lunes, 30 de abril de 2012

¿COINCIDENCIAS?

Me resulta curiosa esta noticia. Sucedió hace seis días y como nada es mejor que echar mano de la fuente, la traigo tal como la traen en Levante-emv.com:


EFE VALENCIA
Un enfermero del Hospital Doctor Peset de Valencia resultó herido en la noche del sábado tras ser agredido por un hombre que acudió al centro escoltado por la Policía Nacional para ser valorado por el equipo de psiquiatría. El paciente aprovechó un acercamiento del enfermero y le atacó con un bolígrafo en el cuello. El suceso se produjo en torno a las 23.30 horas, después de que el hombre ingresara en Urgencias custodiado por agentes de policía con una orden en la que se solicitaba la valoración por parte del servicio de psiquiatría de un posible brote psicótico.
En el momento en que el paciente iba a ser atendido en una de las consultas médicas, aprovechó el acercamiento de uno de los enfermeros del hospital para agredirlo con un bolígrafo en el cuello. Los agentes que le custodiaban consiguieron reducirlo inmediatamente y el enfermero fue intervenido quirúrgicamente de urgencia para conocer el alcance de la perforación. Ayer permanecía estable en una habitación del hospital a la espera de recibir el alta.


Esta es la noticia, tal cual ¿Ya la habéis leído? Le deseo de corazón al pobre enfermero agredido que se recupere del todo, claro. ¿A qué viene esto? Paciencia.

Ahora traigo una entrada de este mismo blog. Vaya, mía, de un ejercicio que realicé en un foro el doce de febrero del dos mil nueve. Era jueves. Lo sé porque se puede leer en la fecha marcada en el post. No, es necesario buscar, aquí está:


JUEVES 12 DE FEBRERO DE 2009

Ejercicio 7: (la palabra del día) Furia

Sentí una furia instantánea al verlo entrar. Me temblaban las manos, me ardía la cabeza y la sangre me recorría tan veloz que no alcanzaba a oír más que su paso tumultuoso. No le escuché, su boca formaba palabras sin sonido que me parecían una burla a mis sentidos. Se adelantó hacía mí. Su respiración, el aire mal oliente que salía de su cuerpo rozó mis mejillas, invadiendo mi espacio. Su cara se me antojó deforme e hinchada como una gran calabaza calva a punto de estallar. Los ojos, pequeños, perdidos entre repliegues brillaban mientras seguía emitiendo esos sonidos de pájaro ininteligibles.

¿Quién era ese hombre que rompía mi mundo quieto con su sola presencia? El cuerpo rechoncho enfundado en una bata blanca. En el bolsillo superior marcado con un nombre en rojo, que no quise leer, tres estilográficas concentraban la luz.

Alargo sus peludas manos. Los dedos, repulsivos cuerpos blancos, se posaron en mi cuerpo desnudo, blandos y babosos apartaron el pelo de mis ojos. Me miró insistentemente buscando algo, mientras su boca seguía cerrándose y abriéndose. Me sonrió, mostrando unos dientes enormes, amarillentos.

La puerta tras él había quedado abierta a todo aquello que me amenazaba. Podía sentir acercándose a ella, a los seres reptantes que me buscaban, que esperaban un descuido para llegar a mí, trepar por mi cuerpo, introducirse en él. Podía sentirlos viscosos y ciegos buscando mi sangre, oliéndola, deseando alimentarse de ella…

Un estremecimiento me recorrió y cuando al fin el hombre, soltó mis correas, mis manos como garras tomaron una estilográfica, la clavé en uno de esos ojos que me miraban sorprendidos. Sorteé el cuerpo tendido en el suelo y me abalancé contra la puerta. Ya estaba, cerrada. No podrían entrar.


