martes, 1 de mayo de 2012

Ejercicio: Cuento infantil: Reddy o el tren que se salió de la vía

Más que probable que sí sea un cuento, pero quizá no demasiado infantil. Este es el original (propio) con el que trabajo para intentar ese arte tan complicado de los cuentos para niños. Todo lo que ponga antes del cuento son ¿Verdad, Gin? justificaciones. Veremos que pasa con él dentro de una semana.


Reddy o el tren que se salió de la vía
 Laura espera junto a Reddy, el tren, a que llegue su padre. El papá de Laura es Tom el maquinista. Laura y Reddy están un poco tristes. Hoy será el último viaje del tren. La niña acaricia el costado de Reddy. Conversan en el lenguaje secreto de los trenes.

─No te preocupes, Reddy, en el museo te cuidarán bien.
─Echaré de menos el ruido, la gente, el sol, correr... ¡Tantas cosas! ─vibra despacito el tren─ Me sentiré solo.
─Habrán otros trenes, trenes antiguos que te contarán historias y tú también podrás hablarles de todo lo nuevo, serán tus amigos. Además, yo iré a visitarte pronto. Te lo prometo.
Reddy se estremece bajo la palma de Laura y parece calmarse con la caricia de la niña.
 ─ ¡Mira, Reddy, allí está papá! Le preguntaré cuando salimos.
Laura se acerca a Tom que charla con un señor muy serio. Lleva un uniforme azul y un gran bigote negro: El inspector. Ellos no pueden verla, Laura es bajita y la gente llena el andén esperando subir al tren. Todos parecen emocionados porque saben que es el último viaje de Reddy después de muchos años de servicio.
─Pero Señor Inspector… ¡No pueden desguazar a mi tren! ¡Este tren es histórico! Fue el primero en alcanzar los 200 km hora. Siempre puntual, siempre.  Y… ¡mírelo! mire como brilla bajo las luces. Parece nuevo con su franja roja sobre la plata del cuerpo, es un tren muy… muy… importante.
─Basta, Tom. Las órdenes vienen de muy arriba. No podemos permitirnos conservar este trasto, vale más al peso que en un museo al que solo van bichos raros a ver maquinitas. Lo dicho, cuando llegue a la Última Estación, descargue a los pasajeros y lo vacié de carga, lo conducirá al Hangar nº 7, con su anden especial. Allí les esperará el Desguazador.
─Pero Señor Inspector ¡protest…!
─Se acabó, Tom. No me haga perder más el tiempo o llamaré a otro maquinista para que haga su trabajo.
 ─No, eso no Señor ─dice desalentado Tom─ Yo lo acompañaré en su último viaje.
Laura lo ha escuchado todo escondida detrás de una gran maleta. Ve a su padre sacar un pañuelo blanco del bolsillo, secarse una lágrima en la mejilla y sonarse la nariz antes de dirigirse al tren:
─No te mereces esto, amigo, de verdad que no ─murmura antes de subir la voz─. Vamos, amigo. Cumplamos con nuestro deber. Llevemos a nuestros pasajeros a su destino. Como hemos hecho siempre.
Laura retrocede despacio antes de echar a correr. Cuando llega a la Locomotora, se ha quedado sin aire, siente como si la palabra desguazar se le hubiera atascado en la garganta, ahogándola.
  ─Reddy, Reddy ─solloza.
Reddy se ha quedado muy quieto. Ha oído todo. Durante unos segundos las luces del tren parpadean y los pasajeros que ya han accedido a su interior se remueven inquietos, se les encoge el corazón sin saber porqué.
─No me quieren, Laura ─susurra en un temblor─. Después de tanto tiempo en la compañía, me harán a trozos. Valgo más así.
─No, no. No les creas, vamos. Tenemos que encontrar una solución.
De pronto el sonido de la estación llega a sus oídos: vibraciones de ruedas en las vías, crujidos metálicos, pitidos, siseos de vapor se elevan por encima de las voces humanas de las personas que esperan en el andén. La noticia salta de un tren a otro, de una maquina a la siguiente:
─Quieren desguazar a Reddy.
─Van a desguazar a Reddy.
─DESGUAZARÁN A REDDY.
─ ¡NO! ─Grita Laura, tapándose los oídos con las manos─ ¡No! Reddy, no. No les dejaremos.
En ese momento entra en la Gran Estación La Antigua Dama Azul. Es tan vieja que aún recuerda los tiempos del vapor. Escucha, asombrada y un poco molesta el guirigay que forman sus compañeros. Despacio, muy despacio, resoplando va a pararse en una vía junto a Reddy.
─ ¿Qué sucede? ¿Por qué hay tanto alboroto?
Un coro de trenes le responde:
─ ¡Van a desguazar a Reddy!
─ ¿Cómo es eso? Niño, Reddy, cuéntame.
Es Laura llorosa la que le cuenta todo, asomando medio cuerpo por la puerta abierta de la cabina de Reddy.
─ ¿Dónde dices que le llevan? ¿A la última estación? ¿Al hangar número siete? ─medita un momento─ Quizá… En ese caso… Quizá pueda…
─ ¿Qué? ─Gritan a la vez Reddy y Laura.
─Hace mucho tiempo me contaron una leyenda. Aunque no. Es posible que no sea cierta y que si lo es, sea muy peligroso.
─ ¡Cuéntanos! ¡De prisa! Papa ya se acerca, es casi la hora de salir.
─Ya voy, ya voy ─rezonga por lo bajo─ ¡Qué poco respeto a la edad! Aunque en esta situación…  Bien, dice así:
Cuentan que desde el principio de los tiempos (de los trenes, claro) algunos de ellos no se resignaban a dejar de correr por los raíles, sentir el viento, el sol, la lluvia, hacer sonar sus pitos, todo lo que les hacía ser felices y que con ayuda de algunos humanos enamorados de los trenes construyeron un lugar escondido donde vivir en libertad, cuando ya la compañía quería deshacerse de sus servicios o cuando alguno de ellos deseaba dejar de sentir la guía del hombre sobre él. (Perdona, niña, pero algunos hay).  El lugar se hallaba en un remoto bosque del norte, en un enorme claro. Para acceder a él, debían ser valientes y confiar.
El último ramal de la última vía, de la Última Estación se cortaba en seco, justo después de una curva muy cerrada ─fue la locura de alguien de la compañía, no sé que pasó, pero el tramo se quedó sin acabar─. El tren que de verdad deseara llegar al lugar mágico, debía hacer un acto de fe, tomar la curva a toda la potencia que le permitiera la máquina y volar, volar por los aires durante unos interminables metros hasta caer (si se confiaba lo suficiente, si no tenía miedo en el último momento y reducía la velocidad, si se cerraba los ojos, si se sentía el aire rugiendo en el metal…) en unas vías ocultas, mantenidas cuidadosamente herrumbrosas para igualarse con la tierra rojiza, con las traviesas grises manchadas de verde imitando a las piedras y la vegetación. Si lo conseguía, aún quedaba otra prueba: lanzarse hacia los árboles que parecían cerrar el paso a las vías, hasta atravesar el pequeño espacio que los separaba cruzar el bosque oscuro, la espesa vegetación. Solo entonces podrían llegar al Ferriclaro.

