. Creo que eso es lo que me recuerda mis subconsciente a diario. Cuando despierto siempre o casi siempre lo hago con una sensación de paz y tranquilidad (que luego ya me encargo yo de destruir algunos días). Me echo de menos a mí misma cuando era disciplinada. Echo de menos escribir lo que me pasa. Así que esto es hoy, un desahogo. Muy rápido, son las siete de la mañana y en nada tengo que salir corriendo.

Este fin de semana ha sido divertido. Empezando por el sábado por la tarde. ¿Habéis hecho una visita turística en vuestra propia ciudad? Bueno, pues eso hice yo el sábado. Ana, yo y otras cuantas personas más. La empresa que lo organiza por si a alguien que llegue aquí, que viva aquí o tenga previsto viajar a Valencia, se llama Valencia history tour. Y se trata de que un personaje te muestre con una pequeña representación la historia de los edificios, de las calles, plazas, sucesos históricos y personajes de tiempos pasados. Nosotros hicimos la ruta renacentista, aunque más bien parecía la obra y milagros de San Vicente Ferrer. El personaje que nos guió era el fantasma de un ahorcado, al parecer injustamente, en el siglo XVII, un tal Jerónimo Valeriola.
La verdad es que me encantó, aunque en algún punto del recorrido, entre las caras de la gente que nos miraba, la pegatina amarilla que portábamos, la representación del actor, los hechos que nos contaba llegó a parecerme tan surrealista que llegó a mi límite de absurdo y me sirvió también como terapia de la risa.

Es la primera vez que hago este tipo de rutas, pero la repetiré, tienen dos rutas más. Conocer tu ciudad y su historia y además partirse de la risa por seis económicos euros durante dos horas... con los tiempos que corren no se puede pedir más.
Juro que no me pagan nada, de hecho ni siquiera sabrán que escribo sobre ellos. Después café en la plaza de la virgen ya solo con Ana y Charo (quizá hable de ella, de Charo en otro momento, aprovechando que desconoce la existencia de este blog) y una vuelta extremadamente larga para coger el bus. Agradecí hasta el frío que me hizo valorar el café calentito y la vuelta a casa a arroparme con la manta en el sofá.

Después el domingo pasado con amigos. De estas cosas que surgen sin planear. Un café alargado a comida,  risas, conversaciones serias, absurdas, dicotómicas, saltando de un tema a otro como suelen serlo entre los mejores amigos. Pero eso ya es otra historia y yo tengo que salir a escape.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Un micro o un pensamiento o... no sé bien lo que es, que me ronda desde hace unos días:

Estaba tan bien educada que siempre encontraba motivos para sentirse culpable en todo lo que hacía.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Esperanza


Estamos inmersos en un túnel negro. Una sociedad triste, asustada, que siente que su tiempo se acaba. Desgastados a más no poder por este largo invierno frío y tenebroso en el que se han perdido las esperanzas de ver de nuevo surgir el sol, de sentir el calor de la confianza, del bien estar, del orden en la piel.
Nos levantamos cada día esperando una nueva desgracia. Una tragedia que no sabemos bien ni como llegará, pero presentida a la vuelta de la esquina. Cada noticia que nos llega: desahucios, suicidios, la horrible muerte de unas niñas ya para siempre nuestras, cae sobre nosotros como sal en la carne viva. Porqué así nos sentimos, con la carne despellejada, tumefacta, sangrante. Cada día.
Mientras otros echan sus cuentas, que no son las nuestras para llegar a fin de mes y tratan de conformarnos con gestos tardíos y pobres que no consolaran a la familia del suicida que ha de afrontar su desgracia en la calle o en esa casa ajena, casi siempre de la familia, que es la que está sosteniendo este entramado de barbaridades junto a bancos de alimentos o cáritas que no dan a abasto para paliar tanta miseria.    
Me impresiona ver en la tele imágenes de ancianos en las protestas. Casi siempre acaban llorando cuando les preguntan. No por su futuro, por el de sus hijos y sus nietos. Me impresiona y me asusta. Ellos lo han visto todo, han pasado por todo, han luchado y sobrevivido, han trabajado hasta deslomarse y han sacado a sus familias y a su país adelante. Y ellos lloran por nosotros. Por encima de cualquier idea, del color que tenga esa idea, temen por nosotros.
Si me dejara llevar por mi imaginación creería en complots, en poderosas fortalezas bajo el mar donde tenebrosos personajes se frotan las manos ante enormes mapamundis en pantallas extraplanas van marcando sus triunfos con un via crucis de lucecitas parpadeantes.
Si me dejara llevar por mi imaginación de escritora crearía un mundo de serviles seres atemorizados, con la espalda humillada, la piel gris, sin levantar nunca los ojos a los cielos, venerando la mano que le da de comer. Por fin, convencidos y sumisos, de que lo mejor para el amo es lo mejor para él. Detectando y denunciando a aquellos que miren al sol, por intentar vivir por encima de sus posibilidades, culpando a los enfermos de su enfermedad, condenándolos a morir sin asistencia, premiando la mediocridad, el “ser igual” a los demás en las escuelas, castigando las diferencias.
Pero ato mi imaginación en corto y elijo creer en el ser humano. Pensar que es un ciclo más en el transcurso de nuestra historia, que aprenderemos que no todo vale, que hay que poner freno a esta guerra impúdica, salvaje y feroz donde todo se mide por lo que cuesta, por lo que se gana o se deja de ganar. Yo elijo la esperanza ¿Y tú?

miércoles, 31 de octubre de 2012

BERTA


Esa madrugada, a finales de agosto, volvía John bastante cargado a casa. Las cuatro y media creyó ver en el reloj. Una pérdida de tiempo, como tantas otras veces.  No había hablado con nadie a parte del camarero y las sucesivas copas que recibían heladas al principio y cálidas mucho después, los murmullos de su cabeza.  La humanidad era una mierda. Los hombres corriendo en la noche tras divas de plástico y las divas corriendo tras el plástico de las tarjetas.
Encendió un cigarrillo, el sonido del mechero y la aspiración larga y profunda resonó en la quietud de la hora. Miró al cielo, velado por su propio humo. Y la vio. En el tejado del vecino, una sombra sinuosa se movió levemente. Un par de ojos dorados, iluminados por dentro le observaron. Le lanzó un gemido, lento, ahogado antes de sentarse, moviendo la cola despacio, sin dejar de mirarlo.
Odiaba los gatos. Le producían cierto asco y un miedo que no reconocería ni borracho. . Demasiado salvajes e impredecibles. Prefería con mucho los perros: obedientes, sumisos, entregados.  Los gatos, pensaba, no sabían querer. No te podías fiar de ellos. Pretendían ir y venir a su antojo. No, no los soportaba.
Conocía a la gata del vecino, más de una vez lo había visto buscándola por la urbanización, llamándola con ese tono de gilipollas ansioso: “Berta, Bertita”, haciendo sonar estúpidamente entre sus manos un bol lleno de bolitas mal olientes. La gata terminaba apareciendo por cualquier esquina, moviendo el cuerpo delgado y flexible, con lo que parecía una sonrisa secreta, para frotarse contra las piernas del imbécil hasta que este la cogía en brazos y Berta hundía su cabecita ávida en el bol que le ofrecía. La cara del vecino, en esos momentos, era repulsiva, esa mezcla de alivio y algo parecido al amor que enterraba en el lomo indiferente de la bestia
Esa escena siempre le recordaba a John a sus ex. Todas ellas gatas callejeras, pensaba más de una vez. Dispuestas a refregarse contra cualquiera que las alimentara bien, para darse la vuelta en cuanto te descuidabas e ir a buscar a otros con la cartera más llena o un rabo más grande. Putas todas. Como las gatas en celo maullando a la luna.
Como Berta que ahora se deslizaba despacio por la fachada de la casa, con los ojos dorados, antiguos clavados en los de John. El pelaje negro, un brillo más oscuro de la noche y la cola en continuo movimiento, hipnotizándole.
Con un último, elegante salto, se paró en la acera, justo delante de John. Él, casi sin darse cuenta, empezó a llamarla con ese sonido bisbiseante, cálido, haciendo escapar el aire entre sus labios. Cuando la gata empezó a cruzar la calzada sin quitarle los ojos de encima, se agachó, sintiendo el pulso acelerarse en su garganta, alojarse en las palmas de sus manos, palpitante y  sus dedos contraerse hasta formar unas garras extendidas, esperando. Casi podía sentir la piel tibia, la carne flexible en las yemas. La gata se detuvo apenas fuera de su alcance.
Su bisbiseo se volvió furioso, la sangre le latía dolorosa, hinchándole las venas de la frente. La gata inclinó la cabeza y adelanto delicada la nariz, arrugándola como olfateando el olor agrio de la transpiración que amenazaba con empaparle la camisa. Berta dio un paso atrás,  antes de sentarse sin dejar de mirarlo. John deseaba, sí, deseaba sentir los frágiles huesecillos del cuello de la gata. Sabía que podría quebrarlos uno a uno. Como había soñado hacerlo con sus ex, esas vacas bobas que al final ni siquiera eran lo suficiente buenas como para levantársela. Ninguna, se decía, había merecido la pena que él les dedicara tanto esfuerzo, tantas horas de su tiempo perdido en escucharlas, comerles la oreja, total para terminar en un mal polvo. Todas necesitaban más de él, querían más de él, devorarlo entero. Y todas pretendían a cambio seguir con sus pequeñas y mezquinas vidas, con sus falsos amigos, en ese mundo en el que John no existía ni contaba para nada. Pretendían llevar una vida que él no podía controlar. Fingían no entenderle cuando todo era tan simple como que el amor exige renuncias, cuando él solo pedía respeto, como si no supiera que eran unas mentirosas que a las primeras de cambio si no las vigilaba se irían con otro que tuviera la cartera más llena o las camelara mejor.
Berta le observó, curiosa.  Parecía sonreír, burlándose de sus pensamientos. John no pudo aguantar más, ahí estaba, provocándole, sintiéndose segura, como si él, su odio no valieran nada, no fueran nada. Se impulso hacía delante con las manos extendidas. Su cuerpo torpe, embotado por el alcohol o los años o desgastado por la vida misma cayó contra la acera rugosa, dura, los dedos cerrándose en el vacío, atrapando puñados de aire. La cabeza golpeando el filo agudo de algo invisible, que rompe una ceja con un dolor blando, algodonoso, amortiguado por las copas de la noche. La gata le lanzó una última mirada, desdeñosa antes de perderse en la oscuridad, tras el rastro tentador de la pequeña presa que le hizo dejar el tejado. Ignorando el cuerpo del hombre, tendido sobre el suelo, humedeciéndose de rocío y sangre hasta el amanecer. Solo

lunes, 22 de octubre de 2012

Inquietud

A veces, no sé porqué, me despierto con sensaciones extrañas. ¿Serán los sueños de la noche? El subconsciente que corre y corre cuando no estás ahí para vigilarlo. ¿Qué será eso que lo altera? Recuerdos, anhelos, pasiones, miedos, vivencias pasadas que creía olvidadas, quizá.

