miércoles, 30 de junio de 2010

DUREZA DE ESPACIO

Los límites impuestos por los sentimientos, los sentidos, las impresiones, las experiencias. Empujados, estirados hasta más allá de lo vivido. Soñado, pues. Así es la vida. Rompes barreras para toparte con otras nuevas. Surgen del interior o impuestas. ¿Qué separa al hombre que vive en la calle del que cada día camina de su hogar a la oficina? Es probable que solo el tiempo.
El tiempo es otra frontera. Tiene fin, aunque haya momentos eternos y otros demasiado breves para ser contados.
¿La dispersión es otro límite? Sí, perseguir las ideas que se escapan, desgasta. Son como niñas alocadas jugando al no me pillas. Huyen en cuanto me aproximo, me dejan verlas cuando corren por mi mente. Frente al papel se esconden. Y yo me pregunto: ¿Por qué no? Su libertad está en juego y su vida sin limitaciones se niega a entregarse a las pautas de la escritura. Sujeto y predicado. Verbos concordantes, imágenes originales. Adjetivos, artículos y pronombres que buscan su camino y se repiten tomando el protagonismo. Creando y recreando el juego cacofónico.
Escribo desde esta pequeña habitación, cuatro paredes. Puerta cerrada de madera al resto de la casa. Puertas de cristal abiertas al día, ya claro. Dos, tres relatos por terminar. Dos micro cuentos lanzados a la aventura de un concurso. Pensamientos cruzados, lecturas y sensación de extrañamiento. Yo soy una extraña ante mi misma.
Confesiones a medias, limitadas por el cansancio, la prudencia.
Revuelvo entre mis escritos. ¿Quién puso esas letras en mis dedos? Conocían las reglas. Jugaban a ser conmigo una historia. El inicio: una propuesta al lector, un guiño. Él o ella, los que se disponen a leer o escuchar saben que les voy a contar una mentira. Pero están dispuestos a creérsela, a hacerla real con la condición de que la cuente bien. Les emocione, les entretenga, les conmueva. Ese sería el límite real para el que escribe. Y para eso has de darle a la historia parte de tu vida. Ha de ser tu obsesión. Pero tampoco podemos tomarnos demasiado en serio. Si pierde su parte lúdica, se transforma en algo sesudo y serio que “tienes” que hacer, una mañana nos levantaremos pensando: ¿Qué hago yo aquí a las cuatro de la madrugada?

― ¿Para que sirven los concursos en este momento? Para centrarnos, Gin ―respondo a una pregunta no lanzada por un amigo, de alguna manera consiguen sacarte de la rutina al lanzarte un desafío. Aunque también en ellos te encuentres con otros límites.

2 comentarios:

  1. La vida misma, la vida misma, creo que no existe nada que nos diferencia del hombre de la calle, tan solo lo superficial, lo que se hace a los ojos. Y para qué sirve un concurso? la verdad, sirven para una mierda, solo para alimentarnos el ego, pero eso es solo un rato, nada más. Los escritos merecen mejor suerte, no morir en el camino a un concurso... lo viví en carne propia y en la carne de mi chica, digo, la ingratitud del trabajo de uno. En fin, si te hace bien lanzarlos a concursar, perfecto, pero nada mejor que el libro propio. Nada mejor.

    un beso, mujer.

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  2. Un beso, compañero alado. Tienes razón y ninguno de nosotros, creo, vive pendiente de los concursos. Esta vez creo que han roto en cierta forma con la pauta de autoconmiseración que sigo y me cansa. Una especie de desafío que me saca de mis realidades. Ha funcionado de alguna manera sacando una historia que estaba ahí, en la punta del cerebro casi lista para ser expulsada al papel. No sé si se hubiera perdido de otra forma. Lo que sé es que me gustó parirla, aunque a diferencia de cuando tienes un hijo no exclames con pasión: es hermoso. Más bien te preguntes si lo será.
    Más besos. Me alegra compartir mis pensamientos contigo.

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