lunes, 26 de diciembre de 2011

NAVIDAD

Es Navidad. Navidad ya pasada se podría pensar. Pero si recordamos y echamos la vista atrás Navidad era desde que empezábamos a preparar en el colegio las obras de teatro, los villancicos, las manualidades de regalo (Yo recuerdo un año que hicimos una virgen de escayola, barnizada después en castaño) hasta después de la emocionante Noche de Reyes. Aún antes de eso, mi madre se quedaba noches en vela cosiéndonos los vestidos que estrenaríamos en Nochebuena. Pruebas y más pruebas: que si el dobladillo, que si la cinturilla, que si… realizadas durante la tarde, yo subida a una de las sillas del comedor y mortalmente aburrida como cualquier niña que se precie a la que le obligan a cinco minutos de inmovilidad. Por las noches el sonido incesante de la máquina de coser como arrullo. Mis hermanos y yo hemos sido niños bien educados, con la cartilla leída antes de ir a casa de mis tías, de mis abuelos a cenar o comer. Niños de ojos ansiosos puestos en la bandeja de los turrones, los mazapanes, los pastelitos de boniato esperando la mirada del padre que nos permitía adelantar la mano y tomar uno, un solo trozo de lo que teníamos delante. Niños repeinados, niñas con trenzas estiradas en sus nuevos vestidos a cuadros escoceses hechos en casa y abrigos heredados realizando el “besamanos”, salmodiando un Feliz Navidad, risueño, bullicioso a cambio de unas pequeñas estrenas (aguinaldos) a los padres, a los tíos, a los abuelos. Niños envueltos en besos y caricias, que preparaban villancicos, pequeñas obras de teatro que eran aplaudidas por los mayores. Niños de a pie, llevados y traídos de casa de un familiar a otro, en noches frías, caminando bajo las estrellas. Niños que recibían zapatos nuevos y útiles escolares en Reyes, pero también: “caballo grande ande o no ande”. Juegos, muñecas, balones, patines comprados a última hora (que por lo visto bajaban mucho de precio ante la tesitura de tener que volver a guardarlos en algún almacén) en los puestos del Mercado Central. Niños que buscaban hierbas y hojas para los camellos, a los que despertaban de madrugada golpes sonoros en la contraventana de madera para encontrarse en pijama, muertos de sueño porque les había costado dormirse, a pesar de la orden de:” acuéstate pronto y duérmete que si no los Reyes no vienen”, en medio del comedor (el espacio no daba para salón) con la mesa y las sillas y el único sillón desbordantes de regalos.


Recuerdo hoy la cara de mi padre y la de mi madre ante nuestras miradas, gritos, sorpresa… con un brillo de alegría, de felicidad. Los ojos de mi padre, capaces de reír con el gesto más adusto posible en la boca. Y de nuevo nos mandaban a dormir, ya satisfecha nuestra intensa necesidad de saber, de tocar lo que nos habían traído los Reyes, para levantarnos muy temprano porque venían los tíos, siempre a casa, a desayunar el chocolate y los churros o las torrijas que preparaba mi madre y se volvía a liar, porque venían con las manos llenas de lo que “los Reyes habían dejado en su casa para nosotros”.

Éramos niños pobres, pero no lo sabíamos. Éramos niños felices.



Recuerdo hoy a todos aquellos que ya no están. A los que quise y me quisieron. Que estuvieron allí cubriéndome de amor. Cuando escucho como deprimen a muchas personas estas fechas me viene a la memoria aquellos días, llenos de susurros y expectación, de pórtate bien que no vendrán los Reyes, de cómo me fascinaba el Belén que montaba mi tía Carmen en la mesa del comedor, repleto de figuras, detalles, puentes, molinos, el castillo, soldados ro manos, pastorcillos en su hoguera, los Reyes Magos avanzando sobre un puente que cruzaba un río de plata. Las caricias y los besos, las sonrisas y las riñas, las voces alrededor de la mesa, reunirse con los primos y la alegría. El intenso frío de entonces, las vacaciones del cole, los libros que todos me regalaban y mi deseo infantil y casi vergonzoso de tener una Nancy que al final me regaló mi tía Carmen, mi madrina y que me cargué en dos días intentando averiguar como era por dentro. Pienso en todo esto y siento que son ellos, los que ya no están, los que me enseñaron a amar estas fechas. Los echo de menos, claro. Pero pensar en ellos me hace sonreír.

Feliz Navidad.

5 comentarios:

  1. Precioso, May. Me has hecho recordar por un instante a mis abuelos y ahora mismo, cierro los ojos y puedo ver con todo luejo de detalle aquella cada, en Navidad, el bullucio de aquellos días y el belén que montaba mi abuela.
    Gracias.
    Precioso de verdad.

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  2. Huy! vaya dedos. "y puedo ver con todo luejo de detalle aquella cada" lujo* y casa*.

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  3. Has dado en el clavo, con esa descripción tan habitual en muchos hogares y que hoy se echan tanto de menos al perder la "fe" en algo superior. Sin embargo me quedo con el final... "Pensar en ellos me hace sonreír".
    Cada día hay muchos detalles que nos pasan desapercibidos y que son producto de nuestro pasado, motivo más que suficiente para sonreír cada día.
    May, un beso.

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  4. Antes se valoraban las cosas al extremo, pues se venia de una época de mucha escasez. Pero se pasó de un extremo al otro, de la reverencia a los mayores al desprecio más absoluto por la autoridad. Digo yo que tiene que haber un termino intermedio... a mi desde hace muchos años la Navidad ni fú ni fá, prefería el verano porque hacía calorcito y había más vacaciones. Pero muy bueno tu relato, seguro que muchas personas se sienten identificados con él porque es universal, refleja las vivencias de tantas y tantas personas de nuestra edad.
    Un abrazo

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  5. Gracias anónimo. A veces echar la vista atrás y recordar no está mal. Es nuestra historia.

    Simpli, no sé si teníamos fe, quizá sí, una fe inocente y sin complicaciones: en nuestros mayores, incluso religiosa. Recuerdo a mi abuela, creo que es la imagen que de ella que siempre perdurará en mí, golpeándose el pecho con el Yo, pecador. Pero si hoy destaco algo es esa sensación de ser queridos, sin más. Sin grandes regalos, sin tenerlo todo, y sin esa exigencia del Ya y el Ahora. Quizá en estos tiempos de crisis deberíamos rescatar ese: casi sin nada alegre de entonces.

    JC, yo también soy más de verano, nací en Julio. Pero es un recuerdo diferente. Los días largos, los chaparrones que te hacían correr al patio a esperar que pararan, el verano en el pueblo en una casa que alquilaba mi tía, todos los primos bajo el cuidado de la abuela...

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