sábado, 8 de agosto de 2009

EL JUEGO

No conozco nada de ti, solo tu voz y el olor de tu colonia. Recuerdo el día que te acercaste a mí en el metro. Rodeada de gente, agobiada, estaba perdida en mi interior, cuando te oí.

Siempre pareces tan triste ―susurraste en mi oído― tan cansada y tan sola. Te he elegido. Serás mía.

Asustada, traté de alejarme de aquella voz. Pero tu risa; una mezcla de sensualidad y ternura, me paralizo.

Tranquila, jamás te tocaré si tú no quieres ―tu voz profunda y bella, despertó anhelos en mí―. Te contaré historias y te invitaré a juegos. Solo hay una condición, no me miraras hasta que estés dispuesta a entregarte a mí.

Temblé, una emoción extraña se despertó en mi interior. Y sin poder evitarlo mi alma captadora y contadora de cuentos se sintió atraída por la propuesta. Asentí sin hablar.

Desde ese momento, cada día me encuentras en el metro. Yo cumplo con mi trato y no te busco, ni trato de verte. Me cuentas historias de amor. Algunas son tan bellas que me hacen llorar. Pero otras son perversas, sexuales, te recreas en cada detalle, en cada cuerpo, en cada acto. Y esas, esas... me hacen estremecer.

Hoy, me has invitado a un juego. Me has susurrado todo lo que quieres que haga para ti. Pensé en negarme, pero sé que ya no puedo. Que ya no quiero hacerlo.




Cuando llegué a casa, una ligera excitación jugaba con mi cuerpo. He caminado rápido, preparándome ya para iniciar el juego.

Al llegar, he entrado en el baño para preparar mi cuerpo para ti y he dejado que te colaras casi de puntillas en él. Mientras me desnudaba sentía tu mirada detrás de mí, observando, mirando mis movimientos a través del espejo.

Me he inclinado despacio, ofreciéndote la visión de mi cuerpo, de mis nalgas enfundadas en los vaqueros negros para quitarme las sandalias. He desabrochado el vaquero, sintiendo tus ojos seguir mis manos mientras bajaba los pantalones y se deslizaban de mis caderas a los pies.

Me he mirado en el espejo, tratando de saber que pensarías. La camiseta de tirantes ocultando casi las braguitas negras. Te he sentido tranquilo en tu excitación, contenido, impulsándome a seguir adelante.

He tirado de la camiseta hacía arriba. Hoy ni siquiera me he puesto el sujetador con las prisas: mis senos están plenos, ligeramente inflamados. El pezón ya fruncido por la excitación de mis propios pensamientos.

He llegado a creer que estás allí, detrás de mí contemplando cada movimiento que hago. Me envuelves con tu presencia, y el juego casi ha dejado ya de ser un juego. Sorprendo mi propia cara en el espejo; los ojos entornados, líquidos, brillan. Los labios entreabiertos y húmedos por que he pasado la lengua por ellos de forma inconsciente, el rubor en los pómulos... casi puedo sentir que te acercas y te pegas a mi espalda, que deslizas tus manos sobre mi cuerpo sin llegar a tocarlo, tan cerca que puedo sentir el calor que emana tu piel.

Escucho mi propio jadeo involuntario, me sorprende tanto, que me saca del juego. Y una parte de mí, la que anota las realidades me sonríe burlona. Acabo de desnudarme y entro en la ducha, permito que el agua fría caiga sobre mi cuerpo durante unos instantes, es un ritual. Voy graduando el agua a tu gusto. Deseas que este muy caliente, todo lo que yo pueda soportarla, que sensibilice mi piel más de lo que ya está. Cuando llego a este punto, olvido todo, apoyo mi frente en los azulejos y dejo que el agua corra desde la nuca hasta los pies.

Adoro esa sensación de estar aislada, el sonido del agua, la calidez y la fuerza del chorro sobre mis hombros y la columna. Me lavo el cabello, nunca me siento completamente limpia si no lo hago. Y tu quieres que lo esté.

Enjabono mi piel centímetro a centímetro, me acaricio con la esponja, insisto en mis pechos, los costados, el estómago... Con mis manos llenas de espuma vuelo a ser consciente de tu mirada, y ralentizo los movimientos. Empiezan a ser caricias. Caricias perversas, por que sé que me miras.