Hoy se me ha olvidado con que he soñado, como casi siempre. No recuerdo haber apagado la alarma, pero al despertar tenía el móvil en la mano.

La cosa es que estoy aquí, no del todo despierta, aún con el café que tomo a sorbos lentos y después de haber leído las noticias de las elecciones. Debería ser suficiente para despertarme.
 Es como si el mundo de los sueños o mi subconsciente se resistiera a que lo abandone. Y en este estado todo adquiere una dimensión extraña. Sé que dentro de unos momentos tendré prisa y saldré disparada a la ducha, que un poco más tarde saldré a la calle a vivir otro lunes, pero ahora todo parece deslizarse lentamente, incluso mis dedos en el teclado. Con la sensación de que si me permitiera cerrar los ojos sería arrastrada a un mundo diferente, en estos momentos, casi tan real como el teclado bajo mis manos, con un fulgor mucho más lánguido y atrayente que el brillo de la pantalla. Un paisaje extraño en el que a veces estás tú y otras te escondes, en el que yo soy otra versión de mi misma, como si otra vida me esperase justo más allá de mi conciencia.

Es raro, es como estar en el cruce de dos alternativas diferentes. O en la frontera de un millón de mundos diferentes, sintiendo la atracción de la gravedad de cada uno de ellos tironeando de mi esencia, esa que sería mía, única y preciada si habitara en múltiples universos alternativos.

Siento el tirón a la altura del estómago y una inquietud en mi pecho. Quiero volver a algo que no sé que es pero debo entrar en el mundo real. ¿O me habré equivocado y es el mundo de los sueños el real y este que empieza un sueño?
 

viernes, 19 de octubre de 2012

San Viernes


Es viernes. San Viernes como dice una de esas imágenes compartidas que pululan por el facebook. Llevo unos días pensando en lo harta que estoy de que la crisis sea el telón de nuestras vidas. De iniciar cada día con la venta de la deuda (endeudándonos más en el proceso), con las subidas o bajadas de la bolsa y con la prima de riesgo. Llego incluso a parar en el curro para prestar atención a la puta prima. 

Estoy cansada de que todo gire alrededor de unas cifras. De que nos bombardeen con estadísticas, cifras del paro, subidas de impuestos y mentiras.

Me pone los pelos de punta pensar en aquellos que tienen el deber, sí, el deber de protegernos y que no hacen más que esquilmarnos de las formas más variadas, mientras se niegan a lavar los “trapos sucios” de su casta, en público, no vaya a ser que en algún otro momento necesiten que otros les echen una mano para ocultar los propios.

Me enfada que me hagan pagar una deuda que yo no he contraído. Mal que bien, voy pagando las propias como he hecho siempre.

Me molesta muchísimo que me digan que “hemos vivido” por encima de nuestras posibilidades: ¿Quiénes, Señores? Es más: ¿Alguien puede aclararme cuáles eran esas posibilidades? Me repatea que se haya convertido en un mantra y que la única explicación que me den es la de ese constructor/obrero con un chalet y un cochazo en la puerta, que ahora llora porque se lo van a quitar. O que la gente se permitía el lujo de irse de viaje. O que contraían hipotecas para cuarenta años o que la gente es tan capulla que quiere un piso propio.

Los pobres no deberíamos levantar la mirada del suelo. Nada, nada: un pisito de treinta metros cuadrados de alquiler, los libros de la biblioteca, usar el transporte público aunque casi es mejor que camines que es muy sano y si queremos ver mundo ya tenemos la televisión, que por cierto, nos ha bombardeado con programas como: Ricas y famosas, quien vive en esta casa y alguno más como destinos de lujo. Y claro, aceptar cualquier condición de trabajo, agradecidos y sumisos. ¿Qué es eso de querer derechos y dignidad? No, hombre, no. Haz lo que te piden, abre veinticuatro horas, se consciente de “la situación”, coge tu sobre a fin de mes y sé agradecido.

No protestes, no salgas a la calle, no grites tu desesperación, da mala imagen y la prima se pone histérica y se sube por las paredes, no te unas a los tuyos que la unión hace la fuerza y te prefieren aislado. No culpes a la clase política, pobres hacen lo que pueden, pilares de la democracia. No hables mal de los bancos (o mira, sí, hazlo, para lo que te va a servir) y ni pienses por asomo en los “mercados”. Ese atajo de apostadores ventajistas que juegan con tu vida.

Y si algún día no puedes más y te suicidas, pues nada, tampoco es para preocuparse, no saldrás en las noticias.


Vaya, no quería escribir nada de todo esto. Es viernes después de un par de semanas muy duras. Solo quería decir que estoy harta de vivir con miedo al futuro que cada vez es más presente, que me influya hasta en mi manera y mis ganas de escribir y de tener que luchar por alejar la maldita ansiedad que de vez en cuando siento golpeando mi pecho. Y que quiero dejarlo atrás. Quiero, quizá, vivir como los pajarillos del Nuevo Testamento. Alegrarme de cada día que llega y cada día pasado, con fe y esperanza.

Mis disculpas, feliz viernes.

miércoles, 10 de octubre de 2012

MALETA DE LIBROS

Maleta de libros es un nuevo blog, nacido con la voluntad de acercar el enorme mundo de los libros a todos los que deseen pasearse por él. Reseñas de libros, entrevistas literarias y el deseo de debatir y contrastar las opiniones, sensaciones, gustos y disgustos con los lectores.

Creado por el escritor y gran amigo Ginés Vera, cuenta con la colaboración de escritores como Ricardo Guadalupe,  autor de Palabras Literarias y Frases en el muro entre otros, Beatriz T. Sánchez, escritora especialmente de terror y fantasía y de mí misma, que como si me habéis leído ya sabéis que soy bastante dispersa, eso sí, reconozco que soy una lectora compulsiva desde que pueda recordar.

Yo imagino este blog, no como un púlpito desde donde decir que leer o que no, más bien sería una sala de estar, la barra del bar o la mesa en una terracita de verano. Unos cafés, cervezas y refrescos delante y una conversación sobre nuestras últimas lecturas o sobre aquellos libros que nos apasionaron y marcaron en su momento. Un espacio donde sentirnos cómodos y dialogar.

Con ese espíritu os invito a acercaros a tomar algo con nosotros. A escucharnos hablar de libros como Nunca sabrás a que huele Bagdad, De guardia con Oscar, El Mal de Montano... o leer la entrevista a Manel Gimeno, por Ginés Vera.

Yo voy pidiéndome un café, y tú?

Maleta de Libros lo encontrarás aquí al lado, en mis Blogs o en http://librosenlamaleta.blogspot.com.es


martes, 9 de octubre de 2012

Viajar

Ha sido un fin de semana movido, interesante, divertido y sobre ruedas.
Me gusta viajar. Para mí es al final más un estado de ánimo que movimiento, aunque sea propiciado por este. Es predisponerse a la aventura, al conocimiento, a mirar. Pero a mirar de verdad. A los compañeros de viaje, al medio de transporte, al paisaje y al interior de uno mismo. Todo eso sin salir de España y sin viajar más de cuatro horas seguidas ¿Qué más se puede pedir? Diversión, buena compañía y unas chuletas de cordero a la brasa y alguna que otra cosa que me guardo para mí.

El viaje se termina cuando cierras la puerta de tu casa, depositas la maleta y te reencuentras con tu cotidianidad: tus muebles, tu baño, tu habitación y la soledad de tu cama. ¿Pero cuándo empieza? ¿En el momento que coges el tren o el autobús que te aleja de tu casa y tu ciudad? En realidad no. Empieza quizá con una llamada, con una idea, con una frase: "¿Vamos tal finde a comer chuletas?" Por poner un ejemplo. Después de eso, una parte de tus pensamientos siempre está de viaje. Qué llevarás en la maleta; la chaqueta o la cazadora, está camisa negra o la morada, el top o la camiseta, la falda vaquera o la negra, este pantalón a rayas o el otro, las botas seguro ¿Cojo las zapatillas? ¿andaremos mucho? ¿Iré demasiado vestida y al final la gente irá de chandal? Buscas el tiempo que hará y tratas de decidir y casi siempre te llevas más de lo que necesitas y te falta algo, en mi caso evidentemente, las zapatillas. Lo que nunca me falta es un libro, aunque después no lo abra o lo abra poco para perderme en paisajes.

Hay cosas intangibles que también se deslizan en la maleta. Emoción y nervios. Siempre me pongo nerviosa, lo asumo como parte del viaje. Y deseos, siempre deseos. Y quizá algún miedo que acaba desvaneciéndose en los encuentros y los abrazos.

