domingo, 10 de mayo de 2009

Ejercicio 22º: PEREZA

Que preciosa era su mujer. Con esa piel tan blanca, que emitía un ligero fulgor en la penumbra de la habitación. El pelo largo, rozándole el culo. El cuerpo armonioso, de caderas redondeadas y senos pequeños y erguidos… Su mujer; que caminaba sobre unas largas piernas, hacía él. Entre suplicante y provocativa. Mirándole con ojos de gata en celo. Con esa boca sugerente y hambrienta; que no paraba de pedir: besos, caricias, amor…
Él, Mario, la observaba desde el dulce sopor que le mantenía preso desde hace un tiempo. Le hubiera gustado, sí, levantarse, ir hacía ella y en una explosión de los sentidos haberla tomado contra sí, apretándola contra su cuerpo, devorándola con sus dientes, buscando su humedad de gata entre las piernas. Pero el solo pensamiento de moverse, de levantar los párpados, incorporarse en la cama, apoyarse en sus brazos, sacar una pierna del borde de la cama, luego la otra… le aturdía. La pereza pegajosa y húmeda se pegaba a sus miembros, inmovilizándolo en la cama. Subía hasta su cerebro envolviéndolo en un vacío neblinoso; recorría su columna, aflojándola vértebra a vértebra amoldándose al blando colchón.

Sintió los labios mimosos de su mujer, recorriendo lentos sus mejillas, las manos acariciantes deslizarse por su torso, las uñas, rozándole a medida que descendían por su cuerpo. Hubiera deseado pararla. Tomarla entre las suyas y detener ese irritante rasgueo que intentaba perturbar la quieta duermevela de su cuerpo. Sobre todo, un ligero tintineo de alarma resonó en las algodonosas nubes de su cerebro, antes de que llegara a su sexo que reposaba tranquilo en el cálido nido de su entrepierna.

―¡Joder, Mario! ―la blanca mano acababa de alcanzar su objetivo y la voz de la sirena-mujer se transformó en un chirrido de tiza—. ¿Ya ni se te levanta para…? Eres un vago de mierda, un haragán. Te he perdonado que hayas perdido tu trabajo por no llegar nunca a la hora…que pases las mañanas durmiendo; que ni siquiera te levantes ya de la cama sino es para comer o ir al bar con los amigotes… pero Mario esto… esto… Se acabó. No lo soporto más.

Mario dejó que la voz resbalará por su conciencia ausente. El sonido de la puerta al cerrarse con violencia, le sobresaltó a penas. Se estiró en la cama. Tomó la sábana que su bella mujer había desplazado y se cubrió los hombros, dejó que los párpados terminaran de cerrarse y se sumió en el lento estado onírico que era su compañero constante, hasta que llegará la hora del partido de fútbol que está noche emitirían en el bar.
FIN.

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