viernes, 15 de octubre de 2010

EL FIN

Después del caos se creó el silencio.
En el principio del fin, los sonidos fueron los dueños del todo. La dulce melodía de la lluvia suave cayendo sobre la hierba, las flores, los árboles. En la tierra oscura y fértil. Sobre los animales, en la inocencia salvaje de su paraíso, las patas dobladas bajo su cuerpo, las cabezas bajas, la piel lustrosa y brillante. Caían sobre el pequeño pájaro cantor que momentos antes elevaba sus trinos alegres a la mañana gris y que ahora se refugiaba, bajo las hojas verdes del árbol que le sostenía, escuchando con la cabeza ladeada el repiqueteo suave de las gotas, casi como si quisiera aprender el ritmo para incorporarlo a sus cantos. La casi imperceptible nota del color rompiendo en el mundo: rojos, verdes, azules, marrones, blancos fulgurando a través de la humedad de las gotas, la esperanza en el mañana. La confianza en que el sol de nuevo saldría, cantaba en el tranquilo latido de los corazones que aguardaban embebiéndose de las ligeras gotas de agua.
Más tarde apareció el viento, lleno de ira, asustando al mundo y los seres que lo habitaban con su fragor. Las nubes corrieron por el cielo, persiguiéndose. Colisionando. Los truenos marcaron el ritmo cada vez más rápido, más fuerte. Las nubes se partieron y el agua mansa se convirtió en torrente que vino a sumarse al ruido seco de las ramas partiéndose más abajo, desgajándose de árboles, al de hojas arrojadas a los prados, a hierba arrancada, a flores muriendo. Pezuñas, patas golpeando la tierra, que temblaba ante la furia de su terror. Gritos de agonía. Huesos rotos. Lamentos desesperados de seres ahogándose, Las respiraciones acalladas abruptamente por una rama, una roca… armas del viento cercenando vidas.

El cuerpo frágil del pájaro arrastrado cientos de kilómetros por el aire. Su último canto: los violentos acordes del viento en sus plumas muertas, el imperceptible sonido de su cuerpo al caer contra el suelo. Sinfonía de muerte y dolor. Majestuosa y bella en su desolación.
Y cerca del final la música cambió: sonidos profundos, hervores lentos, explosiones salvajes actuaron de contrapunto sincopado cuando la corteza del planeta no resistió las fuerzas que empujaban desde su interior. Una profunda violencia se desató. La fuerza poderosa del núcleo escapándose, corriendo tumultuosa por las vías abiertas hasta la superficie. Lentas y enfebrecidas en el momento de abrirse camino donde nunca los hubo La ira al rojo vivo, surgiendo al exterior, siseando, estallando en miles de lenguas luminosas, convirtiéndose en ríos de fuego compitiendo con la embravecida tormenta. Devorando a su paso los restos destrozados de un mundo que ya no existiría más.

Las voces animales acalladas, los millones de latidos detenidos apenas varió el volumen de la marcha salvaje entre el cielo y la tierra entregándose a la destrucción. El “tempo” se hizo eterno, en un creccendo enervante quebrando por un fragmento de eternidad, el compás silencioso del universo.

Para cuando el último estertor nació desde el rincón más oculto de la tierra, el viento había amainado, la lluvia volvía a caer en leves chispas de agua, que no llegaban a tocar el suelo, enormes nubes de vapor se alzaban a su encuentro absorbiendo su caída entre siseos y estallidos. El vertiginoso avance de la marea de magma ardiente, consumía voraz los azules, los ocres, los verdes… el crepitar angustioso de las últimas ramas convertidas en humo negro intentando escapar del desastre. Elevándose suplicante hacia el cielo, atrapado sin misericordia en las enormes masas de agua gaseosa enfebrecidas, furiosas, arrojadas a la atmósfera.
El tácito, preciso y frágil equilibrio entre las fuerzas externas e internas se rompió. Un vibrato profundo hizo temblar la tierra en un largo estremecimiento. Miles de explosiones se encadenaron rápidamente unas a otras en el núcleo líquido. El tono grave subió hasta convertirse en un grito agudo, inaudible que corrió libre, desenfrenado desde el centro a la superficie, de ahí a la atmósfera hasta extenderse por el universo, que pareció contener el aliento, a la espera del movimiento último. Cuando este se produjo y la tierra se partió en millones de fragmentos lanzados al espacio, el eco silencioso se propagó perturbando la música de las esferas durante eones.

Y al fin, cesó también esa perturbación de las estrellas. Hasta que de la tierra solo quedó el silencio de la no existencia. En su lugar, una nube de minúsculas partículas de polvo brillante suspendida en el vacío negro. Y el silencio se adueñó de todo. Oscuro, frío, pacífico silencio sin recuerdos convulsos, ni angustias ni dolor. No quedaba nada para recordar, ni para amar. Los patéticos restos fueron consumidos atraídos como polvo por otras gravedades, otros planetas. Se posaron lentamente como arenas de desiertos, como fondo de mares nacientes. Y la nada, la infinita, grácil y perfecta nada ocupó el límite del ser.

sábado, 9 de octubre de 2010

EPITAFIO

“Duerme, mi amor. Duerme, ni niña. El tiempo pasará sobre ti. El polvo se posará en el suelo de tu estancia, sobre el espejo en que te miras, sobre el peine que ordena tu pelo. Acariciará tu piel, guardará tus ojos cerrados, sellará tu boca. Cuando tus heridas estén sanadas, cuando ya no haya nada que temer, quizá puedas despertar. No tengas miedo. Húndete en el silencio del sueño. No sufras más.”

Ella, la innombrable entonó su melodía para mí. Y su canto aplacó mi dolor. Calmó la mente. Detuvo el torbellino de mi alma. Abracé a la muerte con una sonrisa serena.
—Me despido de ti, sol del este que me baña cada día, ya no tendrás que hacerlo más.
—Me despido de ti, luna que tantas noches me has visto llorar. Ya no te rezaré más.
—Me despido de ti, pasión que no volveré a sentir.
—Te digo adiós, deseo que consume mi sexo, insatisfecho para siempre.
—A ti, a quién tanto quise, te llevo conmigo encerrado en la memoria, en lo que haya en mí de imperecedero. Tan cerca, siempre tan lejos. Los eclipses, el único tiempo permitido a los amantes celestes fueron tan escasos…
—Los amigos que estuvieron a mi lado, seguirán ahí, aquellos que se perdieron en el tiempo viven en el recuerdo.
—Adiós al café de mi madrugada, a mi taza, que echará de menos el contacto de mis manos, calentándose, el roce de mis labios en el borde.
—Adiós a todo aquello que no llegué a realizar. Solo guardaran mi memoria mis actos. Lo que hice, mis sueños viajarán a mi lado.

No me olvides. Cuando me encuentren dormida en el regazo frío de la mañana. Cuando la noticia vuele a ti, llórame. Grita, maldice. Después, haz memoria de mis besos, mis abrazos, mis te quiero y mis lágrimas. Del olor de mi piel y mis palabras, mis sonrisas y la forma en que me abrazaba a ti. Guárdalas, mi amor. Y si después de esta vida, hubiera otra en la que los errores no nos hicieran tanto daño, no se paguen tan caro, volvamos a buscarnos. Quizá nos encontremos al comienzo, nuevos y antiguos. Con el frescor en la mirada de los amaneceres, con el alma sabia de la noche. Si nuestros ojos no se reconocen, nuestras pieles se atraerán. Si las voces no son las mismas, el eco de tu risa me conducirá hasta ti.

Quiéreme aún cuando camine en las sombras. En otros brazos. En el amor de otra. Quiéreme aunque te duela. Quiéreme siempre, allí, en el fondo de tu alma. Déjame vivir en ti.

ELLAS

Somos putas viejas. Cansadas zorras que ya no importan, que no pertenecen a nadie. Sobreviviendo a cambio de la dignidad y el orgullo.
Aves sin plumas. Seres exóticos sin jaula.
Coños ajados, desnudos y expuestos. Medias rotas, tacones de aguja jodiendo el alma.

Putas sin decoro. El destino colgado de una bragueta sin nombre.

Perdidas en la noche, ojos asustados pintados de negro.
Venas rotas en muñecas marcadas.
El amanecer gris, áspero de una noche otoñal borrando los dulces recuerdos del radiante sol de agosto.
Manos ardientes, corazón helado y hambre en las entrañas.
Putas sin nombre, de sexo exhausto y corrompido.

Vanas, sucias. Tristes ecos vacíos.

