lunes, 30 de agosto de 2010

ESPERO

Tengo que confesarte que he sido infiel. Tú mejor que nadie sabes como soy. No lo esperaba y no lo busqué, pero no pude resistirme a su mirada. Tú que me conoces tan bien, entenderás que quiero decir. Me miró… Cómo me miró. Los ojos, sí y después los pechos para volver a encontrarse con mis ojos. Yo, contuve la respiración y ahí estaba, la lenta sonrisa abriéndose en su cara, el brillo sensual de sus ojos. Ese destello de humor pícaro como invitándome a jugar, a hacer travesuras. Bajé la mirada, tu sabes que me pongo tantas barreras que es casi imposible llegar a mí, si no tienes un mapa. Tú lo hiciste ¿Recuerdas? Cómo si siempre hubieras sabido la forma de llegar hasta mí. Bebí un sorbo de mi copa y sonreí a las chicas. Estas cenas nuestras suelen ser divertidas y una forma de poneros a caldo a vosotros. Toda chica necesita desahogarse de las pequeñas trastadas que nos hacéis y compararos para sentir que el nuestro no es tan “malo”. Yo no suelo participar en este juego más que como oyente. La mayoría se queja del sexo, de estar cansadas, de no tener nunca ganas, de… no disfrutan del sexo. Así que yo me calló y no hablo de nuestras noches, de nuestros juegos, de los días de sofá y terraza o aquellos en los que exploramos nuevos lugares donde follar. De hecho no menciono la palabra follar. Ya sabes que pensarían.
No pude remediarlo. Volví a mirar. Y allí estaba él, con una cerveza en la mano y el cigarro en los labios. Levantó la copa cuando nuestros ojos se cruzaron, me humedecí los labios, nerviosa y su mirada se intensificó, no hubo sonrisa esta vez. Solo el deseo oscuro, ese que me hace perder la cabeza, vibrando en su expresión. Se me contrajo el estómago. Lo sentí golpeando mis pechos, mi piel, mi sexo.
Jugué distraída con la comida, casi no hablé, ni siquiera cuando las cosas se pusieron jugosas y Martina intentó incluirme en la conversación, sabedora de mis comentarios escandalosos y con ganas de que picara a más de una que juega a ser Dios con sus sentencias sobre homosexuales, sobre la vida y lo que está bien o mal. Ya sabes quienes son y como salto ante ellas. Como me divierte argumentar hasta dejarlas sin palabras y con el cabreo subido. Pero esta vez, era mucho más consciente de la presencia en la barra. Sin mirarlo podía decir las veces que se llevó el vaso a la boca. Esa boca que ya deseaba sobre mi piel. Cuantas me miraba, peor, como me miraba. No comí casi, pero bebí demasiado. Me conoces y sabes lo que hacen los nervios en mí. Cada vez que alzaba la cabeza podía observarlo. Le… buscaba, fascinada. Una de las veces al extender la mano hacia mi copa, pendiente de él, sabiendo que seguiría su trayectoria hasta mis labios, la tiré. El arroyuelo de vino tinto armó un pequeño alboroto en la mesa. Todas se levantaron de un salto, protegiendo los modelitos que llevaban para la ocasión, empapando con servilletas el líquido. No sé quien exclamó: “alegría” y tomó gotas de vino que me colocó en el cuello, como perfume. Las sentí deslizarse hasta mi escote, entre mis pechos. Imaginé su lengua siguiendo el sabor topacio. Jadeé. Un calor húmedo había tomado posesión de mi sexo, de mi mente. Incapaz de soportarlo más me levanté, les dije a las chicas que no me encontraba bien: calor, dolor de cabeza… qué sé yo, lo primero que pasó por mi mente. Cogí mi bolso y la chaqueta, antes de dirigirme al baño. No le miré. Ante el espejo vi mi cara. Las mejillas de un rosa subido, los ojos brillantes, los labios húmedos. Me encerré en el pequeño cubículo y apreté mi frente húmeda contra los azulejos. Volvería a casa, decidí. Seguro que estabas allí, tumbado en el sofá, con alguna de tus películas favoritas en la televisión. En la penumbra, descalzo y casi desnudo. Te quiero tanto. Tú lo sabes. Te anhelé allí, en ese baño, abrazándome por detrás, pegándome a ti. Bajé la mano despacio por mi cuerpo. La blusa casi transparente, la falda negra, la subí entre mis muslos hasta alcanzar mi sexo ya mojado. Mi mente me traicionó y fueron sus ojos y no los tuyos los que imaginé mirándome. Su cuerpo el que se pegaba a mí, su respiración la que acariciaba mi cuello. Casi asustada dejé caer la falda y salí, abrí el grifo y me mojé la cara, la nuca, en un intento de calmar mi cuerpo. Volví a la mesa para despedirme de las chicas. No pude evitar buscarlo. Sentí una aguda punzada de decepción inesperada al no encontrarlo. ¿Se había ido? Mientras salía del restaurante me convencí de que era lo mejor. Dejar de pensar en ese desconocido y recordarte a ti. Tú sabes que te amo.
