viernes, 13 de marzo de 2009

Ejercicio 20º Sin terminar. La palabra del día: Guante

Nicole, miró a su amo y señor que tendido en el gran lecho la observaba. Desnudo, las piernas semiabiertas, relajadas, su poderoso falo aún fláccido, las manos bajo la nuca y una leve sonrisa de expectación en la boca. De pie ante la cama Nicole llevó sus manos enguantadas a la espalda y empezó a desabrocharse los diminutos botones nacarados del vestido blanco de muselina, que se había puesto para él. El blanco radiante, purísimo, del vestido realzaba su tez morena, contrastaba con el pelo negro recogido en un moño suelto, iluminaba los grandes ojos castaños. La postura un tanto forzada de sus brazos levantaba sus pechos en ofrenda. Lentamente, botón a botón, el vestido fue aflojándose sobre su cuerpo, Primero el cuello dejó de sufrir el apretado abrazo del encaje que le rozaba la barbilla, después los hombros finos y cremosos, mas tarde los pechos dejaron de apretarse contra el vestido y las diminutas mangas de farol resbalaron por sus brazos. Alcanzó el último botón en la cintura y con un ligero encogimiento de hombros, dejó que el vestido se deslizara por su cuerpo hasta el suelo. Dio un paso saliendo del charco de encaje a sus pies. Una mirada entre las pestañas de sus ojos bajos le advirtió que el sexo de su amo había despertado. Duro y erecto, se erguía como un peligroso carnívoro a punto de saltar sobre su presa. El parecía fascinado por las formas de su cuerpo ceñido en blanco virginal. Sus pechos, se apretaban contra el borde del corsé, la breve cintura dolorosamente estrechada por las cuerdas tirantes que la ajustaban, las ballenas marcando el camino desde las caderas hasta su pecho. Los rizos sedosos de su sexo, brillantes de humedad, los muslos cremosos oscuros, cruzados por las tiras que sujetaban en su lugar las medias blancas, sus pies enfundados en diminutas zapatillas de baile y los largos guantes ajustados, blancos, de seda, abrazando como una segunda piel desde sus dedos hasta más arriba del codo. Agitó su cabellera consiguiendo que las flojas orquillas cayeran al suelo, y el pelo se derramara acariciando su espalda y sus pechos. Permitió que largas hebras oscuras ocultaran en parte su cara y miró a su señor entre las largas pestañas. Despacio, empezó a sacarse uno de los guantes, estirando suave de las puntas de seda que dibujaban sus dedos… liberando lentamente el codo, el firme y suave antebrazo, la pequeña mano morena. El continúo sin moverse, expectante, sus grandes manos ocultas. Y ella… ella las echaba de menos, su valor, ese que le había hecho obedecer a su amo, se estaba terminando. Nunca había tomado ella la iniciativa. Siempre habían sido sus manos, sus susurros, su boca la que le había guiado en el camino hacia su propia sensualidad. Ella se había dejado conducir a aquel mundo tomada de su mano, sintiendo que cada roce de su lengua, de sus dedos, de su cuerpo le hacían olvidarse más y más de la estricta educación marcada por su madre viuda, por las largas horas de trabajo en su pequeña aldea, las tardes de rezo y los domingos de misa. La imagen de su madre mirándola con desaprobación cruzo su mente. Sólo la intervención de la madre de su amo, cuando la suya murió la salvo del destino ya trazado. El noviciado y el convento.
Tomó aire, esta vez él no la ayudaría. Arrojó el guante sobre el montón de blanco abandonado en el suelo, y caminó junto a la cama donde la esperaba su señor. Inclinándose ligera sobre él, acaricio con su mano aún enguantada las largas piernas, los músculos duros y tensos de su amo. El calor ardiente de la piel de su señor atravesó el frío brillo de la seda. Alcanzó la palma de su mano, alejó de ella cualquier pensamiento que no fuera, una vez más, complacerlo. Llegó a su falo, su polla, como él le había enseñado a llamarlo. La rodeo con su mano, pequeña, blanca, sedosa, formando un nido de suavidad para ella. Sin dejar de acariciarla, se subió al gran lecho, abriendo las piernas, las rodillas, al montarse sobre él. Sabiendo que a su amo le gustaba contemplar su cuerpo, su sexo abierto y mojado…Escucho la respiración agitada del hombre, sintió en su cuerpo la tensa energía en la quietud de su señor. Continuó el lento y moroso recorrido de la seda sobre su polla, desde la base hasta la punta, arrastrando la tersa suavidad de la piel hasta cubrir el glande. Una gota de humedad se extendió sobre el blanco prístino del guante. Nicole sonrió. Su amo estaba satisfecho con ella…

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