Somos nosotras. Las rameras muertas. Abandonadas al fin por el tiempo:

Las esperanzas y las ilusiones

lunes, 30 de agosto de 2010

ESPERO

Tengo que confesarte que he sido infiel. Tú mejor que nadie sabes como soy. No lo esperaba y no lo busqué, pero no pude resistirme a su mirada. Tú que me conoces tan bien, entenderás que quiero decir. Me miró… Cómo me miró. Los ojos, sí y después los pechos para volver a encontrarse con mis ojos. Yo, contuve la respiración y ahí estaba, la lenta sonrisa abriéndose en su cara, el brillo sensual de sus ojos. Ese destello de humor pícaro como invitándome a jugar, a hacer travesuras. Bajé la mirada, tu sabes que me pongo tantas barreras que es casi imposible llegar a mí, si no tienes un mapa. Tú lo hiciste ¿Recuerdas? Cómo si siempre hubieras sabido la forma de llegar hasta mí. Bebí un sorbo de mi copa y sonreí a las chicas. Estas cenas nuestras suelen ser divertidas y una forma de poneros a caldo a vosotros. Toda chica necesita desahogarse de las pequeñas trastadas que nos hacéis y compararos para sentir que el nuestro no es tan “malo”. Yo no suelo participar en este juego más que como oyente. La mayoría se queja del sexo, de estar cansadas, de no tener nunca ganas, de… no disfrutan del sexo. Así que yo me calló y no hablo de nuestras noches, de nuestros juegos, de los días de sofá y terraza o aquellos en los que exploramos nuevos lugares donde follar. De hecho no menciono la palabra follar. Ya sabes que pensarían.
No pude remediarlo. Volví a mirar. Y allí estaba él, con una cerveza en la mano y el cigarro en los labios. Levantó la copa cuando nuestros ojos se cruzaron, me humedecí los labios, nerviosa y su mirada se intensificó, no hubo sonrisa esta vez. Solo el deseo oscuro, ese que me hace perder la cabeza, vibrando en su expresión. Se me contrajo el estómago. Lo sentí golpeando mis pechos, mi piel, mi sexo.
Jugué distraída con la comida, casi no hablé, ni siquiera cuando las cosas se pusieron jugosas y Martina intentó incluirme en la conversación, sabedora de mis comentarios escandalosos y con ganas de que picara a más de una que juega a ser Dios con sus sentencias sobre homosexuales, sobre la vida y lo que está bien o mal. Ya sabes quienes son y como salto ante ellas. Como me divierte argumentar hasta dejarlas sin palabras y con el cabreo subido. Pero esta vez, era mucho más consciente de la presencia en la barra. Sin mirarlo podía decir las veces que se llevó el vaso a la boca. Esa boca que ya deseaba sobre mi piel. Cuantas me miraba, peor, como me miraba. No comí casi, pero bebí demasiado. Me conoces y sabes lo que hacen los nervios en mí. Cada vez que alzaba la cabeza podía observarlo. Le… buscaba, fascinada. Una de las veces al extender la mano hacia mi copa, pendiente de él, sabiendo que seguiría su trayectoria hasta mis labios, la tiré. El arroyuelo de vino tinto armó un pequeño alboroto en la mesa. Todas se levantaron de un salto, protegiendo los modelitos que llevaban para la ocasión, empapando con servilletas el líquido. No sé quien exclamó: “alegría” y tomó gotas de vino que me colocó en el cuello, como perfume. Las sentí deslizarse hasta mi escote, entre mis pechos. Imaginé su lengua siguiendo el sabor topacio. Jadeé. Un calor húmedo había tomado posesión de mi sexo, de mi mente. Incapaz de soportarlo más me levanté, les dije a las chicas que no me encontraba bien: calor, dolor de cabeza… qué sé yo, lo primero que pasó por mi mente. Cogí mi bolso y la chaqueta, antes de dirigirme al baño. No le miré. Ante el espejo vi mi cara. Las mejillas de un rosa subido, los ojos brillantes, los labios húmedos. Me encerré en el pequeño cubículo y apreté mi frente húmeda contra los azulejos. Volvería a casa, decidí. Seguro que estabas allí, tumbado en el sofá, con alguna de tus películas favoritas en la televisión. En la penumbra, descalzo y casi desnudo. Te quiero tanto. Tú lo sabes. Te anhelé allí, en ese baño, abrazándome por detrás, pegándome a ti. Bajé la mano despacio por mi cuerpo. La blusa casi transparente, la falda negra, la subí entre mis muslos hasta alcanzar mi sexo ya mojado. Mi mente me traicionó y fueron sus ojos y no los tuyos los que imaginé mirándome. Su cuerpo el que se pegaba a mí, su respiración la que acariciaba mi cuello. Casi asustada dejé caer la falda y salí, abrí el grifo y me mojé la cara, la nuca, en un intento de calmar mi cuerpo. Volví a la mesa para despedirme de las chicas. No pude evitar buscarlo. Sentí una aguda punzada de decepción inesperada al no encontrarlo. ¿Se había ido? Mientras salía del restaurante me convencí de que era lo mejor. Dejar de pensar en ese desconocido y recordarte a ti. Tú sabes que te amo.
Bajé de la acera, buscando la luz verde de un taxi entre el tráfico que fluía en la carretera. Estaba a punto de cruzar entre dos coches aparcados para hacerme visible al futuro taxi, cuando un “Hola” a mi espalda, me detuvo. Justo en ese punto la oscuridad era más consistente. Lejos de la luz que emitía el cartel del restaurante y las farolas cercanas. Supe que era él. Que esa voz no podía ser más que la suya. Me quedé quieta, paralizada. “Hola” repitió justo en mi oído, su cuerpo junto al mío. No giré la cabeza, no dije nada, pero debió notar mi respiración jadeante. Cómo hubieras hecho tú, sus brazos rodearon mi cintura, pegándome a él. Yo me amoldé, sin pensarlo. Desde los hombros a las caderas, sintiendo el roce de sus pantalones en mis piernas. Sentí su miembro duro, apoyado en mi trasero… no me mires así. Usaré nuestro lenguaje. Sentí su polla contra mi culo. Dura y, hasta me pareció sentir su calor, a pesar de sus pantalones, de mi falda y la chaqueta. Él rió contra la piel sensible de mi cuello y yo me estremecí. Intenté de verdad pensar en ti, en nuestro sofá, en nuestra cama. Pero sus manos subieron hasta abarcar mis pechos, apretándolos con fuerza y se me escaparon los pensamientos junto con un jadeo delator. El vértigo líquido del deseo humedeció mi boca, calentó mi piel. Cerré los ojos cuando una de sus manos bajó, deslizándose por la ropa, hasta la orilla de mi falda. Acarició mis piernas, subiendo por ellas, dejándome expuesta a la noche, sin que me diera cuenta o me importara. Tú me conoces y sabes que ni siquiera lo pensé. Apreté mis caderas, mi culo, contra su sexo, cuando su mano llegó a mis bragas presionando entre mis piernas. “Ven —áspero, apremiante— vamos a mi casa, está cerca de aquí. Necesito estar dentro de ti.” Su mano buscó la mía. La noté húmeda y supe que era de mí. En ese instante, un torrente de imágenes se volcó tras mis párpados cerrados. Tus dedos entre mi lengua y la tuya, lamiendo mi sabor. Tus manos, aferradas a las mías, cuando de rodillas sobre la cama, siento el roce de tus piernas en la piel sensible del interior de mis muslos, bien abiertos para ti, tu polla dura enraizada en mi centro, te cabalgo sin poder dejar de mirarte y, tus jadeos estremecen mi piel y mi alma, tu deseo corre caliente en mi sangre. alimenta el fuego que crece en mis entrañas, hambriento de ti. Cuando elevas tus caderas intentando meterte entero dentro de mí y mi sexo se pega a ti, te aprieta, te absorbe, anhelando cada vez tenerte en mi interior para siempre. Recordé tu boca en la mía amándome después de amarme. Mimando mis labios, mi piel y mi alma. Desgranando un te quiero detrás de otro en cada beso, en cada caricia. El placer profundo de estar en tus brazos mientras nuestras respiraciones van calmándose poco a poco, después de querernos tanto. Que no existe otro lugar en el mundo como el círculo que forman para mí tu pecho y tus brazos.
Abrí los ojos. “No —murmuré junto a la boca del desconocido.” Me solté de su mano y avancé un par de pasos. La luz verde de un taxi se detuvo en cuanto alcé la mano. No miré atrás.
Y ahora estoy aquí, delante de ti. Confesándome. Sí, te he sido infiel por un momento. Sé que sabes que te amo. Intento encontrar tus ojos y me los robas, sentado en el sofá, con la cara entre las manos. Me arrodillo entre tus piernas y apoyo la cabeza en tu regazo. Espero… Deseo sentir tus manos en mi pelo, consolándome como siempre, aún sabiendo que quizá es pedir demasiado. Espero… el silencio se abre como un abismo entre tú y yo. Espero las palabras que tiendan un puente sobre él. Espero…

Miedo

Lo recojo como título de está comunicación indirecta. Sí, tengo miedo. No un miedo oscuro a que pasará mañana. Que será de mí o que no.

Empiezo a aceptar que la intensidad tiene poco que hacer en el mundo externo. Se ha quedado prendida de nosotros y no va más allá.
Los cristales rotos hacen daño, me decían anoche. Y es verdad, pero el dolor intenso del corte te recuerda que estás vivo. El calor de la sangre que se derrama el grado de locura que necesitamos para vivir.

Aún recojo más. No sé si lo que no te mata te hace más fuerte. Ni sé cuan fuerte quiero ser. Vivir bajo la sombra del “tú eres fuerte”, acaba aplastándote. Bajo ella se espera que aceptes casi cualquier cosa y salgas adelante. No te da opción a cansarte, ni a dejar caer el peso de cuando en cuando. Te lleva a negar la necesidad de acurrucarte por una vez desnuda de banalidades y pretensiones, temblando de miedo y de frío. De añorar la mano que te de calor, el abrazo que te sostenga.

Pero sí, dentro de unas horas, cuando de nuevo los momentos oscuros pasen, fingiré que todo va bien, que no siento miedo. Haré ver que nada me sucede, que no siento este dolor, que sigo intacta. Sonreiré y volveré a ocuparme de los asuntos prácticos. Sonreiré mientras hago cuentas mezquinas que nos permitan vivir otro mes. Volveré a decir cuando me pregunten como estoy, que bien, que estoy bien. Una respuesta absurda a una pegunta absurda. Cuando solo tú puedes saber hasta que punto no lo estoy.
Y sigo adelante y me muerdo las ganas de hacerme pequeña contra ti.

sábado, 28 de agosto de 2010

MIcro.

