sábado, 14 de diciembre de 2013

Señora Amparo

Cuando conoces a una persona buena siempre te cambia de alguna forma. La bondad y el amor siempre van unidos. Te conmueve, se filtra en tu corazón, en tu alma y sana incluso sin saber las heridas que encuentran a su paso. Esto lo escribí hace unas semanas, no muchas. No sé de que otra forma honrarla, excepto manteniendo su recuerdo.
Fue un honor y un placer conocerla y asistirla en estos últimos años.

Cuando la vi desde la puerta en la cama con el pelo blanco tan cortito, los ojos cerrados, la boca prieta, el color de las lucecitas de todos los santos, el camisón azul que tantas veces le he puesto cubierto por la sábana blanca me acerqué despacio.  La muerte es un misterio.  Era ella y no lo era. No hay momento en que crea más en una vida después de la vida que en este. 

Cada día me marcaba el objetivo de lograr un reconocimiento, una comunicación. Una sonrisa, una palabra, una mirada. No más, pero tampoco menos. Le hablaba cuando le daba la medicación, me miraba resignada, pero me miraba, se la tomaba con más o menos esfuerzo, pero se la tomaba. A medias, yo creo, por su carácter disciplinado que no perdió nunca, a medias por mí, porque se lo pedía. Porqué le alzaba la cabeza, le pasaba el brazo por los hombros, porque le hablaba y se lo pedía. Y sí, aunque ya no hablará, aunque me costará retener su atención (a saber en que mundos propios, en que ensoñaciones y recuerdos estaría) yo la notaba conmigo. Quizá un poco resignada a darme el gusto. Y le daba de beber despacio, a poquitos, intentando no desparramar ni una gota, para que el antibiótico hiciera su curso y el analgésico mitigara sus dolores.
Después el desayuno: “¡Venga, Señora Amparo! Que esto esta más bueno y calentito!” La radio puesta y yo hablando sin parar, de las noticias del día, de si hacía frío, del bus, le preguntaba como había dormido, que había hecho la tarde anterior, le contaba que haríamos por la mañana. Y ella me miraba y me miraba y sin darme cuenta, le tocaba la cara, el cogía la mano, le acariciaba el hombro.  En esos momentos no existía nada más en el mundo. 

Ha pasado una semana. Ha sido dura y la ausencia pesa más cada día. La muerte es inevitable nunca diré deseable. Deseable es que desaparezca el dolor, el  sufrimiento que en ocasiones le acompaña.  La muerte es un vacio aterrador e incomprensible. De estar a no estar solo hay un suspiro.
Pero yo no creo que todo se desvanezca.  Con todo lo que quieres al cuerpo, a lo que ves y tocas de la persona querida, yo tengo la sensación que cuando la muerte llega nos deja una habitación de la que su dueño ha salido para no volver, recogiendo cuidadoso todas sus pertenencias.  Ha cerrado la puerta y se ha ido con las maletas llenas de las vivencias, recuerdos, personas queridas. Se va con sus cosas. Solo en ese momento yo lo veo tan claro, me sucedió con mi padre, con mi madre y también ahora. Me es imposible creer que la esencia, el alma, la chispa desaparezca con el cuerpo. Solo hay que mirar y sentir  para darte cuenta de que no somos un cuerpo, un cerebro, unas funciones vitales. Vivimos en él solo de forma temporal para después seguir nuestro camino.  Con nuestros amores intactos, nuestras luchas aprendidas o no.
Puede resultar extraño e incluso  me da como pudor poner en palabras estos pensamientos.  Pero es una certeza íntima que nació desde la primera vez que sufrí la muerte de una persona querida. Me he preguntado si es la forma en que yo me autoconsuelo o me engaño.  Pero cuando aquella primera vez acompañé al féretro de mi padre al cementerio, cuando lo vi desaparecer en aquel nicho, ya sabía que allí no estaba mi padre. Debería decir sentí porque sería lo más cierto. Sentí que no estaba allí.
Ya no sé si se quedan con nosotros, dentro nuestro, en nuestra casa, a nuestro alrededor aunque los haya sentido muy cerca en algunas ocasiones  o esperan el juicio de los justos o van al cielo o se reencarnan o tienen que resolver asuntos pendientes o se convierten en ángeles titulares o cualquier otra explicación que el ser humano haya dado a este misterio.

Hoy hace una semana que murió, como hubiera deseado . Amparada por los suyos, rodeada de amor, acompañada de la mano en ese último transito que somos capaces de ver.

Estos últimos meses redescubrí el poder de una mirada, la alegría de una sonrisa inesperada, a tener el oído atento a esa palabra que podía recompensar todo un día. Me inundó de ternura. Aprendí que cuando el mundo físico se reduce, cuando los sentidos se pierden, la comunicación encuentra, siempre, otras formas: cogerla de la mano, sentir como la aprieta con fuerza, dar un beso, acariciar el pelo, mimarla, arrullar, aprovechar cualquier momento para abrazar… La comunicación es por y a través del amor.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Presentación de Relatos con Abrelatas de Ricardo Guadalupe y otras cosas

El sábado estuve en el Bibliocafe, en la presentación del libro de Ricardo Guadalupe. Nuevo libro he de decir. Ricardo ha publicado Palabras Literarias, Frases en el muro y ahora este Relatos con Abrelatas. Títulos curiosos, especiales que así al primer vistazo y los tres juntos  ya nos hablan de progresión, de crecimiento interno, de evolución.
El Abrelatas, apellido de este último libro no se refiere a que de uno como regalo con cada libro (aunque para abrir cervecitas no sería una mala idea). Ricardo nos cuenta el backstage de los relatos que lleva hasta nosotros. El como se hizo, dotando a los relatos de una nueva dimensión que no suele estar al alcance lo los lectores: ¿En que pensaba el autor cuando escribió esto? ¿En qué se inspiró? Son preguntas que solemos hacernos al leer y aquí Ricardo satisface esa curiosidad que imagino que él también como lector debe haber sentido.  No imponiendo al lector lo que quiso decir el escritor, no guiándolo a través de los relatos, más bien dándole otra dimensión más, un plus que enriquezca la lectura
La presentación de Relatos con Abrelatas la moderó mi amigo Ginés Vera, tallerista y escritor. Entre los dos consiguieron convertir el acto en una tarde entre amigos que charlan de sus cosas, de su visión del mundo, de cómo puede influir la literatura en él, de los procesos de creación, de las influencias que llegan del cine, de otras obras y de la vida que transcurre dentro y fuera de nosotros.

Además de esto y de tomarme una cañita durante la presentación, la tarde fue divertida, al menos para mí, que estuve rodeada de antiguos conocidos y buenos amigos. Me acompañó mi amiga Ana (Ricardo, se fue pronto porque estaba cansada, de verdad), tomamos café  con Elga Reátegui (escritora y periodista, este es su blog si queréis conocerla mejor http://elgareategui.blogspot.com.es/), Poli y Ginés  en la previa a la presentación y lo mejor de la velada, indudablemente fueron los momentos que pasamos después de la presentación ya todos más relajados, con Ricardo y un pequeño pero  divertido y agradable grupo de personas, tomando unas cervezas y unas tapitas. Me reí un montón, lo que siempre y ahora más que nunca es necesario y sobre todo, pero sobre todas las cosas, jamás volveré a mirar un vaso de tubo de la misma manera.

Juntos Ricardo, Ginés y yo somos el setenta y cinco por cien de Maleta de libros (Vale, hay que reconocer que Ginés solo es ese 75 por cien o incluso el 90 por cien), así que aquí dejo también el enlace por si apetece echar un ojo.

martes, 12 de noviembre de 2013

Transductor

Esta temporada han sucedido muchas cosas. No delante de la pantalla. No aquí de madrugada, con mi eterno café al lado. Una serie de decisiones que afectan a mi entorno  han alterado mis ritmos y mis pausas.  Una cierta dejadez ha aflojado los lazos que me unen  a ese lugar extraño donde las historias esperan. Demasiadas dosis de realidad, de realidades hacen que el río se estreche, que la palabra se seque, que las ideas se queden refugiadas en la mente.

Y sin embargo tengo motivos para estar contenta. La semana pasada y ya era hora, fui al médico a conocer los resultados de las diversas pruebas que me han hecho este verano. La citología, la analítica y las ecografías (todas vaginales, con o sin gel, con o sin preparación que menos mal que una es limpia). El resultado es que estoy perfecta. Solo que mis ovarios se quedan de vez en cuando con un óvulo. Debe ser que les coge cariño.
La última visita a planificación fue viernes. Laura me acompañó y mi hermana, que estaba la pobre bastante descentrada ese día nos acercó hasta Alboraya. Yo iba silenciosa. Los nervios suelen hacer que hable mucho, pero el viernes me dejaron muda. Las escuchaba hablar y reír como a través de una pared de corcho, me sentía lejos, aislada y solitaria. Mi mente evitaba formar pensamientos y se centraba en pequeños detalles: Una bici, un trabajador del ayuntamiento podando una palmera, la casa de campo que parece tener una ermita adosada y más tarde en otros más irritantes, las veces que se equivocó mi hermana para llegar al Centro de Planificación provocó que pasará el último cuarto de hora controlando la ansiedad que me produce llegar tarde a cualquier parte.
Una vez allí, la espera de rigor, la enfermera cerrando la puerta en la cara a Laura. Estas cosas son para dos, parece ser. El ginecólogo ocurrente, paciente y amable ¿Por qué no? Todo eran buenas noticias. Visita inesperada al potro (después de todo, acabábamos de ver los resultados de la ecografía que me hicieron en el hospital, con mis ovarios milimetrados y la posición de mi útero identificada).
Esto es un transductor intravaginal. Le ponen una
especie de preservativo gigante y te suelen untar con
un gel que está bastante frío. 
A la camilla ginecológica, que sigo pensando que enriquecería más de una vida sexual, con las bragas en la mano, la falda que ya de por si es corta aún más subida para que no interfiriera, las piernas en los estribos.  El derecho no se mantiene fijo y se mueve, lo que provoca que el Gine (ya hay confianza) después del clásico: “saca más el culete”, me pidiera que me relajara y no me moviera, provocando una charla típica de camilla. “Es que se mueve el estribo”; “Ya, la camilla que está para cambiar” antes de introducirme ese palo que he descubierto que se llama transductor intravaginal, pero vamos, a palo seco y nunca mejor dicho, sin echar su poquito de gel  ni nada (me remito a lo de antes, será la confianza, en el hospital me echaron tanto gel que estuve unos días con la sensación de pringue total) y confirmó que se veían dos óvulos retenidos en el ovario derecho pero que en diez o doce días tendría la menstruación.  La verdad es que esto es para hacérselo todos los meses, te avisa y puedes ir comprando tampones para que no te pille desprevenida.

