miércoles, 27 de junio de 2012

Hospital

Aunque escribo poco sigo haciéndome notas mentales, incluso imaginando historias, lo que viene a significar que sigo siendo.
Ayer hice la fatídica visita al hospital que iba aplazando: por trabajo, por pena, por cobardía. Siempre cuesta enfrentarse a aquello que creíste dejar atrás. A los fantasmas de un dolor antiguo como si te dijeras, mejor no menearlo.
Doy la razón a uno de mis amables lectores: ya no soy la misma persona ni me hieren las mismas cosas. Los gigantes del pasado, hoy ni siquiera son molinos de viento.

Cuando entré al hospital estaba nerviosa y me dolía el estómago. Es un viejo conocido de toda mi vida; en el nací yo, me bautizaron en su capilla, en el me pusieron siete puntos en la pierna aquella vez que de pequeña me caí de la mesa del comedor sobre una vieja mecedora y me clavé (nunca mejor dicho) un larguísimo clavo hasta el hueso, en el que estuvo tanto tiempo ingresado mi padre hasta morir allí mismo un mediodía rodeado de todos nosotros, donde mi madre también pasó sus últimos días para terminar muriendo sola en intensivos.

Conozco tan bien los pabellones y las salas que con pocas indicaciones me bastan. Subí al tercer piso y busqué la habitación que me habían dicho, la puerta estaba cerrada, al abrirla sin pararme a pensar demasiado se giraron tres o cuatro desconocidos que rodeaban la cama junto a la ventana: una mujer joven en bata azul, estaba tendida sobre ella. Acabé de entrar y al cerrar la puerta allí estaba ella, en la cama del rincón, la que nunca me ha gustado porque me parece muy encajonada y triste sin la alegría siquiera de la vista al exterior.
Entre las sábanas blanco hospitalario me impresionó el color amarillo de su piel, lo poco que abultaba bajo ellas, extremadamente delgada, con ojos lúcidos, el pelo aún rabiosamente teñido de negro. A él no le vi hasta después, impresionada por los cambios que la enfermedad había ocasionado a ese cuerpo que yo recordaba mucho más fuerte y firme. Se levantó para que pudiera acercarme a besarla. Lo hice, le di dos besos en las mejillas consumidas y sin darme cuenta acaricié el brazo que mostraba la huella de pinchazos en forma de moratones, la observé mientras me hablaba, podía ver en su cara la sombra, la máscara que la proximidad de la muerte parece imprimir. El hilo de su voz me dijo: no saldré de aquí, estoy muy malita... mari. Nunca jamás conseguí que me llamara May. Por muchas veces que la corrigiera o mucho que se lo explicara, era Mari, como aquella hermana suya que fue peluquera. Nunca fui yo para ella realmente. O quizá nunca fui la que le hubiera gustado que fuera. Eso no importó ayer.
Me señaló el pequeño gotero del calmante ya vacío. "Cuantas cosas hacen falta para morirse". Yo le respondí: "No, para morirse solo hace falta estar vivo". Y bromeamos, supongo que para algunos de forma macabra sobre la muerte. Y es que a pesar de las palabras con las que me recibió no es consciente de lo que tiene, no se lo han dicho y, estoy segura, no ha querido saberlo. Cuando me fui hacía planes para cuando saliera del hospital, que compraría carne de caballo para paliar la debilidad, que no recordaba como se cocinaban muchas comidas, que la memoria se va, que... hablaba y hablaba, lo que me alegró porque yo tenía poco que decir, excepto un "bien" cuando me preguntó como estaba.

Cuando me fui, él me acompañó hasta la salida. Me contó que los médicos decían que tenía un derrame interior a consecuencia de la última operación que no había cumplido sus objetivos, por eso le dolía tanto el costado y que probablemente no pasaría de la noche de ayer o de hoy. Me sorprendió que no pensara quedarse a pasar la noche y que tuviera toda la intención de ir hoy a trabajar, a fin de cuentas, me dijo: "tienen mi teléfono". Pero eso ya no es una cuestión que me afecte a mí o que deba entrar a juzgar.

