martes, 30 de junio de 2009

LIBERTAD (Inclasificable)

Lo escribí con 17 años. Tan sólo he modificado algunas comas y puntos, los guiones de diálogo y poco más. He procurado respetarlo, con sus repeticiones y seguro que con sus errores de estructura y gramática.


LIBERTAD

En algún lugar de la tierra, en un hermoso jardín, nació una flor. Una flor chiquita, de bonitos colores, que parecían querer competir con los más bellos colores del arco iris. Las demás flores se alegraron de su nacimiento y decidieron celebrarlo, ya que la hermosura de la joven flor les había conmovido. De nombre le pusieron Irisada.

Así, la joven flor empezó a crecer, rodeada de la admiración de todo el jardín. Crecía feliz, y alegre, hasta que un día, entró en el jardín un gorrión. Este entretuvo a las flores, contándoles maravillosas historias de tierras lejanas y bellas como el mismo sol. Les contaba de hermosos países cubiertos siempre por blancos copos de algodón, donde la noche era más bella, más pura. Donde sus habitantes siempre tenían la nariz roja a causa del frío. “un frío mas frío que el que hace aquí en invierno” dijo el gorrión. También les contó de países tan cálidos que las flores, sus hermanas, se revestían de colores tan vivos que cuando reflejaban el sol, cegaban.

Irisada escuchaba atentamente, con su linda boquita abierta los bellos cantos del gorrión. Cuando este se marchó, Irisada paso los días en el jardín, siempre soñando y suspirando por los bellos países que tan bien cantó el gorrión y, entre suspiro y suspiro caían lágrimas de ansiedad. Día a día, la flor se esforzaba en pensar qué podía hacer para escapar de aquel maravilloso jardín que antes era su vida y ahora era su cárcel.

Preguntó al viento por la forma de marchar: Y éste, que tan bien la quería, le dijo:

―Pequeña ¿Por qué quieres dejar tu casa y tus raíces? Sin ellas no podrías vivir.

Irisada, contrariada por las palabras del cálido viento, exclamó:

— ¡Odio mis raíces que me mantienen atada a la tierra! Quiero volar y ser libre, conocer las maravillas de tierras lejanas: Quisiera volar contigo y tus hermanos, dejarme llevar por las nubes y caer en cualquier lugar que me guste, no quiero estar más en este jardín!

—Pero, Irisada... yo, que he viajado por el mundo, te puedo decir que no hay jardín más hermoso que este.
—Prefiero mil veces marchar, que ver día tras día las bellezas de este jardín.- sollozó Irisada.

El viento cálido, muy apenado le dijo que él no podía hacer nada, que no sabía como podía liberarse Irisada de sus jóvenes raíces.
La salud de la joven Irisada era día tras día más débil y escasa. En su febril imaginación había viajado 20 veces a la China, había dado 30 vueltas al mundo, más... ¡Ay! cuando volvía a la realidad, un dolor agudo atravesaba su frágil cuerpo.
Hasta que un día, una vieja flor que estaba a su lado, dijo:

—Irisada, Irisada, ¿qué te ocurre? Te encuentro débil y pálida.

Irisada con el suspiro característico en ella desde que marchó el gorrión, le contestó:

— ¡Oh, Vieja Amaya! Quiero marchar, dejar mis raíces, y VIVIR, vivir realmente, poder contar cosas cuando llegue a vieja, poder narrar multitud de sucesos que me hayan ocurrido en una vida larga y azarosa ¡Pero nunca podré desencadenarme de mis raíces! —acabó pesarosa.

La vieja Amaya se quedó un momento pensativa, y luego preguntó:

—Irisada ¿deseas la libertad?
—Sí, mucho, tanto como mi vida
—Y —continuó Amaya— tu deseo ¿hasta dónde llega?
—Hasta el infinito— contestó Irisada

— La vieja Amaya la miró detenidamente y siguió con sus cuestiones:

¿Qué? Irisada, dime, ¿qué sacrificarías por la libertad?
—Todo cuanto soy.
—¿Incluso tu vida?
—¡Mi vida! Creo… ¡Sí! Incluso ella daría por tener mi libertad. Por poder volar. Sentir el aire golpeándome el rostro, sintiendo correr en mis venas la velocidad.
—Bien —dijo Amaya— tal vez tenga una solución, pero has de pensar bien antes de escogerla, por que no es segura, y por un sueño sacrificas tu vida.