Hoy cumplía quince años. Desde hace diez estamos solos. Él y yo. Su padre no lo soportó. Nunca ha sonreído, caminado, hablado, besado. No puede verme y solo algunas veces sigue mi voz. Hace un mes mis dedos tropezaron con un pequeño nódulo. En mi pecho. Todo mi dolor en un pequeño bulto duro. Pruebas. Diagnóstico.

"Aún puede presentar batalla. Hay esperanza, dicen los médicos."

Quince años hace que murieron los sueños, diez la esperanza. Le cambio los pañales, le doy su comida acunándolo como a un bebe ―es un bebe ciego y mudo― en la cuna de mis brazos. La cuchilla nueva, en el ángulo de la bañera. Sostendré su cabeza contra mi pecho. El agua caliente y el corte en las muñecas. Vertical, para no causarle un dolor más. No morirá solo. Nunca ha estado solo. Después, cuando ya palidezca y sus labios se amoraten, le seguiré yo.

Madrugada

Hoy he escuchado una canción. No recuerdo si la conocía o no. Me ha hecho pensar en una conversación que tuve una vez. También me ha hecho pensar otras cosas.
Las letras de las canciones son pequeños relatos si están bien construidas. Que llegan o no al alma dependiendo del momento en que estés. Despiertan sentimientos o es incluso posible que cuenten una historia tan nuestra que nos de la sensación de que alguien nos ha espiado.
La música tiene poder. Más que las palabras. Llega mucho más profundo, sin mediaciones. El lazo es más visceral. Mueve el cuerpo en ocasiones, en otras es el corazón el que queda atrapado.

Una temporada hubo una de ellas que llegó en cierta manera a obsesionarme, hace muy poco la volví a ver en un lugar especial. A destiempo los dos sentimos lo mismo con esta canción, de la que no recuerdo haber hablado y que me acompañó en tantos momentos. La canción es de Amaral. No quedan días de verano.

Ahora en esta madrugada escucho a Ana Belén. No sé porque te quiero, se titula.
Pienso en otros amaneceres. Los echaré siempre de menos. Pienso en una vista encuadrada en una ventana. Tejados en la oscuridad. Pienso en una tarde buscando formas en las nubes.
Imagino un coche, cruzando a casi 200 el bypass. Tan cerca y tan lejos. Por un segundo corro contigo en esta madrugada de calor espantoso.

domingo, 15 de agosto de 2010

Experimento

La cuatro ya de la madrugada. Hoy no acabo de despertarme como era mi costumbre, mi disciplina. Es algo más normal para muchos (o tal vez no) aún no me he acostado. He llegado hacia las tres y Lucía, la niña me riñe.
El día ha sido extremádamente largo.No me quejo, me apetece escribir. Decir que vi esta semana el mar gris, le faltaba esa chispa de azul que lo hubiera convertido en la imagen de mi color favorito. Una vez tuve una pequeña maceta de ese color, que yo misma pinté. No recuerdo que se hizo de ella, supongo que se rompió, como tantas otras cosas, como los sueños y los deseos.
Hablaba del mar, perdonarme la dispersión. Estaba salvaje: gris,con el toque amarronado de la arena mojada y sucia. La espuma golpeando, salpicando, gritando contra la orilla. ¿Reflejo de mi misma o del cielo que repetía el tono del mar? Pequeñas gotas de lluvia en mi brazo, en mi pecho. Escuchando a medias una conversación entre los susurros de mi mente. No, no creo estar volviéndome loca (algunos dirán que ya tengo mi punto)ni los susurros me ordenaban hacer cosas extrañas y malévolas o eso creo. Circulaban tan libres por mi mente que no llegaba a alcanzarlos. Puede que ya estén cansados de ser desmenuzados por mí. Hacen bien, yo también me canso de ellos.

Hoy escribo en plan experimento: bajo los influjos de dos cervezas con la cena en el Wok (con Anita, siempre incondicional) y el whisky del Caribian.

No cuento todo lo que pasa por mi cabeza. No ha sido tanto el alcohol como para eso. Aún retengo entre mis dedos, entre mis dientes, entre mis labios aquello que gritaría. Lo guardo, lo defiendo de miradas ajenas y si se convierte en misterio sin resolver, en novela sin final, en cuento sin desenlace pues que así sea. Y si alguien piensa que me hago la interesante... está en su derecho de tirarme tomates desde la primera línea de butacas.

La noche ha sido relajada. Charlas tranquilas al amparo de una buena cena. Mojitos con tinte sicalíptico, olor a hierbabuena, azucar en exceso, hielo picado con las manos, lima, alcohol, agua de vichy y un sospechoso líquido rojo en botella pequeña. Sentadas en la barra, sosteniéndola con los codos, sentadas en taburetes, observando el ir y venir de la gente, de la camiseta roja con letras de moda, de las chicas de ojos brillantes, labios húmedos, ropa blanca que sonríen al argentino que detrás de la barra, Mojitea.
El negro de la broma sicalíptica sobre la barra, acerca el taburete a los nuestros. Intuye que en nuestras risas se encuentra él, aunque gracias a los dioses de la música bien alta, no pueda concretar en qué. El whisky (JB) en mi mano, en mis labios, en mi garganta, desciende poco a poco, se escapa del vaso para llenarme. Recuerdos de otra barra, un vaso tirado chispean en mi mente y me lanzó a los brazos del doble sentido, del juego inocente y vuelvo mi mirada a las pantallas, donde un Mikel Jackson más vivo que nunca baila y canta, aunque no sea su música la que hace moverse a la gente en la pista. Debajo de ellas, me hacen notar, bolas navideñas, cadenas alegres del pasado, olvidadas o tal vez tristes despojos abandonados a su suerte.
No hablamos con nadie, excepto el de seguridad, el camarero y ese que me roba el cenicero para limpiarlo, tampoco nos hace falta. Seguimos en medio de la sicalipsis.
Vuelta a casa, transporte público, recuerdos compartidos, elecciones que ya no se pueden cambiar y que han determinado el curso de nuestras vidas. Para finalizar: la Metamorfosis, inspiradas en los encuentros con cucarachas rubias, enormes corriendo por la cera.

Los pensamientos se cruzan, corren, se aceleran. Los recuerdos saltan, las ideas explotan. Sentimientos, emociones, pasiones, pulsaciones siempre a flor de piel. No, nunca seré tibia. Hasta quieta y en silencio me recorren los sueños. Extraña y cansadamente vivos.

viernes, 13 de agosto de 2010

Dispersión

Es tarde ya y debo ducharme. Bajar a por el pan, comprar tabaco, salir al día gris que agosto nos ha regalado hoy.
Vencer la dejadez que me embarga estos días. La inapetencia en salir de esta casa que nunca quise demasiado y que ahora se ha convertido sin quererlo en más propia que nunca.
Confieso aquí que no sé bien como vivo estos días. Una amalgama de sensaciones llenan mis días. Fragmentos de acciones no terminadas. Ropa en la lavadora que olvido que he puesto y que por tanto se queda sin tender. Recojo a medias una habitación. Me encuentro entre las manos un objeto que no sé bien de donde he cogido donde pertenece. Dispersa es la palabra. Siempre me ha definido pero ahora tiene una clave diferente. Antes mis pensamientos se dispersaban en la curiosidad e interes en multitud de temas. Ahora me lleva al vacío. O el vacío me lleva a la dispersión. Me quedo en blanco, sencillamente es eso. En una conversación, cuando escribo. Siento como si tuviera ese pequeño reloj de arena con el que nos obsequia windows cuando se queda colgado permanentemente en mi cerebro. Probablemente sea así. Tengo el noventa por cien de mi alma, mi corazón y mi mente procesando lo que siento y los hechos que transcurren en mi pobre vida
Ahora sí. Voy a realizar las tareas que propuse en el encabezamiento de la entrada. Eso sí, al menos hoy he conseguido escribir.

Incongruencias.

Lo busca de las pocas formas en que puede. Encontrarlo alivía la tensión que inconsciente pesaba sobre ella. Con los pedazos rotos de sus sueños a cuestas. Necesita saberle.
Hoy piensa mientras le lee, en que sí, merece la pena cerrar los ojos y soñar, aún cuando la realidad le haya golpeado tan duramente que le costará recuperarse.
Piensa en el extraño sueño del amor que no finaliza ni se rompe aún en las ausencias voluntarias, bruscas.

Piensa que si el corazón, que es el primero en resentirse de los golpes es un músculo tan elástico que sigue palpitando escondido mendigando esas pequeñas migas de él. Hambriento de ellas, las atesora cuando las ve. Y ruega que siga dejándolas. Por favor.

No hay odio ni rencor. Pensamientos que vuelan, palabras que ya no se pronuncian. Pequeñas historias que guardar en la mochila, de esas que ya no quiere contar a nadie.

Se arrodillaría y suplicaría por encontar una explicación. Su pobre orgullo maltratado no tiene voz en esto. Es un silencioso despojo que observa con tristeza sus acciones.

Las palabras duras también están a punto de acudir a sus dedos. Pero las silencia. Eso queda entre ambos.

Le sorprenden las lágrimas. Pensaba que no quedarían más.

Siente, como lo hace ella, en las entrañas el peso oscuro del misterio. El dolor en la boca del estómago, intenso.

Se pierde en los sueños felices y se estrella contra el maltrato sin aviso. Palabras como piedras. Palabras como caricias, palabras que viven eternamente. Las dos caras de la moneda.

El cansancio atroz rompe el mundo de los sueños. La mente intenta poner orden tras la destrucción. Se persigue sin descanso. El alma anhela una caricia, un beso. Ese abrazo...

domingo, 1 de agosto de 2010

Díficile ponerle título a un vómito.