¿Qué? ¿A qué acojona? ¿y si tengo poderes? ¿Clarividencia? O cómo dice no sé quien ni cuando cualquier cosa que imagine el hombre y en este caso la mujer, puede suceder. O si me pongo más retorcida: Esa entrada no tiene comentarios pero anda por la red un tiempo respetable ¿y si el enfermo fue un lector anónimo? Se le quedó la idea en algún rincón de su cerebro y en ese momento, frente al enfermero le asaltó y decidió llevarla a la práctica... En fin, no lo sé, solo que cuando la leí en el periódico hace unos días, tomando tranquilamente un café en Nou Estil, me trajo de inmediato el recuerdo de esta "Furia" que escribí una madrugada. 

jueves, 26 de abril de 2012

Más naderías

Es, como casi siempre que llego aquí, aún de noche. Desde hace unos días cuando pienso en el blog, aparece en mi mente este inicio: ¡Querido Dios! Ya sabéis como esos cursis o no, diarios de las pelis norteamericanas. O puede que fuera del Diario de Ana María. Durante un tiempo, allá en mi adolescencia, casi me convence de que mi destino era ser monja. Ya. Ya sé. Algunas mujeres tenemos un pasado tenebroso.

¡Cómo me lío! Esa no era la idea que tenía en mente para este post. Más bien decir que llevo un tiempo, no sabría cuanto que tengo la sensación de no tener espacio en mis días para sumergirme en las pequeñas cosas que me gustan o incluso en aquellas que no me gustan tanto pero que debo hacer. Añoro las largas horas de lectura. Ando de aquí para allá con un tocho de libro que no me cabe en el bolso, aprovecho cualquier momento para leer. Casi siempre en los autobuses. Así que lo leo a pequeños fragmentos que acaban por no decirme nada. También leo por las noches, justo antes de dormir, tan justo antes que no paso de tres o cuatro páginas cuando hay suerte.

La vida se acelera en una especie de remolino, en el que el silencio y la soledad son bienes escasos. Tanto que empiezo a notar los síntomas. No es que esté más irritable, es que siento como si solo nadara en la superficie de mis actos sin llegar a interiorizarlos. Y cuando tengo un rato perdido en fin de semana, estoy tan cansada que entro en una especie de sopor despierto que me hace vagar un tanto incoherentemente por el mundo sofá.

Organizo mi cabeza con listas. Que no sé para que. Al final alcanzo a un par de puntos. Y me autoconvenzo de que tendré tiempo para los demás en un momento u otro (me miento a conciencia).

jueves, 19 de abril de 2012

Hilvanes

Vivir cansa ¡Coño, si cansa! Madrugar, encerrarse o mejor perderse en el hilo del pensamiento. Buscar la inspiración que me llenaba ayer de madrugada, después de dormir unas escasas cinco horas es casi imposible. Recuperar esa alegría optimista que siento a veces a mitad de un escrito cuando la inspiración visita mi trabajo y creo de verdad que la historia va a funcionar, es hoy difícil. El tren, la niña y sus problemas no consiguen atraparme aunque viven inmersos en mi mente y no saldrán de ella hasta que su pequeño drama con final feliz esté escrito. De hecho me he levantado con un nuevo inicio en la mente para el cuento que debo valorar antes de lanzarme a escribirlo, aunque si soy sincera no es realmente eso lo que me frena, es que tengo sueño.

Ayer después del taller, que fue como siempre interesante, aunque en esta fase lo es más, había quedado con Amparo después de algún tiempo sin vernos (hay momentos en mi vida que soy una mal queda). Ella está en plena fase de estudio para unas oposiciones y mi vida... a veces es una locura. Así que como definió muy bien en algún momento de nuestra conversación, nos encontramos como cuando dos bolas de billar chocan en plena trayectoria, con fuerza para luego seguir cada una un camino diferente.

Acabamos cenando una hamburguesa y cervecita, saltando de tema en tema, tratando de ponernos al día. Algo casi imposible. De cada vivencia sacamos una, dos, tres o cien reflexiones. Nos pisábamos una a la otra, nos desviábamos del tema, y volvíamos a recuperarlo minutos después.

