domingo, 10 de mayo de 2009

Ejercicio 26º: CORTESANA

LA CORTESANA

La cortesana Claudine, escuchaba a su sobrina Ninette, sentada ante el tocador excesivamente iluminado. Le parecía que hacía años desde que el gran espejo no reflejaba la luz de tantas velas. Momentos antes, la joven había recorrido exuberante la elegante recámara tomando todos los candelabros que encontró, colocándolos cerca del espejo, dejando el resto de la habitación sumido en la oscuridad.
— ¡Oh, tía! ¡Qué emocionante es todo! Cuando mama me dijo que podría venir a visitarte y quedarme contigo hasta que encontrará mi lugar en la corte, no imaginé que fuera así… Estaba un poco asustada, tía. Pero es tan emocionante. Son todos tan elegantes y refinados…
¿Alguna vez había sido ella tan joven, se había sentido tan radiante? Unos pasos detrás de Ninette, Claudine se refugiaba en las sombras. Los ojos de la joven brillaban en el espejo, la piel casi traslucida de su cara aparecía sin mácula realzada por las velas. El largo cabello cobrizo recogido en un moño suelto que libraba delicados rizos sobre su rostro y los hombros esbeltos.

—Y a ti, tía, te tienen en tanta estima… todos te escuchan. Hasta el rey te preguntó por asuntos de estado… Y cuando hablaste con el Marqués de D’Olincourt, sobre los problemas que tenía con sus tierras…

Sí, pensó Claudine, todos fingieron escuchar sus palabras, mientras los ojos seguían la delicada figura de su sobrina, pendientes de sus labios, absortos en el azul de su mirada. Todos calculando quien sería el primero en disfrutar de sus placeres. Cuanto les costaría sus favores. Cerró los ojos. La cruel juventud de su sobrina dolía. Avanzó despacio hacia el tocador. Hasta que su cara quedó reflejada en el espejo sobre la de Ninette. Hasta que la luz inclemente iluminó la piel madura de sus mejillas, el brillo inquieto, desesperado, de sus ojos, la fingida voluptuosidad de sus labios pintados, el falso lunar en su pómulo izquierdo. ¿Cuándo empezó a aplicárselo? ¿Cuándo su tocador se lleno de afeites y pomadas? Observó la cara de su sobrina. Una sonrisa amarga estiró sus labios y con un gesto desprendió el lunar de su mejilla.―Déjame que te lo ponga, Ninette. Sí, así estás perfecta —colocó el lunar cerca de la fresca boca de su sobrina. Dio un paso atrás, de nuevo en las sombras y contempló su obra. Inclinó la cabeza. El rey ha muerto. Viva el rey.

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