jueves, 12 de marzo de 2009

Ejercicio 19º Usar una frase como inspiración.

Frase utilizada: “Ella se encontraba ante la verja del parque, pero durante unos momentos no pudo entrar.”

Eli se sujeto el costado, eso de salir a correr por las mañanas para recuperar su forma, no era nada fácil. El pinchazo agudo que acababa de sentir se lo confirmaba. Se doblo en dos jadeante y sintió que los pulmones iban a estallarle. Correr no era lo suyo. Aún así, tenía que hacerlo, no creía que pudiera soportar ni un comentario despectivo más de su marido. Y había que reconocerlo: estaba en baja forma. Trató de olvidar todo el trabajo que le quedaba por hacer en casa. Cocinar, recoger la ropa, guardarla, ordenar la habitación del niño, lavar los platos de la noche anterior, acabar el par de artículos que tenía pendiente para la revista, si quería cobrarlos y redondear el presupuesto de fin de mes… Y lo mucho que le estaba costando abrirse un hueco en su profesión después de tres años dedicada a criar a su pequeño. Debía aprovechar bien los pocos trabajos que sus contactos le habían ofrecido para ir recuperando de nuevo su posición en el mercado. Le apasionaba su trabajo, le encantaba la crítica literaria, pero ahora no siempre estaba al cien por cien, las necesidades de su hijo y el cansancio le impedían a veces concentrarse en la lectura de los textos que le enviaban. Y ahora no le faltaba más que esto de salir a correr todas las mañanas… cerró los ojos y se llevo una mano al estómago, no tan firme como antes, se le cruzó la imagen de su marido, le había parecido sorprender un par de veces una mirada de asco en sus ojos, alguna noche cuando se acostaba a su lado. Y dolía la piel del cuerpo y la del alma cuando él rechazaba sus caricias y se alejaba de ella en la cama, creando un muro helado con su espalda y su silencio, dejándola palpitante y hambrienta.

Se irguió al menos decidida a seguir corriendo hasta el parque, enorme, que estaba próximo a su casa. Ya distinguía las verjas negras que lo rodeaban. Un pequeño esfuerzo más, se prometió, y después se recompensaría con un corto pero muy lento paseo entre los árboles. Siempre le había encantado ese parque, con sus muros antiguos a media altura. El enverjado negro le daba un aire a otros tiempos, a intimidad. Le gustaba el kiosco de madera verde, descolorida por el sol y las lluvias, en el que servían bebidas y golosinas, los bancos perdidos por los rincones entre los árboles, las diminutas placas que ponían nombre a las distintas especies botánicas. Tomó aire y puso en marcha sus piernas ignorando los quejidos de sus gemelos al estirarse, el dolor de sus pies y las heridas de su corazón.
En los últimos metros hizo un esfuerzo para acelerar su ritmo y se encontró ante la verja del parque, durante unos momentos no pudo entrar. La puerta aún estaba cerrada, lo que era extraño. Se reclinó contra la entrada, cerró los ojos y se concentro en que el aire entrara de nuevo en sus pulmones y que el ritmo de sus latidos volviera a ser natural. Poco a poco, el sonido del tráfico de la ciudad empezó a ser audible a sus oídos hasta ahora llenos de su propia respiración anhelante y un crujido de la puerta le hizo abrir los ojos. Un hombre estaba allí, justo al otro lado de la puerta, acababa de meter una gran llave en la cerradura antigua y la miraba con… ¿Curiosidad? Su mirada iba desde las piernas desnudas hasta su cabello alborotado y se detuvo ensimismada en sus pechos. Eli instintivamente se miró, llevaba unos pantalones cortos para correr que ahora, bajo esa mirada en la que había algo más que curiosidad, le parecieron indecentemente más cortos que cuando se los puso. La camiseta blanca vieja y fina estaba empapada en sudor, trasparentando la oquedad entre sus pechos, el blanco sujetador y lo que era peor, sus pezones, oscuros, grandes… que en cierta manera siempre le habían acomplejado. De nuevo cerró los ojos, sintiendo que el calor de la carrera se transformaba en otro y un intenso sonrojo, le nacía desde el estómago para ir a estallar violento sobre su cara.

―Nena, tendrás que moverte para que pueda abrir la puerta —La voz masculina chispeaba de diversión contenida.
La voz había sonado muy cerca. Ella dio un salto, al otro lado de la verja se encontró con unos sorprendentes ojos azules, cálidos, sonrientes y unas manos fuertes que aferradas a los barrotes de la puerta empezaba a abrirla.
―No quería molestarte, eres una cosita linda de ver, así, toda agitada, apoyada contra mi… puerta. Pero es tarde ya ―el hombre vestido con unos vaqueros y una camiseta con el logotipo de la empresa atraía hacía sí, la pesada puerta. Los brazos, morenos y tensos estaban cubiertos de un fino vello dorado―.Hoy me he dormido.

Mientras hablaba, los ojos del hombre habían vuelto a recorrer el camino entre su cara y sus pechos. Fascinados por lo que dejaba entrever la camiseta; su mirada había perdido todo rastro de diversión, caliente, lasciva se paseaba entre sus pechos. Eli se estremeció. No recordaba ya la última vez que un hombre la había mirado así. Un calor líquido empezó a arder en su interior. Sintió tensarse los pezones contra la suave tela del sujetador…

―¿Pasas? ―la voz del hombre se deslizo en sus oídos; baja, ronca. Alimentando el fuego de sus entrañas.
Elli sacudió la cabeza, negando. No. Dio la espalda al momento y caminó lentamente de regreso a su casa. Poco a poco una lenta sonrisa nació en su interior hasta iluminarle la cara. Tal vez… no todo era culpa de ella.
Fin.

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