viernes, 29 de julio de 2011

AHORA

Se recuesta en la pared frente al espejo. Observa su cara. Los ojos profundos, perdidos en las sombras bajo ellos. El brillo mojado, una arruga de más y en la noche, sola con la luz de la luna, el color de la piel palidece. Los labios se mueven, murmurando un nombre. Hoy ha sabido de él. Su nombre le ha hecho pararse, guardar silencio cuando estaba a punto de salir de la librería. Un amigo, que fue común, de los dos y ya no es nada ha pronunciado su nombre y casi contra su voluntad se ha hecho pequeña y silenciosa, ha vuelto sobre sus pasos y ha fingido ordenar los libros en un estante bajo. Él ha regresado. La misma ciudad… que pocas veces han coincidido en ella. Lo siente en el aire, presionándole el pecho. Él.

Se olvida del amigo que ya no lo es en su prisa por refugiarse en casa. En su nido de paloma herida, de halcón sin garras.

A oscuras se sirve un whisky, en vaso alto y sin hielo. Le quema la garganta mezclado con las lágrimas que no quiere derramar. Busca la vieja canción que le hace sentirse en carne viva.

La voz, madura, llena de la cantante rompe el silencio. Ahondando en la fisura que recorre su ser.

Se va la noche y no me duermo, no te me iras del pensamiento, a veces hablo a los espejos, por eso saben mis secretos…

El espejo le devuelve la imagen llena de recuerdos que esconde en su interior. El vaso tocado por la luna, brilla como sus ojos cuando la miraban.

Viví en la cara oculta de la luna, equivocadamente hasta encontrarte, y cuando más te quiero siento que te pierdo…

Antes de él, el mundo era un páramo. Cercado, cerrado, sin luz. Las mismas cosas, las mismas gentes. Días eternos, repitiéndose a sí mismos. La aceptación callada de una vida sin escape. El matrimonio como cárcel. El deber ciego. Aguantar pese a quién pese y sobre todo si le pesaba a ella. Y él la sacó a la luz y le hizo bailar. La risa. La pasión… la llevó de la mano a la tortura de existir entre la felicidad y el dolor. El amor, una obsidiana clavada en su interior irradiando un fuego que consume el oxígeno de su vida vacía hasta matarla.

… Y cuando más te quiero siento que te pierdo…

Incluso ahora cuando el tiempo ha pasado, sigue amándolo en la rotura de su alma de cristal. Su nombre en el aliento de otro, ese nombre en el que no se atrevía a pensar, ha quebrado el tenso equilibrio, la paz forzada que le permite levantarse cada mañana como si de verdad estuviera viva.

Ahora, ahora, ahora, pesan tanto los recuerdos de las noches que he pasado junto a ti, ya no se vivir contigo ni sin ti

Un último sorbo de whisky, el líquido cálido en su boca, deslizándose por su interior. Las manos de él sobre sus pechos, dejando paso a sus labios y a su lengua. Besando, lamiendo las puntas oscuras que se fruncen y endurecen bañadas en su saliva. El dolor dulce y apremiante allí, entre sus piernas, que se abrían, provocativas, anhelantes. El juego de los dedos sobre el vientre, fingiendo dudar de su camino. La curvatura tierna del cuello cuando su boca se abría buscando el aire que él devoraba. El sonido áspero de la respiración en el pecho, sus dientes cerrándose contra las puntas delicadas, deseosas, doloridas. Y él, hundiéndose por fin en el centro mojado…

Se va la noche y no me duermo, y los segundos son tan lentos, entre los celos y el deseo, hago mil cosas que no debo, tiro una piedra contra tu ventana, dejo un mensaje por no dar la cara, le prendo fuego a lo que era nuestra cama…

La noche, la suya se hace eterna. Abandona el vaso en la mesilla, la ropa en el suelo al lado de la cama, desliza en ella su cuerpo desnudo. La casa llena de los acordes de la música, la arropa. La voz de la cantante la conduce al centro de su recuerdos, la letra de la canción corta la armadura que protege su razón y las imágenes le asaltan. La voz aún dormida en la madrugada susurrando no te vayas, estrechando el abrazo cuando ella siempre inquieta, en movimiento, trataba de acercarse a la ventana, encender un cigarrillo o solo contemplarle, maravillada de tenerlo a su lado.

Ahora, ahora, ahora, pesan tanto los recuerdos de las noches que he pasado junto a ti, ya no se vivir contigo ni sin ti.

Las palabras cortan la armadura que esconde sus pensamientos. Rompen el dique de los recuerdos: su risa, el olor de su piel, el peso de su cuerpo, la dulzura de su abrazo, de esos besos pequeños cayendo a miles sobre sus labios…alarga la mano y sujeta entre los dedos el teléfono, testigo y cuerda de sus encuentros y desencuentros. Marca un número al que no tiene el valor de llamar. En sus oídos resuenan de nuevo las palabras airadas. Hirientes como soldados en una guerra sucia. Luchando cuerpo a cuerpo con la ternura y el deseo. De él aprendió que amar con locura no siempre es suficiente.

Aunque me encontrara un ángel, dudaré, si me hará volar tan alto como tú.

Desde que ambos se fueron, desde que rompieron su vínculo contra las rocas de la desconfianza y el dolor, no ha encontrado a nadie que le haga subir tan alto, cruzar el cielo, mirar las nubes, amar los amaneceres. No ha sentido el vértigo de abandonarse por completo a esa montaña rusa, vertiginosa, con el alma desnuda, y el deseo puro, ardiente, calentándole el cuerpo.


Se va la noche y no me duermo, y los segundos son tan lentos, entre los celos y el deseo, hago mil cosas que no debo, tiro una piedra contra tu ventana, dejo un mensaje por no dar la cara, le prendo fuego a lo que era nuestra cama.

Una luz gris empieza a iluminar la ventana, los ojos secos y arenosos contemplan como la noche termina, escucha los latidos de su corazón enlazados con la música. Siente el peso del teléfono en su mano. Con cuidado borra el número que ha marcado. Lo deja en la mesita. No, no volverá a llamar, a dejar mensajes que lo atraigan. No se entregará de nuevo.

Ahora, ahora, ahora, pesan tanto los recuerdos de las noches que he pasado junto a ti, ya no se vivir contigo ni sin ti.

Ahora, ahora, ahora...

Ahora, ahora, ahora...

Aunque me encontrara un ángel, dudare, si me hará volar tan alto como tú

Al otro lado del cristal ha empezado a llover. Comienza un nuevo día −piensa, mientras escucha los últimos acordes de la canción− Uno más, sin él.

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