domingo, 30 de mayo de 2010

Leer con precaución

Deseo, soledad, miedo, vivir, sentir, aislamiento, dolor, frustración, miedo, miedo, miedo, miedo. Seguir adelante, destrozar, empezar, comenzar, retomar, andar, adelantar, seguir, doblegar, olvidar, olvidar, olvidar. Siempre preguntas. Una tras otra. Sin respuestas, obsesivas, irreales, apremiantes, ansiosas. Calma, respiración, aceptación, consentimiento. Olvido.
Sombras que conducen a la oscuridad, ocultos a la luz clara de la mañana. Viven consumiendo almas inocentes, ignorantes, ausentes, inanes. Chupadores voraces de vida ajena. Macabros espectadores de su propio espectáculo. Necesitando más y más dolor para sentirse vibrantes.
Ofrendas, sacrificios, holocaustos, víctimas ensangrentadas servidas en pedazos rotos, desgarrados, arrancados. Miembro a miembro devorados por sus bocas insaciables. Generando detritus infectados de humillación y desamparo.
Carcajadas feroces ante el espectáculo dantesco de la vida dejada tras de sí. La no vida. Satisfechos, pantagruélicos en su apetito desnudo de emociones que no sienten, que no pueden sentir. Cruelmente divertidos ante el espectáculo de la miseria humana que dejan a su paso. Dioses por derecho a si mismos concedidos, concebidos. Privados de la empatía, capacidad de amar, de sentir. Invulnerables, inasequibles. No-humanos.
Partogenésicos alucinados. Adictos que buscan, devoran, destruyen aquello que nunca poseerán: Alma.
Caóticos, aberrantes, estrafalarios seres que crean su propia inmortalidad convertidos en fantasmas que husmean entre la podredumbre humana. Se revuelcan llenos de gozo entre la miseria y aflicción.
Finalmente satisfechos de crear un mundo a su medida: Limitado, ignorante. Sin amaneceres, sin luna, sin alegría, sin fe. Simple y sucio. Triste círculo devorador de si mismo.

sábado, 29 de mayo de 2010

Sin título

Hoy, esta mañana, he releído parte de... ¿Cómo llamarlo? ¿Anotaciones? ¿Pensamientos? Supongo que son diarios puesto que van fechados. Son explosiones y vómitos de aquellos días en que solo tenía el blanco para explotar y explorar y ex... demasiadas palabras comenzadas en ex. En ellos hablo de sentimientos, sensaciones. No paro de darle vueltas al molino de mi vida. De la dicotomía en la que vivía. Entre esa vorágine de autocompasión y dolor algunos datos de aquella vida mía se deslizan y recuerdo de nuevo el cansancio brutal de trabajar meses sin interrupción, sin días de descanso, en dos sitios a la vez. Recuerdo el trabajo en el restaurante, mi particular "cuarta dimensión" En aquel entonces no tenía tiempo ni de ser. Y aún así la soledad intensa gotea en cada palabra que utilizo.

Lo bueno de estos diarios es que me hacen entender el proceso que me ha traído hasta aquí.
Leer desde esta lejanía temporal que me levantaba(casi como ahora)para volcar sobre el Word el alma rota, cuando mi vida era una larga y eterna sucesión de horas de trabajo, me hace repensar lo mucho que significa para mí, lo mucho que necesito escribir.
Ayer leí: La pluma es la lengua del alma.
Una pequeña muestra:
Lunes 8/diciembre/2008
Trato de escribir sobre la soledad, el miedo, el dolor como una terapia exploratoria de lo que siento. Estoy cansada de los no sé, de la indecisión, de la duda. Trato de expandirme, de crecer. No quiero volver a los viejos temas, aunque estén ahí. Incorruptos pero no vivos. Puede que sea eso lo que tiene mi alma. No los dejo pudrirse, deshacerse después de muertos. Tengo que vivir y sentir los gusanos agujereando las vivencias ya muertas y no conservarlos en frascos que se llenan de polvo en los estantes de mi mente, listos para que en cualquier momento los tome, los limpie, los abrace contra mi pecho y les de una vida ficticia, imaginaria que si alguna vez tuvieron ya no anida en ellos.