He dormido poco. Unas horas en la inconsciencia bendita sin sueños. Oscura y calma. Me he despertado temprano. No tanto como lo hacía. El cansancio, el puto cansancio que siempre llevo encima, las ausencias, las traiciones, las vejaciones, las acusaciones, las torpezas, el dolor, las mentiras, el desprecio hacen mella enestas cosas fragáiles del sueño.
Estoy aquí y escribo porque sí, porque lo necesito, porque me hace falta. Porque siento tanto que no puedo contenerlo dentro de mi piel y tiene que salir y explotar como un grano infectado y su reguero de pus y sangre.
Porque soy a mi pesar y pesar de quien sea, yo. Real. Dolorida, imperfecta, culpable de querer creer.
Desconcertante y confusa ante mi misma.

Con todo esto, esta mañana me ha dado por pensar en las redes, los círculos, los amarres. Esos que existen en mi vida y que no agradezco lo suficiente. Mis amigos, mi familia. La gente a la que le importo. Que comprende y espera, que me tiende una mano, que me escucha. La gente que se limita a decir ante mis rarezas: son cosas de May y siguen ahí. Soy afortunada porque están.

Hoy es un día extraño, importante, difícil. Muchísimo más difícil de lo que yo habría podido imaginar. Pero si algo he aprendido (a costa de golpes, lo reconozco) es que pasará. No seré feliz, conozco bien la diferencia (eso también lo agradezco, cada momento de felicidad es un pequeño milagro que no nos sorprende lo suficiente) pero sobreviviré. Y dentro de algún tiempo, en algún momento en el futuro encontraré cierta calma.
Ahora estoy girando sin orden sin concierto, violentamente en el cono de un huracán. Zarandeada, perdiendo partes de mí en el proceso.

sábado, 3 de julio de 2010

Poesía.

Hoy me he enamorado de un poema. Mi querido Omar, la poesía no es solo el perfume del mundo. La poesía es el alma. A veces el alma sangrante. Me agradeces que plasme mis sentimientos. Sabes que soy sincera. Tú sí lo sabes. Mi alma que cierra en falso las heridas que recibe para continuar viviendo o imitando a la vida no ha podido evitar enamorarse de esa poesía que saca tanto de ella a la luz.

Admiro la poesía escrita desde la experiencia, el alma que ha vivido y que por una misteriosa alquimia se funde con otras almas.Se ofrece y se da. Regala lo que es, con palabras sencillas que envuelven en la magia de los sentimientos que nos hacen ser, que compartimos. Esa sensibilidad especial que nos hace vulnerables y que a la vez nos unen.
Lo mío no es la poesía, aunque sienta ese torrente de emociones que duelen y hieren, que consuelan y sanan.

Gracias a ti, Omar, por entregar tanto de ti, tanta sinceridad, tantos trocitos de tu ser.
Permíteme que cite un poquito de tu poesía aquí, en este sitio virtúal que también es tu casa.

"No creo que vengas
o para serme sincero
sé que no vendrás
y por tanto
no beberé de tus ojos
ni me inundaré de tu risa
mucho menos
podré abrazarte eternamente.
Pamplinas la eternidad
timo de enamorados.
Es solo un momento
un espejismo en cualquier desierto..."

De fútbol y otras cosas

Hace ya calor a estas horas de la mañana. Sábado, tres de julio. Parece ser que hoy se juega un partido ¿importante? No tengo idea, tengo que reconocer que lo único que sé de este mundial es esos anuncios del niño recibiendo como la fuerza vital de los animales africanos. Tampoco siento necesidad de saber más. Excepto tal vez, como fenómeno sociológico y no estoy por la labor de investigar el tema.
Sé que hay futboleros de vocación. Siguen cada uno de los partidos que echen en cualquier cadena de televisión y casi a cualquier hora en la que esten en casa y sé que los hay solo de ocasión. El que solo ve el mundial o los partidos de su equipo o competiciones importantes ¿Cómo sé estas cosas? Podría ser por observación. Si lo pienso bien comozco por lo menos a uno de cada especie, lo más probable es que a más. Pero no, no es por eso. Este conocimiento, puesto así, en palabras se lo debo a un conductor de los autobuses amarillos que hacen la linea de Alboraya. Tuvo a bien explicármelo un día de la semana pasada cuando yo volvía del curso de enfermedades físicas.
Es mucho más interesante que una simple pregunta desencadenará semejante explicación. Esta claro que en un autobus de la EMT, esta no se hubiera producido. Pero vamos, me enteré de que lo que al conductor de verdad le gustaba eran los toros (ave maría purísima, dios nos coja confesados) que no se perdía ninguna retransmisión de corridas en la tele (sí, lo reconozco, tuve que mirar por la ventanilla hasta controlar mis músculos faciales y no mostrar una sonrisa sicalíptica, íbamos solos en el bus y no era plan de pensar en corridas de otro tipo) y asistía siempre que podía a la plaza de toros. Pero según él, no, no le gustaba el fútbol. No se perdía un partido de baloncesto, ni una corrida, ni una carrera de coches. Pero no le gustaba el fútbol. Me voy por las ramas. La pregunta-comentario fue: Qué poca gente hay por las calles, se nota que hoy juega España ¿No?. Suficiente para una conversación de un cuarto de hora, que es lo que dura el trayecto.

Coño, no sé de dónde ha salido esta exposición, pero seguro que yo venía a hablar de otra cosa.

Acuática

La playa, el mar, la arena, el paseo, las rocas, el puerto... vuelven a formar parte de mi vida. Casi cada día tomo contacto con el agua. El mar me trae recuerdos, me pone melancólica, incluso me ha visto llorar en su orilla. Pero también serenidad, a veces. Ayer trajo juego. Volví a ser una niña entre niños. A cavar en la arena, a enterrar a Vicente, junto con Lucía. Dibujar figuras. Rebozarme entera de arena. Arena húmeda, cálida contra mi piel. Fue ayer tarde. Como siempre no me apetecía mucho, me cuesta hacer el esfuerzo de salir de la apatía. Hubiera dado de nuevo un largo paseo por la orilla, como suelo hacer estos días. Hasta el puerto, ida y vuelta, cinco kilómetros de pies mojados, olas y radio. Pero no, bajé con Lucía y Vicente. El mar estaba tranquilo, calmado. Una enorme piscina que jugaba a sorprender con olas mansas. Nadé y jugué dentro del mar. Perseguí a Lucía, me transformé en tiburón, canté canciones de mi infancia como les cantaba cuando eran pequeños. El agua superficial templada del calor del sol durante todo el día. El estremecimiento de frío bajo la superficie. El sol bajando al oeste, creando caminos dorados, brillantes en las aguas verdes. La casi soledad rota por algunos paseantes, corredores y un par de familias que seguína disfrutando de la larga tarde como nosotros. Tumbarme en la toalla, el libro enorme que me llevo a la playa, medio abandonado. La brisa, el sonido, el olor.
Me sentí de nuevo marina y lunática.

miércoles, 30 de junio de 2010

DUREZA DE ESPACIO

Los límites impuestos por los sentimientos, los sentidos, las impresiones, las experiencias. Empujados, estirados hasta más allá de lo vivido. Soñado, pues. Así es la vida. Rompes barreras para toparte con otras nuevas. Surgen del interior o impuestas. ¿Qué separa al hombre que vive en la calle del que cada día camina de su hogar a la oficina? Es probable que solo el tiempo.
El tiempo es otra frontera. Tiene fin, aunque haya momentos eternos y otros demasiado breves para ser contados.
¿La dispersión es otro límite? Sí, perseguir las ideas que se escapan, desgasta. Son como niñas alocadas jugando al no me pillas. Huyen en cuanto me aproximo, me dejan verlas cuando corren por mi mente. Frente al papel se esconden. Y yo me pregunto: ¿Por qué no? Su libertad está en juego y su vida sin limitaciones se niega a entregarse a las pautas de la escritura. Sujeto y predicado. Verbos concordantes, imágenes originales. Adjetivos, artículos y pronombres que buscan su camino y se repiten tomando el protagonismo. Creando y recreando el juego cacofónico.
Escribo desde esta pequeña habitación, cuatro paredes. Puerta cerrada de madera al resto de la casa. Puertas de cristal abiertas al día, ya claro. Dos, tres relatos por terminar. Dos micro cuentos lanzados a la aventura de un concurso. Pensamientos cruzados, lecturas y sensación de extrañamiento. Yo soy una extraña ante mi misma.
Confesiones a medias, limitadas por el cansancio, la prudencia.
Revuelvo entre mis escritos. ¿Quién puso esas letras en mis dedos? Conocían las reglas. Jugaban a ser conmigo una historia. El inicio: una propuesta al lector, un guiño. Él o ella, los que se disponen a leer o escuchar saben que les voy a contar una mentira. Pero están dispuestos a creérsela, a hacerla real con la condición de que la cuente bien. Les emocione, les entretenga, les conmueva. Ese sería el límite real para el que escribe. Y para eso has de darle a la historia parte de tu vida. Ha de ser tu obsesión. Pero tampoco podemos tomarnos demasiado en serio. Si pierde su parte lúdica, se transforma en algo sesudo y serio que “tienes” que hacer, una mañana nos levantaremos pensando: ¿Qué hago yo aquí a las cuatro de la madrugada?