Y salí de allí, después de ponerme las bragas y bajarme la falda, claro, con un subidón importante. Eufórica y ligera. Lo que me hace pensar que como muchas veces había reprimido mi miedo, mi incertidumbre, enmascarándola en mil cosas diferentes. Pero que siempre la llevaba encima como la nube negra que persigue a los dibujos animados. La mente hace esas cosas, por lo menos la mía.

Y el sábado estuve en la presentación del nuevo libro Relatos con abrelatas de Ricardo Guadalupe, compañero de Maleta de Libros, acompañado, moderado o presentado que nunca se como se llama eso, en la mesa por mi amigo escritor y creador del blog Maleta de Libros (eh, interesante blog en el que se hacen entrevistas a escritores y se reseñan libros): Ginés Vera. Pero eso prometo contarlo mañana que ya se va haciendo un poco tarde y tengo que ir a ganarme el pan.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Tristeza

Ayer me entró como un no sé qué en el cuerpo. Una tristeza extraña, melancólica que hace mucho que no sentía. De esas de las de antes que irrumpían en mi vida encapsulándome en un mundo propio que se alimentaba a si mismo de recuerdos antiguos, pensamientos dolorosos, de verdades inconexas, de anhelos imposibles y de miedos profundos. Una amalgama de sentimientos que era capaz de tocarme y hundirme durante unos cuantos días. 

Antes, en aquellos tiempos, llegó a ser una forma de vida. Una deformación de la realidad que me mantenía la mayor parte del tiempo viviendo sumergida en un agua fría y oscura que amortiguaba las realidades de mi vida, paralizándome. Imaginad una masa gelatinosa, semitransparente que os rodea y con la que cargáis todo el día. Imaginad que a través de ella veis a vuestra familia, a vuestros amigos, que os acompaña al trabajo, que se vuelve más densa por las noches y que a momentos sentís todo su peso en cada parte de vuestro cuerpo, en especial en el pecho, oprimiéndolo. Los sonidos, incluso las voces que amáis os llegan distorsionados, lejanos. Vuestra capacidad de reacción es dos o tres segundos más lenta de lo que debería. Una masa que se alimenta de tus pensamientos más oscuros y que su bocado predilecto es la culpa y qué, como cualquier otro ser se resiste a morir, así que cada vez te asfixia más, se vuelve más negra, más pegajosa.

Aprendí que la única manera de dejarla atrás, de sentir de nuevo el calor del sol, era la acción. El movimiento, la decisión es lo que la aleja de ti. Incluso antes de averiguar el porqué. Dúchate, vístete, ponte guapo con esa prenda que sabes (en este momento has de fiarte de aquello que te ha dicho quien te quiere bien) que te favorece, mírate en el espejo y sonríe. Sal a la calle, saluda al vecino, compra el pan, el periódico, tómate un café, vete a trabajar, céntrate en lo que haces, hazlo lo mejor que puedas, habla con la gente, busca un amigo, tomate unas cervezas. O quizá, escribe sobre ello. 

Y cuando llegue el porqué, que llegará en cuanto se alce una punta de esa masa triste que te rodea, escúchalo, analízalo, decide o asúmelo.

Ayer recibí una llamada de Juanjo, compañero de instituto sobre la cena de la que se habló en el entierro de Ochoa. Será para el día cinco de octubre probablemente. Ayer me enteré que las pruebas médicas al padre de una amiga muy, muy querida, confirmaron lo temido.

Eso y que los días se acortan, eso y que quiero hacer muchas cosas que retraso, eso y que llega el otoño, eso y que…


Será mejor que salga a iniciar el día, con tiempo de tomar un café con una buena amiga. 




 

martes, 10 de septiembre de 2013

Destinatario: Juan Antonio Ochoa

Creí que mi primer post sería sobre las vacaciones, pero no, será sobre ti que nos has dejado hace tan poco. Querido amigo. No he podido escribirte antes aunque te he hablado muchas veces en mi mente. Te he pensado tanto. Pero aún no me hago a la idea de que te has ido. Aún te busco muchas mañanas desde el bus, tal como hacía, cuando está a punto de llegar la parada en la que bajaré, como hacía siempre desde aquél día que nos reencontramos después de tanto tiempo. Y me digo a mí misma: no está. No estarás ya. No podré cumplir la mil veces incumplida idea de llamarte. Solo para saber como te va, como está tu padre, como llevas la vida.

Te fuiste un viernes, el último de agosto, de tu agosto. Cuando me llamaron (me alegro tanto habernos vuelto a encontrar ese julio de hace dos años, después de tanto tiempo, podías haber muerto y yo no saberlo nunca), cuando me llamó Juanjo el viernes, no podía creerlo. Mi mente era incapaz de aceptarlo. Un ataque. De madrugada. No se pudo hacer nada.

¿Cómo te mueres así? Sin avisar, sin dar tiempo a despedirnos, sin poder hacer nada por ti, contigo.

Me parece verte, ladeando la cabeza, con ese gesto característico en ti ¿Lo sabías? entre socarrón y cariñoso (por lo menos cuando hablabas conmigo, hasta cuando íbamos al instituto lo hacías) y decirme: ¿Qué ibas a hacer tú? ¿Me hubieras llamado por fin?

Sé que todos lo sabemos. El tiempo es finito. Lo que tengas que decir o hacer a la gente que quieres hay que hacerlo cada día, cuando puedas, en el momento en el que el alma te tira. Pero a la vez, nos creemos inmortales, no solo nosotros, creemos que todos a los que queremos, a los que quisimos lo serán también. Y dejamos pasar el impulso que nos avisa, un día y otro y otro. Y está vez ha sido demasiado tarde. Ya no estás para escucharme.

¿Recuerdas las largas caminatas a pie desde el instituto? Tantas horas de charla. Como nos reíamos.  Cuando me dejaste aquella libreta con la que aprobé tecnología y que nunca volviste a ver. Como murmuraban de nosotros aquellos años en los que siempre, siempre estábamos juntos. Y cuando me conseguiste las prácticas en el laboratorio municipal. Nos lo pasamos en grande. Recuerdo a las limpiadoras preguntándonos si eramos familia. Y como aún estabas enfadado tanto tiempo después porque creías que eso era cosa mía, que yo lo había dicho. Pero no. Nunca dije eso, jugué con ellas un tiempo y luego lo desmentí, eramos amigos. Tan sencillo, tan grande. Amigos. Y puestos a sacar trapos sucios también te cabreaba que nunca te llamara por tu nombre, que siempre usara el apellido. Pero que le voy a hacer, si siempre fuiste para mí Ochoa. Si nunca te llamé Juan.

Entre tú y yo: siempre supe que aquella poesía que me entregaste un día, tan nervioso, no era la canción de algún grupo de entonces. Sabía que era para mí, que la habías escrito tú. Pero yo no quería que pasara eso, no quería decirte que no, no quería renunciar a ti. A mi amigo. Ya sé que todos los hombres pensáis que es injusto. Pero te quería, aunque no como tú querías. Ahora pienso que debería haber sido más valiente, haber cogido aquella hoja, haberla guardado y no devolvértela aprisa y corriendo, tan o más nerviosa que tú con esa endeble excusa.

Fuimos a tu funeral. Me llenó, me calmó el corazón ver a tanta gente que te había querido. Vi lágrimas en más ojos que en los míos. Me repetía una y otra vez esa frase tuya que me llegó al alma cuando insististe en aquella comida que me criaste y me incluiste en tus amigos de siempre, los de toda la vida.

Me alegra tanto que ese día acabáramos por recuperar la complicidad de las risas de antaño.

Hasta siempre amigo mío. Perdona si no supe ser la amiga que debería haber sido. Siempre me acordé de ti, en los momentos en los que estabas y en los que no estuviste. Creo que he hablado de ti a todas las personas que conocí después. Estabas tan unido a mi adolescencia, a mí juventud que era, que será imposible no nombrarte, no pensarte.

Hasta siempre Ochoa. Mi querido Juan Antonio.



sábado, 3 de agosto de 2013

En honor a ti: Vacaciones ya entre mis piernas

Primer día de vacaciones. Mañana blanca donde las haya aunque el día esté gris. Mi primer día de vacaciones después de muchísimo tiempo (no alargo las vocales porque no me parece que quede bien pero la u en muchísimo podría repetirse hasta tres años poco más o menos). Sí, por fin vacaciones. Las puedo sentir sólidas bajo mis pies, entre mis piernas. Por fin. Sé que correrán como el viento y en un visto y no visto dejarán de estar. Pero de momento, son.

Me he levantado un poquito aprensiva porque necesitaba/quería/deseaba comunicar algo con precisión, abrirme más si cabe y escribir con el corazón y la cabeza. Aunque digo mucho que la verdad está sobrevalorada (la verdad tiene muchas caras, depende de quién te la diga y quien se crea dueño de esa verdad), la sinceridad con uno mismo y con quién se quiere te da paz.

Y bueno, ahora mismo, estoy serena, feliz y en paz. Es una buena forma de empezar las vacaciones. Y además el médico me dijo el miércoles que estoy buena. Bajo su punto de vista, claro, qué en este caso era los resultados de la analítica visible en su pantalla de ordenador. Azúcar, colesterol, hierro, hormonas y no sé cuantas cosas más estaban en orden, casi mejor que en orden según él: perfectas. Me queda la ecografía vaginal, pero eso ya lo contaré a finales de octubre.
¿He contado que mi médico está bueno? Empieza a notársele el paso del tiempo, como a todos. Tiene una sonrisa graciosa porque siempre parece que se le escapa sin querer. O será conmigo que cuando me pongo nerviosa no puedo evitar hablar mucho y ponerme modo payaso o si no que se lo pregunten a Ginés que él sabe de que hablo. Este médico, Victor, tiene fama de serio y de alguna otra cosa más que no puedo poner aquí y no, no es nada sexual que de esa, si la tiene no sé nada. Recuerdo haber hablado con alguna vecina sobre él y que me dijera que no le gustaba nada porque siempre era muy seco. Ya digo que conmigo nunca lo ha sido y ahora mismo reflexionando sobre él me acabo de dar cuenta de porqué me cae tan bien y me hace gracia, aunque no quiera sonreír, los ojos le delatan: se le forman unas arruguitas en el rabillo y le brillan. Y eso hace que me recuerde mucho a mi padre. Él (mi padre) era especialista en contar verdaderos monólogos, chistes, en embromarte, en hacerte rabiar, sin sonreír en absoluto y manteniendo esa voz del Señor Enrique, el rictus serio, el semblante severo que tanto solía imponer y sin embargo siempre lo podías descubrir si observabas sus ojos. No podía evitar sonreír con ellos.  