Esos recuerdos de las malas y las buenas acciones. Esas culpas que recorren mi camino detrás de mí, a mi lado, ante mí. Ese dolor eterno de lo no acabado. De lo que esta muerto sin haber nacido. He de cavar, sí, remover la tierra de mi alma, hacerla fértil. Intentar que la muerte como figura para los sentimientos pasados sea el abono que me haga crecer. Qué me permita dar curso y forma a mis sentimientos, a mi vocación y a mi vida. No sé si tengo que retroceder, aclarar algunas cosas, retomar otras.

viernes, 21 de mayo de 2010

Conversación de abogados

Estoy sentada en un amplio sillón de cuero negro. El de los clientes. De la abogada me separa una mesa amplia, cargada de papeles en carpetas amarillas. Informes, supongo. Abre el mío y revisa con rapidez los puntos básicos mientras me informa que el (la) abogado de la otra parte (él) no se ha puesto en contacto. “¿Ahora qué hacemos? Pregunta.” Suena el teléfono, con la mirada me pide disculpas y atiende. Otro abogado, otro caso, otra aflicción. Aún en medio de mis propios problemas personales me interesa la conversación. Sigo sin pestañear, sin ocultar mi curiosidad (la verdad es que nunca me doy cuenta hasta después de que tal vez no debería mostrar ese interés excesivo por los hechos que al fin y al cabo no me atañen ¿mente de escritora? Buena justificación en todo caso).
Se saludan cordialmente. Aparta mi informe y abre otro. Repasa algunos datos económicos, de propiedades: entre ellos apunta dos matriculas de coche y los modelos. Requiere el importe de algunas deudas que el marido (futuro ex) ha contraído: “Son bienes gananciales, he de saberlo para ver que corresponde a cada uno”. Me entero de lo que cobran los dos: 2.500 euros él, 900 ella. Algo más hay bajo el fondo o tal vez no tienen hijos porque pide mi abogada una pensión (ahora deduzco que será la compensatoria para la mujer) de 300 a 350 euros. Él sujeto (futuro ex-marido, que no el abogado) no debe estar de acuerdo. Mi abogada ríe y dice: “Estos son todos iguales”. Con tono más serio: Vamos a pedir 350. Siguen manteniendo una charla informal, comparando datos, cifras… con una tranquilidad y un colegueo que me hace pensar, por contraste, en como estarán viviendo la situación la pareja a punto de convertirse en ex-pareja. Cómo y de qué manera se habrán echado los trastos hasta llegar a este momento y como se los continúan echando a través de estos simpáticos abogados. Mi abogada hace anotaciones en un folio, un DINA 4 para más información. Con un bolígrafo rojo completa las previas que ya estaban en la hoja. En azul. Un solo folio, con guiones que separan una condición de otra, una petición de otra, un dato de otro. Con mucho espacio en blanco entre ellos. Es decir, ni siquiera un folio lleno de letra menuda y apretada. No. Los renglones bailan con holgura en la página. Y eso, señores, es todo lo que quedará de dos personas que creyeron amarse. El resumen de sus posesiones, del reparto de sus vidas.
Se despiden amigablemente, volverán a hablar del tema y generaran muchos más papeles que irán a unirse al escuálido folio y la carpeta amarilla. Serán documentos oficiales, con la firma, creo, de procuradores y jueces. Pero la disección (vivisección en este caso) y el esqueleto del fin de lo que fue o se creyó amor ya está hecho.
Y ahora sí, la abogada se gira hacía mí. Detrás de ella, la ventana es un cuadro de paisaje urbano del centro de la ciudad. Atrae hacía sí otra carpeta amarilla, la abre y me mira. “Continuemos ―me dice.”

miércoles, 19 de mayo de 2010

Infinito

Sigo viviendo. De una forma extraña. Como si estuviera en medio de una competición cuyas reglas no sé. Ni siquiera sé quién las impone. Ya no busco descubrir al otro en mí. Aunque es probable que siempre haya sido lo contrario: descubrirme yo en el otro. ¿No es siempre así? Tratamos incansablemente de reconocernos en otros ojos. Ya no. Yo no. Ahora no.
Anoche pensaba en Infinito. La palabra. Lo que me hace sentir y lo que imagino. La primera definición que da la Rae me hace caer en él:
1. adj. Que no tiene ni puede tener fin ni término.
Cuando era una niña, por la noche, cerraba los ojos e intentaba averiguar que había en mi interior. Como era yo. Era como estar al borde de un precipicio de oscuridad. Sentía vértigo. Sabía, sentía que la negrura era infinita. Cualquier cosa, cualquier sentimiento cabían en ella. No era capaz de situarme en ese espacio interior, esa constelación, universo sin puntos de luz. No había arriba ni abajo. Solo una caída libre sin nada a lo que poder sujetarte. Y cree las palabras y los sueños en vela. Para poder atarme a algo. Para sentir la finitud.