Estábamos cansadas, para mí el día había sido larguísimo desde las tres y media de la madrugada, para Amparo con las oposiciones encima y el gim, también. Pero creo, al menos yo, que nos revitalizamos en nuestros encuentros. Nos abrimos, nos mostramos, confiamos. Y la verdad sea dicha: no hay nadie como Amparo para abrazar y hacerte sentir querida.
¡Amparo, puedes abrazarme siempre que quieras! Me gusta. Sé que te da la sensación de que no, de que las muestras de afecto no son lo mío, pero no es cierto, solo es este carácter mío, un poco retraído en ocasiones. Y me importa bien poco que el señor del bus, o quien se cruce en nuestro camino piense según que cosas. Puede que les alegremos el día y todo.

viernes, 13 de abril de 2012

Desconocidos

Toqué su mano. Estaba fría. Tan fría que si no estuviera viendo su pecho subir y bajar habría pensado lo peor. Debía hacer más de una hora que dormía cuando me acosté a su lado. Como todas las noches, había renunciado a esperarme. La espié bajo la luz amarillenta que entraba de la calle. Nunca encendía el interruptor de la lámpara, no quería despertarla. Enfrentarme a su mirada cansada, a la boca amarga.
A veces aún la deseaba y hubiera querido deslizar la mano por la piel de su estómago, besar los labios entreabiertos, acariciar su sexo y encajarlo en el mío. Pero me daba miedo leer en sus ojos lo que sabíamos ambos. Éramos unos desconocidos atados a una misma piedra. Demasiado cansados para hacer otra cosa que arrastrarla cada uno tirando de nuestra propia cadena.
La abrigué con las mantas, protegiéndola de la noche y también de mí. ¡Qué injusto era contemplarla de esa manera! Ajena a mí como no podía estarlo durante el día. Como a un objeto una vez muy amado que ya no logra despertar la emoción que nos hizo atesorarlo. Del que nunca te decides a desprenderte, aunque su momento haya pasado.
Frunció las cejas oscuras, arrugó la frente y se encogió ¿Intuía mi mirada? Esa que despierta me exigía ¿Cómo hacerlo si ya no sé que decirte? Las palabras entre nosotros solo cuentan banalidades, necesidades rutinarias de esta vida trampa que hemos creado tú y yo.



Ya no soy el príncipe que te hacía estallar en carcajadas. Ni tú la princesa paciente que esperaba a mi lado el cuento de amor que yo escribía para los dos.
Ahora llegas cansada del trabajo, de ese que te roba el alma, la energía y la vida a cambio de más dinero.   Ese que tú llamas el mundo real, de los adultos. El que permite una casa mejor, un nuevo sofá, una tele más grande. Te pide traje chaqueta y maletín, diez horas de tu día, le pone un brillo metálico a tus ojos, pliega las comisuras en tu boca.
Llegas, miras mi espalda inclinada sobre los sueños que escribo, en los que ya no aparecemos nunca juntos. Dejas el bolso en la mesa, la chaqueta en la silla. No te acercas ni yo me levanto. Tu “buenas noches” rompe el silencio convirtiéndose en un arma amable cargada de reproches. Mi “la cena está en el horno, los niños han cenado y duermen” son palabras escudo que defienden el silencio.
Cenas sola, frente al televisor, siguiendo el último programa de moda para tener de que hablar en el trabajo, yo finjo que escribo. Cierro los ojos. No los necesito para seguirte. Terminas la cena, recoges el plato, subes la escalera, te desnudas y suspiras cuando tu cuerpo toca el colchón, sé que arreglas la almohada, la doblas bajo tu cabeza y también sé que no apagar la televisión es una pequeña venganza, diaria, contra mí.
Me levanto y acallo las voces falsas que llenan el salón. En el silencio recuperado, a veces te escucho llorar. Me encojo dentro de mí y vuelvo a mi rincón. Ya no sé que podría darte, como consolarte. Nunca fuimos quienes creíamos ser. Y vuelvo a mis lápices, a mis palabras, a mi ritmo interior. Te olvido.

