sábado, 3 de marzo de 2012

Ojo por ojo, diente por diente

Versión libre (y breve) del relato En la cripta de Lovecraft. 

Birch, el sucio enterrador, borracho y descuidado, pensó que su ofensa quedaría sin castigo. Me retorcía en la indignidad del ataúd apretado contra mi humanidad robusta y recia, podía notar sus manos insolentes forzando mi cuerpo, sometiéndolo para que entrara en ese cajón desvencijado y demasiado pequeño, que su mente perezosa y mezquina me había destinado. Esas manos, sus acciones eran hierros candentes atravesando mi espíritu. Todo lo inmortal que quedaba en mí era una incesante llama de odio, la apremiante necesidad de hacer justicia. Nadie había escapado a ella. Nunca.
Siempre he regido mi vida por la justicia. No en la blanda ley humana. En la de Dios. Mi madre me la enseñó a palos desde que nací. Y en ella se cumplió mi primera obra justa cuando a la edad de diez años tuve la fuerza suficiente para devolverle, golpe por golpe, todos los que me había dado en vida.
A partir de ese momento cumplí la Ley de Talión puntillosamente sin importarme el tiempo que tuviera que esperar. Siempre he sido paciente. Cuando el viejo Raymond, mi vecino, me robó tierras con artimañas legales, tuve que esperar treinta años, pero le arruine ¡Oh, sí, Señor!  Y cuando ese perro estúpido me mordió lo pateé hasta la muerte. Mi dolor por escaso que resultase tenía más valor que la vida de un animal. Nada puede impedir que lleve a cabo mi justicia.

 El afán me sostuvo en ese tiempo tenebroso en los que solo los rojos y ardientes hilos de la justicia me atraían una y otra vez a mi cuerpo putrefacto hasta que en algún instante noté la presencia de Birch, podía incluso sentir su apestoso aliento alcohólico, sus pasos tambaleantes de borracho. Me até a mis deseos de retribución. Me conjugué con el viento para cerrar la puerta. Fue mi determinación la que fijó el cerrojo y mis pensamientos los que confundieron a Birch para que eligiera mi ataúd, cuando su decisión de salir de la cripta le hizo pensar en la claraboya cercana al techo. Creció la fuerza en mi cuerpo corrupto cuando sus pies se posaron contra la endeble madera del féretro. Tan cerca de mis dientes… Cuando al fin, su peso la venció ¡Alabado sea el Señor! Y sus tobillos cayeron en mis fauces, abiertas y anhelantes, cumplí.
Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie… Nunca debió serrar mis tobillos para meterme en esta pequeña caja.

5 comentarios:

  1. ¡¡¡Lovecraft estaría orgulloso!!! no puedo decir más

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  2. Qué bueno está May, hasta me dio envidia!!!!!!! Me encantó y ni una coma está mal puesta, te felicito con el alma y por estas cosas justifico tu ausencia!
    Besos hermanita, te quiero.
    A.

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  3. Un relato de concurso que ha merecido el favor del jurado. El horror tuvo grandes maestros pero sin duda hay que alabar la maestría de tu mirada y el reto de la brevedad (todo sea dicho).
    Ya sabes que no puedo ser totalmente objetivo en este caso, pero: enhorabuena.
    Un saludo.

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  4. Alba, gracias por leerme y espero no haberte espantado demasiado. La idea es integra de Lovecraft, solo me limité a manipularla un poco.
    Niña, tú que me quieres. No sé que diría al ver que le he despojado de todo su ropaje y su ambiente. En fin. Gracias.

    Hermanita... me hace tanta ilusión verte aquí. Y viniendo de ti y considerando mis problemas con las comas, me siento orgullosa de que te haya gustado. Sabes que la distancia o el tiempo no evitan que te quiera. Besos de oso panda.

    Umm, Objetivo por mí o por el concurso? Ambas cosas, supongo. Gracias, Gin. Sí, encajonar al pobre Lovecraft en tan poco espacio es complicado, pero en el fondo, solo tuve que cortar un par de cosas... espero que no sienta deseos de justa venganza.

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