viernes, 6 de marzo de 2009

Ejercicio 18º: la palabra del día "Político"

EL VESTIDO AZUL

¿Qué no te he hablado nunca de él? Sí, mujer. Mi cuñado, el cuñadísimo, el marido de mi hermana, vamos, mi “hermano político”… con el que he discutido tantísimas veces. ¿Ya? Sí, ese, Robert… que bueno, es Roberto y hasta he oído a su madre llamarle Robertito, ya te digo. El Robert, vaya nombrecito, se pensará que es un duro de película. Fíjate tú que siempre acaba diciendo en las discusiones conmigo, que sí, que es machista, ¿Y qué? A mucha honra. Y tú ya sabes que a mí esas cosas… me ponen de los nervios y que soy incapaz de dar mi brazo a torcer, así que se montan unas peleas de órdago. Y la pava de mi hermana poniendo paz. Si es que yo no sé que es lo que le vio. Ella tan fina y tan moderna, siempre tan rebelde en casa. Que digo yo que será por el pedazo de corpachón que tiene. Una espalda como un armario y mira que es alto, si no le llego más que al pecho y que pecho… duro, pero duro de verdad, que le pones la mano encima y parece un trozo de madera, eso son las horas que se pasa haciendo pesas, digo yo, que no tiene más manía que esa, si las tiene guardadas bajo el sofá y cuando vuelve del trabajo no hace otra cosa que darle a las pesas, así sin camisa ni nada, sin importarle quien esté presente. Y las manos como martillos, oye, enormes, que las agita delante de ti cuando habla y no puedes por menos que pensar en si todo lo tendrá igual…

Pero vamos, que esto no es lo que te quería contar. El caso es que el otro día fui a casa de mi hermana. Y estaba él, sólo. ¿Mi hermana? Trabajando, ya sabes que es enfermera, tenía el turno de noche. ¿Qué? Claro, sí sabía que no iba a estar, pero le había pedido el vestido ese azul, el del escotazo hasta el ombligo —que ella de todas maneras ya no se pone, porque el machito de su marido no le deja y entre tú y yo, porque ya no le entra, que ha engordado un poco desde que se casó con el Robert―, para la fiesta de del sábado y por la mañana no había tenido tiempo de ir a recogerlo. Y me abre el tío medio en pelotas, con unos pantalones cortos y todos esos músculos al aire, oye, todo sudado, que daba como grima verlo. Total, que le digo a lo que vengo y me suelta:

—Claro, ese vestido es el justo para ti.
Yo le ignoré, tía, pasé de él y me dirigí al cuarto de matrimonio, y saqué el vestido del armario. Cuando iba a salir, con el vestido entre los brazos, ahí estaba él, apoyado en el marco de la puerta y ¡coño! Ya te he dicho que era grande, ¿no? Pues eso, tapaba todo el hueco de la puerta.

― ¿Qué? ¿Vas a quedarte ahí toda la noche o puedo irme a mi casa? —le dije. Tú sabes que soy buena, pero que si me tengo que poner chula… más chula que nadie.

― ¿Y para que quieres ese vestido de guarra, cuñadita?
Estaba claro que el tío tenía ganas de pelea. Y yo que me incendio por poco…
—Te recuerdo, cuñado, que este vestido es de tu mujer. Además, ¿A ti que te importa?

El tío me miraba de arriba abajo, apoyando la cabeza en el quicio de la puerta, con los brazos cruzados y con una sonrisa condescendiente en esa boca tan sexy… joder, tía, sí, es el marido de mi hermana, pero lo que es, es. Y tiene esos labios tan como mullidos, así carnosos, con esos dientes tan blancos y ese hoyuelito en la barbilla…Ya, ya sé, pero las cosas como son. Un tío puede ser un cafre y estar muy bueno. Vale, vale, ya sigo. Pensé que no me dejaría salir hasta que le contestara, así que lancé un suspiro de esos profundos, de esos, sí, de los que hacen que los tíos te miren las tetas (cosa que hizo, ya te digo) y le expliqué lo de la fiesta del sábado.
Y va y se pone el hombre en plan hermano mayor, que mayor que yo sí es, pero hermano… político y gracias, y empieza que si las mujeres que visten así van buscando guerra, que si los hombres no pensaran más que en meterme mano, que si parezco una cualquiera por la forma que en que me visto… Sí, sí, todo eso me dijo y más. ¡Vaya, como que empezó a meterse con la ropa que traía puesta y la que no traía! ¿Qué llevaba me preguntas? Pues si iba de lo más normalita. La camiseta esa negra, de tirantes, sí, esa con la que no llevo sujetador porque se ve y ¡Qué narices! Porque no me da la gana llevarlo que como decía mi abuela: “para que se lo coman los gusanos que lo disfruten los cristianos”. Total, que se me cruzaron los cables y le empujé para apartarlo de la puerta, te lo juro, tía, que esa era mi intención. Apartarlo y salir de esa casa dando un portazo. Pero nada, fue como si empujara una pared… una pared caliente, dura. Y el Robert que me mira, primero a las tetas, eso sí y luego a los ojos y sonríe de esa manera que sabes que me chifla en los tíos que parece estar diciendo: voy a comerte y me dice:

—Cuñadita, deberías ir más tapada… esos pechos volverían loco a cualquiera.
―Mira quien fue a hablar —le dije― si tú vas casi desnudo, con esos pantaloncitos que no…

Joder, tía, cuando miré hacia bajo, te juro que el bulto del pantalón que ya era enorme, creció de golpe. Me quedé muda, se me cayó el vestido azul al suelo, entre los dos. ¿Qué por qué no sigo? Estaba recordando… tenía mi mano puesta en su pecho duro y caliente, mojado de sudor, resbaladizo y ese pedazo de… ahí creciendo ante mi vista… ¿Qué te cuente más? No, no, va a ser mejor que… No te enfades, venga, te lo cuento esta noche, en la fiesta. Esto, hablando de la fiesta… casi se me olvida, yo te llamaba para preguntarte si me dejas tu vestido negro, es que el azul de mi hermana… he tenido que llevarlo a la tintorería… tiene unas manchas… ¡No te rías, tía! Estas cosas le pueden pasar a cualquiera.
Fin

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