Juego con mis pezones, con mis caderas. Levanto un brazo para enjabonarlo cuidadosamente. Me giro mostrándote mi espalda antes de inclinarme a lavar mis piernas; empiezo desde el tobillo, con ambas manos. Y me parece escuchar como se acelera tu respiración al observar mi culo y mi sexo desde esa postura.

Una calidez líquida se dispara, repentina en mi estómago, al pensar que podría hacerte perder el control. Sonrío para mí con los ojos cerrados, y esa imagen tuya, contenido y conteniéndose me induce a ser un poco más atrevida. Paseo mis dedos sobre mis nalgas, acaricio y resigo con sus puntas enjabonadas la línea que las separa, juego un poco con el pequeño orificio, tan sensible, juego a enjabonarlo bien, para tu deleite.

Me enderezo, y vuelvo a mirarte a los ojos. Ahora casi con descaro subo una pierna al borde de la bañera. Deslizo la mano por mi sexo; lavando cada pliegue, cada rincón con suavidad. Empiezo a transpirar a pesar de la humedad, la temperatura de mi cuerpo y mi imaginación han ido subiendo. Me siento líquida y extraña. He dejado que de nuevo el agua muy caliente corra por mi cuerpo, llevándose la espuma.

Me envuelvo en una toalla, grande, esponjosa, que me encanta. Y casi sin mirar al rincón donde tu esperas mis próximos movimientos, he abierto la puerta del baño. Sobre la cama me espera ―no un camisón, sino una larga bata blanca―. Tiene un aspecto virginal e inocente. La deslizo sobre mi cuerpo aún mojado y su tacto de satén, suave y aterciopelado desmienten su aspecto, me hace sentir voluptuosa y entregada. Ato la cinta de raso a mi cintura cerrándola contra mi cuerpo. Te miro. Ya casi no necesito imaginar. Estás aquí, conmigo, sentado en la orilla de la cama.

Vuelvo a ruborizarme cuando te pido que me sigas, y te llevo a la habitación que es más mía en toda la casa. Aquí donde escribo, donde estudio, donde dejo aflorar lo más íntimo de mí. Hay un enorme armario con puertas de espejo, donde podré mirar mi cuerpo mientras me masturbo para ti.

Entras conmigo, penetrando en mi intimidad de una forma que no lo ha hecho nadie. Te acercas a mi sillón; negro, de cuero, con reposa brazos. Ignoras el ordenador que tantos sueños a medias contiene, y lo acomodas para que se refleje bien en el espejo.

Ahora siento que el mando lo tienes tú. Te sientas en el sillón y me ordenas que me acerque: me pides que me siente en tu regazo, que me mire en el espejo. Siento tu cuerpo bajo y alrededor del mío. Me reclino tímida, apoyando la espalda en tu pecho. Miró al espejo, la tela que me cubre tan delicada, con la humedad transparenta mi piel. Son tus manos las que desatan el flojo nudo de la cinta. Con tus ojos clavados en los míos a través del espejo abres la prenda, apartándola grácil hacía los costados de mi cuerpo, tomas mis piernas con tus manos y las dejas caer a cada lado de las tuyas. Me siento vulnerable. Expuesta a tus miradas y deseos.

Mírate ―tu voz susurrada llega a mis oídos― cuéntame...

Mi piel aún esta húmeda. Me miro en el espejo y casi no reconozco a la mujer que esta ahí, abandonada a tus deseos. Pretendes conocer todos mis secretos. Veo esos ojos en los que hay un brillo no usual, la transpiración que empieza a aparecer sobre el labio superior, la postura un tanto forzada del cuello, el pelo que comienza a ondularse un poco, oscuro, sobre el blanco de la bata.

Recorro la extensión de mi pecho hasta el nacimiento de mis senos. Tus manos cogen las mías y con suavidad me muestras como quieres que me toque, empezando desde la clavícula, acariciando esos huesos firmes bajo la piel, deslizo bajo tu mirada las puntas de los dedos en el hueco, repasando los entrantes y salientes, meto la mano bajo la bata hasta llegar al hombro, lo siento redondo bajo mi mano.

Con suavidad, vuelvo hacía mi cuello, acaricio sus costados, la tierna carne bajo la mandíbula, bajo por la columna del cuello hasta encontrarme con el nacimiento de los senos. Utilizo las dos manos, la sensible punta de los dedos, el contacto firme de las palmas. Poco a poco aumento la presión, rodeo mis pechos con firmeza, los aprieto hasta sentir un punto de dolor. Los ofrezco a tu mirada tomándolos de la suave zona inferior.

