lunes, 23 de febrero de 2009

Ejercicio 13º La palabra del día: emperifollarse

Emperifollarse.

Después de treinta años, Mario, no hubiera debido sorprenderse. ¡Pero, hombre! ¿Hacerle esperar más de dos horas? ¿Arreglándose y empolvándose o lo que fuera? Si es que no podía ser, como siempre iban a llegar tarde. ¡Qué manía de emperifollarse! Ni que tuviera 20 años ¡Si ya era abuela!

Se acercó a la puerta del baño, decidido a lanzarle un ultimátum: Salían ya o se iba sin ella. Todos los hijos estarían ya aguardándoles en el restaurante. Sus nietecitos, ya lo sabía él, estarían corriendo entre las mesas, molestando a todo el mundo. Las nueras cotillearían sobre su falta de consideración… y cuando llegaran estarían todos más que hartos, lo que desde luego, no hacía esperar una reunión feliz.

La puerta entreabierta le permitió ver la imagen de su mujer reflejada en el espejo. Con una mano temblorosa trazaba una línea negra sobre el ojo casi cerrado. Cuando terminó, tomó el lápiz de labios, lo aplicó con intensa concentración en aquella boca, que ya no era tersa ni joven. Ladeo la cabeza como si quisiera ver su obra desde otro ángulo. Y ese gesto especialísimo en ella, le hizo recordar cuantas veces a lo largo de los años, él se había inclinado a besar ese punto del cuello que dejaba expuesto y vulnerable, sintiendo en sus labios los latidos de su pulso, la calidez de su piel, su olor, su sabor… el momento mágico en el que ella se rendía, venciéndose contra su pecho, apoyando la cabeza en su hombro, excitándolo con su respiración agitada… El tiempo se paró, de nuevo tenían veinte años y Mario dio un paso y se inclinó contra su cuello.

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