viernes, 7 de agosto de 2009

LA VISITA

Ayer fue un día largo. Comenzó cuando Chelo, una amiga de la infancia vino a visitarme. Tal como es ella, demasiado temprano, demasiado animada, demasiado pendiente de mí. Hablando sin parar, siguiéndome por todas partes mientras yo trataba de poner algo de orden en el caos que es habitualmente mi casa. Me seguía de la mesa del comedor a la cocina, pasando por el pasillo, con un incesante chorro de palabras que yo asimilaba más mal que bien. No dormí demasiado la noche anterior y Laura acababa de despertarme un momento antes de que Chelo llamara. Así que sin mi café mañanero y a pelo (esto es un decir porque pelos, pelos... los de la cabeza) escuché un torrente de palabras, las más repetidas: Trabajo, casa, marido, comidas, estoy bien, estoy muy bien, piscina y la ganadora: dinero, dinero, dinero... cálculos económicos de quien pone a la cabeza de la vida la seguridad financiera.

Pongo la cafetera al fuego. Cojo la escoba, sigue detrás de mí. "Me pones nerviosa" le digo. "Siéntate en alguna parte y calla un poco, coño" pienso que no digo. No se me dan bien las relaciones humanas antes del primer café, pero aún sé guardar un poco de compostura y por eso callo. Y porque pienso, ¿suelto la bomba ahora o mientras tomamos el café? Veo que Laura aún no se ha marchado a clase y decido esperar. ¿Qué bomba voy a soltar? Bueno, la mayoría de los que me conocen, lo sabe, ella no. Todavía. Escucho que la puerta se cierra. Laura se ha marchado. El café aún no está listo. Es igual, me giro hacia Chelo con la escoba en la mano. Lo suelto de golpe. Me voy a separar. Se queda muda. Le señalo uno de los carteles que desde hace unos días adornan los balcones de casa. Vendemos el piso. Preguntas, preguntas, preguntas... ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?... Respondo lo mejor que puedo, tampoco puedo hablar mucho. No lloro, ni siquiera siento ganas de hacerlo. Recuerdo un tiempo en que no hubiera podido parar de hacerlo.

En mi casa las paredes oyen. Decidimos tomar el café. Me pide un cortadito con la leche fría. Sirvo el café. Lo tomo y acabo de ordenar sofás, barrer y fregar el suelo donde está más pegajoso. A alguien se le ha debido caer algo.

Mientras Chelo me mira:

"¿Estás... más rellena? me dice. Con esas mismas palabras que me hacen sentir un pavo de navidad, un pollo relleno con bacon y queso, un... Mierda, es única para animar.

"No creo" balbuceo. "Uso la misma ropa que el año pasado cuando nos vimos". Renacen mis inseguridades. Joder, a sandía toda la semana (es patético, pero en otro momento de mi vida también hubiera sentido ganas de llorar por esto).

Se termina el café. Me ducho. Me visto. Blusa nueva, blanca con dibujitos morados, de la que no estoy segura y pienso: "Coño, esta es brutalmente sincera, que me de su opinión". Pregunto (inseguridades) me responde: "Sí, estás igual, la blusa te queda bien" y un "vámonos ya, que se hace tarde".

Decidimos pasear por la playa. Dos kilómetros y medio hasta el puerto. Cinco entre la ida y la vuelta que nos llevan dos horas, porque hablamos más que andamos. ¿Por qué tiene que pararse para escucharme? ¿Si anda se le cierran los oídos? dudas existenciales.

Repasamos todos los detalles de mi matrimonio. Insiste en preguntar que es lo peor de todo. Que me llevó a esta decisión. No sé que responder. Detalle a detalle son pequeñas cosas. Muchísimas pequeñas cosas. Y en conjunto llego a la conclusión de que se acabó la paciencia, Eros se fue y se llevo la venda, se acabó el amor. Más por un proceso personal mío que por cambios en él. Me dice una cosa que me sorprende. Cuando hablamos hace unos días por teléfono y la medio avisé de que habían cambios importantes se imaginó que me había echado un amante. Lo definió como algo mío pero que no afectaría a mi relación de pareja. Incomprensible. ¿Si me echo un amante no afecta a mi relación?

Cambio de tercio: me cuenta sus andanzas. Sus ligues de bus. Sus salidas de cada sábado a la discoteca "Golden". Discoteca de viejos (con todos mis respetos y de ambos géneros) y desesperados donde las allá Eso sí, por la tarde y solo hora y media. Sola. Con permiso a regañadientes de su marido que tiene aficiones de Colombaire (estos tíos que hacen competiciones con palomas o palomos o lo que sea) y los fines de semana se los pasa enredado con concursos y demás.

Para no cansar, dos horas de charla dan para mucho. Unos detalles que me hacen gracia: ¿Por qué a los maridos de algunas amigas en general y al de Chelo en particular, no les hago demasiada gracia? ¿Por qué Chelo si es tan feliz en su matrimonio y se siente tan bien con él, no dejó de repetirme exactamente eso durante toda la mañana? ¿En qué sentimiento íntimo se siente amenazada por mi decisión? ¿Qué conclusión se sacaría de la frase de Chelo: Ya sabes que nunca he estado enamorada de Fran (su marido) pero que lo quiero mucho? Y el remate: Entonces... ¿Algún sábado te vendrás conmigo a la discoteca?

La movida de la noche en el cumpleaños de mi hermana... la dejo para otro ratito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario