lunes, 19 de septiembre de 2011

Un fin de semana como tantos otros. Sus momentos buenos, momentos de llorar, momentos de perder el tiempo, momentos de conversar y hasta momentos de soledad.

La semana pasada se fue en una especie de frenesí de bancos, llamadas de la secretaria del despacho de la abogada, de intentar no pensar más allá que en el paso siguiente.

Así que para no variar estaba cansada y cada acción requería un esfuerzo de voluntad. Recuerdo que el viernes a medio día miraba casi con desesperación la cantidad de cosas que debería hacer el finde. Solución: repartí las que pude y las que no pude las he dejado para esta semana.

Como la soledad me acompaña casi siempre aún estando rodeada de gente la mayor parte del tiempo he reflexionado sobre una cantidad indeterminada de cosas. Sobre el amor y la falta de amor. La amistad. La familia. Y en la muerte.

Me encuentro estos días con ella (la muerte) muy a menudo en mis pensamientos. No con tristeza, ni amargura, ni desesperación. No en el suicidio. Solo en la muerte como único destino cierto que todos sabemos. Quizá porque relacione el final de un ciclo con el final del gran ciclo de nuestra vida. Pienso en la muerte primero como irremediable y después como algo que realmente no tiene tanta importancia. Si pudiéramos elevarnos hasta alguna cima desde la que ver el transcurso del tiempo podríamos situar quizá la vida y la muerte en su justa perspectiva.

Me cuesta escribir lo que siento porque temo que parecerá una locura más y es posible que lo sea. Pero me pregunto una vez establecido el concepto de igualdad de todos ante la muerte, la certeza de que ha de llegar, que no es posible evitarla ¿Por qué causa tanto miedo, tanta angustia? Desde la cima de la que hablaba antes, si un ser contemplara el presente, el pasado y el futuro de un solo vistazo probablemente ni siquiera se daría cuenta de la lucha contracorriente para evitarla el mayor tiempo posible a la que nos entregamos todos.

¿Qué es tan importante en nuestras vidas que no podamos dejarlo atrás? Si lo piensas bien, lo único importante son las personas que amamos y que nos aman y estás compartirán nuestro destino. En su momento.

Así que vuelvo a preguntarme ¿Qué es lo que nos da tanto miedo de nuestra propia muerte? Y la respuesta me llega de mi propia infancia. De una niña intentando dormir y pensando en el más allá (quizá me habían hablado de la muerte, aunque creo que fue más bien sobre la creencia en la reencarnación). Me angustiaba entonces la idea de perderme a mí misma. La conciencia del yo. No me consolaba la idea de vivir muchas vidas si para ello debía olvidarme de quien era.

Ahora casi que consuelo a esa niña que sigue existiendo en mi interior diciéndole que no es tan importante. Tanto si todo acaba en un fundido en negro, como si hay otras vidas que vivir o un cielo esperando se perderá el yo junto con el recuerdo de que existió. Las alegrías, las penas, el dolor y hasta el amor morirán también. Y si no hay recuerdos del yo, no sobrevivirá tampoco la angustia de la perdida.

6 comentarios:

  1. Hola May, lo primero que me ha sorprendido es que esta entrada no tenga título. Perfecto por otra parte. Es que en mi blog sólo salía tu dirección como si no hubiera entradas.
    Hay tristeza en tus palabras y espero que pronto se transformen en la alegria vital y contagiosa que celebro de ti, contigo.
    Mi humilde opinión sobre la idea de la muerte es que no quiero irme de este mundo sin acabar lo que he empezado. Ni aunque me asegurasen que hay otras vidas querría irme. Tengo libros por leer, libros por escribir y mucho amor que dar y ofrecer. Cuando llegue el momento pues nos vamos...ella y yo. Hasta entonces, cada minuto es valioso. Corro pues a seguir leyendo, escribiendo y amando hasta tu próxima entrada, no quiero darle ventaja a la Parca.
    Salu2.
    Gin

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  2. Lo del título debe ser freudiano, no me he dado cuenta de que lo he dejado sin él hasta leerte, eso o que era tempranísimo cuando lo he escrito.

    No hay tristeza o al menos yo no lo siento así, más bien hay tranquilidad. Si no nos angustia la muerte, no nos angustia el paso del tiempo y si no lo hace podemos disfrutarlo más plenamente. Cada minuto y cada segundo. Debe responder a una pregunta interior mía que llevo desde siempre, estas meditaciones.
    Escribe Allende poniéndolo en la boca de Inés, que la muerte no es ese esqueleto con guadaña si no una mujer mayor, maternal. Y yo la imagino de ancho y blando regazo que espera pacientemente, amablemente el momento de abrazarnos.
    Un beso.

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  3. Cómo somos los escritores (me incluyo humildemente). Ve Allende a la muerte no como el tópico: esqueleto guadañesco, sino como maternal mujer. Y me pregunto si cabe en la imaginación de los que nos creemos escritores ser capaces de darle otro rostro además de éstos.
    ¿No se merece un relato, estimada May? Si el tiempo me lo permite me gustaría proponerte este reto: un relato donde la figura de la muerte tenga una figura y rostro moderno, ajeno a ese esqueleto bajo el hábito con capucha y el de la mujer anciana.
    ¿Te atreves?
    Un saludo.
    Ginés

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  4. ¿Qué si me atrevo dices? Soy osada, ya lo sabes. Así que desenvaina la espada y en guardia (Metafóricamente, claro, pero no "esa" metáfora). Mi mente maquinadora ya empieza a "ver" esa figura. Ahora veremos en que historia la cuento. ¿Tendremos tiempo? Andas liadillo, pero como descanso entre línea y línea de la novela...

    En garde, mon ami!

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  5. May, acabo de leer tu escrito y desde luego no deja indiferente a nadie esos términos que usas. Yo personalmente, no comprendo ese "filing" con la muerte, prefiero ingnorarla, y llegado el momento enfrentarme a ella. De cualquier manera, creo May, que pasas por un momento un poco especial... pasará.
    Un abrazo

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  6. Gracias por pasarte, Carmela. No es atracción por la muerte. Al menos no lo creo. Es una constatación o una asimilación de que está ahí y quizá un intento de que asuste menos. Y eso que este texto es como los iceberg. Solo una pequeña parte asoma a la superficie.

    Y sí tienes razón, llevo un tiempo viviendo momentos bastante especiales, por no decir difíciles. Que se han convertido en una especie de aprendizaje a la carrera.

    Hablemos de quedar un día de estos, Carmela.
    Un beso.

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