― ¿Para que sirven los concursos en este momento? Para centrarnos, Gin ―respondo a una pregunta no lanzada por un amigo, de alguna manera consiguen sacarte de la rutina al lanzarte un desafío. Aunque también en ellos te encuentres con otros límites.

domingo, 30 de mayo de 2010

Leer con precaución

Deseo, soledad, miedo, vivir, sentir, aislamiento, dolor, frustración, miedo, miedo, miedo, miedo. Seguir adelante, destrozar, empezar, comenzar, retomar, andar, adelantar, seguir, doblegar, olvidar, olvidar, olvidar. Siempre preguntas. Una tras otra. Sin respuestas, obsesivas, irreales, apremiantes, ansiosas. Calma, respiración, aceptación, consentimiento. Olvido.
Sombras que conducen a la oscuridad, ocultos a la luz clara de la mañana. Viven consumiendo almas inocentes, ignorantes, ausentes, inanes. Chupadores voraces de vida ajena. Macabros espectadores de su propio espectáculo. Necesitando más y más dolor para sentirse vibrantes.
Ofrendas, sacrificios, holocaustos, víctimas ensangrentadas servidas en pedazos rotos, desgarrados, arrancados. Miembro a miembro devorados por sus bocas insaciables. Generando detritus infectados de humillación y desamparo.
Carcajadas feroces ante el espectáculo dantesco de la vida dejada tras de sí. La no vida. Satisfechos, pantagruélicos en su apetito desnudo de emociones que no sienten, que no pueden sentir. Cruelmente divertidos ante el espectáculo de la miseria humana que dejan a su paso. Dioses por derecho a si mismos concedidos, concebidos. Privados de la empatía, capacidad de amar, de sentir. Invulnerables, inasequibles. No-humanos.
Partogenésicos alucinados. Adictos que buscan, devoran, destruyen aquello que nunca poseerán: Alma.
Caóticos, aberrantes, estrafalarios seres que crean su propia inmortalidad convertidos en fantasmas que husmean entre la podredumbre humana. Se revuelcan llenos de gozo entre la miseria y aflicción.
Finalmente satisfechos de crear un mundo a su medida: Limitado, ignorante. Sin amaneceres, sin luna, sin alegría, sin fe. Simple y sucio. Triste círculo devorador de si mismo.

sábado, 29 de mayo de 2010

Sin título

Hoy, esta mañana, he releído parte de... ¿Cómo llamarlo? ¿Anotaciones? ¿Pensamientos? Supongo que son diarios puesto que van fechados. Son explosiones y vómitos de aquellos días en que solo tenía el blanco para explotar y explorar y ex... demasiadas palabras comenzadas en ex. En ellos hablo de sentimientos, sensaciones. No paro de darle vueltas al molino de mi vida. De la dicotomía en la que vivía. Entre esa vorágine de autocompasión y dolor algunos datos de aquella vida mía se deslizan y recuerdo de nuevo el cansancio brutal de trabajar meses sin interrupción, sin días de descanso, en dos sitios a la vez. Recuerdo el trabajo en el restaurante, mi particular "cuarta dimensión" En aquel entonces no tenía tiempo ni de ser. Y aún así la soledad intensa gotea en cada palabra que utilizo.

Lo bueno de estos diarios es que me hacen entender el proceso que me ha traído hasta aquí.
Leer desde esta lejanía temporal que me levantaba(casi como ahora)para volcar sobre el Word el alma rota, cuando mi vida era una larga y eterna sucesión de horas de trabajo, me hace repensar lo mucho que significa para mí, lo mucho que necesito escribir.
Ayer leí: La pluma es la lengua del alma.
Una pequeña muestra:
Lunes 8/diciembre/2008
Trato de escribir sobre la soledad, el miedo, el dolor como una terapia exploratoria de lo que siento. Estoy cansada de los no sé, de la indecisión, de la duda. Trato de expandirme, de crecer. No quiero volver a los viejos temas, aunque estén ahí. Incorruptos pero no vivos. Puede que sea eso lo que tiene mi alma. No los dejo pudrirse, deshacerse después de muertos. Tengo que vivir y sentir los gusanos agujereando las vivencias ya muertas y no conservarlos en frascos que se llenan de polvo en los estantes de mi mente, listos para que en cualquier momento los tome, los limpie, los abrace contra mi pecho y les de una vida ficticia, imaginaria que si alguna vez tuvieron ya no anida en ellos.

Esos recuerdos de las malas y las buenas acciones. Esas culpas que recorren mi camino detrás de mí, a mi lado, ante mí. Ese dolor eterno de lo no acabado. De lo que esta muerto sin haber nacido. He de cavar, sí, remover la tierra de mi alma, hacerla fértil. Intentar que la muerte como figura para los sentimientos pasados sea el abono que me haga crecer. Qué me permita dar curso y forma a mis sentimientos, a mi vocación y a mi vida. No sé si tengo que retroceder, aclarar algunas cosas, retomar otras.

viernes, 21 de mayo de 2010

Conversación de abogados

Estoy sentada en un amplio sillón de cuero negro. El de los clientes. De la abogada me separa una mesa amplia, cargada de papeles en carpetas amarillas. Informes, supongo. Abre el mío y revisa con rapidez los puntos básicos mientras me informa que el (la) abogado de la otra parte (él) no se ha puesto en contacto. “¿Ahora qué hacemos? Pregunta.” Suena el teléfono, con la mirada me pide disculpas y atiende. Otro abogado, otro caso, otra aflicción. Aún en medio de mis propios problemas personales me interesa la conversación. Sigo sin pestañear, sin ocultar mi curiosidad (la verdad es que nunca me doy cuenta hasta después de que tal vez no debería mostrar ese interés excesivo por los hechos que al fin y al cabo no me atañen ¿mente de escritora? Buena justificación en todo caso).
Se saludan cordialmente. Aparta mi informe y abre otro. Repasa algunos datos económicos, de propiedades: entre ellos apunta dos matriculas de coche y los modelos. Requiere el importe de algunas deudas que el marido (futuro ex) ha contraído: “Son bienes gananciales, he de saberlo para ver que corresponde a cada uno”. Me entero de lo que cobran los dos: 2.500 euros él, 900 ella. Algo más hay bajo el fondo o tal vez no tienen hijos porque pide mi abogada una pensión (ahora deduzco que será la compensatoria para la mujer) de 300 a 350 euros. Él sujeto (futuro ex-marido, que no el abogado) no debe estar de acuerdo. Mi abogada ríe y dice: “Estos son todos iguales”. Con tono más serio: Vamos a pedir 350. Siguen manteniendo una charla informal, comparando datos, cifras… con una tranquilidad y un colegueo que me hace pensar, por contraste, en como estarán viviendo la situación la pareja a punto de convertirse en ex-pareja. Cómo y de qué manera se habrán echado los trastos hasta llegar a este momento y como se los continúan echando a través de estos simpáticos abogados. Mi abogada hace anotaciones en un folio, un DINA 4 para más información. Con un bolígrafo rojo completa las previas que ya estaban en la hoja. En azul. Un solo folio, con guiones que separan una condición de otra, una petición de otra, un dato de otro. Con mucho espacio en blanco entre ellos. Es decir, ni siquiera un folio lleno de letra menuda y apretada. No. Los renglones bailan con holgura en la página. Y eso, señores, es todo lo que quedará de dos personas que creyeron amarse. El resumen de sus posesiones, del reparto de sus vidas.
Se despiden amigablemente, volverán a hablar del tema y generaran muchos más papeles que irán a unirse al escuálido folio y la carpeta amarilla. Serán documentos oficiales, con la firma, creo, de procuradores y jueces. Pero la disección (vivisección en este caso) y el esqueleto del fin de lo que fue o se creyó amor ya está hecho.
Y ahora sí, la abogada se gira hacía mí. Detrás de ella, la ventana es un cuadro de paisaje urbano del centro de la ciudad. Atrae hacía sí otra carpeta amarilla, la abre y me mira. “Continuemos ―me dice.”

miércoles, 19 de mayo de 2010

Infinito

Sigo viviendo. De una forma extraña. Como si estuviera en medio de una competición cuyas reglas no sé. Ni siquiera sé quién las impone. Ya no busco descubrir al otro en mí. Aunque es probable que siempre haya sido lo contrario: descubrirme yo en el otro. ¿No es siempre así? Tratamos incansablemente de reconocernos en otros ojos. Ya no. Yo no. Ahora no.
Anoche pensaba en Infinito. La palabra. Lo que me hace sentir y lo que imagino. La primera definición que da la Rae me hace caer en él:
1. adj. Que no tiene ni puede tener fin ni término.
Cuando era una niña, por la noche, cerraba los ojos e intentaba averiguar que había en mi interior. Como era yo. Era como estar al borde de un precipicio de oscuridad. Sentía vértigo. Sabía, sentía que la negrura era infinita. Cualquier cosa, cualquier sentimiento cabían en ella. No era capaz de situarme en ese espacio interior, esa constelación, universo sin puntos de luz. No había arriba ni abajo. Solo una caída libre sin nada a lo que poder sujetarte. Y cree las palabras y los sueños en vela. Para poder atarme a algo. Para sentir la finitud.

