domingo, 15 de noviembre de 2009

CARACOLAS ROTAS

Hoy, después de mucho tiempo, Diana visitó al mar. Y él, la miró.
― ¡Ay, amor! Estás rota.
Ella mantuvo los ojos en el horizonte. Una gaviota descendió desde lo alto y le gritó.
―Te eché de menos ―murmuró el mar―. ¿Ya no buscas caracolas?
No respondió. Una lágrima solitaria recorriendo su mejilla sorprendió a ambos.
―Hace mucho que no te veía llorar. Yo cumplí mis promesas.
Se limpió la lágrima con un solo dedo, antes de advertir la presencia de otra, fugitiva descendiendo lenta y traicionera por su otra mejilla.
―Lo sé. Él volvió. Y se marchó.
―Sí, una vez y otra y de nuevo.
―Como tú.
―Yo nunca me voy del todo ―Rió íntimo, acariciando la arena a sus pies―. ¿Qué pasó?
―No nos quisimos lo suficiente.
―No me mientas ¿Recuerdas? Yo te envolvía en mis brazos mojados y tú rogabas por él. Recibí en mí tus lágrimas calientes y vivas Las saboreé, infinitamente dulces y amargas entre mis labios salados. Robé el calor de tu cuerpo al amanecer. Luna y sol en el cielo blanco. Ruegos susurrados en mi seno frío.
― ¡Calla!
―Sólo te di lo que pediste.
―Hubiera sido mejor…
― ¿Seguir pensando que él te amaba? ¿Creyéndole siempre enamorado? ¿Qué fuiste tú quien le fallaste?
― ¡Me duele! ¿Entiendes? Me duele tanto aún… Alma adentro, cuerpo adentro… me duele en las manos, me duele en la piel, me duele aquí, en mi pecho, me duele aquí, en mi estómago. Me duele…
Cayó de rodillas frente al mar, abrazándose con fuerza. Las lágrimas, otro mar perdido y vuelto a encontrar.
El mar retrocedió y avanzó, hipnótico, acariciando la arena sin llegar a tocarla. Envolviéndola con su respiración. Creando encajes de espuma, música con el viento. Deseando para si el agua de sus ojos…
―Mira ―musitó en sus oídos―. Esta saliendo la luna. Levanta la cabeza, mira el cielo. Luna llena: vuestra luna.
Ella alzó la cabeza. Allí estaba, radiante e indiferente, blanca y fría. Alzándose sobre el mar.
― ¿Cuántas veces soñaste con él bajo su luz? ¿Cuántas anhelaste sentir sus brazos rodeándote? ¿Cuántas veces dijo que estaría contigo? ¿Cuántas no cumplió su p…?
― ¡No! ¡Basta! ―Diana se quebró con su grito El cuerpo ovillado sobre la arena. Frágil entre al mar y la luna.
El mar lamió su rostro al fin. Lavó con su lengua helada las lágrimas vivas, calientes. Se extendió sobre su pelo, sus manos, mojó su pecho y su cintura, se entrelazó con sus piernas. La atrajo lentamente hacia su seno.
El mar siempre cumple sus promesas. La primera vez que la vio, Diana caminaba sobre la arena. Por él, atemporal y primigenio, había pasado otro verano y se iniciaba un nuevo otoño. Otro más en la eternidad de las estaciones. Los pies desnudos dejaban huellas que él lamía. Estaban solos, el mar y ella. La noche empezó a caer, aún cálida y Diana… sonrió. Sintió como la respiración de los dos se acompasaba, como el aire entre ellos vibraba al unísono, como fibra a fibra iba anudándolo a ella. Viajaron juntos a un lugar sin nombre y sin memoria. Y después él, se atrevió a besar sus pies y ella… jadeó. Y él, el Mar, se enamoró.
Sí, el mar siempre cumple sus promesas.
Fin.

1 comentario:

  1. Reencontrarse mar. convertirse en parte de la sal. Herida abierta y cerrazón que asfixia. Intimo y vibrante. Sacude y embriaga. Saludos, una caña y algunos libros... ya sabés. A

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