En este último viaje he cenado en un burger king de gasolinera y he comido en un pueblo de alta montaña en la llana Albacete. Me he calentado al sol y al calor de las brasas. He conversado y tomado demasiadas cervezas. He disfrutado de la generosa acogida de un grupo de amigos. He sido la extraña bien recibida. Calidez un poco picante como una buena salsa.

Quizá no sea capaz de decirlo en voz alta o puede que estás cosas nunca se digan de viva voz. Pero en mi papel más de observadora que participante dada las circunstancias me conmovió la sensación de profunda, conocida, vieja y cómoda amistad con que se manejaban entre ellos y como de alguna manera, solo por estar allí me alcanzaba a mí también.

Y aún hay algo más, algo que se produce en estos viajes y que siempre viene por sorpresa, sin que lo espere y sin buscarlo. Un momento de plenitud absoluta, en el que se desvanece cualquier preocupación pasada o futura, de hecho se desvanece el pasado y el futuro. Y solo existe ese único instante. Este vino con el sol calentando el interior del coche, los colores de los árboles, dorados, verdes, castaños, el perfil del terreno, la cinta de la carretera, la música, el silencio, la piel cálida bajo mis dedos, y sentir, simplemente, sentir que estoy viva. Y es real y palpable, aunque tú me preguntes: ¿Qué? Y yo te responda: Nada.

En la literatura se emplea el viaje como metáfora de descubrimientos y cambios interiores. En la vida cada viaje genera descubrimientos. Paisajes y gentes, acentos y gastronomías, pero también partes de ti, escondidas, ocultas que parecen esperar esa desconexión de la rutina para salir y presentarse.


En este viaje he de agradecer la calidez, la generosidad de Luis, Luis (no me repito y cada uno de ellos es él mismo) y Coral, por dejarme un hueco en sus vidas y muy especialmente a ti, Juan Carlos. Gracias por todos los momentos que me regalas.






jueves, 27 de septiembre de 2012

Pedralba

A principios de junio hablaba sobre un incendio del que me llegaban hasta casa las cenizas. El cielo cambió incluso de color.
Aunque parezca mentira, hay que recordar que estamos a jueves, otros nueve incendios se han declarado en esta semana: los conatos de incendio en Alzira,Jávea y Náquera, una zona entre Xátiva y Manuel y el que se inició el domingo por la tarde que comenzó en  Chulilla y se extendió por la senda que bordea el Turia: Ribarroja, Vilamarxant, Benissoda, Benicolet, Gestalgar... Pedralba.

Pedralba es mi Pedralba. No tiene que ver con haber nacido allí, que no es así, ni con lo que sentirán los que viven, trabajan, llevan a sus hijos al colegio del cada día del pueblo.

Mi Pedralba es un sentimiento, es un recuerdo, es mi niñez, son mis padres, mis tíos. Pedralba era mi abuela, las noches pasadas en su cama escuchándola rogar por cada uno de la familia e incluso los que no lo eran, Pedralba era verla en misa, golpeándose el pecho con fuerza en el Yo, Pecador. Pedralba, veranos largos con mis primos y mis hermanos dejados en custodia a mi abuela. Pedralba era madrugar y "baldear la calle", en compañía de mi madre. Madre activa, joven, tan diferente a mis recuerdos posteriores.

En el término municipal de Pedralba, compraron mis tíos un terreno en el monte. E iniciaron la construcción de algo que aquí llamamos: "La caseta".  Mi tío que era mecánico construyo primero un garaje, con foso y todo y la balsa. Mi abuela plantó un geranio francés y varios rosales. Inició los cimientos de la casa. Pequeña , siempre ha sido pequeña para la cantidad de gente que la hemos habitado o visitado. Después la vendió a mi padre.

Fue la amargura de mi adolescencia. Nunca se es más rebelde con causa o sin ella que a los catorce años. Y recuerdo que pasar los fines de semana haciendo de ayudante de albañil para mi padre no era lo que más me apetecía en la época. Puedo ver aún si pienso en ello las montañas de arena y grava, los sacos de cemento y el lugar donde se mezclaban. El capazo negro que había que llenar una y otra vez. Las discusiones y el mal humor. Mi padre no entendía que me parecía la tarea más aburrida del mundo. Aunque fue capaz de encontrar otras peores. Recoger piedras del terreno, arrancar malas hierbas, cavar para el pozo.

Todo esto mientras hacíamos noche en el garaje que tuvo la virtud de convertirse en una cama inmensa mientras avanzaba la construcción de la casa. Durante el día era cocina, por las noches era divertido. No había tele, como mucho una radio a pilas. Con lo que eso supone siendo todos prácticamente niños. Se contaban historias, chistes, se jugaba a las cartas, al cálculo mental (cosas de mi padre). Todos juntos como animalitos a punto de invernar.

Son tanto los recuerdos que vienen a mi mente, que necesitaría un libro entero para contarlos.
Pero ahora, en estos momentos, lo que veo son las fotos que me mostró mi hermana ayer. El fuego ha devorado gran parte de los árboles que plantó mi padre, el geranio francés y las rosas de mi abuela, el pequeño jardín que plantó mi madre delante del porche. El fuego subió por detrás de la balsa, hizo estallar la ventana de la cocina, que yace ennegrecida sobre el fregadero. Era de madera, antigua e imagino que muy seca de este verano sin lluvias. La mayoría de los azulejos han saltado y los que quedan están combados. Es curioso ver como la cortina de tela que cubre el hueco de la despensa se ha salvado, caprichos del fuego que parece elegir: esto sí, esto  no. Se ha quemado toda la vegetación que rodeaba el garaje, al que fui tantas veces a la parte de atrás para fumar a escondidas. Hay una horrorosa capa de ceniza en la parte de atrás donde mi padre soñaba con hacer algún día una piscina en condiciones.

No podemos quejarnos. Estoy muy segura de que mucha gente ha perdido muchísimo más. A fin de cuentas la casa sigue allí, la tierra sigue allí, aunque ya nunca más florezcan los geranios franceses de mi abuela.




martes, 18 de septiembre de 2012

La Orquesta filarmónica

Este fin de semana he vivido una experiencia nueva. He visto muchas veces el Palau de la Música, siempre por fuera, a pie o en bus. Pero nunca había entrado. Mi impresión general: espacios amplios, elegantes y un poquito imponentes. Pinturas y fotografías en las paredes. Me gustó la composición de estás últimas. Cuerpos desnudos de hombres y mujeres en blanco y negro. Sombras y luces que los convertían en paisajes a recorrer con la mirada. Alguno de ellos podría tenerlo en la pared que enfrenta mi cama.
Muchas escaleras. Estábamos en el primer piso y veíamos la orquesta desde arriba en un lateral. Un poco incómodo en algunos momentos porque una parte del escenario no era visible desde ese ángulo. Creo, no puedo asegurarlo que también es la primera vez que veo un concierto de música clásica en directo. Me impresiono la etiqueta del asunto. Los trajes negros, los peinados sencillos en las chicas, los rostros que no mostraban la pasión por la música, en un intento, quizá de convertirse en parte del instrumento que crea la música. De darle el protagonismo tan solo a las notas que ruedan, se elevan, envuelven al oyente haciéndole cómplice de los sentimientos, las sensaciones que el autor volcó en ellas.

La música junto con la impresión del Palau que visitaba por primera vez, las ropas formales de la mayoría de los asistentes, la forma en que los músicos sostenían sus instrumentos, como se abalanzaban a cambiar las páginas pautadas en los atriles, la dirección de Carmen Mas con los movimientos elegantes de sus manos, sus brazos, su cuello, su sonrisa, su mirada, como si toda ella fuera una batuta, el juego de las sillas en el escenario, aumentando o disminuyendo en función de los músicos (instrumentos) que iban a aparecer en la pieza, despertó mi curiosidad y me alejó, creo, del propósito final, del dejarse llevar y transportar por los sonidos a otros mundos, excepto cuando un solista con su violonchelo consiguió hacerme perder de vista todo lo demás. Me contó una historia en la que mi imaginación vio drama y arrepentimiento.

¿Lo qué más me sorprendió? La presentación de la orquesta. Creada o "alumbrada" por la Asociación Foro Económico y Cultural Hispano-ruso, nos hablaron de lo mucho que teníamos en común los rusos y los españoles, sobre todo los valencianos.

Fue una tarde diferente, curiosa y ya no puedo decir que nunca he estado en el Palau.
¡Ah! Y el café y la charla de antes y después con Ana. Como siempre, lo mejor de lo mejor.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Mi Ordenador


Hace como semana y media, algo más que me quedé sin PC. Me ha costado una pasta pero ya está aquí. Recuperado y saneado. No puedo decir que vaya más rápido, pero va y bien que es lo que importa. Durante este tiempo, aunque podría haber cogido papel y lápiz para escribir que mira que puede ser barato y portátil, no he escrito ni una palabra. He roto mis rutinas. Me acostaba tarde, veía algo más de televisión, leía mucho y claro, madrugaba menos.
La he echado de menos, la rutina, digo. Me he sentido un poco vacía mientras organizaba en mi mente ideas que probablemente nunca verán la luz.  Como tantas otras que solo se pueden ver en mis documentos y que por tanto solo veo yo… a veces. Cuando retorno y releo sobre algún texto escrito en otro momento de mi vida y me da la pista de cómo me sentía entonces y los guardo porque me gustan o porque no me gustan pero ya están ahí mostrándome a mí misma en las buenas y en las malas. En algunas ocasiones hasta puedo rescatarlos y convertirlos en relatos, distintos de lo que estaban destinados a ser.                                                                                                 
Recuerdo que me llamó el chico que lo ha reparado y me preguntó si quería guardar algo de lo que había en el ordenador. Había que cambiar unas cuantas cosas y en el proceso iba a desaparecer todo lo que existía en él. Horas y horas de soledad ante el teclado. Le pedí que salvara mis documentos. Están aquí todos. Pero eso me hizo recordar mi otro ordenador ya muerto. En su disco duro, aún por salvar. En los años que hay allí guardados. En lo que viví fuera y dentro de ese cuarto para el ordenador. Es mi memoria de aquel tiempo. Sé que aún puedo recuperarlo, lo he preguntado. Hay probablemente una buena cantidad de relatos terminados o por terminar. En él empecé a escribir de forma más consciente. Pero también hay una especie de diario, en el que me esforzaba en recordar poner fechas. En el fondo no sé si quiero tenerlo. No sé si quiero recordar aquellas madrugadas que recuerdo invernales aunque no debían serlo todas, envuelta en una manta, con solo las manos libres. Aquellos días que se encadenaban y confundían en mi propia mente confusa. Hay un mundo de tristeza allí, en una memoria perdida en un aparato muerto. Pero también alegrías salvajes y profundas. Y realmente no sé cuál de esas dos sensaciones me da más miedo recordar. 

