domingo, 22 de febrero de 2009

Ejercicio 12º PALABRA DEL DÍA: ALIENACIÓN

Les observó tras los cristales que le separaban del balcón. La masa de gente llenaba la plaza. Miles de voces salmodiaban su nombre: Ar-gus, Ar-gus. El rítmico canto hacia tintinear las lámparas a su espalda. Se estremeció de satisfacción: ese era su pueblo, su rebaño. Y él, su pastor. Una lágrima se deslizó por su mejilla… cuando los sentía así, sumisos, entregados, dejando en sus manos, las únicas que podían guiarlos, sus vidas ¡los amaba tanto! Cierto que aún quedaba trabajo por hacer. Separar las ovejas enfermas de las sanas, destruirlas, alejarlas de los mansos, de los obedientes. Separaría a los débiles, a los corruptos, a los rebeldes… los separaría de su camino y de las buenas gentes que se aferraban a él.

Aplastaría a los disidentes, a los intelectuales, a todos aquellos que no comprendieran el magnífico destino que les aguardaba bajo su mandato. Él había visto el futuro: el de una raza única, perfecta, fuerte que lucha por un objetivo común. Él, Argus, lo conseguiría, sería el primero en la historia en lograr su objetivo: demostrar la superioridad, la pureza de su sangre. Lo inculcaría en su rebaño a sangre y fuego. Y después… el mundo entero se inclinaría ante la verdad. Ante esa raza única y perfecta de superhombres, el resto de los pueblos, animales inferiores, debían desaparecer de la tierra.

Argus sonrió, abrió las puertas y salió al balcón, el rugido de la multitud le envolví y levantando los brazos, les habló:

—¡Mis queridos compatriotas, hombres y mujeres, hijos míos, hermanos!

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