miércoles, 11 de abril de 2012

Extrañamiento

Ayer, sin venir a cuento me asaltó una sensación muy rara. Estaba preparándome para la cama. No hacía mucho que había llegado del taller de Cuentos Infantiles, la cervecita con el profe, que me ha dejado admirada por sus proyectos (ánimo, Gin), cuando sentada en la cama, quitándome las botas, paso previo para desnudarme, me invadió algo que podía llamar "el extrañamiento". Decir irreal sería poco. Sentí como si estuviera dormida y soñando. Como si la vida que llevo ahora, mi vida, fuera uno de esos sueños detallados y locos que tengo de un tiempo a esta parte. Y lo peor: la sensación de ir a despertar en cualquier momento. Con él a mi lado, levantándome de nuevo en silencio, refugiándome en amaneceres imposibles en el cuarto pequeño con su tabla de plancha y la pantalla insustancial hasta que la camisa por planchar me reclamara, las tareas cotidianas me presionaran y se me diera los buenos días al grito de: ¿Qué camisa me pongo hoy?.
De vuelta a la confusión y a la culpa, al no sé repetitivo y aberrante, al convencimiento de que nunca podría cambiar lo que ya estaba hecho. Borrando todo el esfuerzo, todo lo aprendido, todo el dolor causado, recibido, el miedo a no poder, no ser capaz de dar el paso de ser yo misma, de dejar de engañarme, a seguir viviendo bajo el agua.
No había tenido tiempo de mirar atrás. Demasiado ocupada en sobrevivir a mi día a día, lidiando en demasiados frentes abiertos, tratando de flotar cuando era imposible nadar, aferrándome a mí decisión de dar un paso tras otro.

No estaba, quizá sería mejor decir, no estoy, preparada para este "extrañamiento". Me pilló de sorpresa, ni siquiera sé que pudo desencadenarlo.
Pero hoy estoy aquí y mi vida, la mía, sigue.

martes, 3 de abril de 2012

"Le doy alas a mis palomas, siempre y cuando hagan lo que yo quiero"

De una frase lanzada por Simplicísimus, Gaby. Para que hiciera con ella lo que quisiera. 


Mis niñas, mis palomas. Cada una en su propia jaula, cada una en su ciudad, cada una con un capuchón que he creado especialmente para ellas, lo que las hace mudas y ciegas a otra cosa que no sean mis deseos. Así vuelan por sus vidas, hechas de otros y para otros, aunque sea yo quien se ha encargado de hacerles ver la miseria en la que viven. Y sea yo, con solo levantar un dedo, quien las tenga en las palmas de mis manos.
Me divierte verlas atadas tan corto por una correa invisible. Una pequeña argolla que nadie ve en su cuello. Una agonía que rompe sus plumas y acelera su pequeño corazón. Soy el dueño de sus alas, no de su alpiste. Cada una de ellas paloma robada de nido ajeno.

Me siento feliz y poderoso cuando con una sola palabra detengo su vuelo, rindiéndolas al suelo. Soy fuerte cuando me arrullan en sus pensamientos. Cuando decido extender la mano y acariciar sus cuerpos, líquidos temblorosos derramándose por el mío.

Disfruto del miedo en sus ojos, de su canto agónico, cuando arranco sus plumas. Absorbo la infusión caliente y amarga de su dolor. De su vuelo ciego sin más horizonte que mi deseo.

Y cuando una de ellas revolotea y se bate, se revuelve intentando escapar a mi voluntad, le corto las alas, le quemo las plumas, le arranco los ojos, me como su alma y reviento su corazón.

Me entristezco por mi paloma perdida, pero fue ella y solo ella quién lo buscó.

Para mis palomas solo hay una ruta en el cielo: Yo.

lunes, 2 de abril de 2012

Presentación de: Frases en el muro. Diccionario de intuiciones de Ricardo Guadalupe

La semana ha sido movida. Acudí el miércoles a la presentación de un libro: "Frases en el muro.Un diccionario de intuiciones." El autor Ricardo Guadalupe lo presentó junto a su maestro de ceremonias Ginés en el Bibliocafé, propiedad, sueño, trabajo del que fue mi compañero en dos talleres de escritura creativa: José Luis. Así que me sentí como en casa, cuando llegué sobre las siete y cuarto al Biblio y eso que era la primera que llegaba. Siempre es agradable rodearse de libros. Me gustan todos. El olor a libro nuevo es uno de los mejores del mundo, junto con el del café recién hecho, el de una panadería a primera hora de una mañana de invierno u otro de mis preferidos: el olor del libro antiguo (este último también puede hacerme estornudar, pero lo adoro).
La presentación, en la sala-pecera del Bibliocafé, fue interesante, divertida y lo más parecido a una reunión entre amigos que pueda ser un acto así. Éramos pocos, pero habladores, preguntones y escuchantes atentos. La fórmula empleada por Ricardo y Ginés funcionó muy bien. Ricardo nos contó un poco (siempre es un poco, creo que debe ser casi imposible de contar la creación de un texto del tipo que sea) de como surgió la idea del libro, de cuantos años llevaba "recolectando" frases dentro de si mismo, de filosofía, de Niettzsche y después utilizaron la fórmula de la entrevista con Gin preguntando a Ricardo lo que animó al resto del personal a participar en el diálogo. Después de la firma de libros, terminamos en una terraza cercana con cervecitas y conversación.
Ricardo me escribió está dedicatoria: Para May, para ti la frase de la Seducción para que la completes en forma de microrrelato.
La dedicatoria define en si misma la idea del autor. Estas frases o definiciones intuidas son regalos (casi envenenados) para hacernos pensar o crear nuestras propias definiciones. Podemos estar de acuerdo o no con ellas, pero desde luego remueven nuestro pensamiento.