domingo, 2 de septiembre de 2012

Domingos

Recuerdo aquellos domingos por la mañana cuando mi objetivo era robarle al día unos cuantos minutos más de sueño. De aquellos domingos eran guardianes mis padres. Empeñados en despertarnos antes de las nueve y a poder ser a las ocho. Mañanas en las que cerraba los ojos intentando no apretar demasiado los párpados, regular mi respiración y seguir sintiendo, disfrutando de la tibieza de la cama a pesar del ruido de mis hermanas levantándose, de mi padre hablando en voz en grito, repitiendo aquello de: Son las nueve y media, cuando no eran ni las ocho. El sonido de los vasos, el olor del café y la leche caliente, el trasiego de la cocina al comedor, de las discusiones por el baño: eramos ocho en casa y un solo cuarto de baño. Las conversaciones del desayuno en familia, en la mesa del comedor, todos juntos.
El repiqueteo en la puerta de la habitación, el levántate que no te permitía ni soñar despierta, el deseo adolescente de que desaparecieran todos y me dejaran en paz.

Hoy soy mi propio guardian de los domingos y es irónico que sea incapaz de permanecer en la cama una vez abro los ojos. Estas mañanas de domingo que son como esqueletos a los que habrá que ir recubriendo de pensamientos y acciones. Es el día más extraño de la semana si lo piensas bien: amanece blanco y luminoso como un jueves y va adquiriendo a partir del mediodía los tonos grises del lunes.

Pero aún estamos de mañana, quedan horas para el anochecer, me voy al rastro y tengo su alegría por delante.



miércoles, 29 de agosto de 2012

Horóscopo

En el correo venía mi horóscopo, no voy a decir porqué me lo envían, cosas extrañas que hace una a veces. Buenas noticias: estoy que me salgo de salud. ¡Qué curioso! Venía yo pensando en que me duele la espalda, algunas zonas de los brazos, sobre todo el izquierdo, que estoy rendida con este calor asfixiante y húmedo y para rematar me escuece la piel de las manos y de los brazos. Que últimamente parece que vaya a trabajar de Sado-maso. Solo me falta el traje de látex y el látigo. O más bien les falta. Que tampoco, con las uñas como que se defiende divinamente y claro, ponerme a su altura sería abusar de mi edad por menos y de mi salud por más. Pero con la tontería, con la tontería voy llena de arañazos que parece que salga de una riña de gatos o de una maratón de sexo salvaje.

Venía yo, además haciendo cuentas. Eso siempre es un error los días como hoy. No hay manera de ver la luz y mi encogimiento de hombros casi siempre presente, tipo pajarito de la biblia, ya sabéis cuando dice aquello de "mi padre no cuida y viste a los pajarillos del campo, pues más se ocupará de vosotros". Pero como el horóscopo dice que no va mi economía del todo mal, mejor dejo de pensar en ella.

Estaba hasta tal punto mosqueada que me sentaban mal hasta las tonterías más tontas: unas señoras han venido a la parada del bus mientras yo esperaba. Como no, esperaban mi autobús, que por cierto ha tardado lo suyo y además ha mentido en el panel ese de los minutos que faltan. Como decía, eran cuatro señoras hablando sin parar de otra que estaba ausente para variar. Y a mí me ha dado por pensar: ya verás, vendrá el bus medio lleno de la gente que va a la playa al mediodía (es una hora pésima para ir, sobre todo si cogéis mi autobús, absteneros por favor), estás cuatro que tienen toda la pinta de irse de comida me quitarán los asientos que queden libre y tendré que ir de pie, con el agravante de llevar la bolsa de mercadona, que oye, no llevaba mucho pero a la larga pesa.
Pero no, no se si han sido mis emisiones mentales hostiles o qué, que al final cuando faltaba un par de minutos para llegar el bus, han pillado un taxi ¡Qué le voy a hacer si a veces soy bruja!. Y además ha venido el autobús casi vacío, con su aire acondicionado y me he sentado en uno de mis asientos predilectos, los primeros que van solos. Y aquí voy a poner otro pero, igual son demasiados peros pero como que poner Mas... me suena redicho: Pero ¡Sorpresa! el conductor llevaba un cabreo muchísimo peor que el mío, y oye, que además iba conduciendo el bus, que yo no y puedo mosquearme lo que me de la gana que no hago daño a nadie más que a mí. El buen hombre hablaba primero con algún inspector: no iba la impresora de los billetes y después hablaba ¡Solo! Joder, que no es que hablara y ya está, no, que gesticulaba y todo. En fin, me he dado cuenta de lo relativo que es todo, hacia el final del trayecto el hombre ha podido arreglar la impresora, anular no sé que billetes y llegar a mi parada con normalidad y a mí se me ha pasado el mal humor, aliviada de haber llegado sana y salva. Y ya me he animado del todo al comprobar que mis malestares físicos son imaginarios, lo dice el horóscopo.

sábado, 25 de agosto de 2012

El Otro


Me pregunto si tú eres como yo, o no. Si te das cuenta cuando algo no funciona, cuando no es del todo correcto lo que piensas y lo que sientes y sabes protegerte y simular que eso no existe y llegar a creértelo.
Me pregunto si tú también piensas que estás mal y que lo tuyo no es normal. Es más, me pregunto si llegan a decírtelo, con toda la buena intención del que te quiere o la mala baba del que cree que le engañas.
Me pregunto si tú también te das cuenta de que no puede ser cierto lo que dicen, porque tú no lo sientes o si eres tú que no entiendes nada y porque todo está al revés de lo que tú interior te dice.
Me pregunto si tú te has dado cuenta de que todo es ilusión y que su poder solo reside en que te han repetido mil veces que no puedes cambiarlo.  Si te has dado cuenta que en realidad el muro no existe y su única solidez es creer en el.
Me pregunto si alguna vez has alargado la mano probando los ladrillos invisibles que ayudaste a otros a construir a tu alrededor. Me pregunto si te has sorprendido al darte cuenta que ceden y temeroso has guardado tu mano por miedo a perderla en ese vacío desconocido que está allá fuera.
Me pregunto si miras a los ojos de la gente y ves el miedo y la sonrisa falsa que lo cubre.
Me pregunto si estás allí y ya lo sabes. Que no hay blanco ni negro, ni buenos ni malos, ni amores ni odios. Si has descubierto que está en su mente, en su forma de mirar o no mirar. Me pregunto si cierras los ojos y sabes que también ellos están dentro de ti, luchando contigo, rompiéndote entre lo que ves y lo que sientes, lo que es normal y lo que sientes, lo que está ahí y lo que sientes.
Me pregunto cuanto puedo mostrarte, cuanto revelarte hasta que sientas horror de lo que ves.
Me pregunto cuanto miedo he de pasar hasta saber los límites que puedes absorber.
Me pregunto cuanto dolor he de asumir si desconozco las normas que han de regir mis sentimientos y como saber cuanto arriesgo si soy incapaz de aprenderlas.
Me pregunto si ya sabes de la prudencia de callar a tiempo. Me pregunto si ya sabes de la soledad de callar a tiempo.
Me pregunto si ya sabes quién eres o si has decidido quién vas a ser.
Me pregunto si te has dado cuenta que hemos nacido en mitad de una partida que no era nuestra, un juego en el que te asignaron tu papel antes de saber si querías jugar: eres mujer, eres hombre, eres rico, eres pobre, eres bello, no lo eres, has nacido aquí, has nacido allá pero vas a tener que sentir de acuerdo con tu personaje.
Me pregunto si ya te has dado cuenta de que ese personaje que te han asignado es solo un espejismo.  
Me pregunto si estás ahí… Me pregunto si me escuchas… Me pregunto si tú también lo sientes.

jueves, 23 de agosto de 2012

Conversaciones

Estos días he tenido varias conversaciones. Hablo con todo el mundo y no me callo como dice alguien que yo sé, ni debajo del agua. Hablé sobre todo con mujeres. Y cada una me hizo reflexionar a su manera. La primera en la parada del bus. Algo mayor que yo, muy delgada, pelo corto y rubio, con una de esas caras triangulares que a mí me gustan mucho. Me recuerdan a los elfos, me hacen esperar  ver asomar unas orejas puntiagudas. Los ojos le ocupan la mitad de la cara y la sonrisa es a la vez: dulce, triste y bonita. Como mucha gente que he conocido este año, forma parte de mi proyecto Sonrisa. Hablamos un poco de cada cosa, pero sobre todo de política. Es el pan nuestro de cada día. Ya podían guardárselo los políticos donde les quepa. Lo importante es que se presentó, se llama Rosa y que preguntó mi nombre. Vuelvo a constatar que ver al "otro", sonreír, escuchar, te lleva a conocer.

