sábado, 2 de julio de 2011

CRÓNICA

Día: sábado. Hora aproximada: 01.45. Acto: comida de nostalgia. Protagonistas: Dos. Antiguos alumnos del instituto B... .Tiempo que llevaban sin verse: Ufff... la friolera de... no lo digo, desde un par de años después de salir del Instituto. Duración de la comida: Pues podían haber merendado también.

Una extrañeza, yo creo que lógica, viaja con ella. Con él no lo sé, no tengo datos. Se pregunta si después de tantos años tendrán algo de que hablar más allá de las preguntas corteses y las respuestas más corteses aún. Durante un par de días (cuando se concretó la propuesta de verse para charlar) ha pescado del pasado un montón de recuerdos. Las largas caminatas de regreso a casa desde el Instituto, cuando la necesidad de pesetas frescas en el bolsillo pesaba más que la comodidad de un autobús, llenas de palabras, risas, chismes varios de compañeros, charlas de doble sentido (Eh, de aquellos lodos surgieron estos polvos), un aprendizaje de algunos aspectos de la vida (lo que tiene que él fuera unos años mayor que ella) en definitiva lo que llena una amistad libre, cuasi adolescente entre compañeros de curso (varios cursos, de acuerdo).
También varios rostros, nombres, hechos medio olvidados de por aquél entonces. Emilio, Juanjo, Arturo, Cesar, Amparo, Sefa, Mª José (la lesb. todo un choque para mí en esos años)... Y se ha preguntado si es posible recuperar la complicidad de entonces. Difícil, piensa. Pero va, puntual, como siempre. Llega la primera al sitio de encuentro: Sal y Pimienta, y como ahora, entre las muchas cosas que en su vida han cambiado, le gusta la cerveza, pide una caña, en la terraza, claro, para encender un cigarro también.

Él llega, más puntual aún que ella, puesto que ha sido exacto y ella se ha adelantado unos minutos.
Primer punto de conversación:
El lugar de encuentro no es el lugar donde van a comer. Ella lo ignoraba. Esperan la cerveza. Y una coca cola. Él le reprocha el hábito de fumar. Eso sí es una cosa que deberías dejar. Y ella pregunta: ¿Esto sí? ¿Y qué es lo que no debería abandonar?
Las frases algo entrecortadas de estos compañeros-amigos-desconocidos, vuelan hacía los no presentes: los compañeros con los que él continúa viéndose. Segundo reproche: desapareciste. Ella no sabe que decir. Efectivamente la vida se la tragó (Y aquí alguno pensará que debe haberle sentado mal a la vida, puesto que la ha escupido de nuevo).

Aparecen los nombres en los que ella ya ha pensado-recordado y algunos que estaban olvidados, pero eso más tarde, en un restaurante brasileño-italiano. Ante unos entrantes deliciosos, un entrecot para él, lasaña para ella, agua y cerveza (adivina: sí, para ella). Le ha recordado a la otra MªJosé la roja, a Paco, a Tárrega, a Pablo el de los porros, al otro Emilio, que en este transcurso de tiempo ha sufrido peor suerte que nosotros, murió. Algunos profesores: Torres, la Vaquer, Núñez, Lledó, Martínez, Esperanza, Inmaculada... Tantas personas. De la famosa frase del Emilio que es más de ellos soltó un día, uno de aquellos días de antaño, a ella: "Tú no eres una mujer, eres un compañero."

Del viaje de fin de curso, de la noche que se recorrieron Palma para acabar en la habitación de los chicos en el motel pared con pared con el profesor. Solos, incluso diría que inocentemente solos, hasta que los otros llegaron y la habitación se llenó de más risas, de comida, de movimiento.

Más tarde y con el café en otra terraza hablan de sus vidas actuales, de sus trabajos, de las circunstancias, de bodas, de divorcios, de solterías y de vidas de monje. Él insiste en que la crió. Y de hecho la conmueve cuando la incluye entre sus amigos de siempre, los mejores, los de toda la vida.
De soledades, de sexo, de putas, de fútbol, de hombres y de mujeres, de clichés, de antiguas borracheras y de rescates caballerosos: la acompañó a casa, en autobús, una noche en la que ella practicaba con su reciente descubrimiento: el alcohol, dejándola en la puerta, como se hacía antes. Él cuenta que ella insistía en que no hacía falta, que ella podía ir sola y remata la jugada: si casi no podías andar, no hubieras llegado a casa. Ella ríe porqué recuerda y además ese rasgo continúa siendo suyo: no las borracheras, el yo puedo sola.

Y la tarde está llena de sol, de aire, de licor de fruta con hielo, café y té. Se alarga y tras las palabras de ambos se nota la vida que ya han vivido: "es que yo ya soy muy mayor" dice él Las experiencias y las amarguras, los fracasos, la desesperanza, de los miedos enterrados en indiferencias o en valentías, quizá simplemente como un sabor casi oculto, sazonando parte de la conversación.

Y llegan las siete, hay obligaciones que atender, cada cual las suyas y se acompañan un poco más: una rápida visita al banco, un paseo hasta las paradas del bus. Un adiós, un mándame un mensaje si no tienes saldo, cuando quieras y organizamos otra cosita. Una despedida rápida, sin un apretón de manos, ni un abrazo, ni dos besos. Dos viejos amigos separándose hasta otro día, otro momento.

1 comentario:

  1. Me parece un relato tierno, tal vez porque estoy en la fase de nostalgia adolescente-amiguesca.
    También él debería escribir qué sintió a la par, dias antes, durante la despedida fugaz. Creo que quedaréis más veces, lo mismo en un restaurante menos exótico, con tortilla, cerveza y clara o refresco si insiste.
    Creo que fue un reencuentro para contarlo tal como lo has hecho. Será que espero ser cómplice de otro reencuentro, este menos dilatado pero igual de emocionante...¿tú que piensas?
    Un saludo.
    Gin

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