jueves, 21 de febrero de 2013

La caja de libros

Llevan unos días desmantelando la casa donde vivió mi tía Carmen. Mi madrina. Mi tío Pepe, su superviviente, ha ido a parar a una residencia. Prefiero no comentarlo, es una decisión de su hijo y sus nietos.
La cosa es que he recibido en herencia casual, no programada por mi tía, alguno de sus bienes: un sófá de dos plazas, que ocupa la entrada al salón porqué aún no he podido deshacerme del antiguo (tengo que llamar al 010 y bajarlo a la calle, no puedo decir porqué no lo he hecho todavía y convivo con tres sofás... vete a saber) que me obliga a cada vez que entro en casa dar la vuelta por el pasillo y entrar por la otra puerta, unas cajas con vasos, platos y no sé que más puesto que aún no las he abierto y otra, única, solitaria caja con libros.

Mi madrina era una lectora tan voraz, ecléctica, dispersa como yo. Fieles e infieles al mismo tiempo. Fieles a aquello que nos haga sentir, infieles al genero y los autores. La he abierto, claro, aunque me costó un par de días, algo raro en mí. Tenerlos aquí es un recordatorio más real de ella que las misas estas que encargan por su cumpleaños o cuando llega el día que murió.

Cuando abrí la caja me asalto ese aroma a humedad, no: a papel húmedo que caracteriza los libros viejos y que tengo la rareza de adorar y ese indefinido olor que han tenido siempre las casas donde vivió mi tía. No sé si es mi memoria la que inventa o que realmente está allí. Una mezcla a comida, a Cristasol e incluso a los perros que siempre ha tenido con ella. Recuerdo en particular a Leo, un perro sin raza o con exceso de ellas, bajito, robusto y peleón. Rubio y ladrador, que fue desbancado por otro negro lleno de mala leche que me tenía atemorizada cuando niña.

Los libros de mi tía. Encuentro algunos de Victoria Holt. Recuerdo perfectamente que me regaló uno de esta autora cuando cumplí los dieciséis. Ahora ya eres mayor, me dijo. El título: La mujer secreta. Hace tiempo que lo perdí o vete a saber qué, quizá simplemente se fugó cansado de que no lo releyera. Ahora lo he recuperado en esa caja, junto con otros títulos de la misma autora. El enorme volumen de Los cipreses creen en Dios, de José María Gironella, del que tengo yo uno en una edición diferente, quizá más antigua, que llegó a mis manos de una forma un tanto turbia que no voy a contar. Me pregunto que se hizo de los otros tres tomos. Algunas novelas de Vizcaino Casas. Me gusta este autor por mucho que digan. Me gusta como cuenta las cosas desde lo vivido. Y así, novela tras novela, arrodillada frente a la caja voy leyendo títulos y autores. Me sorprendió darme cuenta que a lo largo de los años, en librerías de viejo o de lance, he comprado alguno de los libros que van en esa caja sin saberlo. Al menos conscientemente, por lo que tengo ahora mismo libros repes. Pero me da ternura. Me recuerdo recorriendo las estanterías de mi tía. Me traen momentos concretos cuando aún vivía mi abuela y pasaba más tiempo en su casa ¿Sería entonces cuando esos títulos y autores se grabaron en mi subconsciente? ¿Lo que me hizo comprarlos cuando los encontré? O sencillamente, mis gustos son parte de mi herencia. De la herencia de la sangre y la familia.
Aquí los tengo, aún dentro de la caja, a la espera de encontrar sitio en mi abarrotada estantería. Eso sí, uno de ellos se cuela cada día en mi bolso para acompañarme en el camino.

2 comentarios:

  1. En otro blog, el de María-Mesala-, escribí hace tiempo que es agradable darse cuenta de que uno no es una isla en muchos pensamientos y sensaciones, este es el caso... , la sensación de libros antiguos más que viejos, de papel desgastado por la voracidad con que han sido leídos y lo acontecido alrededor.
    Otra cosa que me ha hecho recordar es una frase de un señor que ya no está con nosotros... "A mis hijos no les dejaré dinero, pero todo lo que les halla enseñado y compartido, no podrá quitarselo nadie".
    Un placer leer esas sensaciones tuyas, mi pequeña May

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  2. Por cierto, me acabas de dar tema para un poema...

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