Estoy dispersa, lo sé. Salto de un tema a otro. Pero estoy contenta y quiero pensar que contagio esa alegría en cada tecla que pulso.

No sé si escribiré mucho o poco estas vacaciones, me da que más bien lo contrario.

A modo de regalo (si pudiera hacerlo, si no suena a presunción) me gustaría "contagiar" esta alegría a todo aquel que pase por aquí y sobre todo a aquellos que siempre estáis ahí. A los que empecéis las vacaciones conmigo, los que ya estáis en ellas, los que las tuvistéis, los que no las van a tener, los que por circunstancias no tienen quien les de vacaciones. A todos, feliz verano.

Aunque suene medio a despedida escolar hasta septiembre seguro que no lo es, que volcaré más de mí, más pensamientos, más cositas mías de aquí allá.

martes, 23 de julio de 2013

Sueño

He dormido poco.No sé porqué. Hice la siesta pero no el tiempo suficiente para privarme de las ganas de dormir. JC dirá que fue el café que me tomé por la tarde. Es posible, no digo que no, pero antes no me afectaba.

El caso es que no me costó conciliarlo solo que he ido despertándome a tramos hasta acabar en un duermevela no del todo desagradable pero cansado. Así que hace un rato ya largo he encendido la luz, he pelado cebolla, cortado pimientos y calabacines y allí están, en la sartén, cocinándose.

Ya voy, ya voy a por el cocodrilo (Ginés entenderá esto: el relato de hechos comunes que nos pasan a casi todos es por su obviedad aburrido, a no ser que entremedio pase algo que rompa esa "comunidad"). He tenido sueños eróticos. Vale, tampoco es tan raro, pero al contrario de lo que pueda parecer suelo tener pocos de ellos. Supongo que soy incapaz de mantener la tensión sexual para ello. La resuelvo antes de dormir si eso. Creo recordar que estaba en Galicia. Una Galicia imaginaria ya que no he estado nunca.Por una de esas cosas de los sueños iba con mis hermanas, visitando por lo que parecía al novio de una de ellas, que no es que tengan novios pero esta noche en mi sueño, sí. Recuerdo poco de los actos sexuales en sí. Sé que uno es al llegar y dentro de una habitación que pese a no conocerla, me resultaba familiar. Era un poco como la que hay en la casa de Pedralba, mucho más grande y destartalada, sin ángel ni concierto. Tampoco y siento si esto puede molestar o dar sensación de engaño, recuerdo con quién tuve el encuentro. Se me ha quedado mucho más marcado las miradas de mis hermanas que sabían que había sucedido en esa habitación. Algo así como... ¿Conmiseración? ¿Escándalo? pero lo que predominaba era una especie de resignación divertida que decía: a nuestra hermana pequeña hay que vigilarla y protegerla.

Después de aquello me sacan de la casa para alejarme del peligro, supongo y para visitar aquella especie de pueblo. Carreteras, túneles extraños, tiendas llenas de objetos antiguos y lo que es casi peor, la gente más antigua todavía: Mujeres vestidas de negro, con pañoleta al cuello y el cabello cubierto. Hombres con bastón, pelo cano, pantalones de pana gruesa (mi subconsciente se pirra por los clichés, creo). Así que, mientras mi familia se encuentra con la familia del novio inexistente de una de mis hermanas, yo me pierdo voluntariamente por el simple procedimiento de seguir caminando hasta llegar lo que parecía el fin de la tierra o puede que solo un precipicio bien disimulado por la vegetación. Que no sabía yo que había palmeras robustas y más bien enanas en Galicia. Trato de sujetarme a alguna de ellas porque todo el suelo de mi alrededor se desmorona, se resbala cayendo a la nada. Me resulta imposible, las hojas se me escurren de los dedos o tengo que soltarlas porque cortan mis manos. Hasta que alguien, tampoco sé quien es, ni recuerdo su cara, me retiene y tira de mí hasta un terreno firme.

Debo ser muy agradecida en los sueños, aunque no puedo decir si ese fue el motivo o fue cualquier otro, la cosa es que termino (terminamos el héroe de los sueños y yo) con un encuentro sexual, pero no allá en los confines del mundo rodeados de palmeras enanas y robustas, sería demasiado simple y sobre todo, demasiado prudente: terminamos haciéndolo en una de esas tiendas por las que antes he pasado, con los lugareños vestidos de antiguos, pasando libremente a nuestro lado e incluso creo recordar, que mirándonos con una intensidad inmoderada  y como no, descubierta por mis hermanas que deciden que hemos tenido bastante viaje. Lo último que recuerdo es que me arrastran a la habitación destartalada, que me recuerda a las de la casa de Pedralba, hablando entre ellas de mí, como si yo no estuviera y que empiezan a hacer las maletas para irnos. Creo que lo que pensaban se podría resumir en: a esta no se la puede sacar de casa.

No puedo llamarlo un sueño erótico, por mucho sexo que hubiera. Recuerdo mucho más el resto de elementos. Tampoco me he despertado con una sensación de calentura o frustración. No, más bien ha sido de diversión por la actitud de mis hermanas ante todo el asunto. En el sueño no estaban realmente enfadadas conmigo. Estaban como... bueno, así es ella.

Ya están las verduras hechas, nada del otro mundo, con un poquito de carne picada y especias. Ahora a la ducha y a comenzar mi vida externa. Preveo que hoy pasaré sueño.


jueves, 18 de julio de 2013

De mi sofá y otras cosas

Me he despertado empapada. Me dormí con la ventana cerrada y en el sofá del salón.
Aunque me haya quedado claro que no es el mejor lugar del mundo (ni siquiera del pequeño mundo que es mi casa) para dormir, me empeñó en quedarme dormida en él. Y eso que le tengo cierto resentimiento. Sé que es absurdo tenérselo. Lo he hecho mío a costa de romperme de vez en cuando la espalda en él. Pero sigo teniéndoselo. No me gusta y lo oculto bajo fundas. Me quedo siempre a medio camino, porque la compré (la funda) de color chocolate para añadirle alguna tela clara o llamativa y unos cuantos cojines... Y no llegué a hacerlo.
Prefiero no pensar en ello como metáfora de mi vida.
Hay cosas que termino quizá no de la mejor forma posible, aunque tampoco sé bien que dictamina eso. O quién. Siempre hay una imagen previa ideal de como deberían ser las cosas. Y esa imagen si lo pienso bien viene de la literatura, de las películas o de las series. Es decir, de un mundo ficticio que aunque tiene apariencia de realidad no es real. Y qué, un buen señor o una buena señora ha creado y resuelto con su drama, sus puntos de giro, su sorpresa final y que no suele funcionar en la realidad.

Ayer hablando con una orientadora (ahora se llaman así los asistentes sociales, no tengo ni idea de porqué) me dijo que era "excesivamente empática".  Y además una empática equivocada. Es gracioso porque estuve a punto de preguntarle si es que leía mi blog (sé que no, pero...). Concretó diciendo que ser empático no es imaginar que sienten los demás, si no "reconocer" que sienten los demás.

Vale, tocada y hundida. Tiene toda la razón. Me ha costado años y estar muy jodida llegar a la misma conclusión. Si es que debería haber estudiado más... Ah, joder, no! que hablamos también de la culpa. Con lo que me gusta a mí una buena culpa... y va y me dice que vivir con alguien que no se quiere equivale a mentirle y engañarle (los secretos del alma es mejor guardarlos en la caja fuerte de la mente). Y que al decidir dejar de hacerlo no solo había actuado bien para mí, si no también para él. Visto así... Aunque creo que así lo ve ella y es posible que yo también. Estoy bastante segura que él no.  Me sorprendió que diera por hecho que fui yo quién di el paso, quién se sentía así de mal. Sobre todo porque no le había contado nada de aquello. ¿Se me leerá en la cara?

Me dijo más cosas por supuesto. Cosas extrañas como que uno lo hace lo mejor que puede y que si te equivocas puedes rectificar. Intentarlo otra vez. Y supongo que otra y otra y todas las veces que sean necesarias.

Yo pienso, que no necesariamente es la verdad, es que hay equivocaciones que no tienen arreglo. Como este viejo sofá. Me equivoqué al aceptarlo cuando me lo dieron y por mucha funda que le ponga, por muchos cojines que le compré, no dejará de ser estrecho, el relleno duro, los almohadones se seguirán deslizando y seguirá sin gustarme. Lo suyo sería tirarlo y comprar uno nuevo. Pero no siempre se puede.

sábado, 13 de julio de 2013

Un año más

Las semanas se llena de contrastes y el tiempo se escurre entre mis manos. Me prometí escribir más, que no sé si mejor. Repasar o reelaborar o sin cambiar mis propias palabras: trabajar en los relatos que tengo por ahí para darles el pulido necesario, ya que han surgido del Taller de Ginés, que terminó este jueves.

Y con esto vuelvo a la idea de que el tiempo adquiere una velocidad que ya quisieran los de las carreras de coches de los domingos (poca afición se me nota). Ayer fue mi cumple.

 No me ha dado por mirar atrás. Pero tampoco hacia delante.

El caso es que estoy escribiendo esto y después de releer la frase me doy cuenta que no es cierto (podría borrarla, pero esto es un discurso interno, un monólogo interior). Pero no porque fuera mi cumple, más bien porque soy de mucho pensar, demasiado. La imaginación se me dispara y empiezo con los "isi". Ya sabéis: y si hubiera hecho, y si no hubiera, y si aquello... No tienen mucho sentido los "isis", no se pueden cambiar. Y sin embargo la insistencia de mi mente en estos juegos me hace pensar que es la manera en la que el yo inconsciente quiere que mi yo de andar por casa, aprenda. No sé si lo conseguirá. Mi mente que es dispersa juega a recrear, a cambiar y a mantener conversaciones imaginarias. Si es la hora de dormir, acabo por hacerlo aferrada a un cuento que nunca escribiré aunque lo recree mil veces.

He cambiado. Claro que lo he hecho. Más de lo que preveía, creo. Me cuesta más reír, aunque la sonrisa este casi siempre en mi boca. Me es más difícil mostrarme. Soy más reservada aunque lo disimule mejor que antes y pueda parecer lo contrario. Guardo mucho para mí. Espero cualquier cosa del otro, de lo malo y de lo bueno. Comprendo mejor "lo malo" porque conozco más mis propias sombras, mis debilidades, mis miedos.  Me fio más de mis intuiciones. Disfruto de los momentos. Me centro en ellos. Trato de no sufrir por adelantado, ni por aquello que no puedo cambiar. De suavizar mis eternos sentimientos de culpa.