La segunda conversación llegó una tarde. Sentadas en una terracita mirando el mar, con una de las mejores personas que conozco. Y que además tengo la fortuna de que sea también la mejor de las amigas. Me contaba, haciendo un repaso rápido, lo que le ha sucedido en las dos últimas semanas. Entre otras cosas una imposición de manos. Soy bastante escéptica en algunos temas. No digo que no existan, digo que si vas a un quiromasajista porque tienes contracturas musculares, a poco que le cuentes de tu vida, ya debe saber que son por estres, por que tienes la vida acelerada, porque aceptas más responsabilidades de las que tu cuerpo puede admitir. El consejo no estuvo mal. Si vives a trescientos por hora, reduce hasta noventa. Y disfruta del paisaje. Claro, que con esto puedes añadir otro gran problema a los que ya tienes: que el paisaje no te guste. E incluso otro peor, que no encuentres la forma de cambiarlo. Y si me apuras diría que puede empeorar incluso más: que sí encuentres como cambiarlo. Y eso, da mucho miedo.

La otra conversación, más bien unilateral la tuve ayer: Encuentros que tiene la vida, no del todo inesperados, pero si en el ámbito de la sorpresa por la cualidad: ¿De verdad tenía yo necesidad de saber como se van a repartir la herencia y los paso que hay que dar? Por lo visto sí. O eso pensaba él. Más que el tema en si, que viene envuelto en las quejas acerca de los papeleos necesarios cuando alguien muere y las tasas que nunca pensó que tenían precio y lo tienen, por debajo de si hay que pedir certificados de defunción, últimas voluntades, alrededor de sus palabras están el gesto y la voz. Gestos que ya me son extraños, aunque aún pueda ver cuando no me dice del todo la verdad y en la voz, un temblor infantil, un exceso de cordialidad.



miércoles, 22 de agosto de 2012

Mañana de miércoles

Escribo. Sigo escribiendo en la soledad de la madrugada. Me cuesta estos días meterme en ello, pero hoy no. Me he despertado, ya hacía mucho que no sucedía, pensando en lo que tenía que hacer mi personaje. Como salir de la situación en la que le he puesto y que quiere hacer, al menos de momento. No sé si llegará a ver la luz, pero de momento le he cambiado el nombre, porque sentía que el anterior no estaba del todo ajustado a ella. Manías, supongo. Alguna vez lo hago, no es nada fácil o por lo menos no lo es para mí ese bautizo. Intento buscar siempre nombres sencillos, que podrían ser usuales o no, pero que tengan algo que me atraiga. Es un proceso mental complicado y ahora al reflexionar me doy cuenta de que no he descrito a los personajes, puede que porque los tenga claros en mi mente o porque no lo considere importante. Sé que es un error. Y quiero subsanarlo, quizá mañana.

Es una sensación agridulce. He vuelto a encontrar ese lugar donde hay mundos que esperan, hechos extraños y amores que matan o mueren. Lo siento como una especie de círculo mágico, o mejor, una esfera mágica que puede envolverme entera e intenta que me olvide de mí misma.

Siempre escribo, aunque la magia no me acoja. No he dejado de hacerlo, aunque alguno de los textos hayan muerto en el primer párrafo y otros yazcan abandonados, a la espera de que vaya a buscarlos para soplar sobre ellos y darles el aliento que les falta.

Puede que piense demasiado en la realidad angustiante de cada día. Demasiados programas de radio, demasiadas noticias, demasiada fealdad y falta de fe en el futuro.

O no, o solo estoy vaga y el calor me afecta. Vete a saber.

jueves, 9 de agosto de 2012

La pierna y otras cosas

El lunes de la semana pasada amanecí con un dolor, en aquel momento parecía moderado, en la pierna. La izquierda, concretamente el muslo parte superior externa. Lo que en principio parecía un dolorcito de nada, pensé que habría dormido mal, en mala postura o vete a saber qué, fue aumentando de tal forma que cuando bajé del autobús y crucé la Avenida, cojeaba. Aguanté con paciencia, cumplí con mi jornada más o menos bien y esperé como imagino hacemos todos que se pasara solo. No fue así, de hecho, me hizo pasar una semana bastante jodida y aún ronda por ahí el dolor. Haciendo memoria recordé que el domingo al irme a la cama, di un traspiés bastante aparatoso, de esos de me caigo, no me caigo y que consigues no sabes como frenar la caída. Así que ahí estaba el motivo, aunque no la solución. Si miramos en el libro de Ana, la causa sería otra: algo hay que no me deja avanzar (y eso vale para un dolor de pies, para tropezar constantemente y para esto también imagino).
En medio de todo esto, falleció la madre de mi ex. Lo que significó visita al tanatorio, reencuentros forzados, un ofrecimiento de llevarme al hospital (muchacho, no era el momento, con el cuerpo presente en la sala) y la apostilla de que soy una cabezota. Yo añadiría que siempre lo seré para según que cosas.
La cuestión es que he reflexionado sobre varias cosas: la primera que tengo poca paciencia conmigo misma respecto al dolor o la enfermedad. Me impacienta que cosas tan habituales como sentarse, levantarse, andar, cruzar la pierna, vestirme, entrar en la bañera… tenga que pensarlas primero para ver la mejor forma de hacerlas sin joderme más. Me sorprende que además me produzca un vago sentimiento de culpabilidad.
En otro asunto que me ha hecho pensar es en los mayores, nada extraño ya que me relaciono constantemente con la vejez. Si por un miserable dolor de pierna me he sentido así, como no entender el mal humor que produce el deterioro físico, el desaliento de esos ojos que ya prácticamente no ven, ese oído mermado, la lentitud al caminar, el agobio y el malestar que pequeños contratiempos del día a día pueden causar, incluso las alegrías que rompen las pautas y que se está demasiado cansado para disfrutar, la perdida de las facultades mentales: No saber dónde se está, ni con quién se está. Y para cuando te das cuenta de algo, percibes que te llevan y te traen sin que tú puedas decidir quedarte una hora más en la cama o vestirte y salir a la calle o desayunar madalenas en lugar de tostadas.
 Y dentro de este tsunami de pensamientos, ayer me sorprendí sintiendo una honda y extraña ternura al observar esas manos inseguras, finas y elegantes a pesar de las manchas de la edad, pinchar con el tenedor el plato, sin llegar a cazar los macarrones o el tomate de la ensalada, y aún así llevarlo a la boca, para volver a repetir el movimiento, esta vez en otra zona del plato y quizá sí, atrapar parte del alimento. Apartar de un manotazo mi mano impaciente, cuando el deseo de ayudar y la lástima me incitaron a coger yo el tenedor para someterle a la indignidad de alimentarle en la boca. Cortar con los dedos un pequeño trozo de pan, que buscó y tomó con el cubierto para rebañar el plato, una y otra vez. Observar su tenacidad, su voluntad y sí, su dignidad me hizo olvidar la lástima, me dio paciencia y me llenó de amor, de respeto y orgullo.

Para propios y extraños aclaro que estoy mejor.  Aún hay movimientos que me cuestan y otros que directamente no puedo hacer (¡Coño, no puedo cruzar la pierna izquierda sobre la derecha! y eso afecta a más cosas de las que creía: probad a sacudiros la arena de los pies sin poder hacerlo y me contáis) De otros movimientos no puedo contaros nada, no he probado aún si puedo o no puedo. Imagino que me las ingeniaría si la motivación es… intensa.

sábado, 4 de agosto de 2012

Murió

Ya ha llegado. Llegó. La muerte de madrugada cumplió con su trabajo.

Recibí su llamada a las dos de la tarde. Mi madre ha faltado. Esta madrugada. Se la han llevado al Tanatorio ...., mañana a las once y media es la misa allí mismo y después la incinerarán en el cementerio. La voz solo se le quiebra cuando le digo que lo siento mucho, que lo siento de verdad. Y es cierto. Lo siento por él, porque sé lo duro que es perder una madre. Por mayores que seamos una parte de nosotros mismos muere con ellos, nos convertimos en huérfanos, en niños abandonados.

En otra vida yo me hubiera encargado de todo. De llamar a la Compañía, a visar a los familiares y probablemente no hubiera dejado que muriera sola en una sala de hospital. Y aunque sé que ya no es responsabilidad mía, siento tironcitos en la conciencia. Seguro que alguien dirá que siempre morimos solos. Yo sé que no es cierto. Recuerdo (¿Cómo no  hacerlo en estas circunstancias?) la larga noche que precedió a la muerte de mi padre. Estábamos todos allí. Mi madre, mis hermanos, en una espera interminable. Me pasé toda la noche a su lado, tomándole la mano, acariciándosela, susurrándole. Veía a mi madre delante de mí, a mis hermanos entrando y saliendo, a mi padre respirando con dificultad. Mi padre: parecía más allá de cualquier consuelo que pudiéramos ofrecerle, demasiado sedado para ser consciente. Y sin embargo, apretaba mi mano. Y sabemos que murió incorporándose en la cama, abriendo los brazos y llamando a mi madre. En su grito final, reclamó a aquella compañera de toda su vida por el nombre que le dio desde novios: ¡Pepica! Mi padre murió a mediodía. Rodeado de amor. Mi madre murió sola en una sala de UCI. Pobrecita, siempre lo pasaba tan mal cuando estaba unos cuantos días allí. Se le iba la cabeza, tenía sueños extraños, pesadillas. Murió de madrugada, sola y sin que nadie le tomara de la mano. Ella que desde que entró en el hospital nunca estuvo sola, ni de día ni de noche. Ella que en casa, hacia el final se enfadaba si estaba más de media hora sola. Recuerdo esa llamada devastadora que rompe el sueño y te lanza a la pesadilla. No eran las siete aún de la mañana. Casi no recuerdo el trayecto en coche al hospital, excepto que me repetía constantemente que no debía llorar mientras estuviera conduciendo. Una especie de mantra absurdo, mientras conducía por las calles aún oscuras.

