domingo, 16 de junio de 2013

SIGÜENZA

Desayuno frente al teclado, café y cruasán, esté último cortesía de Ana y pienso en el contraste con el fin de semana pasado. Hoy escucho los pájaros y por la ventana adivino el amanecer en el mar comiéndose el gris azulado. El rosa y el dorado se esconden detrás del edificio que diviso desde aquí. Hará calor, como ayer, como antes de ayer muy diferente al fresco y lluvioso sábado que viví la semana pasada en Sigüenza. 
Solo había estado unas horas el año pasado, de aquella visita me llevé el recuerdo de unas increíbles patatas fritas, de la majestuosidad, la oscuridad y la luz, el peso del tiempo en la catedral de Sigüenza, de ese mismo tiempo (otro tiempo: pasado,  lento, desconocido, misterioso, melancólico) que nos acompañó en el paseo por sus calles antiguas necesariamente breve, con casas hechas de piedra, solitarias, expuestas al sol, de la figura del Doncel que, confieso mi ignorancia, nunca había escuchado y  mi deseo de volver con más tiempo (este el actual, escaso, veloz, cargado de ansiedades) a perderme en aquellas calles medievales.

Con lo que no contaba al volver fue enamorarme de los campos, de la tierra que esta primavera lluviosa y fría ha forrado de distintos verdes intensos que han reconfortado mi alma siempre ansiosa y mediterránea. Me enamoré de las amapolas, de la lavanda, de las flores amarillas y blancas de la manzanilla. Me enamoré del cielo, de los cambios, de la lluvia de la mañana y del sol de la tarde, de los pueblos: Palazuelo amurallado, Carabias con su iglesia románica,  envueltos  ambos en un silencio intenso y pacífico,  Atienza al caer la noche con ese frío sombrío que me arrastraba a otras épocas lejos de la tarde de junio en la que estábamos. A la sombra de su castillo, de la iglesia dominando la plaza porticada, bar, café con leche calentito y la pregunta obligada: ¿siempre hace este frío en junio? No, no siempre lo hace lo que me permite creer que ha sido un regalo especial para mí. Carretera, salinas, campos, paz, dulzor y noche.  

El punto central de nuestro viaje ha sido Sigüenza, claro. Volvimos a visitar la catedral y escuché los cantos que formaban parte de un acto religioso, la misa, que no quisimos invadir como turistas que éramos;  un cartel grande avisa que aquellos que no vayan en busca de alimento religioso para el alma no pasen. Sin embargo ofrece otros alimentos a los ojos, al corazón, a la piel. El estremecimiento de los ecos del pasado que a poco abierto que se esté nos conmueve y sí, también alimenta esa alma perdida nuestra o mejor, mía.
Después un paseo por una ciudad concurrida y moderna, con tanto tráfico que me descolocó. Viaje de ida y vuelta del pasado al presente para encontrar aquí y allá las iglesias de San Vicente, Santa María, la de Santiago; el convento de las Ursulinas, la ermita de san Roque, , el museo Diocesano, la casa del Doncel, la Alameda, la plaza mayor con sus arcadas y su pequeño mercado y el espectacular castillo parador donde tomamos un café para poder adentrarnos en él y palpar de primera mano el ambiente re-creado de enormes salas, techos altísimos, el patio con el pozo y ese cartel a su lado que despertó mi imaginación advirtiendo que desde allí antes se podía bajar a las supuestas mazmorras que dormían bajo nuestros pies…
Una sobredosis de historia en vena de la que reposábamos en La Posta Real, con la amabilísima Lidia siempre al pie del cañón, contestando a mis preguntas, contándonos un poco más de la historia, comunicándonos las actividades que podríamos realizar durante el fin de semana, hablándonos de castillos y fantasmas como La Manuela en el Castillo de la Riba, que me perdí porque un fin de semana no da para tanto. Nuestra habitación era cómoda y calentita. Parece raro, a mí me parece raro valorar el calor en junio, pero se agradecía enormemente la ducha calentita, la presión perfecta, la manta de la cama, de la firmeza del colchón y de… vale, de eso que no cuento.  Y como cenamos en la habitación previo paso por un Día, de la mesa junto a la ventana (hay que ajustar los gastos, siempre).  

Me llevo conmigo los desayunos del sábado y domingo con Lidia. Para mí es un momento importante ese primer café mañanero y acompañarlo con buena conversación es una delicia. Es curioso como a veces encuentras a personas con las que te cuesta muy poco abrirte. Tienes la sensación de que con un poco más de tiempo, en otras circunstancias podrían convertirse en verdaderos amigos. Esa es la impresión que me lleve con Lidia. Desde aquí y si me leyera un recuerdo. Es de esas personas valientes que un día abandonó la vida de locura en la ciudad para irse a vivir a otro tiempo, a otro ritmo. Con palabras de ella misma: en un lugar donde el tiempo cunde más.  Donde se vive más próximo del vecino y un paseo acaba convirtiéndose en reuniones improvisadas de amigos delante de una cervecita.

No se me puede olvidar, ya en la vuelta la visita el castillo de Pelegrina. Aparcamos muy arriba, después de cruzar el pueblecito silencioso y pacífico. Caminamos por un sendero cuesta arriba para descubrir  las vistas desde el cerro donde se alza lo que queda del castillo. Impresiona siempre alargar la mano y acariciar (yo es que soy muy de tocar) las piedras que una persona viva e inmersa en su tiempo y que jamás pensó que en un futuro yo haría ese movimiento, colocó allí. Quién sabe si lo hizo mientras bromeaba con el compañero, si al contrario le dolían las muelas o la espalda, si después de colocarla se sentó a comer o a dar un trago de agua, si lo hacía obligado o era su medio de subsistencia… No sigo que me lio y ya está quedando tocho esto.

Un último apunte y un propósito: hicimos una breve parada en el mirador del cañón del Río Dulce (por cierto hay otro que se llama Salado). Espectacular de verdad y sorprendente. Mi propósito: me encantaría volver con la ropa y el calzado adecuados para hacer una pequeña excursión. 

2 comentarios:

  1. Dicen que el paisaje es un estado de ánimo. Describir un paisaje, un viaje, no deja de tener subjetivamente la mirada del que lo narra según su prisma. A mi, particularmente, me entran ganas de ir a Sigüenza, de recorrer, de perderme, a condición, supongo, de volver a encontrar mis pasos. Gracias por este paseo virtual, por el rosa y el dorado.

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  2. Siempre hay que volver. Al menos cuando dejas cosas importantes atrás. Con eso no quiere decir que no te sientas tentado a perderte del todo. Me fascino la paz que respiraban los campos, el ritmo pausado. Puede que sea el que te alcancen ecos de otras épocas, de otras vidas.

    Si vas y necesitas compañera de viaje... yo quiero repetir, ya lo sabes.

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