Reddy empieza a vibrar entusiasmado, a Laura le brillan los ojos.  
─Esperad, esperad ─continua la Dama Azul─ Ni siquiera sé si es cierto. Alguno de mis viejos amigos partieron en su busca y no supe más de ellos. Así que es posible, pero aún queda una cosa: en los antiguos tiempos siempre había un humano esperando a los trenes valientes, para cambiar las agujas de las vías y que los trenes pudieran escapar por el ramal abandonado.
Justo después de esas palabras, sube Tom el maquinista. Está muy serio, acaricia la cabeza de Laura y se sienta frente a los mandos de Reddy.  Despacito, con pena, aprieta el botón que hace que Reddy pite por última vez su salida de la Gran Estación.
─Yo te ayudaré ─dice Laura a espaldas de su papá─ Cambiaré las agujas, como aquellos hombres.
Reddy, esperanzado, corre por las vías. ¿Será posible que se salve? ¿Laura sabrá cambiar las agujas? ¿Será él valiente?
Durante todo el camino, en todas las estaciones a las que llegan, con todos los trenes que se cruzan, Reddy y Laura van haciendo preguntas. Nadie más sabe de la leyenda, pero muchos conocen la Última Estación, el Hangar número siete y la vía que se corta sin ir a ninguna parte.  Y lo más importante, un tren nuevo: Pájaro Veloz, le explica a Laura como es el cambio de agujas. Le habla de la palanca oxidada que hay que mover.
─No sé yo, no te ofendas, niña, pero ¿No eres muy pequeña? Se necesita fuerza. Hace mucho que no se usa y puede que esté atascada.
─Lo conseguiré ─Laura aprieta los labios─ ¡Cómo sea!
─Laura, tu papa guarda una lata de aceite para mí, siempre ─le recuerda Reddy.
Siguen su camino. Casi demasiado rápido y puntuales como siempre es Reddy, llegan a la última estación.  Laura observa, junto a Tomás el maquinista, que sigue triste, descender a los pasajeros, cuando ve llegar a un hombre con mono en el que pone en grandes letras negras: “Desguazador”.
─ ¡Papá, papá! Mira.
─Tranquila, quédate aquí, hija. Yo hablaré con él. No tiene porque estar aquí, bastante duro es ya esto.
 Tomas baja y se acerca al desguazador. Laura aprovecha ese momento, se aprieta contra Reddy con los brazos abierto como en un gran abrazo, coge la lata de aceite y corre al cambio de agujas.
Reddy, preparado, toma velocidad confiando en Laura, ella puede hacerlo y él también.
¡Espera, Reddy, Espera! No veo la palanca ¿Dónde está? ¡Reddy, TIENES QUE PARAR, NO LA ENCUENTRO! Grita Laura, desesperada. Corre al lado de la vía, por la tierra polvorienta, cruzando entre los trenes que entran en la estación.
Laura, no puedo detenerme, si lo hago no alcanzaré la velocidad necesaria Reddy desde su altura, cada vez más aprisa, no deja de buscar la palanca que le han descrito sus amigos.
¡Reddy, detente, si no hago el cambió de agujas… te estrellarás!
Pero Reddy sabe que si se detiene su única oportunidad desaparecerá. Si se estrella… bueno, le habrá hecho el trabajo al Desguazador. Pero…
¡Laura, mira, a tu izquierda! ¿Lo ves? Esa plataforma con el palo rojo.
¡Oh, sí! Sí, Reddy, es la palanca, el cambio de agujas… Está ahí. Por fin.

