sábado, 3 de septiembre de 2011

El Taxi

Es justo que dedique este relato a Ginés Vera, escritor (autor del libro de relatos de intriga El hechizo de la mujer dragón, colaborador en el libro de microrrelatos Cuentagotas) y sobre todo amigo por permitirme jugar con su relato El doble. Este relato me ha permitido volver a encontrar la parte lúdica y divertida de escribir. Gracias.


Lo vi. Para mí inconfundible. He visto tantas veces sus películas… La primera la alquiló mi novio una noche para ponernos a tono. No es que yo lo necesite demasiado. Me enciendo enseguida. Un beso, una caricia o un susurro más subiditos de lo normal me ponen a cien o a cien mil, depende. Eso hace que mi novio en algunas ocasiones me diga:

−¡Joder, nena! ¡Voy a tener que pensármelo antes de tocarte!

Yo me río y le acaricio ahí donde más le gusta. A veces funciona, a veces no. Así que más bien creo que alquila esas pelis para ponerse a tono él. A partir de esa primera película que nos excitó y cumplió con su cometido yo desarrollé una especie de obsesión con el protagonista. Me encantaba su cara y su cuerpo, la forma de moverse, como manejaba a las actrices: arriba, abajo, de lado, subiéndolas y bajándolas de su cuerpo con una facilidad pasmosa. Y sobre todo adoraba su gran, enorme, tenso, duro miembro. Lo podía imaginar aterciopelado y suave entre mis manos (obviamente las dos). Ligeramente salado en mi boca.

Llegó a tanto mi… afición que compré todas sus películas por Internet.

Verle en la acera tan cerca y tan distante de mí me volvió loca. Di gracias al sátiro de mi jefe y a que aquella mañana tenía que recoger en el aeropuerto a unos clientes importantes y muy, muy adinerados del bufete. A Don Raúl le gusta que en esas ocasiones mi apariencia sea elegantemente sexual (claro que no lo ha dicho así, pero me mira con aprobación y murmura algo que yo prefiero no escuchar). Así que elegí una blusa fina y suave con un profundo escote en uve y una falda con un largo justo para preservar el buen gusto pero que cuando me sentaba tenía tendencia a deslizarse hacia arriba hasta descubrir buena parte de mis muslos.

Cuando levantó la mano para parar un taxi avancé unos pasos hasta situarme a su altura. Fingí tropezar con su mano en el aire. Aproveché su confusión para invitarle a compartir el taxi mientras me deslizaba en el interior del vehículo. Un poco vacilante se sentó a mi lado.

−Al aeropuerto, por favor −me apresuré a ordenar al taxista que me miraba con una sonrisa desde el espejo.

Inicié una conversación rápida intentando aparentar una calma que no sentía. Estaba nerviosa, caliente. “Te he reconocido, dije, he visto todas tus películas”. Aproveché para acercarme un poco más a él. “No te preocupes, no soy de esas que se dejan impresionar”. No me respondió, así que me incliné y le susurré al oído: Las veo a solas… aunque a veces también con mi novio, ya sabes, para entonarnos…

Seguía sin hablarme y creí haber metido la pata al mencionar a mi novio. Busqué sus ojos inquieta. Me tranquilicé al no encontrarlos. Estaban fijos en mi escote. Bueno, fijos no. Se alternaban con mis piernas. Las crucé despacio y allí estaban. Me llevé una mano al corazón y de nuevo volvían a estar en mis pechos.

Me excitó tanto que un hombre que había estado con mujeres de cuerpos y experiencias digamos… excepcionales me mirara así que me lancé.

−Siempre he sentido curiosidad por saber…

Por fin elevó la mirada por encima de mi cuello aunque no alcanzó mis ojos. Se detuvieron en los labios que humedecí despacio con la lengua.

−¿Os tomáis algo para las escenas especiales o usáis dobles?