Ahora mi sexo parece convertirse en líquido, late con cada caricia a mis pechos, con cada presión... Deslizo mis dedos trazando un camino sobre mi estómago. Son tus manos las que abren aún más mis piernas. Flexiono una rodilla, forzando la abertura al máximo. Nunca me había mirado así, un destello de humedad baña mi sexo.

Son tus manos las que imagino abriendo los labios de mi sexo, dejando ver el rosado interior. Subes hasta su vértice y me muestras el clítoris apenas visible. Cierro los ojos. Con esa imagen en mi retina, un jadeo me sube por el pecho, y salta casi explosivo al aire. Deslizo mi mano hasta mi coño, ya no aguanto mas...

Introduzco un dedo en mi vagina, la exploro con suavidad, siento como se contrae. Humedezco el dedo en mis fluidos y acarició con delicadeza mi clítoris, despacio dejando que las sensaciones se sucedan. Que me inunden. Mil imágenes recreadas cruzan mi mente. De ellas, solo una: la de tus ojos fijos en mis manos mientras me masturbo hace acelerar mi respiración.

Mis dedos resbaladizos por mis propios jugos se deslizan con rapidez sobre mi clítoris. Deseo... deseo... Ya no quiero solo imaginar tu mirada. Quiero sentir tus manos levantando mi bata, cogiéndome de las caderas. Notar tu polla contra mi culo buscando el camino… ¡Joder! Quiero sentirte dentro llenándome, distendiendo la carne de mi vagina, avanzando entre la presión de mis músculos internos, llegando hasta mi útero. Estoy a punto de explotar.


De súbito no puedo contenerme más. Me inclino sobre la silla buscando la presión del borde. Me muevo con abandono salvaje alimentando las llamas que se han despertado en mi cuerpo. Este calor que consume hasta el aire de mis pulmones, haciendo que jadee entre sollozos. Mis dedos vuelan, abandonados a su ritmo cada vez más insistente y rápido. El resplandor estalla por fin, oleajes de placer se abaten sobre mi cuerpo uno tras otro. Dejándome débil y temblorosa acurrucada en la silla.

Abro los ojos y me sorprendo en el espejo. ¿Quién es esa mujer con los muslos aún abiertos, la mano en su sexo, el pelo enmarañado sobre la cara? No me reconozco, me da vergüenza mirarme y aún así me observo para grabar todos los detalles en mi memoria. Es lo único que me has pedido: que te cuente la imagen que aparecía en el espejo después de masturbarme. Empiezo a pensar que este juego puede ser peligroso.

FIN

2 comentarios:

  1. Hola May, dime una cosa, ¿pretendías sorprender al lector con la presencia, a la postre ausencia del amante?, ya me dices.

    Me encantan la expresión "pezones fruncidos" o "me inclino sobre la silla buscando la presión del borde" .

    En un texto lleno de calificativos, epítetos y metáforas, me llama la atención cuando en el baño dices "apoyo mi frente en los azulejos".... No me preguntes por qué pero he vuelto a releerlo de manera automática, no sé, hay una armonía en todas las expresiones que utilizas para denominar a algo de la misma manera, pero lo de "azulejos" no sé, joder creo que la rompe, igual me estoy liando pero así lo he sentido.

    En cuanto al comienzo, es bestial, me encanta la idea inicial, la imaginación en el metro, una descripción sensible, de hecho creo que es complicado describir emociones y sensaciones.

    May la escritora prolífica, como diría Kraftwerk , "May non stop....."

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  2. Hola, Javi. Jajaja, no sé si prolífica es bueno o malo, pero... en fin, quisiera serlo más.

    Bueno, los azulejos, primero es una realidad, es algo que hago cuando estoy confusa o cansada o no sé, necesito aislarme por alguna razón. Y claro, estoy en la ducha. Me relaja.
    Segundo es una forma de romper el ritmo y de describir su realidad. Esta sola en una ducha. Al principio del párrafo, ella sale de su ensoñación y sabe donde esta Y real es el contacto con el azulejo y el agua corriendo por la espalda y la perdida de contacto.
    De todas formas nuestra relación con las palabras es curiosa.

    En cuanto a si juego con el lector, en cierta manera lo hago, aunque intento no liarlo mucho. Por momentos ella "siente que está", por lo tanto para ella es real aunque no esté.

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