domingo, 28 de junio de 2009

Diálogo (Ejercicio)

Mía le miró de reojo desde la cama. Repantigado en ese enorme sillón le sonreía burlón.

―Deja de mirarme así, Javier. Me pones nerviosa.
―Me gustas nerviosa ―susurró juguetón.
― ¡Joder! Te estoy hablando en serio. ¿Qué coño quieres de mí?
―Poca cosa, la verdad.

Esa frase, breve, le dolió. Él lo supo al instante. Se guardó la sonrisa en la voz.

―No te pongas sensible. Haces un drama de cualquier cosa. Sólo estaba pensando que me gusta verte así.
―Así… ¿Cómo? ¿Mosqueada?
―Bueno… si vas a enfadarte, también me gustaría verlo. Pero no, lo que me gusta es verte vulnerable, insegura, pendiente de mí.

Le miró sorprendida. ¡Qué cabrón! Ya ni siquiera pensó. Manoteó por la cama hasta encontrar la camiseta que se acababa de quitar. Avergonzada de estar desnuda mientras el continuaba vestido. Se la puso a tirones violentos. Oyó su risa suave. Él le lanzó sin fuerza una prenda a la cara. Las bragas.

―Te harán falta, si piensas salir de estampida. El rubor nació en su estómago y trepó vertiginoso a la cara.
―Mierda ―masqulló, girándose de espaldas a él. Lágrimas de furia y humillación ardían en sus mejillas. Apretó las bragas en la mano― ¿Por qué?

Escuchó su risa suave. El crujido del sillón, los pasos amortiguados por la alfombra. Tensa esperó inmóvil mientras el se aproximaba. Los botas sucias aparecieron ante sus ojos Las piernas enfundadas en los desgastados vaqueros. El bulto obsceno frente a la cara. Se negó a subir la mirada. A que viera las lágrimas.

—Me pone caliente ―la voz la mojó desde arriba. Densa, sucia― Chúpamela.
—No —Apartó la cara―. Me voy. Esta vez para siempre.

Javier dio un paso más, forzándola a abrir las piernas. Obligando a sus pies descalzos a apartarse ante la amenaza de las botas pesadas.
—Hazlo. Ahora ―El dedo índice deslizándose lento por la mandíbula hasta su boca.

Mía abrió los labios, mojando el dedo de Javier con su saliva. Lamiéndolo…Introduciéndolo en la humedad cálida tras la barrera de sus dientes.Javier gritó, arrancando bruscamente el dedo de su boca. Apartándose de Mía.

—¿Estás loca? Me has mordido.
―He dicho que no. Se acabó. Estoy cansada de tus juegos ―rodaron por su lengua manchada de sangre las palabras. Despacio, dejándolas caer una a una.

El corazón se le rompió mientras su espíritu se recomponía.

―Ahora sí que la has cagado, estúpida. Vete. Sal de mi vida. Para siempre.

Mía acabó de vestirse. Mirándolo. Por fin después de tanto tiempo, mirándolo de verdad. Con los ojos libres de él.

―Adios, Javier.

Se detuvo un momento antes de salir de la habitación de hotel. Una más, en sus casi cinco años de relación. Y abandonó allí, junto a él, su amor.

Fin

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