jueves, 15 de marzo de 2012

Conversación de despacho

Gracias a Simplicismus, (Gaby) del que tenéis su blog, justo aquí al lado. En mi lista. Gracias por lanzarme la idea que originó el texto.



     Sir Robert contestó el último e-mail, revisó y firmó digitalmente el pago de los últimos impuestos de su empresa y eligió en una floristería virtual el ramo de flores con el que pensaba obsequiar a su mujer la semana siguiente en su aniversario, después cerró todas las ventanas de la pantalla y apagó el ordenador. Había sido un día muy largo –pensó contemplando el reloj sobre la mesa del despacho, sus números en verde parpadeaban indicando que pasaban cuarenta y cinco minutos de las veintitrés horas. Suspiró, buscó su E-book, apagó las luces y marchó a la cama con la intención de leer un poco antes de dormir.

     En el despacho reinó la quietud, acompañada del leve zumbido del reloj electrónico y el tic-tac sonoro del antiguo reloj de péndulo. En la cubierta verde del antiguo escritorio de caoba reposaba un juego de tintero con la tinta seca y sin pluma, un abrecartas en forma de daga, una estilográfica sin capuchón y un pisapapeles.
Cuatro minutos después de que los números verdes cambiaran de día, el reloj de pared dejó oír las doce campanadas de la hora en punto. En la estancia se escuchó un casi inaudible suspiro.
     ─El nuevo debería saber que lo elegante es ir siempre con un poco de retraso. Y lo exacto cuatro minutos a la semana…
     ─Pero el nuevo Amo solo lo mira a él, no a ti dijo el pisapapeles, vibrando en su pie de bronce.
     ─¡Bah! Eso pasará pronto, ya he visto a otros como él por aquí, siempre se estropean. A fin de cuentas                     tomó aire dejando escapar una leve campanada ¡perdón! Cómo iba diciendo, soy el objeto más antiguo de aquí.
     ─Eso no es cierto, Reloj, yo ya estaba aquí cuando llegaste tú…
     
     El reloj guardó silencio contrariado. Era cierto, cuando el abuelo del actual amo, lo colgó de la pared, esa bola de cristal reinaba ya, subida a una pila de folios, en la mesa.
     ─¿Recuerdas aquellos tiempos? ¡Eso si era vida! Recuerdo haber sujetado la carta donde el bisabuelo del amo, se declaraba a su amada, ¡Eso sí que eran palabras!
     ─Entre los dos nos enterábamos de todo, yo abrí el sobre en el que venía su respuesta –dijo el abrecartas nostálgico.
     Pisapapeles lo miró con pena. El tiempo no le había tratado bien. La antes orgullosa daga había perdido su patina dorada y verdeaba en algunos puntos. Su filo se había mellado y permanecía escondida dentro de la funda.
     ─Tienes razón. ¿Quién nos lo iba a decir entonces? Ya no hay papeles que sujetar, ni sobres que abrir y el joven señor ya solo emplea esos objetos sin clase.
     ─Pero… Las cartas volverán y con ellas los sobres ¿Verdad, pisapapeles? De siempre han existido.
     El pisapapeles guardó silencio. El abrecartas había perdido su empleo, eso estaba claro. Él había visto como habían cambiado los sobres, con esa extraña línea de puntos.
     ─Vosotros al menos estáis completos –dijo una voz débil a la que siguió una tos polvorienta. Desde que los niños me usaron como dardo y perdieron mi capuchón, no me encuentro muy bien.
     Encima eso, pensó el pisapapeles: He visto pasar a tantos y perderse… pero lo de la estilográfica es de llorar. Primero traen esas cosas de plástico que llenan un bote con tan poca clase que debe estar escondido en un cajón, para sustituirla en su empleo y después permiten que los niños destrocen su plumín… Está acabada. 
     ─Tranquila, querida, seguro que la doncella lo acabará encontrando y volverás a estar entera.
     Tanto Reloj como Abrecartas asintieron piadosamente. Y Estilográfica volvió a sumirse en su ensueño favorito, a sentir como la tinta corría fresca en su cuerpo y una mano cálida la conducía sobre un papel de aguas violeta en una inacabable carta de amor.

     Todos callaron, acabando por deslizarse suavemente en el letargo de los objetos cuando no son utilizados.
Todos menos Pisapapeles que seguía cavilando.  Había existido lo suficiente para ver como otros habían perdido su empleo. ¿Qué había sido del papel secante y la arena? ¿Del tintero y la tinta, seguros de que sin ellos nada podría ser escrito? ¿Del lacre, orgulloso de su color bermellón y de ser el guardián de la seguridad de las cartas? Volvió a suspirar y acomodó mejor su cuerpo redondo al pie de bronce. Aunque él, fabricado con cristal de murano y su elegante, porque era elegante, pie de bronce, representando un dragón que lo llevaba en su lomo siempre tendría empleo. Quizá ya no evitando que las corrientes de aire movieran y lanzaran al suelo papeles importantes, puede que solo como mera decoración o ¿Por qué no? En un museo o para un coleccionista, nunca se sabe. Tenía más de trescientos años. Y eso también era un empleo…   

4 comentarios:

  1. Agradecido por mencionarme.
    El relato me ha encantado, el ponerle alma a los objetos cotidianos siempre permite exponer las cosas que nos inquietan con la distancia justa para reflexionar sin llegar a sentirnos mal.
    Un abrazo.

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  2. Es un magnífico relato y me evoca nostalgia, candidez y deseos de comprar un abrecartas. Te doy la enhorabuena y felicitar a Simplicisimus por la idea.
    Que la magia de las palabras no nos abandone.
    Un saludo.

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  3. ¡Vaya! No sabía que la crisis había llegado tan lejos jejejeje.
    Me has hecho que toque mi abrecartas para que no se sienta mal...por cierto, el relato es magnífico, como todo lo que escribes.

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  4. Gracias a ti, Simplicisimus, por darme la idea. Nunca se sabe de dónde pueden salir los relatos ¿Eh? La vida es movimiento y cambio, y en cierta forma hay que adaptarse a ello. No para sobrevivir, sencillamente para vivir.

    Mi querido Gin, tú fuiste el que ordenó como Dr. House la creación y puso condiciones. No sé yo si magnífico, alguna cosilla para corregir he visto hasta yo al releerlo ahora. Pero gracias por estar ahí.

    Mi niña... la crisis llega a todo. Yo de ti tocaría algo más cálido que también tienes a mano. ¿O es qué ahora la llamáis daga? Un beso enorme.

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