Intento no juzgar al otro, a la gente que me importa. De no proyectar en ellos lo que quisiera ver, si no ver lo que son ellos mismos. Eso es lo más difícil, me parece. Dejar de poner motivos, razones, pensamientos en la mente de otro, que pobre, ni siquiera sabe que lo hago. Que yo tampoco sabía que lo hacía.  Pero sí, lo hacía y luego venían los lodos y los lloros. Expectativa se llama, creo.

En fin, que un año más, un veranito más. Otro tramo recorrido. Un año difícil, esa es la verdad. Con puntos tan oscuros, accidentados, escabrosos que podían haberme tragado entera. Lo que no te mate te hace más fuerte o te engorda, cualquier cosa puede pasar. Con puntos luminosos también, con escapadas intensas, con luminosos momentos de plenitud. Con secretos... que no contaré.

viernes, 5 de julio de 2013

Ginecológico

La semana, la mía, ha sido larga, corta, rara y sobre todo ajetreada. Esas semanas que la vida regala para que te las tomes como vienen. Mejor no sacarles demasiada punta. El martes tuve que hacer malabarismos para poder ir al ginecólogo y ayer sin embargo, empecé a trabajar a la una y a la mañana parecían nacerle horas extra.

El martes la cosa empezó con prisas y eso que tenía la cita a las diez menos diez, que eso ya es para mí media mañana. Por eso mismo me confié, aún así y como la familia está para estas cosas además de para otras, mi hermana me dejó justo en el Centro de Planificación, cinco minutos antes de la hora de la cita.

Más de un mes con la tal cita programada. La verdad es que durante ese tiempo no pensé mucho en ello, pero mi cuerpo, sobre todo el último finde se ocupó de recordarme bien que quizá sí tenía motivos por los que preocuparme y claro, aunque lo había relegado al fondo de la mente, cuando ya se acercaba el momento me iba poniendo bastante nerviosa. He de decir que tuve varios ofrecimientos para acompañarme, pero soy un poco Juan Palomo y no veo la necesidad de que el personal deje de hacer sus cosas cuando con el médico y yo bastábamos para la ocasión.

Es muy divertido que personas absolutamente desconocidas te hagan todo tipo de preguntas íntimas: Mantienes, con que frecuencia, con cuantas personas... el interrogatorio es más fino, pero viene a ser eso. Si  follas, cuantas veces lo haces y si es siempre con la misma o con varias y que método anticonceptivo utilizas (a eso le dan mucha importancia, como todos). Y además en el colmo de la discrección dejas que todo ello vaya a un informe que se realiza en el ordenador, para que quede todo bien recogido.

Después pasas a la "hora de la verdad". Vamos, que te pasan con el médico, que curiosamente vuelve a interesarse por tu vida sexual pero además te pregunta cuando fue la última vez que te hiciste una revisión (ni lo recuerdo), la última vez que te hicieron una analítica (allá por el pleistoceno?) y si fumas, dato importante porque te jode con la mirada, cuando timidamente le dices que sí. Una vez hecho esto (ya te tiene intimidada y contra las cuerdas) pasa a preguntarte que es lo que te pasa, pregunta que oye, tiene su lógica y parecería que tuviera que ir antes de con quien y cuanto follas, ¿eh?; pues ya le explicas que tienes un sangrado que a ti no te parece normal (eso hay que recalcarlo y viene a que hasta ahora todos los médicos que conozco dicen que todo lo que tenga que ver con "eso", entiendase sangres mucho, sangres poco, a menudo o menos a  menudo, siempre que sea sangrado vaginal entra en una categoría nebulosa de "normal"); sobre todo que el último finde parecía que estaban realizando la matanza de esas de los pueblos en tus ovarios y tú sin nada con lo que recoger el producto y hacer morcillitas y eso, al menos nada que pudiera contenerlo.

El hombre, que era muy amable, la verdad, me miró y me dijo: hala, que voy a revisarte y eso, señores sí es joder literalmente. Ecografía vaginal, gran invento donde los haya. Me acompañó la enfermera: dos pasos. Lo que separaba la mesa del potro (del potro habría que hablar extensamente, pero esto ya me está quedando larguísimo: solo una cosa, todos deberíamos tener uno en casa). Te indica que te quites cosas: en mi caso el pantalón y las bragas. Te indica que te sientes en el borde del cacharro. Que saques el culete más hacia fuera (¿Siempre lo dirán en diminutivo? ¿En su vida privada también?) y te coloca las piernas sobre esas bonitas cosas negras que veis en la imagen, que no es exactamente el potro en el que estuve pero se parece bastante.

Una vez colocada, ya vino el médico y se sentó en un taburete... ¿A qué adivináis dónde? Justo, entre mis piernas que estaban pues eso, muy abiertas. Y me dice tomando una especie de "palo" largo y delgado (afortunadamente): Relajate. Yo obediente me relajo con un pequeño esfuerzo de voluntad. Cosa que gusta al hombre porque me dice inmediatamente: : Así, que entra suave.

Y claro, casi me da un ataque de risa pero él me lo cortó en seco: Un pólipo en el ovario izquierdo. Que se ve muy bien (y yo me pregunto si es que presenta buena cara, es fotogénico, el señor tiene buena vista, es hermoso... ¿qué significa se ve muy bien?) y claro, pregunto. Y significa exactamente que no parece malo, que él (por el médico) cree que es una ovulación retenida (¡Qué cosas saben  hacer mis ovarios, joder!) y que cree que el sangrado se puede deber a eso (pues ya me deja más tranquila) pero que me va a pedir otra ecografía "buena" (que ya la hemos jodido, está era la mala) y que piensa que quizá para cuando me haga la otra el pólipo haya desaparecido de forma "natural".

En fin, que me fui mareada, jodida pero aferrada a ese "me parece" de mi médico. Ya me he hecho la analítica y para la eco buena hay que esperar a octubre.

Contaría más, pero para variar he de salir pitando que aún me espera la ducha.


lunes, 1 de julio de 2013

Los talleres de Ginés

Los jueves voy a un taller de escritura creativa. La hora es un tanto extraña: la de la siesta, si pudiera hacerla. Pero me gusta porque así enlazo el curro con la clase y no hay tiempo muerto ni viajes dobles. Aunque a mí la que realmente me mola es esa hora en la que ya se acaba el día y suele quedar tiempo para una cervecita.
Sé que hay opiniones en contra acerca de esto de aprender sobre como escribir. Como puede verse no es mi caso. De hecho creo que tiene mucho de oficio y como tal deberíamos conocer muy bien las herramientas necesarias y eso, que no la inspiración ni el talento ni las ganas, ni el tesón, ni la constancia es lo que dan los talleres. Aprender puntuación, técnicas, acostumbrarse al manejo del idioma y a ese esfuerzo tan grande que supone para algunos (como yo) de leer en voz alta y en directo a los compañeros nuestros trabajos.

Dejando aparte mis opiniones continúo con lo de mi taller: o recibo de mi estimado Ginés que este veranito va a estar muy ocupado. Incluso se va a Soria a impartir un taller, lo que sé que supone para él, un esfuerzo extra pero también una satisfacción que no se puede medir.


Taller escritura creativa Impartido por Ginés 
Pero aquí en Valencia también va a dar algunos presenciales y veraniegos:
  II Taller de Cuentos Infantiles en la librería Somnis en Paper.
 Taller intensivo de Novela Corta en la librería Leo Valencia.




Estoy segura de que ambos serán motivadores. De hecho, tengo por ahí, en el blog dos relatos que surgieron del primer taller de cuentos infantiles. Aprendí un montón de cosas. A pensar... no, vale, pensar ya lo hacía de antes, pero pensar a quién va dedicado el cuento, relato, novela siempre es importante, pero mucho más si es para los niños. Alcanzar aunque sea a entrever que les interesa, que queremos transmitirles y la mejor forma de que les llegue y lo entiendan es importantísimo. Cuidar el lenguaje, las imágenes, hacerlos atractivos requiere práctica, pruebas y aprendizaje. No sé si Bepo, la mariquita o el pequeño tren son representativos. Ginés me enseñó lo mejor posible y yo hice lo que pude. Sé de una compañera de aquel taller que ha publicado su cuento.

Así que si estáis por aquí o cerca, sentís el gusanillo este de la escritura y buscáis donde y con quien buscar conocimientos e inspiración ahí tenéis dos propuestas interesantes.

viernes, 28 de junio de 2013

Leer

El tiempo vuela. Es una perogrullada, lo sé. No solo me pasa a mí, se lo escucho decir a todo el mundo. Pero es que yo tengo la sensación de que corre tanto que pocas veces tengo tiempo para "retirarme" conmigo misma y mis placeres. Que conste que hablo de los inocentes que para los otros siempre hay tiempo. Es broma... o no.
Hablo de tumbarme tranquilamente con un libro y dejar que me atrape, me limpie la mente y a la vez me la llene. La lectura como método de relajación según May. Vale que lo hago de vez en cuando, pero casi siempre con la sensación de que tenía que estar haciendo otra cosa. De que estoy robando un tiempo valioso que debería dedicar a algo más. Y eso en cierta manera me jode.

No recuerdo, como imagino que casi nadie, cuando empecé a leer. Guardo en mi memoria fragmentos vividos de un aula con suelo marrón en el que yo me sentaba para organizar fichas de plástico verde transparente, con sílabas escritas con rotulador. Recuerdo la pizarra verde oscuro y los dictados, incluso la cara de la monja que nos daba clase aunque no su nombre. Pero no recuerdo el salto del aprendizaje al placer. En mi mente salto de jugar a las muñecas escondida detrás de las cortinas del cuarto de mi hermano a estar en el mismo lugar acurrucada con un libro en las manos. La mayor parte de las veces eran libros prestados de una casa donde iba mi madre a limpiar. Libros antiguos que contenían tesoros. Una versión no para niños de Alicia en el país de las maravillas muy inquietante con esas ilustraciones obsesivas. Un yanki en la corte del rey Arturo. Se me quedó grabado el nombre de Melisenda. Cuchifritin y Celia en las ediciones originales y no esas de imitación que ya luego y, confieso uno de mis vicios más secretos he ido comprando por ahí. El club del pino solitario de Malcon Saville (estos también están en mi mente en cada feria de libro de ocasión o en cada tienda de lance que visito), Los cinco, por supuesto... Creo que ya a estas alturas empiezo a confundir los que leía en aquella casa con los que de seguro me regalaba mi tía. Los libros de cuentos, de los hermanos Grim y los de Perrault, Julio Verne para niños y también esa colección de Jóvenes audaces que me regaló mi madre para reyes con la idea de que la leyera en las vacaciones o en verano.

Durante mucho, mucho, mucho tiempo la lectura ha sido refugio, placer, relajación, vida robada a la vida. En algunos momentos fue olvido.

No sé si es bueno o es malo. En algunos momentos he pensado que he buscado en la vida lo que la literatura ofrece. Pero claro, las reglas son completamente distintas. Esta reflexión la guardo ya para otro día.