Como me ha regalado la frase de la Seducción y es mía, la traslado aquí por si alguien desea también completarla o incluso darle una nueva definición. La suya propia.
Seducción: "Es tarde, me voy a casa." Pero no se iba, aún no. Me daba otra oportunidad para insistir; a ella le llenaba de orgullo decirme que no. Que extraña superioridad moral experimentan los que no aceptan enseguida.


Y dejo otra frase más, también de Ricardo claro. La que elegí leer durante la presentación:
Desamor: Mi ilusión era solo un arco iris reflejado en una pompa de jabón a punto de estallar. Dentro solo estaba el vacío.

Soledad en Matrimonio

Llegaron juntos se instalaron en la primera mesa desocupada. El lienzo de papel que la cubría, antes blanco, mostraba manchas de comida reciente, vino derramado, platos sucios y copas con restos de licor. Ella se contemplaba las manos, jugando con el fino anillo de oro. Él mantuvo los ojos en el camarero que se acercó a recoger la mesa, antes de pedirle dos cafés.
─Siempre terminamos hablamos de dinero ──dijo ella.
─No siempre.
─ ¿No? Salimos a tomarnos un café, solo para charlar un rato de nosotros, de nuestras cosas sin la presencia constante de los niños y de la tele y antes incluso de llegar ya estamos hablando del recibo de la luz.
─Bueno, es que hay que pagarlo.
─Ya lo sé. No necesitamos salir de casa para eso.
─Tampoco para discutir…
─ ¿Qué dices? Si hablas tan bajo no puedo oírte.
─Nada ¿De qué quieres que hablemos?
─No sé. Cuéntame que has hecho hoy, por ejemplo.
─Trabajar, como siempre.
─Ya, pero ¿No te ha pasado nada en todo el día que puedas contarme?
─ ¿Cómo qué?
─Es igual. Mejor nos vamos ya. Ha sido una idea tonta esto de salir.
─No, no, espera.  Estoy cansado. Paso todo el día hablando con gente y…
─Cuando llegas a casa no tienes ganas de seguir. Ya lo entiendo. Ni de hablar ni de escuchar más parloteos.
─No, de verdad. Mira hoy ha venido una clienta. Dice que le vendí una pieza de tela y no le dije que podía deformarse. Traía el vestido que se había hecho con ella en una bolsa. La pieza sí que era de la tienda, claro. Era de seda salvaje. Cualquiera sabe que hay que llevarla a la tintorería. Me ha gritado como una loca, hasta que ha venido el encargado y le ha devuelto el dinero de la pieza. Me lo van a descontar del sueldo.
─¡Joder! ¿Cuánto es?
─Bastante, así que este mes, entre que han bajado las ventas, el ajuste del sueldo base que ha hecho el jefe y el descuento…se va a notar mucho.
─Pues ha subido la luz un montón.
─Ya.
Un camarero sube el volumen del televisor, las voces de los comentaristas deportivos desgranando los resultados de la jornada de fútbol llena el local. El hombre observa la pantalla.  La mujer pierde la mirada en la ventana del bar.
─ ¿Han terminado?
─Sí, cóbrese ─dice él sacando la cartera.
─ ¿Nos vamos, cariño? Mañana hay que madrugar.
Sin contestar ella se levanta y se pone el abrigo. Salen a la calle y caminan hasta su casa, sin hablar, sin rozarse. Cuando llegan, él pone la tele, se tira en el sofá y busca el programa deportivo. Ella plancha una camisa para él antes de acostarse. Sola.