Bajé de la acera, buscando la luz verde de un taxi entre el tráfico que fluía en la carretera. Estaba a punto de cruzar entre dos coches aparcados para hacerme visible al futuro taxi, cuando un “Hola” a mi espalda, me detuvo. Justo en ese punto la oscuridad era más consistente. Lejos de la luz que emitía el cartel del restaurante y las farolas cercanas. Supe que era él. Que esa voz no podía ser más que la suya. Me quedé quieta, paralizada. “Hola” repitió justo en mi oído, su cuerpo junto al mío. No giré la cabeza, no dije nada, pero debió notar mi respiración jadeante. Cómo hubieras hecho tú, sus brazos rodearon mi cintura, pegándome a él. Yo me amoldé, sin pensarlo. Desde los hombros a las caderas, sintiendo el roce de sus pantalones en mis piernas. Sentí su miembro duro, apoyado en mi trasero… no me mires así. Usaré nuestro lenguaje. Sentí su polla contra mi culo. Dura y, hasta me pareció sentir su calor, a pesar de sus pantalones, de mi falda y la chaqueta. Él rió contra la piel sensible de mi cuello y yo me estremecí. Intenté de verdad pensar en ti, en nuestro sofá, en nuestra cama. Pero sus manos subieron hasta abarcar mis pechos, apretándolos con fuerza y se me escaparon los pensamientos junto con un jadeo delator. El vértigo líquido del deseo humedeció mi boca, calentó mi piel. Cerré los ojos cuando una de sus manos bajó, deslizándose por la ropa, hasta la orilla de mi falda. Acarició mis piernas, subiendo por ellas, dejándome expuesta a la noche, sin que me diera cuenta o me importara. Tú me conoces y sabes que ni siquiera lo pensé. Apreté mis caderas, mi culo, contra su sexo, cuando su mano llegó a mis bragas presionando entre mis piernas. “Ven —áspero, apremiante— vamos a mi casa, está cerca de aquí. Necesito estar dentro de ti.” Su mano buscó la mía. La noté húmeda y supe que era de mí. En ese instante, un torrente de imágenes se volcó tras mis párpados cerrados. Tus dedos entre mi lengua y la tuya, lamiendo mi sabor. Tus manos, aferradas a las mías, cuando de rodillas sobre la cama, siento el roce de tus piernas en la piel sensible del interior de mis muslos, bien abiertos para ti, tu polla dura enraizada en mi centro, te cabalgo sin poder dejar de mirarte y, tus jadeos estremecen mi piel y mi alma, tu deseo corre caliente en mi sangre. alimenta el fuego que crece en mis entrañas, hambriento de ti. Cuando elevas tus caderas intentando meterte entero dentro de mí y mi sexo se pega a ti, te aprieta, te absorbe, anhelando cada vez tenerte en mi interior para siempre. Recordé tu boca en la mía amándome después de amarme. Mimando mis labios, mi piel y mi alma. Desgranando un te quiero detrás de otro en cada beso, en cada caricia. El placer profundo de estar en tus brazos mientras nuestras respiraciones van calmándose poco a poco, después de querernos tanto. Que no existe otro lugar en el mundo como el círculo que forman para mí tu pecho y tus brazos.
Abrí los ojos. “No —murmuré junto a la boca del desconocido.” Me solté de su mano y avancé un par de pasos. La luz verde de un taxi se detuvo en cuanto alcé la mano. No miré atrás.
Y ahora estoy aquí, delante de ti. Confesándome. Sí, te he sido infiel por un momento. Sé que sabes que te amo. Intento encontrar tus ojos y me los robas, sentado en el sofá, con la cara entre las manos. Me arrodillo entre tus piernas y apoyo la cabeza en tu regazo. Espero… Deseo sentir tus manos en mi pelo, consolándome como siempre, aún sabiendo que quizá es pedir demasiado. Espero… el silencio se abre como un abismo entre tú y yo. Espero las palabras que tiendan un puente sobre él. Espero…

4 comentarios:

  1. He vuelto por tu rinconcito a ver lo que habías escrito y al terminar de leer el relato, no he podido dejar de pensar en la escritora francesa Anais Nin y su famoso diario. Creo que si tuviera el placer de poder leerlo, me recordaría mucho a ti, a tu manera de hacer, a tu manera de expresar esa pasión que dejas siempre entrever.
    Sigue escribiendo para tu propio deleite y el de los demás.
    Un abrazo

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  2. escribes excelente!!tienes un talento para lo erótico tan natural que de solo leerte tengo orgasmos

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  3. Un abrazo, Carmela. Ahora ando yo, casualidades con uno de ellos. De los diarios de Anais. Algunas de sus frases no las he olvidado nunca. Solo tengo este, pero vamos, que cuando lo termine está a tu disposición. Te gustará, yo creo.

    Y a ti, anónimo, gracias por el comentario y por leerme. Me alegro de que disfrutes tanto de la lectura.

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