En fin, que parece que la vida está empeñada en joderme las horas de lectura. Imponiéndose sobre ellas con el ritmo acelerado que le es propio. Y eso, que echo de menos dejar pasar las horas con un libro entre las manos.

Hala, que llego ya tarde.

viernes, 21 de junio de 2013

Llega el verano



Según cálculos del Observatorio Astronómico Nacional (Instituto Geográfico Nacional - Ministerio de Fomento), el verano de 2013 comenzará el viernes 21 de junio a la 07h 04m hora oficial peninsular, una hora menos en Canarias. Esta estación, que es la más larga del año desde hace algunos siglos, durará 93 días y 15 horas, y terminará el 22 de septiembre con el comienzo del otoño.


Queda poco más de hora y media para que empiece. Desde ahora, desde el momento que me pongo a escribir directamente aquí. Aunque para mí, extraoficialmente empezó el sábado pasado. ¿A qué se debe ese adelanto en  la percepción? Podéis pensar a que ya hace un calor de cojones desde hace unos días, aunque este año ha sido raro, raro respecto al clima. Pues sí, por eso y porque fue el primer día que me puse falda sin medias. Ya, ya sé que parece una chorrada. Pero este año y también el anterior y el otro, en invierno he llevado las faldas (ejem, para los que me conocen: juro que tengo más que la falda vaquera... tengo otra negra) con panties más bien tupidas y algunos días directamente con leotardos finitos (como me suena a infancia esta palabra) acompañados de unas botas comodísimas, las más cómodas que he tenido  nunca. 

Pero el sábado pasado ya y por fin hacía demasiado calor para todo ello, así que sí: falda, piernas desnudas y zapatos descubiertos. Y una sensación tremenda de salir a la calle en bragas. Lo juro. Me resulto extrañísimo. Salir de casa con esa ligereza, digo. Qué parecerá una chorrada, y lo será, pero me pasé el viaje en bus estirándome la falda porque tenía la sensación de que me sentaba con el culo desnudo en el asiento. Y más tarde, durante la cena de la noche, el fresquito y volvió a hacerlo se colaba tranquilamente donde no debería... en las piernas, muslos arriba, mal pensados. Que estuve sentada la mayor parte de la noche a una mesa larguísima al aire libre, si es que queda de eso: libertad, quiero decir, porque aire sí había. 

En la mesa mi familia al completo más familias políticas y amigos. Era la cena de Proclamación de mi sobrina como fallera mayor de su falla. Muy guapa ella vestida de rojo ¡Cómo se lleva el rojo este año para actos varios! Ya he visto esos trajes tan llamativos en diversas bodas (que no es que haya ido mucho de bodas, más bien nada, pero me he cruzado con alguna y he tomado nota). 

En fin ¿Qué podría contar de esa cena? Siempre que se reune la familia surgen mosqueos. Vale, no siempre pero casi. Esta vez también. Nada serio: una broma mal entendida y de pronto me encontré en plena infancia y dije: ¡Hala, pues ahora no ceno! Y coño, no cené. Los ataques de amor propio, tan... propios de mí en una época a veces vuelven a atacarme a traición. Pero ahora soy mucho más madura y consciente y seguí charlando como si nada, en este caso con mi cuñada, con el bocadillo sin desenvolver delante de mí hasta que levantaron las mesas. Eso sí, no renuncié a mi cafetito ni a la ración de tarta que había hecho mi hermana mayor (No, no es con la que discutí, es que somos muchas). Así que el cabreo fue controlado y dejé bien alto el pabellón de mi orgullo con el bocata sin comer.

Ea, que cuento mucha chorrada ya. Este post es para darle la bienvenida al verano, a los días largos, a luz, al calor, al mar quien tenga posibilidad, a las tertulias en terracitas con café o cerveza, a las vacaciones (este año, por fin, cogeré unos días: ha sido necesario conchabar a unos y a otros, pero tendré), a la pereza de sofá, a la nostalgia de otros veranos que seguro que guardamos todos en nuestros corazones, a la vida en la calle, a las noches cálidas, a las ensaladas y los helados... 

Hoy será el día más largo del año y es viernes: el que pueda que haga o si no, que se haga...

domingo, 16 de junio de 2013

SIGÜENZA

Desayuno frente al teclado, café y cruasán, esté último cortesía de Ana y pienso en el contraste con el fin de semana pasado. Hoy escucho los pájaros y por la ventana adivino el amanecer en el mar comiéndose el gris azulado. El rosa y el dorado se esconden detrás del edificio que diviso desde aquí. Hará calor, como ayer, como antes de ayer muy diferente al fresco y lluvioso sábado que viví la semana pasada en Sigüenza. 
Solo había estado unas horas el año pasado, de aquella visita me llevé el recuerdo de unas increíbles patatas fritas, de la majestuosidad, la oscuridad y la luz, el peso del tiempo en la catedral de Sigüenza, de ese mismo tiempo (otro tiempo: pasado,  lento, desconocido, misterioso, melancólico) que nos acompañó en el paseo por sus calles antiguas necesariamente breve, con casas hechas de piedra, solitarias, expuestas al sol, de la figura del Doncel que, confieso mi ignorancia, nunca había escuchado y  mi deseo de volver con más tiempo (este el actual, escaso, veloz, cargado de ansiedades) a perderme en aquellas calles medievales.

Con lo que no contaba al volver fue enamorarme de los campos, de la tierra que esta primavera lluviosa y fría ha forrado de distintos verdes intensos que han reconfortado mi alma siempre ansiosa y mediterránea. Me enamoré de las amapolas, de la lavanda, de las flores amarillas y blancas de la manzanilla. Me enamoré del cielo, de los cambios, de la lluvia de la mañana y del sol de la tarde, de los pueblos: Palazuelo amurallado, Carabias con su iglesia románica,  envueltos  ambos en un silencio intenso y pacífico,  Atienza al caer la noche con ese frío sombrío que me arrastraba a otras épocas lejos de la tarde de junio en la que estábamos. A la sombra de su castillo, de la iglesia dominando la plaza porticada, bar, café con leche calentito y la pregunta obligada: ¿siempre hace este frío en junio? No, no siempre lo hace lo que me permite creer que ha sido un regalo especial para mí. Carretera, salinas, campos, paz, dulzor y noche.  

El punto central de nuestro viaje ha sido Sigüenza, claro. Volvimos a visitar la catedral y escuché los cantos que formaban parte de un acto religioso, la misa, que no quisimos invadir como turistas que éramos;  un cartel grande avisa que aquellos que no vayan en busca de alimento religioso para el alma no pasen. Sin embargo ofrece otros alimentos a los ojos, al corazón, a la piel. El estremecimiento de los ecos del pasado que a poco abierto que se esté nos conmueve y sí, también alimenta esa alma perdida nuestra o mejor, mía.
Después un paseo por una ciudad concurrida y moderna, con tanto tráfico que me descolocó. Viaje de ida y vuelta del pasado al presente para encontrar aquí y allá las iglesias de San Vicente, Santa María, la de Santiago; el convento de las Ursulinas, la ermita de san Roque, , el museo Diocesano, la casa del Doncel, la Alameda, la plaza mayor con sus arcadas y su pequeño mercado y el espectacular castillo parador donde tomamos un café para poder adentrarnos en él y palpar de primera mano el ambiente re-creado de enormes salas, techos altísimos, el patio con el pozo y ese cartel a su lado que despertó mi imaginación advirtiendo que desde allí antes se podía bajar a las supuestas mazmorras que dormían bajo nuestros pies…
Una sobredosis de historia en vena de la que reposábamos en La Posta Real, con la amabilísima Lidia siempre al pie del cañón, contestando a mis preguntas, contándonos un poco más de la historia, comunicándonos las actividades que podríamos realizar durante el fin de semana, hablándonos de castillos y fantasmas como La Manuela en el Castillo de la Riba, que me perdí porque un fin de semana no da para tanto. Nuestra habitación era cómoda y calentita. Parece raro, a mí me parece raro valorar el calor en junio, pero se agradecía enormemente la ducha calentita, la presión perfecta, la manta de la cama, de la firmeza del colchón y de… vale, de eso que no cuento.  Y como cenamos en la habitación previo paso por un Día, de la mesa junto a la ventana (hay que ajustar los gastos, siempre).  

Me llevo conmigo los desayunos del sábado y domingo con Lidia. Para mí es un momento importante ese primer café mañanero y acompañarlo con buena conversación es una delicia. Es curioso como a veces encuentras a personas con las que te cuesta muy poco abrirte. Tienes la sensación de que con un poco más de tiempo, en otras circunstancias podrían convertirse en verdaderos amigos. Esa es la impresión que me lleve con Lidia. Desde aquí y si me leyera un recuerdo. Es de esas personas valientes que un día abandonó la vida de locura en la ciudad para irse a vivir a otro tiempo, a otro ritmo. Con palabras de ella misma: en un lugar donde el tiempo cunde más.  Donde se vive más próximo del vecino y un paseo acaba convirtiéndose en reuniones improvisadas de amigos delante de una cervecita.

No se me puede olvidar, ya en la vuelta la visita el castillo de Pelegrina. Aparcamos muy arriba, después de cruzar el pueblecito silencioso y pacífico. Caminamos por un sendero cuesta arriba para descubrir  las vistas desde el cerro donde se alza lo que queda del castillo. Impresiona siempre alargar la mano y acariciar (yo es que soy muy de tocar) las piedras que una persona viva e inmersa en su tiempo y que jamás pensó que en un futuro yo haría ese movimiento, colocó allí. Quién sabe si lo hizo mientras bromeaba con el compañero, si al contrario le dolían las muelas o la espalda, si después de colocarla se sentó a comer o a dar un trago de agua, si lo hacía obligado o era su medio de subsistencia… No sigo que me lio y ya está quedando tocho esto.

Un último apunte y un propósito: hicimos una breve parada en el mirador del cañón del Río Dulce (por cierto hay otro que se llama Salado). Espectacular de verdad y sorprendente. Mi propósito: me encantaría volver con la ropa y el calzado adecuados para hacer una pequeña excursión. 

jueves, 30 de mayo de 2013

Diálogos internos

"Cualquier parecido con la realidad, ya se sabe, será pura coincidencia..."






—Joder, que mente la mía. ¡Calla ya! Aún recuerdo aquél personaje que trataba de convencerme de que la clave de todo estaba en no pensar. Tendrá razón el idiota ese. Lo de verdad preocupante es este diálogo que mantengo con mis pensamientos. Me pregunto, me contesto, hago hipótesis y me las rebato. Joder conmigo.

