viernes, 3 de agosto de 2012

Caminos

El comentario de una amable lectora me lleva a pensamientos que una vez tuve. Creo que puede sonarle este: No quiero que me quieran, no quiero que me necesiten. Duele. La responsabilidad y la culpa son pesos demasiado grandes para soportarlos cuando vienen de la mano del amor. Del amor de cualquier tipo, pero sobre todo de ese. De ese que hace que te sientas atada de pies y manos. Que no sepas donde vas a colocar tu próximo paso en ese campo de minas en que se ha convertido tu vida. En la que crees no valer lo suficiente para hacerla saltar por los aires. Y vives siempre oculta bajo el agua. Dejando que la vida pase, amortiguada, por tu lado.

Vivir siempre con miedo es no vivir. Es dejar que las cosas te sucedan sin poder para decidir sobre ellas o cambiarlas. Atada, amordazada, viviendo una farsa. Levantarse por la mañana y huir de tu mirada en el espejo. Poniendo el automático como quien presiona un botón. Vistiéndote con una sonrisa que no sientes, forzando un tono de voz que no reconoces, deseando estar siempre en otro lugar. Dividida, escindida. Gritando tras la apariencia de calma. Haciendo lo que tienes que hacer. Por el bien de los otros. Por lo que te han hecho creer o por lo que tu misma quieres creer: por tu propio bien.

Y cada vez el agua el agua te cubre más. Estás más cerca del fondo. Sientes que la presión sobre ti te está haciendo pedazos. Que pronto dejarás de ser tú. Solo serás un autómata que finge que vive. Y cuando eso ocurre, cuando tus pies tocan el fondo, no solo sabes, no solo crees, no solo te dices que ya no puedes más, que te ahogas. Cada célula de tu cuerpo, más allá de tu cerebro, de tu pensamiento, de tu razón, sabe que no hay otro camino que pegar patada y emerger, rompiendo todo a tu paso. Y dejas de plantearte si eres buena o no, si lo que haces es bueno o no, a quién herirás o como. Solo tienes que hacerlo. Y lo haces. Y vas resolviendo, día a día, minuto a minuto. Viviendo, arreglando, decidiendo. Y da miedo, mucho por que ser uno mismo, hacer que las cosas sucedan significa ser la única que tiene que responder de sus aciertos y sus fracasos ante la propia conciencia. No es la situación, no es el otro, no es la vida. Soy yo.

Nadie podrá rescatarte de tu torre, ni matar al dragón por ti. Al menos nadie puede decidir por ti la forma de escapar de la torre, ni en que momento hacerlo, ni como derrotar al dragón. El camino parece solitario. Discurre sinuoso por un bosque oscuro lleno de peligros. La carga que llevas a tus espaldas pesa mucho, pero si estás atenta, siempre habrá una mano que se alargue hacia ti. Providencia, amigos, amor, cariño, respeto, confianza… también están en el camino. Lo que no sé es si el bosque termina alguna vez, pero a momentos los árboles se abren y atisbas un cielo soleado y llegas a claros que brillan a la luz de la luna. 

4 comentarios:

  1. Certero dardo, que leído de manos de otro se hace más mortífero si cabe.
    Esa sensación de "creer", vanos espejismo, que uno rige su vida porque "hace lo que debe hacer" o "porque es lo que esperan de él/ella".
    Un pensamiento que sin duda tienen muchas personas, pero cuya cobardía arrincona en un lugar en el cual los guardianes del "proyectar en los demás" lo que en realidad es culpa propia, nos mantienen "estables.

    Certera Diana.
    Un gran, gran abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo no sería tan dura, no hoy, por lo menos. No lo llamaría cobardía. Hay miedo, pero también un gran sentido de la responsabilidad hacia el otro u otros. Y se está parcialmente cegado por la propia situación. No te das cuenta de que las "culpas" nunca son solo de una persona. Ni tuyas, ni del otro. La infelicidad es muy mala consejera.
      Al hilo de los guardianes, si es cierto que hay unas cuantas ideas en la sociedad que nos creemos a pies juntillas casi desde que nacemos. Luego, cuando vemos que en nuestra vida no es aplicable o que no lo sentimos así, nos cuesta darnos cuenta de que no es culpa nuestra y que no estamos defectuosos.
      Un beso

      Eliminar
  2. Se te olvida el dolor más grande, el más intenso, el peor de todos los dolores que una persona sea capaz de soportar: LOS HIJOS. Eso, y nada más que eso, paraliza por completo, condiciona cada acción, cada decisión, cada pensamiento. Tú no eres tú, tú eres tú y ellos.

    Es el único amor que vale, el único sentimiento que te acompañará siempre y te arañará el corazón de por vida. Los hijos te hacen mejor persona, más feliz, te dan vida, pero te quitan independencia, y te quitan valor, y te quitan autonomía.

    No todo el mundo puede ir libre por la vida.

    Genial tu post, como todos.

    besos.

    ResponderEliminar
  3. Te entiendo mejor de lo que crees. Paraliza y a la vez llegará un momento que quizá sean tu motor para la acción.
    Sé que es difícil, también sé que estás en la lucha.
    Un abrazo muy grande de ánimo.

    ResponderEliminar