Sus ojos que no aguantaron el tiempo suficiente en mi cara, cayeron de nuevo por mi escote.

No me había tocado, ni hablado, pero me miraba de tal manera que tuve la sensación de estar siendo sobada, amasada, penetrada por aquellos dos focos calientes, intensos.

O quizá cuatro, pensé, al echar un vistazo al taxista. Había modificado el ángulo del espejo para ver... ¿Mi escote? No me importó. Con él a mi lado me sentí la protagonista de nuestra propia película. Le hablé de nuevo, juguetona: No me lo vas a decir ¿Verdad? Me mordí el labio. Levanté mis caderas introduje mis manos bajo la falda arrastrándola aún más muslos arriba y enganché los pulgares en las cintas del tanga. Sin apresurarme lo deslicé hasta que quedó enganchado en el tacón de mi sandalia. Me incliné a recogerlas permitiendo con el movimiento que se abriera aún más el escote. Me incorporé mostrándoselo al guardarlo en mi bolso. Tomé su mano y la coloqué en mi muslo, casi rozando la orilla de la falda. Me desabroché el botón superior de mi blusa dejando a mis pechos mostrarse tan ansiosos como yo.

No había movido la mano. Pero yo la sentía en mi piel cálida y tan inmóvil que me estaba volviendo loca. Sentía calor en todo mi cuerpo y punzadas anhelantes justo allí, donde la necesidad palpitaba. “He pensado −jadeé en su oído− que voy a pedirte un… autógrafo”.

No resistí más. Miré al espejo retrovisor ¿No había cambiado el ángulo de nuevo? Sin tiempo ni espacio en mi mente para pensar en posibles accidentes me acomodé sobre él. Una rodilla hundiéndose en el asiento afelpado a cada lado de sus caderas. Mi lengua en su boca. Una de mis manos entre los dos. Al bajar la cremallera surgió como un muñeco sorpresa de su caja.

Y sí, sorpresa fue. Definitivamente las pelis porno también son ficción. “Un doble −pensé.” ¿Pero que puede hacer una chica en una situación así? Disfrutarla. Su sexo estaba duro y erecto. El tamaño, si no extra, satisfactorio y yo… ya lo tenía entre mis muslos.

Sus manos habían cobrado vida (¡Ya era hora!) y me apretaban contra él. La boca se perdía codiciosa entre mis pechos. El taxista casi nos jaleaba. Me dejé caer sobre su miembro, ensartándome en él. Eché la cabeza hacia atrás. Gocé del movimiento de sus caderas cortos y duros e imaginé que una cámara seguía nuestros movimientos. Primeros planos de nuestras caras, primeros planos de su boca en mis pechos, en mi cuello y una dificilísima pero excitante imagen de nuestra unión. Esas ideas me hicieron sentir tan… mi piel pareció afinarse hasta sentir el menor roce, sus dedos sujetándome, la tela vaquera de su pantalón rugosa contra mis piernas abiertas. Mis caderas encontraron su propio ritmo, mi sexo envolvía el suyo, apretándolo dentro de mi cuerpo, mi humedad nos mojaba a ambos. Se aceleró su respiración, gimiendo contra mi pecho, mordiéndolo. Me corrí un momento antes de que él lo hiciera. Nos quedamos así. Quietos, encajados uno en el otro. Sosteniéndonos mientras nos recuperábamos. Después me senté a su lado bajándome la falda. Miré por la ventanilla, faltaba poco para llegar al aeropuerto. Él aún no había hablado. El taxista carraspeo: “Ya casi estamos”. No contesté, su voz sonó ronca y dura en mis oídos. La experiencia había sido estimulante. Para ser más parecida a mis fantasías eróticas, las que había tenido cientos de veces sola en su cama o incluso con su novio cuando cerraba los ojos había faltado…

−Señorita, el aeropuerto −me dijo zumbón el taxista.