“Sí, sí, mira la pared e imagíname estrellada contre ella, pero te advierto que yo soy tus sesos y que por muy bonitos que quedaran adornando esa pared se acabaría todo, no solo pensar.”

—¿Y qué coño importa? Una vez se acabe…

“Ah, claro. Una vez se acabe ni sentirás ni padecerás, eso te crees tú.”

—Venga ya, que mierda de mente que eres. ¿A estas alturas vas a empezar con lo de la vida sobrenatural?

“Bueno, es una posibilidad y los suicidas no parecen ser bien recibidos allá.”

—¿Allá? ¿Qué allá? ¿Dónde allá? A este paso será en el loquero.

“Ya sé que no existen…”

— Mira, bonita. Que si yo soy tú, tú como comprenderás eres parte de mí. Sabemos lo mismo.

“Eso no es cierto, yo sé más. Yo sé, además, todo aquello que tú no quieres saber.”

—Claro, por eso te pasas la vida incordiándome. Pues mira, sería más feliz sin saber que tú sabes tanto.

“¿Feliz? Eso no te lo crees ni tú. No serías feliz ni aunque la felicidad te agarrará de esos huevos que no tienes y te sacudiera.”

—Eso no te lo puedo negar. Empiezas a divertirme, sesos, que ya es novedad.

“¿Te das cuenta de que estás loca?”

—Nos remitimos a lo que te decía antes: en un manicomio acabaremos las dos. O solo acabaremos. No estaría mal, mente. Descansaríamos una de la otra.

“Bueno, bueno, tranquila que si sigues por ese camino me arrastrarás también a mí y no es plan. ¿No tienes que preparar la cena? Venga que te ayudo, hagámosla espectacular.”

—Ya te ha entrado el cague. Sí, pensemos solo en que les vamos a dar de cenar.

“Eso, vamos a centrarnos ¿Qué hay? Venga cuerpo visita a la cocina y a la nevera…

(Haré que se olvide un rato de mí, está cualquier día me estampa contra la pared o peor, he visto como mira el armario de las medicinas).”

sábado, 25 de mayo de 2013

Agradecimientos

He pasado un día de perros. Un dolor de cabeza matador que me ha asaltado casi de buena mañana y que ahora, por fin, se ha pasado. Me encuentro bien, feliz casi. Después de hablar con J.C. planeando fines de semana y las vacaciones. Pobre, aún estaba yo o mejor dicho estaba en plena efervescencia de dolor, que me provocaba unas nauseas importantes aunque empezaba el ibu a hacer su efecto y hemos podido charlar más o menos.

Llevo una temporada muy rara en la que dividía mi tiempo entre el trabajo y pensar lo menos posible. Pero como suele suceder el tiempo ayuda a superar cambios y va poniendo poco más o menos las cosas en orden, a aceptarlas también. A mí me pasa, por lo menos. O puede solo que mi cerebro necesitara unas vacaciones. Nunca se sabe.

También ayuda haber empezado un taller. El último relato, que siento que está falto de correcciones porque lo subí antes de leerlo en el taller, viene de ahí. Tengo otro, pero lo corregiré primero, ambos espero.

Acabo de ver un vídeo de la presentación de un libro: "Descontrol", de una autora jovencísima Marina. No solo pinta interesante, si no que al escucharla tan joven y fresca me ha emocionado, también motivado. La he entendido a la perfección cuando ha explicado que si bien la novela la "escrito" en tres semanas, en realidad llevaba desde el 2010 haciéndolo. En su mente. Buscando información, localizaciones e imagino que muchas más cosas que sé lo obsesivo que eso puede ser. Y un día (esto lo creo yo) reunió ese valor especial que se requiere para sentarse solo delante de un papel o una pantalla y buscar la mejor forma de que todo aquello que has ido imaginando, sintiendo, buscando nazca al mundo. Mi admiración por ella. Y mi agradecimiento también porque sin saberlo ella, ha contribuido a aumentar esa sensación que tengo ahora mismo de sentirme bien.

Gaby, he empezado por Marina porque estoy segura de que es lo mismo que tu harías. Pero también tú sin quererlo me has enriquecido hoy. Es un acto valiente, tal como decía antes. Aunque nos guste escribir. Escribir y mostrar a otros lo escrito son dos actos diferentes. Escribir, mostrarlo a otros y además buscar la manera de publicar requiere coraje y amor. Y sí, sí te hace autor, aunque no, no es fácil que se viva de esto. Estoy casi segura de que serán las propias experiencias, las gentes que conozcas, el aprendizaje de todo el proceso lo que más valorarás. El intercambio de ideas, opiniones, formas de ver la vida y de hacer las cosas. Vuelvo a felicitarte aquí. Y con tu permiso dejo el enlace de tu novela: "Justicia no es venganza".
http://simplicisimusway.blogspot.com.es/2013/04/1-presentacion-libro-justicia-no-es.html?updated-min=2013-01-01T00:00:00%2B01:00&updated-max=2014-01-01T00:00:00%2B01:00&max-results=12


jueves, 23 de mayo de 2013

Los gatos


No la entiendo. No la entendí cuando la vi la primera vez. Eran más que seguro, las cuatro de la mañana. La mujer menuda, delgada y casi hombruna andaba despacio por la calle. Era noche cerrada y hacía un frío tremendo. No había motivo alguno para salir a la calle si no era por obligación, o eso es lo que yo pensaba tiritando de frío y muerto de sueño cuando me dirigía a la panadería, que llevábamos Ana mi mujer, y yo. La vida es dura, durísima, con tanto madrugón diario para que salga el pan a su hora.

La mujer se agachó y dejó algo en el suelo,  un poco más allá de la farola que iluminaba la calle. Después se retiró, se apoyó contra una pared lateral del Horno y esperó. Cuando me acerqué hasta la persiana metálica para abrirla, como todos los días excepto los domingos, gracias a Dios, me estremecí. La mujer bisbiseaba por lo bajo. Me pregunté si estaría loca y me apresuré a meter la llave y subir la persiana. Entré en el Horno y la miré desde mi posición de seguridad tras las puertas de cristal.
Un gato se acercó. Observando con atención descubrí que ese algo que había dejado en el suelo era una bolsa blanca, y deduje por la actitud del gato que debía contener comida. Cabezas de pescado o raspas, pensé. A este primer gato le siguió otro y otro hasta reunirse en torno a la bolsa siete u ocho formas oscuras, no estoy seguro. Sus cuerpos, sus patas y colas se mezclaban unas con otras justo en el borde del círculo amarillento e irregular, que la luz de la farola más próxima lanzaba al suelo.  Aquel primer día la mujer continúo largo tiempo sin moverse. Yo entré en la parte trasera del horno y me dediqué a mi trabajo. De vez en cuando pensaba en ella, e incluso me asomaba entre hornada y hornada de panes, bollería y rosquilletas, a la puerta y ella seguía allí, bien arrebujada en su abrigo, un bulto oscuro apretado a la pared. Hasta que una de las veces, mientras trajinaba sacando el pan y colocándolo en las estanterías de la panadería, al mirar hacia fuera, ella ya no estaba.

A partir de ese primer día no faltó nunca. Ahí estaba cada madrugada y cada vez me parecía más inquietante, más extraño. Los gatos fueron multiplicándose. Decenas de sombras se deslizaban por las aceras, entre los coches, por los jardines. Algunos parecían acompañarme desde mi casa, a pocos minutos a pie de mi comercio. De verdad que me producía escalofríos abrir la puerta de casa y encontrarme con semejante procesión de cuerpos sigilosos y ligeros, avanzando hasta la puerta de mi comercio.

Estaba tan desasosegado que lo comenté con mi mujer de tal manera, que decidió acompañarme una madrugada al Horno, lo que para Ana significaba incorporarse a su trabajo, que era el de atender a los clientes, un par de horas antes de lo habitual.

Coincidió conmigo en que daba “miedito” caminar entre tantos gatos pero que, sin embargo, la figura de la mujer le resultaba conocida. Esperó, haciendo tiempo ante los cristales a que aclarara el día. En efecto, sabía quién era. La mujer “Marga” o algo así, trabajaba limpiando varias casas de la zona. Entre estas, la de una amiga suya. Me ha contado —Me dijo— que es un poco rara, apenas habla y lo único que sabe de ella por su propia boca es que vive con sus padres ya mayores y eso porque la madre la llama mucho al trabajo para hacerle encargos sin importancia o preguntar a qué hora volverá a casa.  Mi amiga dice que le da un poco de pena porque una vez se le escapó: “qué no se había marchado cuando tuvo oportunidad” y tenía la sensación de no haber vivido. Lo de rara ya se echaba de ver, desde luego. Pero mira —continúo mi mujer— también me ha dicho que es muy apañá. Pero esto que está haciendo ahora…Me acerqué a mi mujer advertido por su tono de voz, y observamos asombrados como se abría paso entre los gatos, para recuperar hasta el más mínimo trozo de la bolsa blanca en que traía la comida que les daba y que por supuesto, los gatos habían destrozado en su afán de devorar todo su contenido. Estaba seguro de que habría terminado con las manos hechas trizas de no ser por los gruesos guantes como de jardinero que, me percaté por primera vez, llevaba puestos. Pocos minutos después, cuando el solo iluminaba ya bien la mañana, la acera estaba limpia, la tal Marga o algo así, había desaparecido y solo tres o cuatro gatos olfateaban la zona.

De momento me tranquilicé. Loca, pero inofensiva, pensé. Incluso llegué a habituarme a caminar entre gatos cuando llegaba medio dormido a realizar mi trabajo. Hasta que uno de los gatos saltó sobre mí una madrugada, cuando estaba inclinado para levantar la persiana del horno, en su prisa por llegar hasta la bolsa de plástico de la mujer y me dio un susto de muerte.  Ese día por primera vez en años, el pan me salió ácido, los cruasanes salados y las rosquilletas se quemaron. Así que decidí, ya más que harto, tomar el toro por los cuernos y enfrentarme a la mujer. O por lo menos pedirle que trasladara el punto de alimentación, que ya estaba bien de que mi Horno fuera el lugar más conocido todos los mininos de la ciudad.

Me levanté al día siguiente con la intención de tener el enfrentamiento tan pronto llegara, pero había tal cantidad de cuerpos sinuosos alrededor de la mujer, tal cantidad de maullidos ronroneantes y sobre todo, en cuanto di el primer paso hacia ella, tal cantidad de ojos brillantes fijos en mí, que retrocedí, entré en el horno y esperé a que amaneciera antes de hablar con ella. Total, no se iba de unos minutos y tampoco era cosa de asustarla apareciendo en la noche.