martes, 27 de abril de 2010

La llave

Si decidió dar por bueno el fin que él le lanzó fue porqué reconoció que las heridas que se causaban mutuamente acabarían desangrándolos hasta la muerte. Prefirió cauterizar la herida con el fuego del dolor y después ocultarlo lejos de la mirada de los dos. Puso un candado en el rincón de su mente donde guardaba los recuerdos. Se tragó la llave. A partir de ese momento diversas molestias de estómago le acompañaron cada día. Los ojos permanecían secos. Las lágrimas se negaban a salir, empeñadas en inundar la llave. Se olvidó de la llave, y del rincón clausurado de su cerebro. Siguió viviendo, pero el corazón bombeaba dos veces más aprisa en la imposible misión de mantener un doble sistema circulatorio: la sangre y las lágrimas.
Al cabo de un tiempo empezaron a resentirse del esfuerzo otros órganos de su cuerpo. Los pulmones necesitaban trabajar más para conseguir oxígeno. El hígado empezó a cansarse y hasta el páncreas se sobrecargó.
No llegó a morir de desamor. La mala salud le acompañó durante un tiempo. Y después empeoró. Visitó médicos que le dijeran porqué vomitaba agua salada. Le hicieron pruebas, todo tipo de ellas, nadie descubrió la llave.
Mientras ella continuaba vertiendo agua salada por sus esfínteres, por su boca. Hasta el punto que dejó de trabajar, de salir de casa y de comer. Un día la violencia de las nauseas alcanzó tal punto que se revolcaba por el suelo, presa de arcadas incontrolables. Un dolor ardiente comenzó a subirle por la garganta y el agua que vomitaba se tiñó de rojo. Con una desesperada arcada terminó por arrojar la llave. De rodillas, con una mano acunándose el estómago y la otra en la garganta, la contempló, ensangrentada. El recuerdo del rincón que había cerrado en su mente apareció nítido en su memoria. Permaneció en esa misma posición horas, minutos, segundos… tiempo fuera del tiempo. Mirando la llave y el hueco perfecto de la cerradura en sus recuerdos. Al fin, cerró los ojos y permitió que la llave encajara en la cerradura y con cuidado le dio la vuelta. Libres los recuerdos surgieron parpadeantes ante la luz de su mirada interior. Las imágenes, los sonidos, los olores… miles de pequeños fragmentos de bordes irregulares, punzantes se buscaron unos a otros. Sus ojos se ensamblaron con su boca, con el pelo, junto a estos aparecieron las manos, su cuerpo. El tacto de la piel desnuda entre sus dedos. Caliente, casi enfebrecida. El brazo posesivo en su cintura, la ternura voraz de sus labios. La voz envolviéndola. Susurros ardientes, jadeos, risas. El primer dolor que rompe la ilusión perfecta. Desamor, crueldad, violencia. Frialdad del cuerpo que sufre. Arrogancia, desprecio, humillación. El incesante golpeteo de las palabras. Duras como piedras. Angustiosas. Condena y prisión del amargo, ridículo final. Conciencia de ser. Una. Siempre sola, ausente de los sueños que tejieron.
Las lágrimas subieron, del estómago al corazón, del corazón a la garganta. Encontraron el cauce natural de sus ojos. Y se vertieron, al fin cristalinas. Limpiaron cuidadosamente el rincón de los recuerdos, dejándolo expuesto al aire, a la luz
Poco a poco, la llave se disolvió y las lágrimas rojas que manchaban el suelo se secaron. Tomó entre sus manos los frágiles momentos que deseaba atesorar: Diminutas joyas que con el tiempo tomarían los colores sepia de la nostalgia. Sintió que su pecho ardía sin aire ante los recuerdos de dolor. Los rezó, rosario del misterio, entre sus yemas gastadas. Comprendió que debía dejarlos partir. Para siempre desconocido. Abrió sus manos. Las levantó y permitió que el aire las limpiara.
Cansada, se tendió en el suelo. Cerró los ojos y reposó. El sueño la cubrió, protegiéndola. Y la sanó.

lunes, 12 de abril de 2010

LA ESTACIÓN

La estación se nos abre a la mirada. Miles de momentos vividos, sufridos y soñados. Los bancos, ahora helados y solitarios, en este anochecer de invierno han escuchado las confidencias, los adioses, las últimas recomendaciones de cientos de pasajeros, de almas en despedida, de almas en espera: “Escríbeme cuando llegues” “No me olvides” “Piensa en mí”. “Cuídate”. Seres impacientes por partir, desgarrados por alejarse.
En el andén vacío vibran historias de encuentros y despedidas. La madre asustada, un segundo parto más doloroso y triste que el primero ve nacer a su hijo a un nuevo mundo en el que ella solo será un recuerdo y una llamada de teléfono.
La enamorada llora en brazos de su amante, que retorna a su vida y su trabajo lejos de ella. Recuerda su taconeo nervioso hace solo unas horas, su cuerpo inclinado hacía la vía, su mente empujando el tren. La obsesiva melodía repitiéndose: “ven, ven, ven”.
Se llama Ana y él, Miguel. Hace tiempo que marchó a la capital desde la pequeña ciudad que rodea la estación. Ha tenido suerte, piensa él, al aprobar las oposiciones. No volvería si no fuera por Ana, su amor de siempre. La ciudad se le ha quedado pequeña. Sus silencios, el lento transcurrir del tiempo, las habladurías mezquinas de gente que se conoce demasiado y no se perdona, excepto con la sonrisa hipócrita que marca sus días. Abraza a la mujer con fuerza, respondiendo a la estrecha atadura de sus brazos. Por dentro, la ansiedad al escuchar su tren que se acerca. El júbilo intenso que gana a la tristeza por las lágrimas femeninas que no cesan. Sus ideas giran ya entorno a su pequeño apartamento. Al trabajo frenético que le espera y con una punzada culpable a la imagen de unos brazos diferentes, una mirada tentadora, una piel con otra textura, otro olor…
Ana ve llegar al tren. Distorsionado por el llanto le parece un enorme monstruo cíclope. Cierra los ojos. Siente la vibración del andén bajo sus pies. El corazón de Miguel latiendo acelerado contra su cuerpo. Sueña con el momento en que él no tenga que marcharse. Se aferra a los sueños que tejieron juntos de adolescentes. La casita tranquila en el viejo barrio de siempre. Entre los amigos de toda la vida y la familia de ambos. Sus manos se aferran a la espalda de él, intentando meterlo bajo su piel. Como si quisiera mantenerlo a salvo, arrebatárselo al monstruo que dentro de unos minutos se lo tragará para alejarlo de ella.
Miguel da un paso atrás, separándose de Ana. Se inclina a recoger su bolsa de viaje, le esconde los ojos, que impacientes ya miran a un futuro distinto.
―Te quiero, Miguel ―le dice―Te echo de menos y aún estas conmigo. ¡Desearía tanto que no te marcharas!

Miguel besa la cara de Ana, sus labios. Siente una opresión en el pecho. Una punzada en el estómago. Su Ana. Por un momento la ve de nuevo casi una niña, abrazada a su cintura, ruborizada por el primer beso. También fue el primero para él… La ternura le invade. Pronto, quiere contestar. Pero el tren anuncia su salida, el largo pitido estridente ahoga sus pensamientos. Solo queda la urgencia por partir. Sube al tren de un salto, la ternura perdida en el andén de la estación. Un adiós se dibuja silencioso en su boca.
Ana tiembla, despojada su alma y su piel del calor de Miguel. Mucho más tarde, cuando ya esta en casa, recuerda inquieta que él, esta vez no le ha dicho que la quiere.
Nos parece que la estación ha retenido el aliento durante la despedida de los amantes. Intuimos que exhala un suspiro de tristeza al quedarse sola en la oscuridad de la noche. Ella sabe que no volverá a verlos.
Serena espera la mañana. Nuevos pasajeros descenderán de los trenes que llegan a su andén. De nuevo las sonrisas brillaran en las caras de los que esperan. Las lágrimas correrán por las mejillas del que se queda. Las almas se cruzarán, se encontrarán y volverán a perderse. La estación seguirá allí. Con sus paredes, su mismo aire impregnado de ese sentimiento de melancolía expectante que nos invade al visitarla.

miércoles, 7 de abril de 2010

SICALIPSIS

Hace un tiempo descubrí una palabra nueva, que no su significado. Hasta ese momento no sabía que muchas de mis conversaciones ―y pensamientos― eran sicalípticas. ¿A qué mola la palabreja? Qué levanten la mano aquellos que ya la conocían. Las dos manos… Y para los que no, aquí va la definición.

Sicalipsis

Significa "picardía o malicia referente a temas sexuales". Este vocablo fue formado arbitrariamente por yuxtaposición de las palabras griegas sykon (higo) y aleipsis (frotar, untar), con base en alguna idea que dejamos librada a la imaginación del lector.

Decimos arbitrariamente porque la palabra no nos llegó, por cierto, desde el griego, sino que fue creada arbitrariamente por publicitarios hace más de un siglo y aparece por primera vez en 1902, en el anuncio de una obra pornográfica en el diario El Liberal de Madrid. El uso más frecuente no es sicalipsis, sino el adjetivo sicalíptico, cuyo significado, más allá de la significación académica reseñada al comienzo, es 'obsceno' o 'pornográfico'.
Me quedo realmente con su significado original y no con el de obsceno o pornográfico. No diría que mis pensamientos lleguen a tanto y menos mis conversaciones… bueno, al menos no siempre y no con todo el mundo, claro está. Pero sí que suele divertirme incluir en parte de mis escritos, charlas e incluso miradas cierta picardía o malicia referida a temas sexuales. En realidad es algo que no puedo evitar y que, con el tiempo, he descubierto que me da cierta medida de la inteligencia y el sentido del humor del que me escucha. De la complicidad a la que puedo llegar. No siempre es así, por supuesto. Que nadie espere que de golpe y al cruzarnos por la calle o al tomar un cafetito me ponga de golpe a mantener una conversación poblada de dobles entendidos y guiños erótico festivos. No me importa el sexo de mi interlocutor, por lo que no lo uso como un “arma sexual”. El doble sentido, la mirada verde (lo verde es sano), el ir un poco más allá de lo socialmente aceptado provoca respuestas. Si no lo hace, si mi partenaire opta por retirarse a su interior, con una mirada entre vidriosa, ausente y condenatoria, limito mi tono. Lo cierro. Y le doy justo esa relación superficial con la que se siente bien. Si sonríe con cierta timidez cálida, rebajo el tono con precaución. Sé que nos conoceremos más tarde, con lentitud, pero que no conviene abrumarlo con todos mis pensamientos de golpe, mejor poco a poco no se me asuste. Si por el contrario da con el tono justo, entre inteligente y juguetón, irónico y observador… probablemente hemos creado un monstruo entre ambos. Si el tiempo y los encuentros lo permiten, es posible que sea el inicio de una buena amistad. Si no, habrá sido un tiempo divertido para ambos.
Es cierto que también puedo encontrar personas que crean que es un recurso fácil para ser el centro de atención. Tal vez sea así. Que lo intenten. Siempre me ha parecido detectar envidia en esa opinión. Adelante. Otros pueden considerarme frívola, rara incluso hasta poco recomendable como compañía (¿Verdad Anita?). O incluso pueden confundir el culo con las témporas (¿Qué coño significará eso? Vale, me respondo que para eso me he tomado la molestia de buscarlo: confundir el culo con las témporas: Buscar semejanzas en cosas totalmente distintas. Témporas: son los días de ayuno al comienzo de las cuatro estaciones. Ya, aclarado. Puedo decir que viene del latín. El plural de Tempus, tiempo. Pero vamos, que porque lo he leído… ) y pensar que es una forma cutre o más bien cutrísma de ligar. Entonces y después de una fase de confusión más o menos larga por mi parte, soy yo la que doy marcha atrás y me comporto con pudorosa modestia.
Otros pensaran que es una capa que utiliza mi timidez para romper el hielo. Bien, ellos se aproximan más. Aunque parezca mentira. Me levanto. Miro a mi alrededor a los rostros expectantes y lanzó mi confesión: Me llamo May. Soy tímida. Desde la infancia.

