domingo, 8 de marzo de 2009

Domingo

Mañana gris de domingo, sin la pasión suficiente para ser triste. Tan sólo está. Llega este día sin más. ¿Qué he de darle al día? ¿Debo esperar que él me de algo? Es un día más o menos, ya lo sé. Debería ponerle energía, ganas de hacer cosas, llenarlo de mi misma. Y lo dejo correr, como en un juego triste, esperando siempre recibir algo que no sé definir. Una carta que jugar en la vida. Y lo peor es que ni siquiera tengo el mazo de las cartas. No las compré, ni las alquilé, ni me las regalaron. Y aún así, con este vacío la espero. Una emoción, una ilusión que me haga mover ficha. Y sé que estoy equivocada, que soy yo la que debe decidir poner la ficha a jugar. Tengo que tomarla entre mis dedos, acariciarla, sentirla, olerla. Consolarla, abrigarla y amarla. Mi propio movimiento, mi propia apertura. Tengo que ser. Darme a mi misma. Mi alma, mis pensamientos, mi sangre. Debo encontrar y rescatar la pasión desde dentro de mi torre amurallada, debo abrirme paso a mi misma luchando contra mis propios guerreros, sacar la espada de la roca, alzarla, saber que no pertenece a nadie más que a mí. Qué ningún otro podrá jamás sacarla de mi interior. Son ilusiones y engaños esperar que un caballero azul o verde o morado ponga su mano sobre la mía y me ayude a levantarla. Nadie puede hacerlo si mi mano no está allí, si no se ha cerrado entorno a la empuñadura, si no he ejercido la fuerza de mis músculos y mi voluntad para sacarla del corazón helado de la piedra. Y sé qué he dejado que el calor huyera de mí. Me he permitido ser páramo abandonado, desierto. Cierro los ojos y veo mi interior quieto e inmóvil sin que el viento barra las llanuras vacías, sin míseros árboles de ramas retorcidas arañando el cielo, sin copos de nieve cayendo entre ráfagas de aire, sin ríos cuyas aguas se mueven lentamente bajo capas de hielo. Mi páramo interior es vació, inútil, infértil. He dejado que las grandes montañas que lo rodeaban se fueran alejando. He destruido el castillo piedra a piedra y no he construido nada con ellas. He abandonado mi mundo, alejando los sueños que atraían al sol esporádicamente a calentarlo. Le he dejado morir junto con la esperanza de que un día se transformara en una verde llanura, un lugar donde la hierba creciera jugosa y fresca, en el que mi río corriera chispeante, veloz, donde el agua creara remansos de fría y limpia agua que atrajera a los pájaros, a los animales a los seres que habitan en mi interior, que les diera la vida que yo podría contar.

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