viernes, 20 de febrero de 2009

Ejercicio 10º Carpintero

José miró al niño que jugaba a sus pies. Sentado, moviéndose sin parar iba colocando los juguetes de madera que le había hecho. Delante tenía el buey y el asno, más atrás formando un semicírculo las ovejas, vacas y gallinas, en otra fila, los caballos y los camellos, aún detrás de estos los pastores, las reyes y al final lejos de todos, casi fuera del alcance del niño, una bellísima representación de su madre, que José carpintero había hecho con mimo.

José que trabajaba inclinado sobre una mesa acabando de pulirla, le observaba con curiosidad. El niño jugaba, susurraba a las figuras, las tomaba en su mano, cambiaba sus posiciones, volvía a ponerlas en la misma disposición, pero a la figura de la madre siempre la mantenía un poco apartada de todo. Así que le preguntó:

―Hijo, ¿A qué juegas? ¿Por qué pones las figuritas de esa manera?
A lo que el niño respondió, levantando los ojos castaños hacia su papa:

—Para unos no llegaré a existir, no sabrán de mi presencia. Otros me aceptaran sin más, sin pensar. Estos de allá no lo harán con el corazón, sólo cuando crean que puedo serles útil.

A José aún le sorprendían estas respuestas del niño, aún sabiendo que era un niño especial, y preocupado le preguntó por la figura de la madre, tan separada de él y de todos.

―Mama es especial—dijo el niño ―, porque cuando yo sea feliz, ella estará feliz y preocupada porque deje de serlo y cuando yo sufra, ella padecerá todos mis sufrimientos que se añadirán a los suyos. Las mamas son así.

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