También lo siento por ella. Por Isabel. Tiene, aún los tiene mientras esté en la memoria de los que la conocieron, nombre y apellidos. Probablemente yo nunca fui lo que ella deseó y soñó para su hijo. Algunas veces nos entendimos, muchas otras no. Muchísimas tardes de domingo, delante de un café, mientras su hijo veía la tele, me contaba su vida. Su niñez, su juventud, sus primeros años de matrimonio. En honor a ella y a la verdad, he de decir que su vida no fue fácil. Ni siquiera en su edad madura. Tuvo que luchar mucho por alguno de sus hijos y ver morir a uno de ellos, sin haber podido evitar ese final.

Divago. Hoy acudiré al Tanatorio. Por todo aquello que nos unió y también por lo que nos desunió. Por la vida y por el dolor. Porque fue y estuvo.

viernes, 3 de agosto de 2012

Caminos

El comentario de una amable lectora me lleva a pensamientos que una vez tuve. Creo que puede sonarle este: No quiero que me quieran, no quiero que me necesiten. Duele. La responsabilidad y la culpa son pesos demasiado grandes para soportarlos cuando vienen de la mano del amor. Del amor de cualquier tipo, pero sobre todo de ese. De ese que hace que te sientas atada de pies y manos. Que no sepas donde vas a colocar tu próximo paso en ese campo de minas en que se ha convertido tu vida. En la que crees no valer lo suficiente para hacerla saltar por los aires. Y vives siempre oculta bajo el agua. Dejando que la vida pase, amortiguada, por tu lado.

Vivir siempre con miedo es no vivir. Es dejar que las cosas te sucedan sin poder para decidir sobre ellas o cambiarlas. Atada, amordazada, viviendo una farsa. Levantarse por la mañana y huir de tu mirada en el espejo. Poniendo el automático como quien presiona un botón. Vistiéndote con una sonrisa que no sientes, forzando un tono de voz que no reconoces, deseando estar siempre en otro lugar. Dividida, escindida. Gritando tras la apariencia de calma. Haciendo lo que tienes que hacer. Por el bien de los otros. Por lo que te han hecho creer o por lo que tu misma quieres creer: por tu propio bien.

Y cada vez el agua el agua te cubre más. Estás más cerca del fondo. Sientes que la presión sobre ti te está haciendo pedazos. Que pronto dejarás de ser tú. Solo serás un autómata que finge que vive. Y cuando eso ocurre, cuando tus pies tocan el fondo, no solo sabes, no solo crees, no solo te dices que ya no puedes más, que te ahogas. Cada célula de tu cuerpo, más allá de tu cerebro, de tu pensamiento, de tu razón, sabe que no hay otro camino que pegar patada y emerger, rompiendo todo a tu paso. Y dejas de plantearte si eres buena o no, si lo que haces es bueno o no, a quién herirás o como. Solo tienes que hacerlo. Y lo haces. Y vas resolviendo, día a día, minuto a minuto. Viviendo, arreglando, decidiendo. Y da miedo, mucho por que ser uno mismo, hacer que las cosas sucedan significa ser la única que tiene que responder de sus aciertos y sus fracasos ante la propia conciencia. No es la situación, no es el otro, no es la vida. Soy yo.

Nadie podrá rescatarte de tu torre, ni matar al dragón por ti. Al menos nadie puede decidir por ti la forma de escapar de la torre, ni en que momento hacerlo, ni como derrotar al dragón. El camino parece solitario. Discurre sinuoso por un bosque oscuro lleno de peligros. La carga que llevas a tus espaldas pesa mucho, pero si estás atenta, siempre habrá una mano que se alargue hacia ti. Providencia, amigos, amor, cariño, respeto, confianza… también están en el camino. Lo que no sé es si el bosque termina alguna vez, pero a momentos los árboles se abren y atisbas un cielo soleado y llegas a claros que brillan a la luz de la luna. 

martes, 24 de julio de 2012

INEXORABLE

Una nueva palabra leída en Palabras interesantes. Inexorable. Hay palabras que llegan, te acarician. Otras te dejan indiferente y alguna te golpea justo donde más duele.
Esta en particular es de las últimas. Los amables autores de esta página, hablan de la intensidad de esta palabra, lo es o al menos para mí. De sus dos significados: Aquello que no se puede evitar como primera acepción y que no se deja vencer por los ruegos, como segunda.
¿Cuántas veces una decisión inexorable de otros o propia ha cambiado nuestra vida? ¿Cuántas veces hay que armarse el corazón, endurecerlo, impermeabilizarlo para mantener su inexorabilidad ante las lágrimas y el dolor del otro? Yo lo hice una vez. Y aunque nadie piense nunca en el sufrimiento del que rompe un entramado de vida hecho de vivencias, recuerdos, pasiones olvidadas, deberes, mezquindades y alegrías, existe. Vaya que si existe. Te conviertes ante tus propios ojos en alguien que nunca pensaste que serías: Cruel y culpable. Aunque todo tu cuerpo, toda tu mente este gritando que no puede más, la culpabilidad se lleva el primer premio. ¿Cómo ver llorar a alguien y que no se te rompa el corazón? Aunque des la espalda, aunque salgas por la puerta, aunque te lleves tus propias lágrimas a un lugar donde no sean vistas.
¿Y cuándo renuncias a algo que deseas con todas tus fuerzas? ¿Cuándo aún lo querías más de lo que nunca soñaste?  Cuando el miedo supera la pasión y el conocimiento antiguo que reside en lo más profundo de nosotros se alza e inexorablemente te dicta el único camino posible para la supervivencia de tu cordura aunque tengas que abandonar trozos de ti, de tu piel, de tu alma para poder seguir siendo tú.  Sin tener la posibilidad de volver la vista atrás, dejando como Lot que una parte de ti se convierta en sal.

lunes, 16 de julio de 2012

Ícaros

Habían luchado todo lo posible por retrasar el momento de dejar su hogar; vendiendo todas y cada una de sus posesiones: el coche que ya tenía cinco años les dio para aguantar unos días, aunque ni siquiera pudieron hacer frente a un mes completo de la hipoteca. Los anillos de matrimonio, las pulseras y cadenas de comunión de los niños, la pequeña cruz que colgaba del pecho de el padre desde su nacimiento, los pendientes de la madre fueron pagando la luz, el agua, el gas un par de meses. Los videojuegos, la cónsola, el portátil y el ordenador de sobremesa pusieron comida en la mesa cuando ya habían dejado de poner sus esperanzas en pagar deudas. Llegado el momento, entre gritos, lloros y pancartas de los vecinos reclamando piedad y tiempo, salieron de casa con fardos de ropa, como antiguos saltimbanquis sin sentido del equilibrio arrojados al camino. Sin fuerzas, separados: los niños con una tía, los padres con los abuelos. Sin trabajo, sin fe.

Perdidos en el engranaje de una maquinaria sin alma. Entre los dientes del monstruo. Atrapados en la nada. Juzgados y condenados por el terrible delito de confiar, de creer: en sus políticos, en sus banqueros, en el vecino y en el amigo. En la prensa, en la publicidad, en las televisiones.

Culpables de creer que con su trabajo de esclavo podrían dejar de ser hormigas, dejar de vivir en el hormiguero subterráneo de la vida.

Les dijeron: Tenéis alas. Volad.

Como Ícaros modernos se lanzaron al vuelo, subiendo cada vez más altos, fascinados por el calor del sol. Confiaron en las plumas que les habían vendido con intereses imposibles, hasta que la puta cera se deshizo contra las llamas de los bancos, el desempleo, de la mala administración, las estafas, los fraudes, la incompetencia...

La cera derretida les quemará la espalda durante el resto de su vida.  

domingo, 1 de julio de 2012

INCENDIO

El cielo cubierto, amarillo, con una luz extraña, enferma. He leído en alguna parte "cielo futurista", a mí me recuerda más a un cielo post apocalíptico, hecho de humo, de cenizas y de desgracias. Desgracias que intuyes, que presientes con el alma en la piel. Cuesta respirar aún dentro de casa con las ventanas cerradas y mis ojos y mi mente se pierden en la distancia, en lo más alto y al horizonte.

Me asusta y siento dificultad al respirar. Un familiar ya ha tenido que ir a urgencias por una insuficiencia respiratoria y estamos relativamente lejos del incendio. Incendio en el interior de Valencia que arrastra sus huellas hasta aquí, la costa. Que habla de árboles muertos, vegetación perdida, casas desalojadas, familias refugiadas, pueblos vacíos, de lucha desigual del hombre contra el fuego. No lo dominan. No se deja. Hambriento y furioso avanza calcinando más y más tierra.

Veo las imágenes, fotos que muestran al monstruo debatiéndose rojo y negro, con su belleza extraña, dramática, su poder. Fotos de seres humanos: una mujer joven, un niño, un anciano con gestos curiosamente iguales. Manos en la cabeza, en la frente como si se resistieran a ver, a mirar, como si no quisieran o no pudieran entender lo que están viendo. Aviones que lanzan agua, hombres vestidos de amarillo luchando contra las llamas, una impactante imagen de una bicicleta completamente ennegrecida, deformada, con solo un toque amarillo de pintura, salvado como testimonio de lo que fue.

Leo el debate sobre culpas, recortes, falta de medios, de prevención. Leo y pienso en esas familias que ven sus paisajes, su tierra se convierte en humo dejando atrás solo cicatrices negras.

Esperan que el viento cambie de dirección, que se vaya el Poniente y deje paso al Levante, que llueva, que la propia naturaleza resuelva el problema. Siento la impotencia de los que aguardan, de los que combaten en ese deseo, en esa esperanza.

miércoles, 27 de junio de 2012

Hospital

Aunque escribo poco sigo haciéndome notas mentales, incluso imaginando historias, lo que viene a significar que sigo siendo.
Ayer hice la fatídica visita al hospital que iba aplazando: por trabajo, por pena, por cobardía. Siempre cuesta enfrentarse a aquello que creíste dejar atrás. A los fantasmas de un dolor antiguo como si te dijeras, mejor no menearlo.
Doy la razón a uno de mis amables lectores: ya no soy la misma persona ni me hieren las mismas cosas. Los gigantes del pasado, hoy ni siquiera son molinos de viento.

