miércoles, 11 de noviembre de 2009

Escribir es como escribirte. Hablarte a ti que me lees en la misma intimidad que yo escribo. No puedo verte, ni tu a mí. No sé a que hueles, ni a que sabes, no conozco tu piel, ni tus ojos. No sé, ni sabes tú que máscara que nos cubrirá hoy. Y sin embargo sé, te conozco. Conozco ese rincón oscuro donde habitas. Ese al que vuelves cuando nadie te mira, cuando ni siquiera yo estoy. Conozco esos muros que protegen al ser desnudo que ocultas. Esa conciencia sin conciencia que pide y llora y suplica. Miro entre las grietas de la muralla que tanto te costó construir. Y allí, temeroso, le encuentro. ¿Qué podría decirle a ese pequeño ser para que dejara de temblar? Sonríes, lo sé. Crees que no hay nadie que pueda llegar a ese lugar. Donde guardas la angustia, el dolor, el egoísmo brutal, la envidia enconada, a ese animal indefenso sin las mentiras que cubren tu cara. Sientes que si tiendo la mano a ese palpitante ser en carne viva, lo romperé. O aún peor, seré yo la que tenga miedo de lo que encuentre. De ese brutal centro de ti mismo, exigente, voraz, despiadado. Esperas que me aterroricen tus sueños más íntimos, tus fantasías más desgarradas, tus deseos, tus pasiones, tus odios que viven, pulsantes, ardientes a pesar de tu lucha por no dejarlos escapar, encerrados y prisioneros ante ti, tu yo diurno, de sonrisa amable, gesto cansado y mirada preocupada. Sé, sí, sé del rincón de las pesadillas, de esas que te gritan que se acaba el tiempo, que no llegas, que no llegaras. Míralo, se retuerce miserable con terror a la muerte, a las enfermedades que cada día golpean inmisericorde los cuerpos de conocidos y desconocidos, de amigos… el miedo a que ese dolor desconocido anuncie lo impensable. ¿Aún crees que no te conozco? Y que me dices de ese negro pozo donde guardas las culpas, las palabras no dichas, las lealtades rotas, la traición al amigo, las ausencias, los errores que nunca confesaste y aquel momento en que descubriste que sí, que tú también eras capaz de callar y seguir viviendo, el instante en que perdiste la inocencia de creerte distinto, otro.
Sí, sé como tú de las ausencias lloradas y malditas, de los deseos mordidos, de la ocasión que dejaste escapar cobarde hasta el fin. Sé, sí, de las eternas muertes robadas a fugaces instantes, a felicidades muertas, a rutinas podridas. Sé de los te quiero dolorosos y vacíos. Sé del yo perdido en el sexo mecánico envuelto en la perfidia del pensamiento, anhelante, blasfemo de un amor secreto.
¿Te asustas? No lo hagas. Yo sé, sí. Dentro de mí existe un lugar parecido, una muralla parecida, un ser que tiembla y vive en la oscuridad; desnudo y solo, tembloroso y en carne viva.

4 comentarios:

  1. lo acabo de leer con la música de Miles de fondo, la BSO que compuso para "Ascensor para el cadalso". En tus textos cortos creo que todos nos vemos reflejados, sin darte cuenta nos estás confesando uno a uno.

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  2. En este texto, Javi, he caido en uno de los mayores pecados que un escritor (intento de escritora, en este caso) puede cometer. Le he dejado a su libre albedrío, no le he dejado dormir, ni he corregido. Surgió como una de esas músicas que te obsesionan, que no sabes donde ni cuando la has escuchado, pero la tarareas hasta que te da incluso rabia hacerlo.Así que debía soltarlo y eso he hecho.
    No sé si confieso a alguien o simplemente confieso.

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  3. Ausencias lloradas, el alma tantas veces quebrada, remendada, tejida de silencios, de recuerdos. Somos lágrimas, y de tanto en tanto revelamos ésta naturaleza, nuestro ser...de vez en cuando escribimos, y quien lee se hace cómplice de la humedad que compartimos. Confesión, de saber lo que somos, lo que compartimos...gracias por traerlo a estos ojos.
    G

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  4. Hay textos más viscerales que otros. No me des las gracias, sentir la complicidad es suficiente.
    A veces con algunos textos me siento exhibicionista.

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