Lo ignoré. Abrí la puerta arreglándome mejor la blusa y la falda. Los clientes debían estar esperándome. Él extendió su mano hacia mí. ¿Qué querría? ¿Pensaría que iba a contarlo por ahí? Le sonreí, abrí mi bolso y saqué el tanga. Se lo dí como recuerdo.

−Toma, un recuerdo. Tranquilo, no se lo contaré a nadie.

Antes de marcharme, me giré y le envié un beso y le dije:

–Aunque hubiera preferido coincidir con tu doble.


10 comentarios:

  1. Hola. Gracias. No puedo decir nada...no sería objetivo. Espero que tus lectores te dejen sus opiniones. Este relato es tuyo tuyo pues como dijo Saint Beuve «En literatura se permite robar a un autor a cambio de que se le asesine».
    Exquisito cadaver, pues.
    Gin

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  2. Nada más lejos que asesinarte de mi mente, a no ser que sea por muerte lenta. No, no es exquisito, pero quizá lo sea cuando le de un repasito. Doblemente gracias.
    Te debo un bitter.

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  3. Por cierto, se me olvidó indicar, para ser justos y honestos literariamente hablando que no me lo "robaste". Ha sido todo muy legal, hasta la SGAE tendría que pasar de largo. No digamos el rey del pollo frito. Era broma. En todo caso si que la cita la he sacado de un texto ajeno, un artículo titulado Plagios que un conocido escritor (ganador del Planeta) publicó en un diario...aunque yo la saqué de internet.
    No me debes nada, en todo caso, me pienso hacer un ejercicio mutuo con un relato tuyo...si te hace. Me inclino por el del aguacate.
    ¿Lo compartirías con tus lectores previamente?
    Salu2
    G

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  4. Entre nosotros todo es muy legal siempre, Gin. Hasta con el SGAE y el pollo frito.

    Puedes hacer lo que quieras, ya lo sabes. Si te apetece con el del aguacate, adelante.

    Y si quiero deberte un bitter, te lo debo. Ea, he dicho.
    Adelante, claro. Con los mis lectores, silenciosos ellos y si quieres con los tuyos. Está en el blog, por alguna parte, pero puedo volver a subirlo coincidiendo con tu versión.

    Ya verás como al final eso de una página tú y otra yo...

    Un beso.

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  5. Vaya, me has dejado temblando querida May. No he leido el relato de Ginés, pero el tuyo es calentito, jeje. Me gusta que hayas vuelto a "renacer" en la escritura. El relato además de sorprendente y ameno, está muy bien relatado. Me ha gustado leerte.
    A ver si llego a Valencia mañana y pongo un poco de orden en mi vida y nos vemos en Bibliocafé. Ya te diré algo.
    Un abrazo

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  6. Venga, sí. Un abrazo, Carmela. Parece que han abierto terracita y todo.

    Gracias por leer el relato. En previsión del invierno, Carmela, por si es frío y duro un poquito de calor no viene mal.

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  7. Hola de nuevo...y perdón por abusar. Tenías razón en lo de que ya estaba en tu blog. Para aquellos amigos que se estén preguntando cuál es el famoso relato en liza (literaria), el de los aguacates, que sepan que es el del 5 de noviembre de 2009. Podéis localizarlo aquí a la derecha en archivos del blog en esa fecha.
    Gracias May.
    Un saludo.
    Ginés

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  8. Nunca abusas. Y sí, claro que tenía razón. Cuando lo tengas sería bonito colgarlo en el blog, los dos juntos. Y al hilo de eso se me ocurre otra petición. Ya lo hablamos.

    Un beso.

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  9. Hola May, me encanta descubrir después de tanto tiempo que continuas embadurnada de letras. Un beso grande ELi

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  10. Eli, bonita. ¡Cuánto tiempo! Sí, ahí sigo, aprendiendo. Que alegría tenerte aquí. Tenemos que quedar a tomar unas cervecitas un día de estos y ponernos al día.
    Un beso, Eli.

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