Irisada, silenciosa, mira un momento al cielo azul brillante, al sol con sus cálidos colores, sus rayos que tanto le gustaban porque rozaban sus pétalos con la suavidad de una caricia, y escuchó una voz interior que le decía: “estás ciega, enfréntate con la realidad, ¿sacrificarás tu vida por una quimera, por algo que tal vez nunca consigas? Imagina dejar de estar protegida, dejar a tus hermanas que tanto te quieren tal vez por nada...”

Sin embargo, su corazón le gritaba: “¿Vas a estar así toda tu vida, viviendo sin vivir, despertando todos los días en el mismo sitio, con todas las limitaciones que tiene tu forma vegetal? ¿No es preferible la muerte? ¡Irisada, libérate! ¡Libérate de estas tus raíces, de este mundo siempre igual, monótono, rompe los moldes y las ordenes preestablecidas!”

—¡Sí!, sí, estoy conforme, dime cual es la solución, vieja Amaya —dijo apremiante.

—Bien, dentro de tres noches habrá una gran tormenta, igual que todos los años. Tú eres joven, y aún no has visto ninguna. Son terribles y extrañas, llenas de fuerza, ruido y fuego. Fascina a cuantos la miran, provocando un deseo caótico de destrucción y vida.

—Pero, Amaya, ¿qué importancia tiene la tormenta en mi deseo de libertad? —interrumpió con impaciencia la pequeña Irisada.

—Déjame acabar. Esa tormenta que se repite en la misma fecha desde hace siglos, se dice que desde que empeñaron a florecer las flores del jardín. Tiene una leyenda. Una leyenda muy antigua. En ella se dice que el ser que por un ideal se deje incinerar, logrará lo que desea, pero teniendo en cuenta que en ese acto se puede encontrar la vida o la muerte.


Aquellos tres días le parecieron a Irisada siglos, se preguntaba durante todas las horas del día si ocurriría un milagro y sobre todo qué sucedería. ¿Qué significaban las palabras de la vieja Amaya? ¿Qué pasaría durante y después de la tormenta?
Sin embargo, todo llega, y el tercer día amaneció. Los rayos del sol no tenían su habitual fuerza y calor, las nubes ya no eran azules, ni blancas, sino de un gris sucio, cada vez más oscuras según iba pasando el día.
Por fin llegó la noche, una noche oscura. En el firmamento no había ni una sola estrella, la luna no había salido, tal vez por miedo a la gran tormenta que se avecinaba. De pronto, el cielo pareció partirse en dos, y de ambas partes empezaron a caer grandes masas de agua que amenazaban con inundar todo el jardín. Irisada sentía con fuerza el golpeteo de las gotas de agua en sus pétalos y, por un momento, temió morir ahogada. Llegaron los relámpagos seguidos de los truenos. Para Irisada aquello era enloquecedor. Por un instante se arrepintió de sus deseos, tenía miedo, verdadero miedo. Hasta que, tomando una decisión, levantó su preciosa carita mojada al cielo de esa noche horrible y gritó con todas sus fuerzas:

—¡Noche oscura, truenos y relámpagos, haced conmigo lo que queráis, pero convertidme en un ser libre!

Nada más pronunciar estas palabras un gran rayo rasgó las telas de la noche. Cuando el brillo de este se apagó, en el lugar donde había estado Irisada, se observaba una pequeña hoguera. Irisada había sido incinerada. ¿Qué sucedería ahora?
Al cabo de un momento en la pequeña hoguera, surgió una gran llama de colores bellísimos. Esta se separó de la hoguera y llegó al cielo, donde se convirtió en un pájaro de una belleza poderosa y salvaje.
Sus alas eran fuertes y ligeras. Sus plumas de vivos colores, eran largas y suaves. Su pico parecía poder encontrar comida en los sitios más difíciles. Su vuelo, majestuoso.

Era Irisada, sí, que había conseguido su sueño.

Fin.

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