sábado, 3 de julio de 2010

Poesía.

Hoy me he enamorado de un poema. Mi querido Omar, la poesía no es solo el perfume del mundo. La poesía es el alma. A veces el alma sangrante. Me agradeces que plasme mis sentimientos. Sabes que soy sincera. Tú sí lo sabes. Mi alma que cierra en falso las heridas que recibe para continuar viviendo o imitando a la vida no ha podido evitar enamorarse de esa poesía que saca tanto de ella a la luz.

Admiro la poesía escrita desde la experiencia, el alma que ha vivido y que por una misteriosa alquimia se funde con otras almas.Se ofrece y se da. Regala lo que es, con palabras sencillas que envuelven en la magia de los sentimientos que nos hacen ser, que compartimos. Esa sensibilidad especial que nos hace vulnerables y que a la vez nos unen.
Lo mío no es la poesía, aunque sienta ese torrente de emociones que duelen y hieren, que consuelan y sanan.

Gracias a ti, Omar, por entregar tanto de ti, tanta sinceridad, tantos trocitos de tu ser.
Permíteme que cite un poquito de tu poesía aquí, en este sitio virtúal que también es tu casa.

"No creo que vengas
o para serme sincero
sé que no vendrás
y por tanto
no beberé de tus ojos
ni me inundaré de tu risa
mucho menos
podré abrazarte eternamente.
Pamplinas la eternidad
timo de enamorados.
Es solo un momento
un espejismo en cualquier desierto..."

De fútbol y otras cosas

Hace ya calor a estas horas de la mañana. Sábado, tres de julio. Parece ser que hoy se juega un partido ¿importante? No tengo idea, tengo que reconocer que lo único que sé de este mundial es esos anuncios del niño recibiendo como la fuerza vital de los animales africanos. Tampoco siento necesidad de saber más. Excepto tal vez, como fenómeno sociológico y no estoy por la labor de investigar el tema.
Sé que hay futboleros de vocación. Siguen cada uno de los partidos que echen en cualquier cadena de televisión y casi a cualquier hora en la que esten en casa y sé que los hay solo de ocasión. El que solo ve el mundial o los partidos de su equipo o competiciones importantes ¿Cómo sé estas cosas? Podría ser por observación. Si lo pienso bien comozco por lo menos a uno de cada especie, lo más probable es que a más. Pero no, no es por eso. Este conocimiento, puesto así, en palabras se lo debo a un conductor de los autobuses amarillos que hacen la linea de Alboraya. Tuvo a bien explicármelo un día de la semana pasada cuando yo volvía del curso de enfermedades físicas.
Es mucho más interesante que una simple pregunta desencadenará semejante explicación. Esta claro que en un autobus de la EMT, esta no se hubiera producido. Pero vamos, me enteré de que lo que al conductor de verdad le gustaba eran los toros (ave maría purísima, dios nos coja confesados) que no se perdía ninguna retransmisión de corridas en la tele (sí, lo reconozco, tuve que mirar por la ventanilla hasta controlar mis músculos faciales y no mostrar una sonrisa sicalíptica, íbamos solos en el bus y no era plan de pensar en corridas de otro tipo) y asistía siempre que podía a la plaza de toros. Pero según él, no, no le gustaba el fútbol. No se perdía un partido de baloncesto, ni una corrida, ni una carrera de coches. Pero no le gustaba el fútbol. Me voy por las ramas. La pregunta-comentario fue: Qué poca gente hay por las calles, se nota que hoy juega España ¿No?. Suficiente para una conversación de un cuarto de hora, que es lo que dura el trayecto.

Coño, no sé de dónde ha salido esta exposición, pero seguro que yo venía a hablar de otra cosa.

Acuática

La playa, el mar, la arena, el paseo, las rocas, el puerto... vuelven a formar parte de mi vida. Casi cada día tomo contacto con el agua. El mar me trae recuerdos, me pone melancólica, incluso me ha visto llorar en su orilla. Pero también serenidad, a veces. Ayer trajo juego. Volví a ser una niña entre niños. A cavar en la arena, a enterrar a Vicente, junto con Lucía. Dibujar figuras. Rebozarme entera de arena. Arena húmeda, cálida contra mi piel. Fue ayer tarde. Como siempre no me apetecía mucho, me cuesta hacer el esfuerzo de salir de la apatía. Hubiera dado de nuevo un largo paseo por la orilla, como suelo hacer estos días. Hasta el puerto, ida y vuelta, cinco kilómetros de pies mojados, olas y radio. Pero no, bajé con Lucía y Vicente. El mar estaba tranquilo, calmado. Una enorme piscina que jugaba a sorprender con olas mansas. Nadé y jugué dentro del mar. Perseguí a Lucía, me transformé en tiburón, canté canciones de mi infancia como les cantaba cuando eran pequeños. El agua superficial templada del calor del sol durante todo el día. El estremecimiento de frío bajo la superficie. El sol bajando al oeste, creando caminos dorados, brillantes en las aguas verdes. La casi soledad rota por algunos paseantes, corredores y un par de familias que seguína disfrutando de la larga tarde como nosotros. Tumbarme en la toalla, el libro enorme que me llevo a la playa, medio abandonado. La brisa, el sonido, el olor.
Me sentí de nuevo marina y lunática.