Con las primeras luces sabiendo que no podía retrasarlo más, cogí aire y dejando la puerta de la panadería entreabierta a mi espalda, salí a la calle justo en el momento en que la mujer se lanzaba a recuperar pedacitos blancos de bolsa, en medio de aquella marabunta gatuna, sin darse cuenta de mi presencia. Di unos pasos en su dirección, colándome en el borde de aquel mar de cabezas triangulares y colas hasta poder divisarla bien. Me paré en seco. La mujer parecía sostener una pelea con un enorme gato atigrado, al que tenía sujeto por el cuello e intentaba apartar a otro con la mano libre, mientras echaba frecuentes ojeadas al cielo cada vez más claro con lo que me pareció cierta desesperación. Ella no había notado mi presencia todavía cuando el gato le dio un zarpazo traicionero a la cara que hizo que lo soltará con una exclamación. El animal corrió tan deprisa que vino a darse justo en mis piernas, dejando caer de su boca algo que me hizo gritar. El gato atigrado maullaba arqueado a mis pies y sin pensar le atiné con una patada que lo lanzó al medio del grupo. Ahí, rozándome el zapato una uña amarillenta remataba un dedo, carnoso, arrugado. La mujer levantó la cabeza sobresaltada. Y yo tuve que contenerme para no acabar vomitando. La zarpa del gato había alcanzado el ojo de la mujer, rasgándolo. Una película de sangre velaba el párpado descendiendo por la mejilla. El único ojo que mantenía abierto resplandeció un momento para terminar mirándome con algo parecido a la resignación. Lo cerró y se dejó caer en medio de aquellos bichos. Un movimiento me alertó, otro gato, este negro se acercaba sigiloso a la… “cosa” que estaba ante mí. Supe que tenía que hacer, muy a mi pesar. Me agaché lo justo para recogerlo y retrocedí hasta la puerta del Horno. Con el teléfono en la mano y el dedo oculto por unas servilletas me asomé a la ventana. Creí que la mujer había huido pero mientras trataba de contar, reprimiendo las arcadas,  al policía que atendía mi llamada lo que había presenciado la vi debatiéndose entre la multitud de animales que parecían reclamarle más alimento y esta vez no precisamente de carne muerta. Después de lo que me pareció una eternidad, incapaz de poner un pie fuera de la panadería, la calle se lleno del sonido de sirenas que dispersaron a los gatos. Estos dejaron tras sí una escena que no olvidaré mientras viva.
Días más tarde, un cliente habitual trajo al Horno un recorte de periódico.

el país


Se recupera la supuesta parricida atacada por gatos
La mujer atacada por gatos en una población costera, cercana a Valencia se recupera con normalidad, según médicos del Hospital General, donde fue trasladada por el servicio de urgencias, con graves lesiones en el rostro, cuello y  manos ocasionadas por estos animales. Los hechos tuvieron lugar a primera hora de la mañana del viernes, 17 de mayo, cuando la policía fue alertada por un vecino de la zona que denunció el hallazgo de un dedo humano, entre los restos de la comida que al parecer  Margarita G. H. repartía cada madrugada entre los gatos de la localidad. La policía se presentó en el domicilio de la aludida después de comprobar el macabro hallazgo del dedo humano, encontrando en el refrigerador de la misma hasta un total de 22 bolsas blancas con restos humanos. Estos serían al parecer, de los padres de la mujer, con los que convivía. Algunos conocidos de la mujer aseguran a nuestro periódico que eran mayores dependientes y que la supuesta parricida dijo más de una vez que se sentía “agotada” de tener que cuidar ella sola de ambos ancianos.

jueves, 18 de abril de 2013

Alambre de espino

Miro la fecha de la última entrada. Como se dice por ahí: mal no, lo siguiente. Y ya no es solo que no escriba aquí, lo peor es que no escribo en ninguna parte. Sé, por reflexión e intuición que es porque hay algo que no quiero contar-me. Que es lo peor. Escribir puede ser una evasión aunque no estoy del todo convencida. Ese tú a tú y esa soledad necesaria remueve los bajos fondos a no ser que lo que escribas sean recetas de cocina. Por lo menos en mi caso, no quiero pecar de lo que hago casi siempre que es proyectarme en los demás.

¿Suena a justificación? Quizá. Y sin embargo si creo que me tiro a ver programas de televisión sin los cuales podría sobrevivir perfectamente y a leer un libro tras otro sin pausa porque me alejan de mi misma. Y aunque no me haya quedado afónica ni me duela la garganta (Ana entenderá por su famoso libro), el sentirme autoamordazada me crea una ansiedad que pago de otras maneras. Pero como suelo revivirme si me dejo el tiempo suficiente, se acabo la autocompasión. Algunos hechos que duelen pueden reconducirse, otros no. Y ya que no puedo hacerlo (cambiarlos), ni dejarlos de lado, trato de acostumbrarme a ellos. Es lo que hay (¿Verdad, Gin?). Sigo teniendo los mejores amigos del mundo.

Ayer volví a levantar mi cara al sol. A sentirlo dentro. El largo paseo a la hora del café de media mañana me sentó bien. Volví a "observar" desde ese rincón de mi mente que parecía muerto. Despertó mi atención esa mujer rubia, perfectamente peinada, fumando delante de un edificio de la Consellería. Vestía falda de tubo jaspeada en verdes, blusa blanca ceñida y zapatos de salón, la chaqueta en el brazo, faltaría más con el calor que está haciendo. Creo que fue su postura.  Erguida, segura y un poco altanera. Muy quieta con una mano en la cadera que echaba hacía delante y mirando al río.
Pensé también en lo raro que me resultan los distintos edificios militares que hay en la zona. Me impresiona ve a alguien de uniforme y armado, paseándose por esa especie de jardín en el que los monumentos son un tanque sobre un pedestal y un helicóptero que se sostiene sobre lo que parecía un pie de lámpara de hierro forjado y la cola atada a un aspa con una cinta roja. El militar con el fusil en una mano se mordía las uñas de la otra perfectamente aburrido. Sobre su cabeza, la bandera española y el lema "Todo por la patria".

Otra impresión: Un alto muro blanco con rollos de alambre espinoso. La luz del sol creando destellos en blanco y plata.

sábado, 9 de marzo de 2013

Luces y sombras

Estos días he dormido muy mal tres noches, mal dos y dos más regular. Las muy malas me he dormido demasiado tarde y me he despertado excesivamente temprano. Las malas solo tarde y me he levantado más o menos a mi hora habitual, en las regulares he tenido pesadillas. La lluvia y el mal tiempo parecían de encargo. Con todo esto, llegó el jueves y me dormí por la tarde casi sin darme cuenta. Dos horas de reloj y porque vino mi hermana. Y de nuevo por la noche dormí. El viernes me desperté y aunque vagueé y no me siento muy orgullosa de como perdí el poco tiempo que tengo de la forma que lo hice (curioseando aquí y allá por Internet), amaneció un día luminoso, de primavera o de los que yo asocio con Fallas si en fallas hace buen tiempo. Aunque más tarde se levantó el viento, no tenía en él ni una nota de invierno.

¿Estoy mejor? Sí. No sigo viviendo porque sí. Levanté la cara al sol y por un momento volvió mi propia felicidad interior (es extraña, parece ir por su cuenta en cuanto tomo nota del mundo).  Que extraño que durante la semana fuera el trabajo el consuelo y la tarde un túnel. Hasta el tiempo estaba de acuerdo.

He llorado mucho esos tres días muy malos. No solo el amor es ciego, la pena también. Ciega y obcecada. Se empeña una y otra vez en buscar culpas dentro de una, en un ejercicio de horror egocéntrico. Debo reconocer que con mucha ayuda (perdona, cari, por hacerte retrasar tanto la cena y haberte mantenido pegado al teléfono tanto rato, te estoy dejando descansar de mí, pero volveré al ataque y a ti también Ana, por haberte identificado tanto que te hice pasar un mal rato el domingo por la noche y gracias por defenderme como una leona cuando fue necesario) he conseguido ver la situación desde diferentes perspectivas. Dejar de buscar culpables y culpas para aceptar, comprender lo comprensible, perdonar lo que no es liberador. Asumir, entender en la carne, que el amor profundo, real tiene mucho que ver con la libertad, con dejar puertas abiertas siempre en las dos direcciones y no en tratar de retener es a su vez liberador, aunque joda. Aunque sea ambivalente y me joda de una manera que no voy a explicar. Mezquina y humana, más humana por ser tan mezquina. Y no siento ser humana y que a la vez que afloran estos sentimientos liberadores siga estando muy cabreada y muy dolida y vayan a la par, que ya es un gran adelanto porque antes ganaban por goleada los últimos.

Pero ya sé que estaré bien. Que seguiré siendo yo misma y que me quieran por ello o a pesar de ello no es lo importante. Lo importante es que me quieren y quiero. Y también, que los cordones, esos, los umbilicales nacen para ser cortados. Una y otra vez. Hasta que su sombra sea más fuerte que ellos mismos.

Hoy, sábado, el sol vuelve a ser radiante.

domingo, 3 de marzo de 2013

Cambio

Unas veces das palos a ciegas y otras veces te los dan a ti. Entiendes, con esa parte más racional que te habita que posiblemente es inevitable, que no tienes la culpa, que seguramente tenía que ser así. Si aislas el corazón y el estómago puedes incluso comprender al otro. Imaginar más o menos sus motivos y saber que las cosas cambian, siempre cambian.

En los últimos años mi resistencia al cambio se ha debilitado mucho. Lo que es bueno. Siempre lo es la capacidad de adaptación. Amoldarse a las situaciones y sobrevivir.

Pero mi corazón, mi estómago y hasta mi mandíbula piensa diferente, siente diferente. Y duelen y cada latido es un miedo diferente y cada dolor en el estómago habla de otra cosa y los músculos de mi mandíbula deciden apretarse y yo pues solo puedo fingir que nada de ello es real. Tomarme alguna pastilla y seguir adelante. Una hora y otra y otra.

Siento que no he tenido tiempo, que se ha escurrido entre mis dedos, Que me han faltado minutos para entenderlo. Conversaciones para masticarlo y digerirlo. Palabras y palabras para convencerme.

También en estos últimos tiempos me he acostumbrado, he luchado por controlar y decidir. Por asumir los contornos de mi vida. Pero la vida es graciosísima y le encanta demostrar que es imposible controlarla.

Y aunque no quieres y tu parte racional te lo prohibe, comienzan las preguntas: ¿Hice lo que debía? ¿Si lo hubiera hecho de otra manera no hubiera pasado? ¿He pensado demasiado en mí? ¿Me he puesto por delante de otras cosas que pudieran ser mucho más importantes?

Yo que hasta hace nada pensaba que ya no me pondría nunca dramática. Creía que podría tener un centro de paz, pasara lo que pasara. Pues no.

Probablemente hay otra lección que debo aprender. Debo averiguar que cambios debo hacer, cuales puedo hacer, y cuales no quiero hacer.

