martes, 1 de septiembre de 2009

Ausencia. (El primer intento durante el taller sobre el realismo sucio).

No llego a ser relato de realismo sucio porque se me desmandó. Pero bueno. El otro día le di un repasito y aqui está.


Nada fue posible. A pesar del intento de hacerlo funcionar. La noche estaba
definitivamente muerta. Cerró los ojos y le dejó hacer. El sexo torpe y alcoholizado con el hombre que había conocido esa noche no le haría olvidar. Se resignó a que un peso más cayera sobre ella. Las lágrimas se presentaron sin advertencia, presionando sus párpados fuertemente cerrados. Negras gotas de rimel resbalando por sus mejillas. Deseó que todo terminara, que el hombre cesara sus bruscos manoseos. El olor a sudor agrio, a sexo triste y sucio le golpeo el olfato. Tuvo la sensación de que nunca terminaría, que esa noche sería infinita. Y estaría eternamente atrapada bajo el peso de ese desconocido. Oyendo su respiración agitada, aplastada bajo su peso, envuelta en vaharadas de aliento alcohólico. ¿No acabaría nunca? El alcohol convertía el falo en un instrumento de tortura golpeando su sexo, una y otra vez y el hombre era lo suficientemente joven para no rendirse al cansancio. Eva le miró. Los ojos de él estaban entreabiertos, perdidos en algún punto de la almohada, la boca fruncida dejaba ver el brillo de los dientes, que por un momento se le antojaron peligrosos, toda su cara se arrugaba en una mueca feroz de concentración. No había placer en su rostro. Por un momento deseo saber que había en la mente de ese ser, tan ajeno a ella. La curiosidad murió apenas sentida y el hastío la inundó de nuevo. Le ardían los muslos por el eterno rozamiento de sus caderas. Suspiró y deseo terminar con aquello. Ya mismo, en ese momento. Y fingió como lo había hecho antes, aceleró la respiración, gimió suavemente, meneo sus caderas con más fuerza, susurro en su oído obscenas palabras de aliento…imprimió con esfuerzo energía a sus brazos, a sus piernas, tensó los músculos de su sexo entorno al falo invasor, aprisionándolo voluntariamente contra si. Él percibió el cambio y jadeante redobló la fuerza de su penetración. Le gritó sucias palabras al ritmo enervante de sus embates: Puta, cerda… te gusta así, duro, fuerte…como a todas, zorra… la letanía continuo cada vez más humillante, más sucia. Y a su pesar, las palabras hicieron eco en algún rincón de su cuerpo, la alzaron, la penetraron y excitaron como no podía hacerlo el cuerpo de ese hombre. No hubo tiempo para la vergüenza y el temor. Tan solo para sentir como su sexo se humedecía, como los estremecimientos, esta vez verdaderos, la recorrían. Como el abandono a las sensaciones llegaba a su cuerpo cuando los dientes de él se clavaron en su garganta, sus manos se cerraron violentas en sus nalgas, abriéndola aún más para él. Corrió desesperada hacia el resplandor blanco del olvido. Se arqueó salvaje contra él. Incrustó sus pechos, sus caderas contra el cálido cuerpo masculino. Toda ella sexo pulsante, ciego, anhelante y voraz. Su propia respiración resonando en sus oídos, entrecortada, febril… deteniéndose un segundo, dos en su pecho. Y al fin, la implosión radiante, fragmentando su interior. El lento aquietamiento de su sangre, de sus músculos, la vuelta del no ser encontrado y perdido una vez más. Y de nuevo la realidad. Al hombre que aún se esforzaba en alcanzar su propia liberación, ajeno a ella. Al asco de si misma, empapada en el sudor y la saliva de ese desconocido. Las ansias de apartarlo de un empujón, de liberarse de su peso, de su contacto. Y aún así permanecer pasiva, resignada, esperando a que él terminara con ella. Permitiéndole las últimas penetraciones, violentas, dolorosas, el gruñido obsceno que acompañó su orgasmo. Sintió el peso muerto de su cuerpo, cuando el cansancio venció la tensión de sus brazos. Percibió en su boca, su nariz, sus mejillas, la vaharada alcohólica y maloliente de su respiración cuando se derrumbó sobre ella, ya dormido.
Con un tremendo esfuerzo, salió de la cárcel de esos brazos extraños y se deslizó fuera de la cama. La suya. El olor pesado y agrio del desconocido llenaba la pequeña habitación. Con un estremecimiento abrió la ventana. El aire frío de la madrugada le golpeo la cara, la atravesó y recorrió los rincones de la habitación limpiándola. El hombre murmuró desde la cama y se revolvió inquieto. Eva mantuvo un instante más la ventana abierta, permitiendo que el aire y la noche la envolvieran. Después cerró, se acercó a la cama y lo miró. El sueño había suavizado sus rasgos, la ancha mandíbula se había relajado, los parpados cerrados parecían delicados y casi trasparentes, la barba empezaba a nacer, dura y negra dándole un aspecto peligroso, Eva pasó la yema de los dedos por su cara sintiendo la textura de la piel gruesa y basta. El pelo oscuro, revuelto, tan largo que se enredaba en sus hombros le confería una especie de inocencia salvaje. Se sentó en la cama, junto a él y apoyó su cuerpo desnudo contra el cabecero. Ni siquiera sabía su nombre. Hubiera deseado echarlo. Necesitaba estar sola de nuevo.
Cerró los ojos cansada. Y los recuerdos volvieron de nuevo. Se había ido para siempre. Hacía más de tres años desde la última vez que se habían tocado. Desde que se habían separado con la promesa de volver. De estar juntos para siempre. Ya nunca más vería sus ojos castaños, no sentiría sus manos en su cuerpo, ya nunca le sonreiría. Y nunca más una mirada, un roce, una palabra, una sonrisa bastarían para que su piel se erizara, para que su sexo se mojará, para que su corazón latiera. Rompió su promesa y le quebró el alma.

1 comentario:

  1. Hola May,
    REALISMO SUCIO. Aunque me gusta el modo en que se desarrolla el texto considero el cambio de ritmo (del rechazo al deseo) demasiado brusco, en cambio se me hace más creible el paso del deseo al rechazo, el orgasmo es muy explícito. Creo que el párrafo en el que cuentas lo que siente cuando abre la ventana, (post polvo de novela negra),es fantástico, estoy por volverlo a leer con un cigarrillo en la mano. Sigue tan prolífica como siempre, para mi es un placer.

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