miércoles, 4 de marzo de 2009

Ejercicio 17º En primera persona, utilizando la palabra bíceps.

¿ME PREGUNTAS, AMOR?

Querido mío, me has preguntado cientos de veces que me enamoró de ti y yo te he dado otras tantas respuestas diferentes. Tu sonrisa, tus ojos, esa mirada cálida que a veces me quema, tu forma de hablar dulce y expresiva, siempre con las manos por delante, tu voz que me lanza escalofríos por la espalda, cuando el deseo la vuelve grave y la convierte en diminutas lenguas que danzan húmedas en mi estómago; tus manos…¡Cómo amo tus manos! Inteligentes y curiosas trazan caminos imaginarios en mi cuerpo. La leve aspereza de tus palmas en mis pechos, las yemas suaves, exploratorias de tus dedos; me rozan, me acarician, me hablan en silencio. ¡Sí! Adoro tus manos, verlas en reposo, apoyadas quietas contra una mesa, mientras me escuchas, dormidas en la cama, abiertas y vulnerables; me excitan en mis caderas, fuertes y firmes apretándome contra ti, perdidas entre mis muslos buscando mi sexo; ahuecadas y dulces, duras y exigentes.
Me enamoró tu boca, tus labios que se estiran, se fruncen, que dejan salir dibujando las palabras que crean un mundo mágico para los dos. Sonidos que me envuelven, me atrapan y me cosen a ti. Tu boca de niño que sonríe, abierta y plena cuando me ves. El pequeño pliegue en tus comisuras, a medias sonrisa, a medias deseo cuando me pides mimos de hombre amado. Tus dientes blancos en la claridad de luna de nuestras noches, paseando por mi piel, marcándome tuya a cada roce, comiendo de mis pechos, mis labios, de la llanura de mi vientre. Tu lengua, jugando a ser mariposa, culebra, colibrí… dejando un rastro de caracol en mis clavículas, en mis axilas, en mis pezones; resbalando cada vez más y más abajo buscando mis costillas, mi cintura, perdiéndote en mi ombligo, deteniéndose un instante saboreando el temblor que siente en mis músculos contraídos, tensos, ansiosos que en silencio te guían a mi sexo hambriento de tu lengua y de tu boca y de tus dientes.

Pero hoy insistes una vez más y vuelves a preguntarme que me enamoró de ti y hoy confieso con el rubor subido a mis mejillas: me enamoró la visión sesgada de tu brazo; medio oculto, apareciendo y desapareciendo de mi visión en aquel gimnasio en el que nos conocimos. Antes incluso de que supieras que yo existía, la luna tatuada en tu brazo, lleno el hueco oscuro de mi vientre; el bíceps flexionado, el largo antebrazo, el inicio de tu muñeca bañándose lentamente en sudor.
¿Ríes? Si cierro los ojos aún siento en mí ese momento. No podía verte el cuerpo, ni tu cara, amado mío. La gente se cruzaba una y otra vez entre nosotros dos y sin embargo… la luz incidía en los músculos de tu brazo, y tu luna, esa luna que he repasado tantas veces después con mis dedos, con la punta dura de mi lengua, atraía la marea de mi mirada; la humedad de tu sudor, de tus músculos cada vez más y más mojados se repetía como un eco en la humedad de mi sexo. Me parecía sentir tu olor, penetrando mis fosas nasales, invadiendo mi pecho, acelerando mis latidos… poco a poco fui gravitando hacia ti, llenando mis ojos con el resto de tu cuerpo. Los hombros, la espalda, el cuello tenso, las manos, el pelo largo y oscuro, recogido en la nuca… hasta llegar a tus ojos y a esa lenta sonrisa tuya que apareció en ellos y se extendió hasta tu boca, dejándome suspendida en el precipicio de mi deseo. ¿Recuerdas? Me acariciaste con un dedo la mejilla acalorada y me dijiste algo que aún hoy no recuerdo, trayéndome a la realidad del momento y te ofrecí una sonrisa a medias entre la turbación y el anhelo, alejándome de ti, huyendo, confusa ante la reacción de mi cuerpo y saber que tú…
—Fue esa sonrisa, esa mirada tuya, mi amor ―me interrumpes tomándome la cara entre tus manos—, a medias entre el deseo y la vergüenza, apasionada y tímida la que me enamoró de ti.
Fin.

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