martes, 24 de julio de 2012

INEXORABLE

Una nueva palabra leída en Palabras interesantes. Inexorable. Hay palabras que llegan, te acarician. Otras te dejan indiferente y alguna te golpea justo donde más duele.
Esta en particular es de las últimas. Los amables autores de esta página, hablan de la intensidad de esta palabra, lo es o al menos para mí. De sus dos significados: Aquello que no se puede evitar como primera acepción y que no se deja vencer por los ruegos, como segunda.
¿Cuántas veces una decisión inexorable de otros o propia ha cambiado nuestra vida? ¿Cuántas veces hay que armarse el corazón, endurecerlo, impermeabilizarlo para mantener su inexorabilidad ante las lágrimas y el dolor del otro? Yo lo hice una vez. Y aunque nadie piense nunca en el sufrimiento del que rompe un entramado de vida hecho de vivencias, recuerdos, pasiones olvidadas, deberes, mezquindades y alegrías, existe. Vaya que si existe. Te conviertes ante tus propios ojos en alguien que nunca pensaste que serías: Cruel y culpable. Aunque todo tu cuerpo, toda tu mente este gritando que no puede más, la culpabilidad se lleva el primer premio. ¿Cómo ver llorar a alguien y que no se te rompa el corazón? Aunque des la espalda, aunque salgas por la puerta, aunque te lleves tus propias lágrimas a un lugar donde no sean vistas.
¿Y cuándo renuncias a algo que deseas con todas tus fuerzas? ¿Cuándo aún lo querías más de lo que nunca soñaste?  Cuando el miedo supera la pasión y el conocimiento antiguo que reside en lo más profundo de nosotros se alza e inexorablemente te dicta el único camino posible para la supervivencia de tu cordura aunque tengas que abandonar trozos de ti, de tu piel, de tu alma para poder seguir siendo tú.  Sin tener la posibilidad de volver la vista atrás, dejando como Lot que una parte de ti se convierta en sal.

lunes, 16 de julio de 2012

Ícaros

Habían luchado todo lo posible por retrasar el momento de dejar su hogar; vendiendo todas y cada una de sus posesiones: el coche que ya tenía cinco años les dio para aguantar unos días, aunque ni siquiera pudieron hacer frente a un mes completo de la hipoteca. Los anillos de matrimonio, las pulseras y cadenas de comunión de los niños, la pequeña cruz que colgaba del pecho de el padre desde su nacimiento, los pendientes de la madre fueron pagando la luz, el agua, el gas un par de meses. Los videojuegos, la cónsola, el portátil y el ordenador de sobremesa pusieron comida en la mesa cuando ya habían dejado de poner sus esperanzas en pagar deudas. Llegado el momento, entre gritos, lloros y pancartas de los vecinos reclamando piedad y tiempo, salieron de casa con fardos de ropa, como antiguos saltimbanquis sin sentido del equilibrio arrojados al camino. Sin fuerzas, separados: los niños con una tía, los padres con los abuelos. Sin trabajo, sin fe.

Perdidos en el engranaje de una maquinaria sin alma. Entre los dientes del monstruo. Atrapados en la nada. Juzgados y condenados por el terrible delito de confiar, de creer: en sus políticos, en sus banqueros, en el vecino y en el amigo. En la prensa, en la publicidad, en las televisiones.

Culpables de creer que con su trabajo de esclavo podrían dejar de ser hormigas, dejar de vivir en el hormiguero subterráneo de la vida.

Les dijeron: Tenéis alas. Volad.

Como Ícaros modernos se lanzaron al vuelo, subiendo cada vez más altos, fascinados por el calor del sol. Confiaron en las plumas que les habían vendido con intereses imposibles, hasta que la puta cera se deshizo contra las llamas de los bancos, el desempleo, de la mala administración, las estafas, los fraudes, la incompetencia...

La cera derretida les quemará la espalda durante el resto de su vida.  

domingo, 1 de julio de 2012

INCENDIO

El cielo cubierto, amarillo, con una luz extraña, enferma. He leído en alguna parte "cielo futurista", a mí me recuerda más a un cielo post apocalíptico, hecho de humo, de cenizas y de desgracias. Desgracias que intuyes, que presientes con el alma en la piel. Cuesta respirar aún dentro de casa con las ventanas cerradas y mis ojos y mi mente se pierden en la distancia, en lo más alto y al horizonte.

Me asusta y siento dificultad al respirar. Un familiar ya ha tenido que ir a urgencias por una insuficiencia respiratoria y estamos relativamente lejos del incendio. Incendio en el interior de Valencia que arrastra sus huellas hasta aquí, la costa. Que habla de árboles muertos, vegetación perdida, casas desalojadas, familias refugiadas, pueblos vacíos, de lucha desigual del hombre contra el fuego. No lo dominan. No se deja. Hambriento y furioso avanza calcinando más y más tierra.

Veo las imágenes, fotos que muestran al monstruo debatiéndose rojo y negro, con su belleza extraña, dramática, su poder. Fotos de seres humanos: una mujer joven, un niño, un anciano con gestos curiosamente iguales. Manos en la cabeza, en la frente como si se resistieran a ver, a mirar, como si no quisieran o no pudieran entender lo que están viendo. Aviones que lanzan agua, hombres vestidos de amarillo luchando contra las llamas, una impactante imagen de una bicicleta completamente ennegrecida, deformada, con solo un toque amarillo de pintura, salvado como testimonio de lo que fue.

Leo el debate sobre culpas, recortes, falta de medios, de prevención. Leo y pienso en esas familias que ven sus paisajes, su tierra se convierte en humo dejando atrás solo cicatrices negras.

Esperan que el viento cambie de dirección, que se vaya el Poniente y deje paso al Levante, que llueva, que la propia naturaleza resuelva el problema. Siento la impotencia de los que aguardan, de los que combaten en ese deseo, en esa esperanza.