Cuando entré al hospital estaba nerviosa y me dolía el estómago. Es un viejo conocido de toda mi vida; en el nací yo, me bautizaron en su capilla, en el me pusieron siete puntos en la pierna aquella vez que de pequeña me caí de la mesa del comedor sobre una vieja mecedora y me clavé (nunca mejor dicho) un larguísimo clavo hasta el hueso, en el que estuvo tanto tiempo ingresado mi padre hasta morir allí mismo un mediodía rodeado de todos nosotros, donde mi madre también pasó sus últimos días para terminar muriendo sola en intensivos.

Conozco tan bien los pabellones y las salas que con pocas indicaciones me bastan. Subí al tercer piso y busqué la habitación que me habían dicho, la puerta estaba cerrada, al abrirla sin pararme a pensar demasiado se giraron tres o cuatro desconocidos que rodeaban la cama junto a la ventana: una mujer joven en bata azul, estaba tendida sobre ella. Acabé de entrar y al cerrar la puerta allí estaba ella, en la cama del rincón, la que nunca me ha gustado porque me parece muy encajonada y triste sin la alegría siquiera de la vista al exterior.
Entre las sábanas blanco hospitalario me impresionó el color amarillo de su piel, lo poco que abultaba bajo ellas, extremadamente delgada, con ojos lúcidos, el pelo aún rabiosamente teñido de negro. A él no le vi hasta después, impresionada por los cambios que la enfermedad había ocasionado a ese cuerpo que yo recordaba mucho más fuerte y firme. Se levantó para que pudiera acercarme a besarla. Lo hice, le di dos besos en las mejillas consumidas y sin darme cuenta acaricié el brazo que mostraba la huella de pinchazos en forma de moratones, la observé mientras me hablaba, podía ver en su cara la sombra, la máscara que la proximidad de la muerte parece imprimir. El hilo de su voz me dijo: no saldré de aquí, estoy muy malita... mari. Nunca jamás conseguí que me llamara May. Por muchas veces que la corrigiera o mucho que se lo explicara, era Mari, como aquella hermana suya que fue peluquera. Nunca fui yo para ella realmente. O quizá nunca fui la que le hubiera gustado que fuera. Eso no importó ayer.
Me señaló el pequeño gotero del calmante ya vacío. "Cuantas cosas hacen falta para morirse". Yo le respondí: "No, para morirse solo hace falta estar vivo". Y bromeamos, supongo que para algunos de forma macabra sobre la muerte. Y es que a pesar de las palabras con las que me recibió no es consciente de lo que tiene, no se lo han dicho y, estoy segura, no ha querido saberlo. Cuando me fui hacía planes para cuando saliera del hospital, que compraría carne de caballo para paliar la debilidad, que no recordaba como se cocinaban muchas comidas, que la memoria se va, que... hablaba y hablaba, lo que me alegró porque yo tenía poco que decir, excepto un "bien" cuando me preguntó como estaba.

Cuando me fui, él me acompañó hasta la salida. Me contó que los médicos decían que tenía un derrame interior a consecuencia de la última operación que no había cumplido sus objetivos, por eso le dolía tanto el costado y que probablemente no pasaría de la noche de ayer o de hoy. Me sorprendió que no pensara quedarse a pasar la noche y que tuviera toda la intención de ir hoy a trabajar, a fin de cuentas, me dijo: "tienen mi teléfono". Pero eso ya no es una cuestión que me afecte a mí o que deba entrar a juzgar.

No sé si es egoista. Hice lo que me dictaba la conciencia desde hacía días. Lo que el corazón y mi razón me pedían. No me siento... bien. Me siento extrañamente aliviada.

jueves, 21 de junio de 2012

Jueves

Es jueves y hoy ni siquiera lo he intentado. No he abierto ningún documento de word, no he escrito ni una sola palabra de ficción. ¿Se habrá ido mi inspiración de vacaciones? Quizá como yo las necesite, así que no la voy a reñir. Tómate tus vacaciones y vuelve recargada de experiencias y ganas. Eso sí, vuelve. Yo intentaré seguir aquí, en las madrugadas por si acaso me haces una llamadita para decirme como estás, que estás haciendo y con quien te estas viendo. Si me estás siendo infiel, disfrútalo, llénate y vuelve. Sobre todo eso. Vuelve.

Siento la desconexión a ese mundo en el que siempre ocurren cosas. Un mundo que es ajeno a mí, pero que sin embargo está dentro de mí, aunque yo no lo viva así (sé que está dentro de mí, no soy esquizofrénica... todavía). He perdido el camino y no encuentro las baldosas amarillas por ninguna parte.

¿Qué se ha cruzado en ese camino? Veo mucho más las noticias ahora, leo más la prensa, escucho más el descontento, soy consciente de mi posición aérea, me pesa más todo. Siento una debilidad extraña que me arrastra a un cansancio físico y mental. Me cuesta ponerme las pilas, me cuesta decir ahora me toca hacer esto y hacerlo. Hasta levantarme del sofá para irme a la cama parece una decisión trascendental: "No me apetece moverme""tengo que dormir" "me duermo aquí" "No, mejor en la cama"... un diálogo interior que como se ve es de lo más interesante y productivo.
He estado picoteando de aquí y de allá, todos tenemos nuestros blogs fetiche, a veces son muy tontos, otras de temas que nos obsesionan. Yo hoy les he dado a todos. Leo en uno a una joven mujer que dice textualmente: "Soy una puta mierda"; en otro un escritor nos narra "una mirada sucia", el de los vídeos del YouTube dice: "Mándala a tomar por culo". Dejo un par de comentarios aquí y allá. Y sé, soy consciente de que es una forma de abstraerme y de no pensar. De evadirme.

Y eso, que hoy es Jueves y los jueves son blancos para mí. El día más luminoso de la semana. No sé porque ni desde cuando, pero es mi color para este día.
Si no fuera tan contraria a las listas creo que me iría bien hacer una de tareas pendientes que poder ir tachando cuando las realice.

Joder, que dispersa estoy.

viernes, 15 de junio de 2012

Sucesos

Llevo unos días descentrada. Ya sé que no es raro en mí. Incluso diría que es cíclico y es que soy muy lunar. Pero ya hacía mucho que no sentía durante tanto tiempo el estómago contraído y esa sensación de haber hecho algo mal que me acompaña, sin abandonos, de unos días aquí. Aún no sé bien que es lo que me pasa. Mi mente y mi cuerpo a veces se disocian y este último siempre parece enterarse antes.

La semana pasada desde el jueves comencé a dormir mal. Despertarme a horas aún más extrañas de lo normal, irme a la cama con unos horarios imposibles porque por el motivo que sea me resistía meterme en la cama. Todo eso precursor de un lunes en que llegó una mala noticia que fue un mazazo. Mucho, muchísimo peor para quien lo vive en primera persona que para mí, claro. Enterarse de una enfermedad gravísima afecta, que a esa persona la conozcas desde hace mucho tiempo y no siempre te hayas llevado bien, que en algún momento de tu vida te haya hecho sentir desgraciada no significa que no sea un golpe. Lo es. Y lo peor de todo es que no sé como reaccionar. Y como no lo sé no hago nada. Y ese no hacer nada es posiblemente lo que me lleve a mal traer toda la semana. Mi conciencia e incluso mi corazón me dictan una actuación, otra parte de mí, no sé bien cual, se resiste, pero vamos, que se resiste con firmeza. Y así estamos. Mejor dicho: así estoy (que parece que convivan dentro de mí varias Mays).

Intuyo que acabará ganando mi conciencia, así que me pregunto que sentido tiene alargar el tiempo. Porqué no coger el teléfono, hacer una llamada de ofrecimiento (sincera porque a estas alturas quedar bien o mal importa poco), una visita al hospital por respeto,por consuelo, porque hubo una época de mi vida que lo hubiera hecho sin pensar, es más, lo hice.
Porque aún siendo la madre de mi ex, haciendo tanto que no la veo, forma parte de mis recuerdos, de los buenos, los malos y los peores.
Y llamarle... solo una llamada de teléfono me descompone un poco. Pero yo he estado al otro lado, aguardando, sé lo que es esperar un desenlace sin esperanzas.

lunes, 11 de junio de 2012

FINDE EXINANIDO

Exinanido o exinanida es una bonita, precisa y muy poco utilizada palabra que la semana pasada el blog de Palabras Interesantes (ya sabéis, está en mi lista de blogs) ofreció a sus lectores.
A mí me llega al escritorio puesto que lo tengo en favoritos. La palabra en cuestión ha definido mi estado este fin de semana. Su significado es: Notablemente falto de vigor. Cansado en exceso. Con falta de vitalidad para hacer cosas.
Y así me he sentido yo. La causa, por seguir la definición, una notable falta de sueño. Resumiendo me he sentido exinanida porque durante tres noches seguidas he dormido mal. Mal y poco. Unas veces por causas ajenas a mi voluntad consciente y otra por una salida imprevista, todas por la costumbre que tiene mi mente de dar la alarma más o menos a la misma hora lo que hace que casi nunca esté en la cama más allá de las siete o las ocho los fines de semana (de entre semana ni hablo. No quiero pasar por demente).

Incluso ahora mismo me afecta y eso que estoy haciendo todo lo posible por recuperar mi energía habitual. He dormido algunas horas más, estoy tomando café, escribiendo, pensando algo... pero aún siento en mi cerebro y en mi cuerpo cierta languidez a la que no estoy del todo acostumbrada.

