domingo, 17 de enero de 2010

EL REGALO

― ¡Despierta, Ben!
La mano del hombre se posa con suavidad en la espalda del niño. Se inclina sobre su cara y vuelve a decir:
―Vamos, hoy es un día especial. Despierta.
Ben parpadea y abre los ojos. Se incorpora al ver a su padre. Este le tiende una taza. Un vaho aromático se desprende de ella.
― ¡Café! ―exclama el chico asombrado.
― ¡Shhh! Bebe y vístete, deprisa, no hagas ruido.
Ben toma su primer sorbo de café, sentado al borde de la cama, el líquido oscuro y caliente le sabe amargo. Le sorprende. Lo había imaginado dulce. Sonríe somnoliento. Hoy cumple trece años. Mira a su padre vestido para salir, preparando sus ropas en silencio.
Deja la taza vacía en el suelo. Escucha atento el sonido de las respiraciones que le llegan de las camas, adosadas a las paredes. Débilmente iluminadas por pequeñas luces. La más cercana parece oscilar cuando la sombra de su padre se mueve. Se pone las prendas que este le tiende. Vacila ante la última.
― ¡Padre! ¿Vamos fuera?
El hombre le ajusta rápidamente la pesada ropa exterior al cuerpo del muchacho.
― Calla, no despiertes a nadie.
Atraviesan en silencio la sala, dejándola atrás. El padre le conduce seguro hacia la salida, mientras ascienden, el hombre acaba de preparar a su hijo para salir. Las puertas se abren. Ben mira a su alrededor. Cierra los ojos un momento y los vuelve a abrir. Nada. Está todo tan oscuro que no ve la mano de su padre buscando la suya. La siente bajar por su brazo y la toma. Levanta la cabeza. Puede intuir un cielo negro e inmenso sobre ella. El padre le guía unos pasos, separándolo de la puerta. Se detiene. Con suavidad gira al niño que inseguro se sujeta fuerte a su padre. Este le levanta la cabeza orientándola.
Ante los ojos del niño se inicia un mágico espectáculo. En la lejanía una delgada línea dorada parte la oscuridad. Redibujando el contorno de la tierra. Ben aprieta la mano de su padre sin hablar, mientras el color comienza a iluminar la inmensidad del cielo: rojos, dorados, ocres, apartando la noche Un diminuto punto de luz brota de la tierra, creciendo en el este. Un círculo amarillo levantándose desde el horizonte.
― El sol, Ben. Está amaneciendo.
La voz del padre resuena dentro del casco de aislamiento. El sol se eleva cada vez más rápido y sobre su cabeza el cielo clarea. La luz inunda la tierra. Desde su punto de observación en la alta montaña que es la entrada a su hogar, puede ver como el viento arrastra polvo, rojizo, sin vida de la tierra. Solo el sonido del aire se escucha recorriendo la extensa llanura que una vez fue un mar., Ni un árbol, ni un animal se mueve en la distancia. .
El padre mira el reloj. Su tiempo finaliza. Ni siquiera los trajes pueden resistir la atmósfera exterior más de unos minutos. Mira la pálida cara de su hijo, protegida tras el material transparente. Los ojos casi ocultos por las pestañas. Las lágrimas cayendo por sus mejillas.
― Vamos. Pronto despertarán todos. Y nadie debe saber que has estado fuera.
En el ascensor desciende veloz a una profundidad segura. El hombre le quita la protección. Los ojos del niño están llenos de lágrimas. El padre asiente.
― ¿Era un amanecer?
― Sí, Ben.
― Es hermoso. Pero la tierra… La tierra es muy distinta de las imágenes que hay en el almacén.
―Sí, Ben. Pero aún es la nuestra.
― Me gustaría volver a salir… Algún día.
El padre no contesta. Ninguno de los dos volverá a salir.
―Gracías, padre.

1 comentario:

  1. Hola May, me alegra volver a leer tus relatos.
    Vaya regalo!!!, la vida, como para luego volver adentro!. En cuanto al café, es el mejor regalo que puede recibir el chaval sin salir del submundo. Me ha encantado.

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