sábado, 4 de agosto de 2012

Murió

Ya ha llegado. Llegó. La muerte de madrugada cumplió con su trabajo.

Recibí su llamada a las dos de la tarde. Mi madre ha faltado. Esta madrugada. Se la han llevado al Tanatorio ...., mañana a las once y media es la misa allí mismo y después la incinerarán en el cementerio. La voz solo se le quiebra cuando le digo que lo siento mucho, que lo siento de verdad. Y es cierto. Lo siento por él, porque sé lo duro que es perder una madre. Por mayores que seamos una parte de nosotros mismos muere con ellos, nos convertimos en huérfanos, en niños abandonados.

En otra vida yo me hubiera encargado de todo. De llamar a la Compañía, a visar a los familiares y probablemente no hubiera dejado que muriera sola en una sala de hospital. Y aunque sé que ya no es responsabilidad mía, siento tironcitos en la conciencia. Seguro que alguien dirá que siempre morimos solos. Yo sé que no es cierto. Recuerdo (¿Cómo no  hacerlo en estas circunstancias?) la larga noche que precedió a la muerte de mi padre. Estábamos todos allí. Mi madre, mis hermanos, en una espera interminable. Me pasé toda la noche a su lado, tomándole la mano, acariciándosela, susurrándole. Veía a mi madre delante de mí, a mis hermanos entrando y saliendo, a mi padre respirando con dificultad. Mi padre: parecía más allá de cualquier consuelo que pudiéramos ofrecerle, demasiado sedado para ser consciente. Y sin embargo, apretaba mi mano. Y sabemos que murió incorporándose en la cama, abriendo los brazos y llamando a mi madre. En su grito final, reclamó a aquella compañera de toda su vida por el nombre que le dio desde novios: ¡Pepica! Mi padre murió a mediodía. Rodeado de amor. Mi madre murió sola en una sala de UCI. Pobrecita, siempre lo pasaba tan mal cuando estaba unos cuantos días allí. Se le iba la cabeza, tenía sueños extraños, pesadillas. Murió de madrugada, sola y sin que nadie le tomara de la mano. Ella que desde que entró en el hospital nunca estuvo sola, ni de día ni de noche. Ella que en casa, hacia el final se enfadaba si estaba más de media hora sola. Recuerdo esa llamada devastadora que rompe el sueño y te lanza a la pesadilla. No eran las siete aún de la mañana. Casi no recuerdo el trayecto en coche al hospital, excepto que me repetía constantemente que no debía llorar mientras estuviera conduciendo. Una especie de mantra absurdo, mientras conducía por las calles aún oscuras.

También lo siento por ella. Por Isabel. Tiene, aún los tiene mientras esté en la memoria de los que la conocieron, nombre y apellidos. Probablemente yo nunca fui lo que ella deseó y soñó para su hijo. Algunas veces nos entendimos, muchas otras no. Muchísimas tardes de domingo, delante de un café, mientras su hijo veía la tele, me contaba su vida. Su niñez, su juventud, sus primeros años de matrimonio. En honor a ella y a la verdad, he de decir que su vida no fue fácil. Ni siquiera en su edad madura. Tuvo que luchar mucho por alguno de sus hijos y ver morir a uno de ellos, sin haber podido evitar ese final.

Divago. Hoy acudiré al Tanatorio. Por todo aquello que nos unió y también por lo que nos desunió. Por la vida y por el dolor. Porque fue y estuvo.

1 comentario:

  1. Sobre todo con tu..."en honor a la verdad..", has mostrado no sólo lo humana, si no también lo que de divino hay en ti... !FELICIDADES¡. Elegante, cortés...
    Un abrazo.

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