EL MERCADO

La plaza del mercado del Cabañal se llenaba de sombras y la humedad del otoño se pegaba a su falda azul marino, discreta y limpia. Adela tembló: la blusa blanca, demasiado ceñida a sus pechos era insuficiente para protegerla del relente de la tarde. Los continuos lavados habían adelgazado el algodón hasta convertirlo en una fina tela apergaminada. Los zapatos, anchos y planos, eran los únicos que sus pies soportaban y a su edad, en su profesión, era mejor olvidar las medias. Se rompían demasiado.

Hoy no había tenido suerte. No había aparecido ninguno de sus habituales. El día veinte del mes, a cinco días de que se pagaran las pensiones, resultaba difícil encontrarlos. Pero en casa le quedaba poco más que una caja de leche y dos manzanas; el recibo de la luz estaba por llegar y siempre le gustaba tener unos dulces para la niña de la puerta vecina: Luisa, una niña morena, de ojos negros, con un sonrisa que calentaba su corazón, cuando la madre se la dejaba para ir a trabajar limpiando culos ajenos. ¡Qué cosas tiene la vida! Venir de tan lejos, para acabar de sirviente de ancianos. Si ella tuviera sus años y ese cuerpo... Aunque bien pensado… Sus labios, en los que quedaba el rastro de un rojo fuerte, se estiraron en una sonrisa triste. Adela, también lo había hecho. Solo que a ella, le habían dejado la mugre sobre el cuerpo.
“Oscurece tan pronto ahora”―Pensó. Repasó con la mirada los escasos comercios que abrían por la tarde en el exterior del mercado. Encendían las luces uno a uno arrojando a la calle sombras oscilantes. Adela suspiró y empezó a caminar despacio hasta la esquina, pasó por el puesto de ropa interior: camisetas blancas, fajas color carne, bragas sin gracia; colgando de una fina cuerda. La vendedora arrebujada en un mantón negro mantenía baja la cabeza y los pies cerca de un brasero. Más adelante, el de los cacharros de barro dormitaba. Las cazuelas de todo tipo alineadas al fondo, por tamaños. Marrones con sus bordes brillantes que le recordaban al caramelo. Después un frutero, el único que tenía la persiana levantada a esas horas, servía a una anciana una pequeña bolsa de mandarinas. Al pasar, ambos la miraron inexpresivos. Adela se sintió transparente ante sus ojos. Unos años antes, él la habría mirado con deseo y podía recordar muy bien los gestos de desprecio de las viejas como esa. Ella habría erguido aún más su cuerpo joven y caminado con paso orgulloso, levantando la cabeza como una reina. Reina mora; así la llamaba más de uno, allá en el pueblo donde nació, antes de venirse a la ciudad y convertirse en La Adela. Sacudió la cabeza, algunos recuerdos era mejor dejarlos en paz.
―Adela, Adelita guapa. ―la voz temblorosa llegó desde la oscuridad creciente del final de la calle.
― ¡Don Roberto! ¡Cuánto bueno por aquí! Hacía mucho que no le veía. Pensaba…
―Sí, hija, sí. Que me había muerto. No, la que murió fue Leonor, mi mujer…
― ¿La fiera? Pues habrá descansao. Lo siento, Don Roberto, pero es que su mujer era de las del puño apretao..
― Calla, calla. No sabes lo que echo de menos sus riñas y sus cosas, hasta que me contará las vueltas cada vez que me mandaba a un recado a la calle. ¡Me ha dejado tan solo! Hoy mismo he estado en casa todo el día, sin salir ni a por el pan. Desde que enluté no necesito casi nada...
― ¿Vamos al banco de siempre? ―Adela le interrumpió, pensando en la caja de leche, en Luisa. En este oficio hijo de puta, la lástima se dejaba para después de cobrar. Sobre todo cuando se llega a una edad en la que los hombres solo quieren desahogar sus penas.
El viejo le lanzó una mirada resignada de perro viejo. Él también conocía las reglas del juego y se dejó conducir hasta el banco medio oculto, a la sombra de la iglesia del Santo Cristo. La mano experta de Adela se introdujo tras la abertura de la cremallera.
― ¡Qué manos tienes, Adelita, siempre he dicho que eres la mejor!
―La experiencia, Don Roberto, la experiencia. ¿Y sus hijos? Tenía uste dos ¿No?
―Y cinco nietos; dos del mayor y tres del pequeño. Los hijos no tienen tiempo para venir ocupados con sus trabajos, sus mujeres y los nietos solo vienen a pedirme dinero. La juventud de hoy siempre tiene prisa, no quieren escuchar… Yo aún recuerdo a mi abuelo…
La mano rítmica de Adela hacía su trabajo. Escuchando a medias la voz del viejo, pensando en que al menos esos diez euros que se estaba ganando le servirían para comprar un poco de pollo, pan y algunos dulces de esos que le gustaban a Luisa.

lunes, 5 de abril de 2010

CONFUSIÓN

―Me ha dejado. Me duele el hígado.
―¿Cómo? Será el corazón.
―¡Qué no, joder! Es lo que te digo, me duele el hígado, el corazón ni lo noto.
―Ya, pero es lo que se suele decir cuando te dejan: Se te rompe el corazón y eso, amigo, es lo que ha de doler.
―Coño, eso es una frase hecha, tan hecha como esta: Se ha ido y me ha sacado hasta los higadillos.
La mirada del amigo recorrió la sala. El espacio de la tele, sin tele. El mueble del equipo de música, vacío. Las estanterías llenas solo de polvo. Y ellos de pie en el sitio donde hasta ayer vivía un carísimo, modernísimo sofá rojo pasión.
―Entiendo.

SIN TÍTULO. SIN JUSTIFICAR.

La golpeo. Con los puños. En el estómago. Hundiéndolos en la carne. Disfrutando de cada impacto. Se sumergió en sus gritos paladeando el dolor, la angustia. Sonrió. El placer le estremeció el alma antes de echar el brazo hacía atrás, abrir la mano y dejarla caer sobre la cara de la mujer. Un labio estalló contra los dientes. Jadeo excitado. Volvió a golpear sobre el labio abierto. La sangre viscosa le empapó la mano. La mujer cayó al suelo, Dobló las rodillas contra su pecho protegiéndose con los brazos. Mechones rubios se escapaban entre los dedos de sus manos. Lloriqueó suplicante a los pies del Cazador. Él dejó dejo una huella oscura en la bragueta del pantalón. Envolvió el mimbro con la mano cubierta de sangre. Subió y bajo la piel de su glande antes de pensar en la boca de su presa. La puso de rodillas tirando del pelo rubio, arrastrándola hasta su polla. Frotó su entrepierna en la herida fresca de la mujer. Eyaculó con violencia. La empujó contra el suelo. Inhaló profundamente una dos veces, antes de mirar a la mujer. Asqueado.
―Lávate. Y sírveme la cena.

sábado, 3 de abril de 2010

PRTÉRITO IMPERFECTO

Con el permiso de Adriana, la autora de este poema que leí ayer en la madrugada, que ha calado dentro de mí tanto, que en cierta manera lo hago mío.
Adri, más allá de lo que nos dicte el aprendizaje, para mí la poesía es llevar lo intimamente personal a universal. No sé explicarlo bien, pero lo intento: esto es lo que yo llamo la verdad, decir la verdad en la literatura. No realidad, verdad. Cuando se crea sin traicionar esa sinceridad se llega al corazón del que te lee. Gracias por dejarme tus palabras.


Pretérito (y tú, amor que ya no eres amor, ni eres mío)


Y tú, que caminabas llevándome
atada a tu cintura,
al costado de tu deseo, al frente de tu respiración;
tú , que mordias mi nombre
como se muerde un hálito de vida,
e interrogabas las horas
que terminaban esfumándose.

tú, que acaso sonríes
si sabes que sonrío
sin siquiera notar
que navego otro cauce
y ya soy de mi mísma
no sólo de tus ojos, tus raíces, tus ramas,
- árbol y bosque y troncos
envueltos en las copas de las nubes
desbordando el borrador
donde quedó el cuaderno de bitácora-

tú, fiero amor antiguo
que descubres lo nuevo
tallado en un poema,
o en el papiro exhausto
de las ropas urgentes
en las sábanas lentas
y sabes que está muerta la piel
donde he tatuado
lo que nunca tuviste. Ni tienes. ni tendrás


tú, que pones mis manos
en el cielo
de infierno y paraíso,
para quemar tu nuez de Adán
en el lustre febril
de mi manzana.

