viernes, 25 de enero de 2013

Paro

No quiero desgranar las cifras del paro. Bastante machacados estamos. Escucho de fondo las noticias. Y así de pronto me parece un cinismo que el gobierno diga que este año seguirá aumentando. Ya sé que si es cierto, lo es y como los médicos cuando advierten de una enfermedad, no quieren pillarse los dedos.
Esos casi seis millones, estoy segura de que en la práctica serán muchos más, significa que en torno a cada uno de ellos, hay un círculo de personas que sufren, se preocupan, ocupan sus pensamientos en ellos: padres, amigos, compañeros, incluso vecinos, en diferentes grados.Cuanto más próximos, es evidente, que la sensación será más frustrante y dolorosa. Pero también afectará al círculo menos próximo y no hablo solo económicamente, que también. Hablo de pensamientos, sensaciones, percepciones. De miedo. De aferrarse a lo que se tiene, de agachar la cabeza, de aceptar lo que nunca se pensó, de "aguantar", con lo que odio esa palabra. Prácticamente sin esperanzas, sin ilusión.

Y eso es lo que se refleja en las caras que vemos a diario. En el autobús que coges a diario, en la tienda de la esquina, la cafetería del café, el supermercado habitual.

Somos una sociedad triste. Me pregunto cuanto falta para que seamos una sociedad desesperada. Tengo la sensación de que muy poco. Y cuando ese vaso de la desesperación rebose, cuál será la chispa que nos convierta en una sociedad beligerante. Si moriremos atontados como las vacas que van al matadero o nos revolveremos contra la mano que sostiene el dardo.
La pura verdad es que con solo sentarse ante el televisor o escuchar la radio o leer los periódicos, con la continúa sensación de que no solo nos roban si no que además nos toman el pelo, la hoguera crece.

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