viernes, 15 de octubre de 2010

EL FIN

Después del caos se creó el silencio.
En el principio del fin, los sonidos fueron los dueños del todo. La dulce melodía de la lluvia suave cayendo sobre la hierba, las flores, los árboles. En la tierra oscura y fértil. Sobre los animales, en la inocencia salvaje de su paraíso, las patas dobladas bajo su cuerpo, las cabezas bajas, la piel lustrosa y brillante. Caían sobre el pequeño pájaro cantor que momentos antes elevaba sus trinos alegres a la mañana gris y que ahora se refugiaba, bajo las hojas verdes del árbol que le sostenía, escuchando con la cabeza ladeada el repiqueteo suave de las gotas, casi como si quisiera aprender el ritmo para incorporarlo a sus cantos. La casi imperceptible nota del color rompiendo en el mundo: rojos, verdes, azules, marrones, blancos fulgurando a través de la humedad de las gotas, la esperanza en el mañana. La confianza en que el sol de nuevo saldría, cantaba en el tranquilo latido de los corazones que aguardaban embebiéndose de las ligeras gotas de agua.
Más tarde apareció el viento, lleno de ira, asustando al mundo y los seres que lo habitaban con su fragor. Las nubes corrieron por el cielo, persiguiéndose. Colisionando. Los truenos marcaron el ritmo cada vez más rápido, más fuerte. Las nubes se partieron y el agua mansa se convirtió en torrente que vino a sumarse al ruido seco de las ramas partiéndose más abajo, desgajándose de árboles, al de hojas arrojadas a los prados, a hierba arrancada, a flores muriendo. Pezuñas, patas golpeando la tierra, que temblaba ante la furia de su terror. Gritos de agonía. Huesos rotos. Lamentos desesperados de seres ahogándose, Las respiraciones acalladas abruptamente por una rama, una roca… armas del viento cercenando vidas.

El cuerpo frágil del pájaro arrastrado cientos de kilómetros por el aire. Su último canto: los violentos acordes del viento en sus plumas muertas, el imperceptible sonido de su cuerpo al caer contra el suelo. Sinfonía de muerte y dolor. Majestuosa y bella en su desolación.
Y cerca del final la música cambió: sonidos profundos, hervores lentos, explosiones salvajes actuaron de contrapunto sincopado cuando la corteza del planeta no resistió las fuerzas que empujaban desde su interior. Una profunda violencia se desató. La fuerza poderosa del núcleo escapándose, corriendo tumultuosa por las vías abiertas hasta la superficie. Lentas y enfebrecidas en el momento de abrirse camino donde nunca los hubo La ira al rojo vivo, surgiendo al exterior, siseando, estallando en miles de lenguas luminosas, convirtiéndose en ríos de fuego compitiendo con la embravecida tormenta. Devorando a su paso los restos destrozados de un mundo que ya no existiría más.

Las voces animales acalladas, los millones de latidos detenidos apenas varió el volumen de la marcha salvaje entre el cielo y la tierra entregándose a la destrucción. El “tempo” se hizo eterno, en un creccendo enervante quebrando por un fragmento de eternidad, el compás silencioso del universo.

Para cuando el último estertor nació desde el rincón más oculto de la tierra, el viento había amainado, la lluvia volvía a caer en leves chispas de agua, que no llegaban a tocar el suelo, enormes nubes de vapor se alzaban a su encuentro absorbiendo su caída entre siseos y estallidos. El vertiginoso avance de la marea de magma ardiente, consumía voraz los azules, los ocres, los verdes… el crepitar angustioso de las últimas ramas convertidas en humo negro intentando escapar del desastre. Elevándose suplicante hacia el cielo, atrapado sin misericordia en las enormes masas de agua gaseosa enfebrecidas, furiosas, arrojadas a la atmósfera.
El tácito, preciso y frágil equilibrio entre las fuerzas externas e internas se rompió. Un vibrato profundo hizo temblar la tierra en un largo estremecimiento. Miles de explosiones se encadenaron rápidamente unas a otras en el núcleo líquido. El tono grave subió hasta convertirse en un grito agudo, inaudible que corrió libre, desenfrenado desde el centro a la superficie, de ahí a la atmósfera hasta extenderse por el universo, que pareció contener el aliento, a la espera del movimiento último. Cuando este se produjo y la tierra se partió en millones de fragmentos lanzados al espacio, el eco silencioso se propagó perturbando la música de las esferas durante eones.

Y al fin, cesó también esa perturbación de las estrellas. Hasta que de la tierra solo quedó el silencio de la no existencia. En su lugar, una nube de minúsculas partículas de polvo brillante suspendida en el vacío negro. Y el silencio se adueñó de todo. Oscuro, frío, pacífico silencio sin recuerdos convulsos, ni angustias ni dolor. No quedaba nada para recordar, ni para amar. Los patéticos restos fueron consumidos atraídos como polvo por otras gravedades, otros planetas. Se posaron lentamente como arenas de desiertos, como fondo de mares nacientes. Y la nada, la infinita, grácil y perfecta nada ocupó el límite del ser.

1 comentario:

  1. Después de leerte no puedo dejar de comparar tu escrito con una hermosa sinfonia, llena de adagios y arpegios, de dulce melodía, y por momentos llena de graves y fuertes acordes formando sus movimientos rápidos.
    Me ha encantado.
    Un abrazo querida May.

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