viernes, 30 de noviembre de 2012

El viaje del dolor

Descubres que no se trata de pasar página, que no reinicias una nueva vida, que ni siquiera se trata de rehacerla. No se puede, ya está hecha.
El dolor, agudo y punzante del principio, es el que afecta a todos tus actos, tus pensamientos, las acciones que emprendes por más rutinarias que sean. Subes a un autobús y lo tienes como compañero de viaje. Bajas del bus y te hace tropezar en los escalones. Cruzas un semáforo y él lo cruza contigo. Cuando entras al trabajo, cuando respondes a un saludo, sigues una conversación, lo sientes como una máscara que oprimiera toda tu cabeza, como aquella de hierro del pobre rey. Te aísla de los sonidos, las voces humanas llegan amortiguadas, se esconde en tu sonrisa, llena tus ojos de agua, se coge a tus tobillos, pesa en los pies y te enreda las piernas. Llena el tiempo, dilatándolo y un minuto parece un día; una hora una semana; un día un mes.
Los recuerdos llenan tu interior salando el agua de tu cuerpo y vives sumergido en ese mar interior, plagado de palabras como bancos de peces que van y vienen repitiéndose una y otra vez. Olvidas lo bueno que viviste y lo malo se convierte en un tiburón hambriento que ha olfateado tu sangre.

Durante unas semanas estás enfermo. Enfermo de pena, enfermo de amor. Tu alma congelada contagia el frío a tu piel. Siempre estás helado. Siempre necesitas calor.

Pasa un día, pasa otro y escribes y gritas, cuentas y lloras, bebes y no olvidas, hasta que el silencio vacío te cubre.

Y después, una tarde o una noche sin saber bien ni como ni cuando, te das cuenta de que un minuto es un minuto y un día es un día. Que el dolor ha aprendido a jugar al escondite y ya no te acompaña en los semáforos. Tus pies vuelven a ser ligeros y tu sonrisa la de siempre. Cierto que está escondido en un pliegue de tu alma, pero está ya ha recobrado el calor y tu piel es caliente, viva y flexible.

Una mañana el sol se transforma en rojo contra tus párpados cerrados, acaricia tu cara, los brazos desnudos  y tu pecho. Quizá estés en una terraza, sentado a una mesa, con un café entre las manos, el mar frente a ti. Y sonríes, tímido y consciente del primer rayo de felicidad salido de la nada. Vibras, levantas aún más tu cara al sol, sientes el roce de tu pelo en la nuca, la suavidad del aire.

Y la vida, vuelve a ser la tuya. Cada día igual y cada día diferente. Y eres tú y no otro. Y sonríes a esa vida en la que no has pasado página, porque la historia que en esa página se escribió es la tuya, que no se ha reiniciado, porque es imposible reiniciarla, empezar de cero sin borrarte a ti mismo, a esa vida que que no puedes rehacer porque ha seguido siendo, caminando, escribiéndose con tu dolor y con el tiempo. Y te sientes bien, aunque el dolor nunca llegue a borrarse y se esconda en algún pliegue de ti mismo. Con suerte, mirarás a tu alrededor y tu vida tendrá tanto de bueno: amigos, familia, alegría y risas que sabrás que puedes vivir con esa herida, aunque nunca termine de cerrar.

8 comentarios:

  1. Qué bonito May, de verdad que éste post me ha encantado. Me lo voy a imprimir para tenerlo siempre porque a parte de lo identificada que me siento, de lo bien que lo comprendo y de lo precioso que está en toda su redacción, además es algo que me toca muy directo y es precisamente como me siento. No habría encontrado jamás en la vida una forma tan precisa y preciosa de describirlo, incluso cuando esa sonrisa tímida te llega un día que estás simplemente tomando café.

    Qué arte tienes tia, estoy sin palabras.

    Besos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Tam. Creo que el camino este del dolor, es siempre un duelo.
      Encantada de que lo encuentres útil y te acompañe. Como dicen por ahí, esos que dicen que nunca sabemos quienes son, lo que no te mata te hace más fuerte. Y aunque estoy segura de que dentro de nada el que te digan tú eres muy fuerte, Tam, llegará a repatearte, en realidad es cierto.
      Ha quedado críptico.
      Un abrazo.

      Eliminar
  2. Flipada me he quedado, te lo juro tia.

    ResponderEliminar
  3. Como dice Tam... "... precioso", por su sencillez y porque es lo simple de la vida, sin búsqueda de porqués, sin encasillarlo en algo concreto, se siente o no se siente. Por otro lado, ¿Qué somos si no el cúmulo de nuestro pasado?; lo bueno se tiende a usar como un ancla que impide que nuestra cabeza navegue por los derroteros de "El Quijote" y como bien sabes... el dolor es mudo testigo a la par que chivato de los errores cometidos, da igual si nuestros o de los demás, de ahí que uno de mis pensamientos sea... "El dolor es un viejo amigo al que abrazo porque me recuerda que siento, que vivo y que he vivido".

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  4. ´No sé si discutiríamos acerca de si el dolor es chivato de errores. Pero que está claro que la vida no se para porque duela, al contrario.
    Para mí, el dolor es el sistema de aprendizaje más directo. O debería de serlo.
    Querer y equivocarse, querer y que no pueda ser, o dejar de querer y causar dolor... no sé si es un error, pero que duele, duele.
    Otro texto a vuela pluma este.
    Un beso

    ResponderEliminar
  5. A veces te leo y me entra morriña de recuerdos ya de libros o lugares que visité. Creo que eres escriba de la memoria de los sentimientos, de los tuyos y de los que hemos sentido en alguna ocasión.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  6. hooola!!!,Soy Austri...¿donde te metes?
    Un besote grande!!!

    ResponderEliminar
  7. Sigo estando aquí, bendecidor, que nos han quitado el terreno de juegos. Gracias por acercarte al blog. Un beso.

    ResponderEliminar