Está condición de exinanida ha hecho que no terminará de corregir los dos textos que tengo pendiente, que el texto que inicié el domingo carezca de vida, que no me apeteciera ir a la playa, que pasara demasiado tiempo flirteando con la tele en el sofá, que me olvidará hacer unas fotocopias que necesitaba y necesito...

En fin, que sí, que esta palabra que acabo de aprender ha sido la reina de mi finde.

miércoles, 6 de junio de 2012

Gentes que pasan

Hay personas que me resultan cansinas. Hablando, quiero decir. Y eso queriendo siempre mantener la política de sonreír, escuchar y si puedo aliviar (¿Suena creído? No es mi intención, es solo un propósito). No tanto dando soluciones que generalmente no están en mi mano, como sugirendo caminos o rutas a tener en cuenta. Dos personas en concreto me cargan mucho. Una, la conozco desde hace tiempo, incluso he salido de cena y de marcha con ella, no a solas, no lo hubiera soportado, de hecho, dudo que ninguna de las dos lo hubiéramos hecho, salimos en la buenísima compañía de una amiga en común. Con la otra, me une, digamos una relación más laboral. Ambas son mujeres, ambas son separadas, ambas tienen un hijo. Visto así parece que no soporte a un grupo bastante amplio de la población femenina (de hecho, parece parte de una de esas estadísticas que molan tanto en las noticias), pero no, no es el caso.

Justo ayer vi a las dos. Mantuve una conversación más larga con la segunda y con la primera una breve charla-saludo-por compromiso. Soy sensible a las voces, me transmiten emociones, sensaciones, sentimientos. Y la voz de estas dos me cansa, me agobian. Cuando pienso que dicen esas voces entiendo mejor el problema. Las dos hacen de un problema un mundo, y del mundo, un problema. Una se arrepiente, después de doce años de divorcio y la otra está en tramites y palabras textuales: "Él me puede en todo". Se rebozan en la culpa y el miedo. No levantan la cabeza y miran el horizonte, no buscan opciones, ni quieren escuchar otra cosa distinta a sus pensamientos. Pensamientos que traducen a palabras, que repiten y repiten y repiten sin cambiar una coma ni un punto, sin avanzar ni un milímetro ni atreverse a reírse de si mismas.

Siendo cruel (me doy cuenta de que a veces puedo serlo) diré que no puedo con sus vocecitas extremadamente dulces, infantiles casi suplicantes. Sus suspiros, sus medias frases, sus "no puedo"... que me dan ganas de sacudirlas, de pedirles que levanten la voz, que la afirmen, que griten si es necesario, que abandonen esa actitud de derrota, Joder, que luchen. Que la vida es lo que tiene, que la felicidad no es obligatoria y que no, por mucho que se llore no vendrá mama a consolarte, ni te arropará cuando tengas frío. Que los príncipes azules están caducados y nosotras no somos princesas. Que afilen la espada, la propia, y luchen contra sus propios fantasmas, Coño! Que hagan algo más que sobrevivir.

Lo que sé, ahora bajando el tono, es que son contagiosas. Ayer después de hablar con ellas me sentí más cansada, más triste. Como diría mi amiga Mai (con i latina) son tóxicas. Se llevan la alegría y te dejan a cambio el pesar.

martes, 5 de junio de 2012

Revisión texto "CONTACTO"

Este es el último texto realizado para el taller de Relatos Cortos, impartido por Ginés Vera en la Biblioteca Carles Ros. Trabajaré en él atendiendo a las sugerencias y correcciones que el mismo Ginés ha hecho sobre el texto. La idea de subirlo así, sin terminar, es para que se pueda apreciar el trabajo de chinos que ha hecho mi pobre amigo, no ya solo con este texto, con otros muchos en los que se ha esforzado para que puedan ser pulidos y brillen en la medida en que se pueda. Como veréis lo hace con respeto y con un alto valor de sincerocidio (sinceridad hasta la muerte o el autosuicidio por sinceridad).  Me siento doblemente afortunada de tenerlo como amigo y como maestro.
Y nada, me voy a currar en el relato con las correcciones. Gracias, Gin.


Contacto
Sucedió en el verano del noventa y ocho. No hacía mucho que nos habíamos mudado a la nueva casa, en la playa. Todo era novedad y nos tenía deslumbrados tener el mar en todo[i] momento a nuestro alcance. La Patacona no era tan popular como lo es ahora. Ni la extensión de la arena se presentaba como ahora. Los dos kilómetros de playa se llenaban de pequeñas dunas, manchas de hierba resistente, alambres como trampas escondidas, botellas rotas, frutas hinchadas arrastradas por la acequia y montones de algas secándose en la orilla presentaban un paisaje único, diferente y solitario.
En aquel entonces[ii] las cosas entre mi ex marido y yo no marchaban del todo mal y a veces cedía a pequeños caprichos míos. Aquella noche, un sábado de principios de junio, conseguí convencerlo para dar un corto paseo por la orilla del mar. Caminábamos casi en silencio en dirección a Port Saplaya,[iii] el mar a nuestra derecha y en el cielo, oscuro e inmenso una perfecta luna llena.

Estábamos llegando a la desembocadura de una acequia, punto elegido para dar la vuelta, cuando procedentes del mar[iv] aparecieron las luces. Siete esferas luminosas que de pronto y sin saber como estaban sobre nosotros. Las miré asombrada. No distinguí ningún objeto[v], era luz pura. Blanca, sin destellos y sin embargo, cálida y viva[vi]. Parecían seguir en línea recta el mismo camino que nosotros, dirigiéndose al Norte bordeando la playa. Di dos pasos más, antes de quedarme clavada en el sitio, una de ellas retrocedió ligeramente situándose sobre mí. Él[vii] tiró de mí, tratando de que retrocediéramos, pero yo era incapaz de moverme. La luz se movía inquieta, casi diría que curiosa como un niño ante un objeto extraño.  La esfera fue ¿Descendiendo? ¿Aproximándose? A mí[viii], mientras las otras parecían aguardar, estáticas y pacientes a que mi Luz retornara a la formación. Fueron segundos en los que nos miramos ¡Nos miramos! La una a la otra. Lentamente alcé mis brazos, estiré las manos como si pudiera acariciarla o como pidiéndole que se acercara, no sé, no pensaba solo sentía un deseo intenso de saber. La Luz, cada vez más próxima, emitió un largo hilo luminoso que fue ensanchándose hasta cubrirme entera. La piel de mis manos, de mis brazos se extendía ante mis ojos dilatados hasta mostrarme un paisaje exótico, nocturno de pequeñas nubes palpitantes llenas de puntos aislados, sometidos a uniones invisibles: rojos, azules, dorados. Cada uno de ellos un mundo en si mismo. Y allá donde mirara, mi propia ropa, la arena a mis pies, el agua del mar, estaban formados por las mismas partículas repitiéndose una y otra vez. Y la Luz que me atravesaba, que se unía y amalgamaba conmigo, que jugaba con las nubes y los puntos, volviéndolos más dorados, más rojos, más azules, se fragmento también en pequeños mundos nubosos que repetían la combinación de colores. Después, todo se desvaneció. La luz se replegó en si misma, de nuevo una esfera sobre mí.  Sentí su despedida como un nudo en la garganta. En el cielo, más allá, el resto de esferas formaban un círculo en el que esperaba un hueco para mi Luz[ix] (desde entonces siempre es mi luz). Ella, hizo un par de lentos movimientos[x] antes de salir disparada hacía arriba y girar en el aire para colocarse en su posición cerrando el círculo. Una vez llegó, con un súbito movimiento formaron una línea recta y se perdieron en el horizonte.
Nunca he hablado de esto, con nadie. Ni siquiera con él[xi].

[xii]Aquella noche, cuando las luces desaparecieron lo descubrí acurrucado en la arena, con la cara enterrada entre los brazos. Le ayudé a levantarse, mirándolo con pena sintiendo que los diminutos mundos que me formaban entraban en contacto con los suyos, estremeciéndolos, al darle la mano. Volvimos a casa en silencio.

Tampoco suelo pensar en la Luz[xiii], aunque a veces cuando estoy sola, puedo sentir la vibración de las partículas de mi cuerpo, idénticas a las del aire que me rodea, a las del mar o la arena, idénticas a las tuyas[xiv].


1.       [i] 2 repeticiones en misma frase.
2.       [ii] No le pega nada este inicio de párrafo.
3.       [iii] Aquí mejor puno y coma.
4.       [iv] Esto puede matizarse en el sentido que pareces afirmar de este modo su procedencia, el fondo del mar, además. Tratándose de luces no subacuáticas, y el aura del argumento, es mejor que creyeses verlas emerger de la línea difusa entre el cielo y el mar…o algo así.

5.       [v] En sí, una esfera es un objeto, aunque puedo hacer un esfuerzo por comprender lo que pretendes decir, el lector medio no va a hacer este esfuerzo.
6.       [vi] Llámame purista pero ya me dirás como vas a hacer creer que siendo blanca, pura y sin destellos era cálida. El blanco no es uno de los colores denominados cálidos, y si la calidez no era visual, debes indicarlo.
7.       [vii] Este él es tu ex marido, mejor expresarlo así, con o sin nombre propio.
8.       [viii] Estas dos cuestiones rompen la frase porque luego se refieren al “a mi”, mejor no lo hagas así, di que no estabas segura de si se acercaron o se alejaron de ti.
9.       [ix] En lugar de Luz en mayúscula, ponle el matiz al mí, ya con letra cursiva, entrecomillada o como veas.
10.    [x] Cambia el sustantivo o el adjetivo para evitar la cacofonía.
11.    [xi] Lo mismo que en la nota 7
12.    [xii] Te he puesto un punto y aparte.
13.    [xiii] A esto me refería en la nota 9.
14.    [xiv] En una primera lectura no asocié el “tuyas” a las mías como lector. Tal vez debieras, si así lo quieres enfocar, dar más referencias durante el texto entre el narrador y el receptor del texto.