Ayer fue un día largo. Comenzó cuando Chelo, una amiga de la infancia vino a visitarme. Tal como es ella, demasiado temprano, demasiado animada, demasiado pendiente de mí. Hablando sin parar, siguiéndome por todas partes mientras yo trataba de poner algo de orden en el caos que es habitualmente mi casa. Me seguía de la mesa del comedor a la cocina, pasando por el pasillo, con un incesante chorro de palabras que yo asimilaba más mal que bien. No dormí demasiado la noche anterior y Laura acababa de despertarme un momento antes de que Chelo llamara. Así que sin mi café mañanero y a pelo (esto es un decir porque pelos, pelos... los de la cabeza) escuché un torrente de palabras, las más repetidas: Trabajo, casa, marido, comidas, estoy bien, estoy muy bien, piscina y la ganadora: dinero, dinero, dinero... cálculos económicos de quien pone a la cabeza de la vida la seguridad financiera.
En mi casa las paredes oyen. Decidimos tomar el café. Me pide un cortadito con la leche fría. Sirvo el café. Lo tomo y acabo de ordenar sofás, barrer y fregar el suelo donde está más pegajoso. A alguien se le ha debido caer algo.
Mientras Chelo me mira:
"¿Estás... más rellena? me dice. Con esas mismas palabras que me hacen sentir un pavo de navidad, un pollo relleno con bacon y queso, un... Mierda, es única para animar.
"No creo" balbuceo. "Uso la misma ropa que el año pasado cuando nos vimos". Renacen mis inseguridades. Joder, a sandía toda la semana (es patético, pero en otro momento de mi vida también hubiera sentido ganas de llorar por esto).
Se termina el café. Me ducho. Me visto. Blusa nueva, blanca con dibujitos morados, de la que no estoy segura y pienso: "Coño, esta es brutalmente sincera, que me de su opinión". Pregunto (inseguridades) me responde: "Sí, estás igual, la blusa te queda bien" y un "vámonos ya, que se hace tarde".
Decidimos pasear por la playa. Dos kilómetros y medio hasta el puerto. Cinco entre la ida y la vuelta que nos llevan dos horas, porque hablamos más que andamos. ¿Por qué tiene que pararse para escucharme? ¿Si anda se le cierran los oídos? dudas existenciales.
Repasamos todos los detalles de mi matrimonio. Insiste en preguntar que es lo peor de todo. Que me llevó a esta decisión. No sé que responder. Detalle a detalle son pequeñas cosas. Muchísimas pequeñas cosas. Y en conjunto llego a la conclusión de que se acabó la paciencia, Eros se fue y se llevo la venda, se acabó el amor. Más por un proceso personal mío que por cambios en él. Me dice una cosa que me sorprende. Cuando hablamos hace unos días por teléfono y la medio avisé de que habían cambios importantes se imaginó que me había echado un amante. Lo definió como algo mío pero que no afectaría a mi relación de pareja. Incomprensible. ¿Si me echo un amante no afecta a mi relación?
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