Tú, hombre pequeñito,
que creíste en la altura de tu antojo,
que mareaste mi vértigo
apagando ese fuego que se abrasa
porque no tiene escarcha.

tú que bebes a sorbos la locura ,
estrenándome en todos los rincones,
con marcas de los besos que no diste
y fumas en mi ombligo
el humo de las ganas que quedaron enteras
en el borde de un cristal licuado.

Tú, ahora, tú mismo,
sentado en esa acera
donde quedas a salvo de los temores vanos,
tú dándote respiro,
tú mitigando esperas,
tú poniéndo a destiempo el verano en mi boca,
sacando primaveras del bolsillo,
aplacando el otoño,
desterrándome el frío de los huesos invernales
sin mirar en tu mapa
qué distantes distintos
son los tiempos hoy nuevos.


Sí, tú, a tí te hablo:
quien fue
mi territorio, mi posesión, mi mapa,
mi brújula, mi Norte, mis puntos más altivos,
y mis bajos instintos,
aquel dolor anclado definitivamente
en el hueco que cerró el Universo,
cuando se me hizo el alba.

Tú, viejo amor,
pradera
donde florecí a gusto en las siestas de niños.
Tú, Hombre que agregaste
una hora a la noche que no llegaba nunca
y me dejaste abierta,
de par en par,
la vida,
tomándome, aludiéndome, reconocido en mí
para huir, de inmediato, por el vano
de aquello que no fuiste.


Tú, digo y no hay pronombre que anteceda mi cuerpo
porque fui a ciegas tuya, sin otear horizontes.



Hoy, en donde respires un verso
o un poema
respirarás mi boca
y donde muerda el pulso de tus moscas sagradas,
será mi corazón el que te encuentre
y
mirándote a los ojos
te arrancará de cuajo
los últimos minutos de no vida.

Tú, digo, cuando tiemblo en mí,
y tan a gusto,
en paz
de boca a boca,
sin pretéritos nuestros
vivo y señalo a pleno la vida..

tú, remanido tiempo
pasado
sin presente
que no tuvo futuro.

sábado, 23 de enero de 2010

LA MUERTE EN SOLEDAD

Me impresionan las noticias de personas mayores, personas de la tercera edad, el eufemismo que nos de la gana para referirnos a los viejos. Noticias de gentes a las que encuentran muertas en sus casas, después de uno, dos y hasta seis meses. Seres humanos que en sus últimos años de vida debieron vivir como murieron. Sin una llamada, sin una visita, sin un amigo, sin un gesto de amor.
Viejo… que despectiva se siente esta palabra al escribirla, más aún al decirla en voz alta. Políticamente incorrecta lleva en si todo el deterioro físico, todo el miedo que nos produce esa etapa de la vida. Sabemos que está ahí, a la vuelta de la esquina, pero como cobardes nos negamos a mirar de frente la verdad que llega a cada cual en su momento.
Viejo… abandonado, arrinconado, escondido. Viejos padres que mueren olvidados de todos. No importan, no producen, solo consumen sus escasos recursos hasta que un día se acaba todo.
Se esconde la muerte tras hospitales, en casas llenas de recuerdos que nadie visita. En pequeñas pensiones, de vida miserable. Una barra de pan, una caja de leche, un poco de fruta. Las gracias a la seguridad social por sus medicamentos gratuitos que nos permiten vivir más y más solos, perdidos. Con suerte vivienda en propiedad y si no alquiler de renta antigua, prácticamente solos en edificios que se desmoronan, más viejos que ellos mismos.
¿Qué nos pasa? Treinta y tres ancianos han sido hallados muertos en sus domicilios en lo que va de año, menos de un mes.
¿Qué dice eso de nosotros? De la sociedad en general, pero sobre todo de ti y de mi. ¿Seguiremos pasando a su lado sin mirarlos, sin dedicarles una sonrisa, unas palabras? ¿Continuaremos sin prestar atención a nuestro vecino, a nuestro tío, a nuestro padre?
Pienso, siento que esto es uno de los signos más escondidos de la barbarie de nuestra sociedad. Nuestra época, la de Internet y la comunicación será conocida como la del aislamiento, la soledad, el egoísmo, el miedo, la indiferencia… Y la viviremos nosotros también, hasta el final. Nuestro final.

Noticias:
Los Bomberos de la Generalitat han encontrado esta mañana en un piso de Cornellà de Llobregat los cadáveres de dos ancianos de unos 70 años que según las primeras investigaciones podrían llevar muertos un mes.

Los vecinos han avisado hacia las 10.10 horas de la mañana a los Bomberos y a los Servicios de Emergencias por el fuerte olor que salía del piso situado en el número 6 de la calle Sant Ildefons de la ciudad barcelonesa.

Tras pedir el correspondiente permiso a los Mossos d'Esquadra, los artificieros han entrado en el piso donde han encontrado los dos cadáveres del matrimonio de avanzada edad que allí vivían.

Primeras hipótesis

A la espera de que las autopsias revelen las causas exactas de las muertes, los investigadores trabajan en la hipótesis de que uno de los miembros falleció por causas naturales y posteriormente el otro que al parecer era dependiente y necesitaba de los cuidados de su pareja para sobrevivir.

Uno de los cadáveres se ha encontrado sentado mientras que el otro estaba estirado en el suelo.

Según han explicado los vecinos del edificio de 14 plantas donde vivían los dos ancianos, la pareja estaba casada en segundas nupcias y, al menos uno de sus miembros tenía hijos de una relación anterior, aunque no mantenían una relación muy contínua.
http://www.20minutos.es/noticia/228419/0/muertos/ancianos/cornella/

domingo, 17 de enero de 2010

EL REGALO

― ¡Despierta, Ben!
La mano del hombre se posa con suavidad en la espalda del niño. Se inclina sobre su cara y vuelve a decir:
―Vamos, hoy es un día especial. Despierta.
Ben parpadea y abre los ojos. Se incorpora al ver a su padre. Este le tiende una taza. Un vaho aromático se desprende de ella.
― ¡Café! ―exclama el chico asombrado.
― ¡Shhh! Bebe y vístete, deprisa, no hagas ruido.
Ben toma su primer sorbo de café, sentado al borde de la cama, el líquido oscuro y caliente le sabe amargo. Le sorprende. Lo había imaginado dulce. Sonríe somnoliento. Hoy cumple trece años. Mira a su padre vestido para salir, preparando sus ropas en silencio.
Deja la taza vacía en el suelo. Escucha atento el sonido de las respiraciones que le llegan de las camas, adosadas a las paredes. Débilmente iluminadas por pequeñas luces. La más cercana parece oscilar cuando la sombra de su padre se mueve. Se pone las prendas que este le tiende. Vacila ante la última.
― ¡Padre! ¿Vamos fuera?
El hombre le ajusta rápidamente la pesada ropa exterior al cuerpo del muchacho.
― Calla, no despiertes a nadie.
Atraviesan en silencio la sala, dejándola atrás. El padre le conduce seguro hacia la salida, mientras ascienden, el hombre acaba de preparar a su hijo para salir. Las puertas se abren. Ben mira a su alrededor. Cierra los ojos un momento y los vuelve a abrir. Nada. Está todo tan oscuro que no ve la mano de su padre buscando la suya. La siente bajar por su brazo y la toma. Levanta la cabeza. Puede intuir un cielo negro e inmenso sobre ella. El padre le guía unos pasos, separándolo de la puerta. Se detiene. Con suavidad gira al niño que inseguro se sujeta fuerte a su padre. Este le levanta la cabeza orientándola.
Ante los ojos del niño se inicia un mágico espectáculo. En la lejanía una delgada línea dorada parte la oscuridad. Redibujando el contorno de la tierra. Ben aprieta la mano de su padre sin hablar, mientras el color comienza a iluminar la inmensidad del cielo: rojos, dorados, ocres, apartando la noche Un diminuto punto de luz brota de la tierra, creciendo en el este. Un círculo amarillo levantándose desde el horizonte.
― El sol, Ben. Está amaneciendo.
La voz del padre resuena dentro del casco de aislamiento. El sol se eleva cada vez más rápido y sobre su cabeza el cielo clarea. La luz inunda la tierra. Desde su punto de observación en la alta montaña que es la entrada a su hogar, puede ver como el viento arrastra polvo, rojizo, sin vida de la tierra. Solo el sonido del aire se escucha recorriendo la extensa llanura que una vez fue un mar., Ni un árbol, ni un animal se mueve en la distancia. .
El padre mira el reloj. Su tiempo finaliza. Ni siquiera los trajes pueden resistir la atmósfera exterior más de unos minutos. Mira la pálida cara de su hijo, protegida tras el material transparente. Los ojos casi ocultos por las pestañas. Las lágrimas cayendo por sus mejillas.
― Vamos. Pronto despertarán todos. Y nadie debe saber que has estado fuera.
En el ascensor desciende veloz a una profundidad segura. El hombre le quita la protección. Los ojos del niño están llenos de lágrimas. El padre asiente.
― ¿Era un amanecer?
― Sí, Ben.
― Es hermoso. Pero la tierra… La tierra es muy distinta de las imágenes que hay en el almacén.
―Sí, Ben. Pero aún es la nuestra.
― Me gustaría volver a salir… Algún día.
El padre no contesta. Ninguno de los dos volverá a salir.
―Gracías, padre.