 

viernes, 1 de marzo de 2013

Hay días que no quiero pensar nada, sentir nada, vivir nada. Hay días que solo desearía volverme a meter en la cama, cerrar los ojos, fingir que no estoy. Días en los que siento la culpa de las verdades y de las mentiras. Días que sé que cualquier lucha será imposible. Son días opacos en los que no puedo imaginar un futuro o quizá no quiero imaginarlo. Días que están y que estarán. Será una fecha a guardar aun sin quererlo.

Son días en los que intento estudiar que pasos me han llevado hasta aquí. Si podría haber hecho otra cosa. Si debería haber hecho otra cosa o dicho otra cosa o sencillamente no haber hecho nada. Como si explicándolos pudieran tener marcha atrás.

Al final solo quedan los aspectos fríos y necesarios de la vida: me ducharé, me vestiré y saldré de casa como cualquier otro día. Me costará más sonreír. Pero sonreiré. No dejaré de hacer lo que tengo que hacer. Aunque sea arrastrarse por las horas.

Estoy así, tan ahogada que les cuesta poco a las lágrimas asomarse.

jueves, 21 de febrero de 2013

La caja de libros

Llevan unos días desmantelando la casa donde vivió mi tía Carmen. Mi madrina. Mi tío Pepe, su superviviente, ha ido a parar a una residencia. Prefiero no comentarlo, es una decisión de su hijo y sus nietos.
La cosa es que he recibido en herencia casual, no programada por mi tía, alguno de sus bienes: un sófá de dos plazas, que ocupa la entrada al salón porqué aún no he podido deshacerme del antiguo (tengo que llamar al 010 y bajarlo a la calle, no puedo decir porqué no lo he hecho todavía y convivo con tres sofás... vete a saber) que me obliga a cada vez que entro en casa dar la vuelta por el pasillo y entrar por la otra puerta, unas cajas con vasos, platos y no sé que más puesto que aún no las he abierto y otra, única, solitaria caja con libros.

Mi madrina era una lectora tan voraz, ecléctica, dispersa como yo. Fieles e infieles al mismo tiempo. Fieles a aquello que nos haga sentir, infieles al genero y los autores. La he abierto, claro, aunque me costó un par de días, algo raro en mí. Tenerlos aquí es un recordatorio más real de ella que las misas estas que encargan por su cumpleaños o cuando llega el día que murió.

Cuando abrí la caja me asalto ese aroma a humedad, no: a papel húmedo que caracteriza los libros viejos y que tengo la rareza de adorar y ese indefinido olor que han tenido siempre las casas donde vivió mi tía. No sé si es mi memoria la que inventa o que realmente está allí. Una mezcla a comida, a Cristasol e incluso a los perros que siempre ha tenido con ella. Recuerdo en particular a Leo, un perro sin raza o con exceso de ellas, bajito, robusto y peleón. Rubio y ladrador, que fue desbancado por otro negro lleno de mala leche que me tenía atemorizada cuando niña.

Los libros de mi tía. Encuentro algunos de Victoria Holt. Recuerdo perfectamente que me regaló uno de esta autora cuando cumplí los dieciséis. Ahora ya eres mayor, me dijo. El título: La mujer secreta. Hace tiempo que lo perdí o vete a saber qué, quizá simplemente se fugó cansado de que no lo releyera. Ahora lo he recuperado en esa caja, junto con otros títulos de la misma autora. El enorme volumen de Los cipreses creen en Dios, de José María Gironella, del que tengo yo uno en una edición diferente, quizá más antigua, que llegó a mis manos de una forma un tanto turbia que no voy a contar. Me pregunto que se hizo de los otros tres tomos. Algunas novelas de Vizcaino Casas. Me gusta este autor por mucho que digan. Me gusta como cuenta las cosas desde lo vivido. Y así, novela tras novela, arrodillada frente a la caja voy leyendo títulos y autores. Me sorprendió darme cuenta que a lo largo de los años, en librerías de viejo o de lance, he comprado alguno de los libros que van en esa caja sin saberlo. Al menos conscientemente, por lo que tengo ahora mismo libros repes. Pero me da ternura. Me recuerdo recorriendo las estanterías de mi tía. Me traen momentos concretos cuando aún vivía mi abuela y pasaba más tiempo en su casa ¿Sería entonces cuando esos títulos y autores se grabaron en mi subconsciente? ¿Lo que me hizo comprarlos cuando los encontré? O sencillamente, mis gustos son parte de mi herencia. De la herencia de la sangre y la familia.
Aquí los tengo, aún dentro de la caja, a la espera de encontrar sitio en mi abarrotada estantería. Eso sí, uno de ellos se cuela cada día en mi bolso para acompañarme en el camino.

jueves, 14 de febrero de 2013

Como no: San Valentín

¿Qué es San Valentín? Sé que mucha gente cree que es un invento para sacarte la pasta justo después de la cuesta de enero... y probablemente tienen razón, aunque se trate más bien del aprovechamiento de una fecha ya existente. Llevo unos cuantos días investigando el asunto para Amanecer con olor a pan, la información está ahí para cualquiera que sienta curiosidad: que si un sacerdote al que un emperador romano del sigo tercero se cargó, que si un arzobispo de un sitio con un nombre muy raro..., del primero se dice que casaba en secreto a los jóvenes, porque se había decidido que los soldados servían mejor solteros (mira tú por donde, el mismo argumento que utiliza la iglesia), pero a mí me gustan más otras versiones del origen: es la época en la que en los países nórdicos los pájaros se aparean o incluso esas celebraciones de la fertilidad que tienen pinta de ser más antiguas que la misma Roma: Las lupercalias.

Venía yo pensando (desde la cama aquí) que ahora mismo, tal como está la situación, necesitamos no un día como este, necesitamos cien o doscientos. Manifestar, celebrar, pensar, como queráis llamarlo, en el amor quizá nos haga un poco más felices. En el amor a vuestra pareja si la tenéis, en el amor a vuestros amigos, a vosotros mismos, recordarlo y recordárselo, darle la importancia que tiene en vuestra vida. Para eso no es necesario comprar regalos, ni salir de cenas. Una mirada, una atención, un te quiero real, un reconocimiento de que están ahí y de que estáis ahí. Puede ser más que suficiente.

No se trata de que no lo sintáis todos los días. Se trata (pienso yo), de pararse a pensarlo. Vivimos tan aprisa, tan agobiados, tan inmersos en la dureza diaria que es muy posible que ni siquiera mires a quien tienes al lado. Hazlo.

Me ha hecho gracia leer uno de los poemas, el primero que no es tan personal, que un amigo Simplicisimus (su blog está ahí entre mis favoritos), porqué también he pensado en ello. En los cabreos que este día puede ocasionar entre las parejas. Recuerdo cuando era muy joven y más romántica lanzarme a la búsqueda del regalo perfecto, acompañado de su tarjeta, la elaboración y los preparativos para esa cena especial para luego recibir aquello de: "yo no necesito un día especial para demostrarte que te quiero, prefiero celebrarlo un día cualquiera". Solo que ese día cualquiera no llegaba nunca. Era frustrante. Y no por el regalo. Nunca he necesitado regalos caros ni he medido el amor por su precio, a no ser, claro, que me regalaran relojes de repisa de plástico del malo o flores artificiales en macetas. Con el tiempo y la madurez, creo que lo que necesitaba sentir es: he estado pensando en ti, en lo que te gusta y en lo que no, en como eres y que te ilusiona. Unas palabras en una tarjeta, una flor, incluso una botella de vino del supermercado para la cena especial hubiera sido más que suficiente.

Con el tiempo, eso sí después de algunos años porque soy cabezota, yo misma deje de pensar en esta fecha, incluso de notarla en el calendario.


Y bueno, después de esta casi confesión, yo animaría a todo el mundo a celebrarlo. Sonreíd, disfrutad, amad. a vuestras parejas, a vuestros amigos, a vosotros mismos, e incluso a aquellos con los que os crucéis hoy.

viernes, 8 de febrero de 2013

Proyecto: Amanecer con olor a pan

Amanecer con olor a pan

Llevo unos días liada en un nuevo proyecto. Una amiga quería y quiere que su negocio tenga presencia en Internet. Para ello lo que he hecho es utilizar Google Sites. La verdad es que no soy demasiado buena en esas cosas pero sí cabezona y perseverante cuando algo se me mete entre ceja y ceja. Así que he estado un buen número de horas consultando tutoriales y demás información. Abierto está, ahora voy subiendo poco a poco contenidos. La idea es que ella (Vale, sí, es mi amiga Ana) me transmita mediante apuntes, conversaciones y lo que sea necesario, la información que tiene de los diversos temas que le interesan. Ya adelanto que será sobre todo de alimentación en su aspecto más amplio, no solo productos, recetas, dietas (entendida como la alimentación diaria y no como dietas de adelgazamiento, he dicho, aunque también y seguro habrá de las otras). Como dice Ana, no siempre será alimentación sana, pero si que estoy segura porque la conozco bien, primará sobre otros temas. Yo intentaré captar lo más posible, absorber las ideas para poder volcarlas en artículos. Como no soy periodista ni articulista, tendrá que ser a mi propio estilo. Como a Ana parece gustarle creo que no habrá problemas. Pensamos (las dos) que al tener distintas percepciones y enfoques sobre los temas que trataremos, estos se enriquecerán.

Las recetas serán únicas de Ana, aunque ella piense que mi manera de hacer la calabaza al micro y luego ponerle aceite y sal sea interesante como aportación, la experta es ella.

Nunca antes había intentado plasmar las ideas de otra persona, me resulta más difícil de lo que pensaba y eso se traduce en una larga lista de preguntas aparentemente sin sentido que Ana debe soportar. Ejemplos: ¿A qué huele la harina? ¿Cómo la sientes en tus manos? ¿Cuál es el color de la masa del pan? Aunque como Ana es terrena y expeditiva lo soluciona poniendo en mis manos un bol con harina o sacando una barra de levadura para que la huela. Vale, y dándome a probar algunas de sus creaciones culinarias. Con eso sí puedo levantar envidias. Sobre todo cuando se vea el aspecto en las fotos que pensamos (aún no hay ninguna, poco a poco) subir de sus creaciones. Ana aplica su creatividad de artista en el obrador. Lo mismo que en sus cuadros. Mensaje para Ana: ¡¡¡VUELVE A COGER LOS PINCELES!!! Que no solo de pan vive el hombre.


Aun estamos en fase de pruebas y faltan algunas cosas. Sobre todo debo aprender a manejarme bien con las páginas y las posibilidades que ofrece google sites. Así que si alguien lee esto y es un experto o tiene sugerencias, las acepto todas. Que a veces ando de un perdido, que para qué.