viernes, 13 de abril de 2012

Desconocidos

Toqué su mano. Estaba fría. Tan fría que si no estuviera viendo su pecho subir y bajar habría pensado lo peor. Debía hacer más de una hora que dormía cuando me acosté a su lado. Como todas las noches, había renunciado a esperarme. La espié bajo la luz amarillenta que entraba de la calle. Nunca encendía el interruptor de la lámpara, no quería despertarla. Enfrentarme a su mirada cansada, a la boca amarga.
A veces aún la deseaba y hubiera querido deslizar la mano por la piel de su estómago, besar los labios entreabiertos, acariciar su sexo y encajarlo en el mío. Pero me daba miedo leer en sus ojos lo que sabíamos ambos. Éramos unos desconocidos atados a una misma piedra. Demasiado cansados para hacer otra cosa que arrastrarla cada uno tirando de nuestra propia cadena.
La abrigué con las mantas, protegiéndola de la noche y también de mí. ¡Qué injusto era contemplarla de esa manera! Ajena a mí como no podía estarlo durante el día. Como a un objeto una vez muy amado que ya no logra despertar la emoción que nos hizo atesorarlo. Del que nunca te decides a desprenderte, aunque su momento haya pasado.
Frunció las cejas oscuras, arrugó la frente y se encogió ¿Intuía mi mirada? Esa que despierta me exigía ¿Cómo hacerlo si ya no sé que decirte? Las palabras entre nosotros solo cuentan banalidades, necesidades rutinarias de esta vida trampa que hemos creado tú y yo.



Ya no soy el príncipe que te hacía estallar en carcajadas. Ni tú la princesa paciente que esperaba a mi lado el cuento de amor que yo escribía para los dos.
Ahora llegas cansada del trabajo, de ese que te roba el alma, la energía y la vida a cambio de más dinero.   Ese que tú llamas el mundo real, de los adultos. El que permite una casa mejor, un nuevo sofá, una tele más grande. Te pide traje chaqueta y maletín, diez horas de tu día, le pone un brillo metálico a tus ojos, pliega las comisuras en tu boca.
Llegas, miras mi espalda inclinada sobre los sueños que escribo, en los que ya no aparecemos nunca juntos. Dejas el bolso en la mesa, la chaqueta en la silla. No te acercas ni yo me levanto. Tu “buenas noches” rompe el silencio convirtiéndose en un arma amable cargada de reproches. Mi “la cena está en el horno, los niños han cenado y duermen” son palabras escudo que defienden el silencio.
Cenas sola, frente al televisor, siguiendo el último programa de moda para tener de que hablar en el trabajo, yo finjo que escribo. Cierro los ojos. No los necesito para seguirte. Terminas la cena, recoges el plato, subes la escalera, te desnudas y suspiras cuando tu cuerpo toca el colchón, sé que arreglas la almohada, la doblas bajo tu cabeza y también sé que no apagar la televisión es una pequeña venganza, diaria, contra mí.
Me levanto y acallo las voces falsas que llenan el salón. En el silencio recuperado, a veces te escucho llorar. Me encojo dentro de mí y vuelvo a mi rincón. Ya no sé que podría darte, como consolarte. Nunca fuimos quienes creíamos ser. Y vuelvo a mis lápices, a mis palabras, a mi ritmo interior. Te olvido.

4 comentarios:

  1. Esta es la última estación antes del cambio de vía, descrito según mi punto de vista de una manera magistral, sin caer en el exceso de sentimentalismo y con una gran carga de equilibrio emocional.
    May, una vez más me has vuelto a conquistar como lector.
    Un beso

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    1. Me decían el viernes que estos últimos textos desprenden un mismo aire y sobre todo que nunca terminan bien. No creo yo tampoco que terminen mal. Quizá, trato de explicarme la vida a mí misma y darme cuenta de que o bien no hay culpables o bien las culpas si las hubiera se reparten. Me inquieta últimamente la idea de si conocemos al otro o proyectamos lo que deseamos ver. Si era quien pensábamos o alguien imaginado. Si es esto último, si somos proyecciones de deseos ajenos, si siempre lo hemos sido, si el otro siempre ha sido una ilusión creada por nosotros... La desilusión última, el desengaño o la decepción solo es responsabilidad nuestra. No se puede culpar a nadie de lo que nunca fue.
      Gracias por estar.
      Un beso

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  2. frases cortas, ritmo ágil y esa cadencia que se enrosca como la voluta azul del humo en la punta de un cigarrillo. Vidas de interior desde el exterior. Recuerdos que transitan por un olvido ajeno, o propio, eso lo relee el lector en su salón.
    También fui príncipe, ahora me quedan mis lápices.
    Enhorabuena

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  3. Lápices que crean sueños y proyectos. Si no eres un príncipe, eres tú y eso es mucho más importante.
    Nos vemos pronto.

    Un beso de esos.

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