Laura se lanza contra la palanca, que se resiste, hace mucho que no intentan moverla. La niña la baña de aceite y vuelve a intentarlo. Deja caer todo su peso sobre ella y de golpe, se mueve con un chirrido agudo, el más hermoso que ha oído Laura en su vida. Justo a tiempo, Reddy alcanza el desvío tan rápido que el viento a su paso parece un huracán, tanto que Laura tiene que agarrarse fuerte a la vieja palanca para no ser lanzada por los aires. Al llegar a la curva de la antigua vía, Reddy sale disparado y… Vuela, vuela de verdad. Durante unos metros, sus ruedas giran en el vacío hasta caer en unas vías tan antiguas que nadie las recuerda, los raíles han tomado el color herrumbroso de la tierra que le rodea, las traviesas de madera, grises por el tiempo se pierden entre las piedras del camino.

Laura se siente feliz ¡Lo han conseguido! Pero cuando se gira hacia la estación buscando a su padre, ve al hombre del mono intentando llegar a una furgoneta estacionada al lado del viejo edificio. Aún se oye a Reddy abriéndose camino en las viejas vías ocultas. El desguazador puede seguirle por el sonido. Laura grita de horror, no puede ser. Los trenes estacionados la escuchan y todos a la vez sueltan vapor y chispas rechinando la rueda. El andén lleno de viajeros se convierte en un manicomio de gente que salta y protesta, interponiéndose en el camino del Desguazador, que acaba en el suelo, derrotado.
Mientras a toda velocidad, sin detenerse un instante Reddy sigue el camino de hierro, las vías se vuelven invisibles, camuflándose con los colores del bosque en cuanto Reddy las deja atrás.  Dos enormes árboles parecen abrirse para dejarle pasar y después vuelven a su lugar. El paso es angosto para un tren como Reddy, pero consigue atravesar el bosque oscuro coronado de ramitas y hojas y de pronto detrás de un montículo, del último árbol, el sol asoma radiante; los raíles brillan como recién colocados, las traviesas son fuertes vigas de madera y cuando Reddy supera el montículo, ante él se extiende una explanada llena de vías que se entrecruzan, agujas que sonríen, estaciones de piedra dorada y tejas negras, enormes relojes redondos y trenes, muchos trenes de todas las épocas y tamaños: vagones, máquinas, locomotoras…

4 comentarios:

  1. Lo de justificaciones ya sabes que no (sólo) lo digo yo. Lo importante, justificaciones a parte, es que sea una historia convincente, un bonito relato, si me permites. Todos llevamos a un niño dentro, por eso, este es un cuento para todos los públicos.
    Un saludo muy especial a Laura, la musa de este pequeño gran milagro.
    Un saludo.

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  2. El guiño para ti es por las veces que lo decimos ambos. Y cuanto lo hemos comentado, pero me apetecía verlo así. En otro medio que no fuera mi word o las hojas impresas.

    Es muy complicado este oficio, este aprendizaje. Un poquito de refuerzo nunca nos viene mal.

    Un beso.

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  3. Al margen de que me parece una delicia de cuento y de que estoy del todo de acuerdo con Ginés, creo que la alabanza es que les guste a los niños, y te puedo decir, May, que se lo he leído a mis dos sobrinos y la reacción del más pequeño ha sido: "¿Hará el segundo capítulo?" Les ha encantado a ambos y no han dejado de escucharlo atentamente.
    Mi más cariñosa felicitación.

    Un beso.

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  4. Gracias, Alba. Y sí, quizá es la mejor de las alabanzas lo que me cuentas de tus sobrinos. Me emociona. Y sobre todo pienso que tu sobrino pequeño puso su imaginación a trabajar y seguro que él ya tiene en su mente esa segunda parte: puede que para él, Reddy sea un tren feliz jugando y corriendo por el claro mágico o puede que sea un tren aventurero dispuesto a recorrer más mundo.
    Gracias por leerlo y llevarlo hasta ellos.
    Un beso.

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