viernes, 20 de noviembre de 2009

Mi tía Carmen

Se muere. Una larga agonía. El corazón, al final no es más que un músculo cansado de vivir. Ni válvulas, ni aparatos que lo mantengan. Ya no. Desgastado no admite más vida. El oxígeno necesario para vivir no consigue salvarte. Poco a poco se transforma en anhídrido carbónico que va envenenándote ya no puedes expulsarlo. Los pulmones se encharcan y la muerte se ha dibujado en tu cara. Esa cara enflaquecida, oscura, informe casi no te tiene a ti en su expresión. Es una máscara mortuoria que te iguala con tantas otras ancianas que mueren cada día. ¿Sientes las caricias lentas y suaves que el hombre joven, de pie a tu lado, te hace? Ha tomado tu mano yerta, entre las suyas. Se inclina sobre la cama de hospital y sus ojos brillan entre las lágrimas tras el cristal de sus gafas. ¿Intuyes mi presencia de pie a tu lado? He sido cobarde, incapaz de tocarte. Te he sentido extraña, remota. Por un momento no he podido reconocerte en ese cuerpo tuyo envejecido, ajado. No he podido encontrarte en él. He sido tan dolo una sombra a la cabecera de tu cama. Me siento entumecida.
Salgo de esa sala de hospital, en la que yaces acompañada de desconocidos, de máquinas, de enfermeras que comentan la última película que han visto, los problemas con su pareja, el último chisme del personal, mientras controlan monitores y evitan la mirada de los que sufren junto a “sus” enfermos.
Mi tía, mi madrina. Yace allí entre vosotros, aguardando una muerte que se hace esperar. Una lenta muerte por asfixia. Entre mis recuerdos remotos está su casa y el olor a cristasol. Mañanas soleadas en las que acudía allí de la mano de mi madre. Ella ya no está. Recuerdos de navidades, platos de dulces sobre la mesa, la mirada de mi padre, severa, para que no nos abalanzáramos sobre los turrones, los pastelitos de "moniato", el chocolate y tomáramos solo uno. Él tampoco está ya. Mi padre, tu hermano. Recuerdo los estuches de pinturas, las libretas que me regalabas en Reyes (que nos regalabas), antes de empezar con los libros, que fue muy pronto, tía ¿Recuerdas? Los desayunos en casa de mis padres, cuando aparecíais cargados de regalos para todos. El año en que casi dejaba de ser niña y me empeñé en que lo que más deseaba en el mundo era una Nancy…
Tengo tantas imágenes guardadas, tía. Siempre salías antes de la iglesia en las comuniones, los bautizos, las bodas… aceptábamos como normal tu miedo a los petardos, a la traca, a los truenos. Y hoy no puedo dejar de imaginar a la niñita que fuiste en medio de una guerra violenta y cruel como lo son todas. Una guerra en la que el enemigo, el que te mataba, el que moría, el que bombardeaba hablaba tu mismo idioma.

¿Qué será de los que te sobreviven? ¿Qué será del tío Pepe, tu marido? El hombre que ha pasado toda la vida contigo. Tiene principio de Alzheimer y a ratos llora como un niño, y al momento siguiente habla con nosotros como un anciano que ya ha visto muchas muertes.
Ahora mismo escucho tu voz en la cabeza. Y recuerdo tu risa y te veo fuerte y entera, como eras. Me vienen a la memoria las mañanas de San José. Siempre terminábamos el recorrido de las fallas en tu casa. Mi padre nos despertaba de madrugada. Salíamos a las calles oscuras y él, tu hermano, nos pastoreaba como un perro ovejero a su rebaño o como un pastor con su gayato. Madrugadas de sueño y frío, de ilusión y enfados. Madrugadas de niña aislada y rebelde. Amaneceres de maravilla, fantásticos, sonámbula, medio dormida. Hasta acabar en el nido caliente de tu casa alquilada en el centro de Valencia. Chocolate con buñuelos para todos y para mí, café con leche y galletas o pastelitos porque no me gusta ni el choclote ni los buñuelos. De calabaza. Los mejores para mi madre.

Mi tía, mi madrina se muere. Quizá mientras escribo estás líneas, entre estos recuerdos. Ya casi no queda nadie de los mayores. De aquellos que guardaban mi infancia en su memoria.

4 comentarios:

  1. ... de aquéllos que guardaban mi infancia en su memoria. Sin palabras, hermosa, sin palabras. Fuerza, mucha fuerza.

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  2. Murió anoche, cerca de la una de la madrugada. No llamaron a pesar del télefono en la mesilla. Lo he sabido esta mañana, cuando se ha hecho de día y he llamado yo.

    Gracias, Omar. Te quiero un montón.

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  3. No hay consuelo ajeno para el dolor propio, no hay palabras para abrigar la pérdida de quien ya no estará aun estando siempre en nuestro recuerdo.
    Hagamos de los recuerdos imágenes, seamos más fuertes que los recuerdos. Una parte de mi te llega entre estas líneas.
    G

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  4. Ahora eres tú la encargada de transmitir todos esas emociones que, como recuerdos, permanecerán siempre contigo, de hecho, acabas de hacerlo. Personalmente agradezco que compartas tanto sentimiento, ¿ves?, los que te leemos nos sentimos vivos. Gracias May, bravo May.

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