No sé si es egoista. Hice lo que me dictaba la conciencia desde hacía días. Lo que el corazón y mi razón me pedían. No me siento... bien. Me siento extrañamente aliviada.

6 comentarios:

  1. Doloroso, crudo, cercano. Has escrito sobre la vida, más allá de lo que cuentan tus palabras.
    Dan ganas de vivir doblemente, por nosotros, por los que ya no pueden.
    Gracias, May.

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    1. Gracias a ti, Gin. La vida abarca todos esos matices. No hay forma de salvarse de su dureza.
      Nos vemos.
      Besos

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  2. Ay, chiquilla... hoy se me ha hecho más palapable la sinceridad que sin hacer gala demuestras al escribir. He sentido tristeza, incluso unas lágrimas se han agolpado en mis párpados (bueno, eso no es raro, sabes que soy un sensiblón) y me he alegrado por ti, mucho, porque has sido honesta contigo misma, porque has "visto" a la persona, porque una vez más te has dicho que lo importante es "vivir" y que a pesar dee los pesares... "sólo hay que convivir con el rebaño para no ser aplastado, pero que uno hace pis cuando y donde le place -sin cruzar la raya del respeto-".
    Seguiría comentando, de sobras sabes que me pierde el querer transmitir mis ideas, pero no, hoy termino aquí.

    "Gracias, en realidad no somos tan diferentes unos de otros... pero como no nos atrevemos a exponernos a pecho descubierto, no lo sabemos"

    Un abrazo y un beso "Amiga"

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    1. Puedes comentar siempre todo lo que te parezca, estás en tu casa, así que puedes extenderte lo que quieras.
      Creo que sí, creo que he aprendido en los últimos años que lo importante es vivir, que la inacción es engañosamente cómoda, paraliza y anula. Si no eres tú quien decide, alguien lo hará por ti.
      En realidad todo es más sencillo, hice lo que sentía que debía hacer. Una elección más.
      Gracias a ti por estar y compartir.
      Un beso.

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  3. Hola

    He venido por aquí y me he leido del tirón varias de tus entradas, y me han gustado mucho. Me gusta como escribes, lo que cuentas, como te expresas, supongo que ésto no es la primera vez que te lo dicen (o escriben) y aunque no comparta algunos de tus puntos de vista (lo que he creido conocer de tí por lo que cuentas) me ha gustado tu blog en general, asi que pasaré, leeré, enlazaré para no perderte... Y decirte que muchas ex amigas cargan, y que la enfermedad, el hospital o la muerte cuando suceda nos cambia extrañamente los puntos de vista sobre personas cuando sigo sin comprender porqué es así, supongo que por la empatía del ser humano que duerme en lo más profundo hasta de quien cree que no la tiene.

    Nada más..

    besos, Tam.

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    1. Me alegra verte aquí, Tam. Es curioso esto de internet ¿Verdad? Yo te descubrí por casualidad y te leo desde hace tiempo. Me gusta tu franqueza en lo bueno y en lo malo. A veces al leerte tengo la sensación de que te abres en canal y ofreces casi sin darte cuenta tu complejo y rico mundo personal.

      Si te interesa alguno de los enlaces que te mencioné en tu blog dímelo, eh?

      En cuanto a la visita al hospital, no, no me cambió mi punto de vista sobre ella. Sé como fue, pero forma parte de mi vida, de mis recuerdos e incluso de como soy ahora. Lo que si creo es que la condición humana nos iguala a todos. La vejez, la enfermedad y la muerte no hace tabla rasa, pero nos acerca mucho unos a otros, casi irremediablemente. Es un destino que tememos, pero que está ahí.
      Besos, Tam. Gracias.

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