jueves, 12 de febrero de 2009

Ejercicio 7: (la palabra del día) Furia

Sentí una furia instantánea al verlo entrar. Me temblaban las manos, me ardía la cabeza y la sangre me recorría tan veloz que no alcanzaba a oír más que su paso tumultuoso. No le escuché, su boca formaba palabras sin sonido que me parecían una burla a mis sentidos. Se adelantó hacía mí. Su respiración, el aire mal oliente que salía de su cuerpo rozó mis mejillas, invadiendo mi espacio. Su cara se me antojó deforme e hinchada como una gran calabaza calva a punto de estallar. Los ojos, pequeños, perdidos entre repliegues brillaban mientras seguía emitiendo esos sonidos de pájaro ininteligibles.

¿Quién era ese hombre que rompía mi mundo quieto con su sola presencia? El cuerpo rechoncho enfundado en una bata blanca. En el bolsillo superior marcado con un nombre en rojo, que no quise leer, tres estilográficas concentraban la luz.

Alargo sus peludas manos. Los dedos, repulsivos cuerpos blancos, se posaron en mi cuerpo desnudo, blandos y babosos apartaron el pelo de mis ojos. Me miró insistentemente buscando algo, mientras su boca seguía cerrándose y abriéndose. Me sonrió, mostrando unos dientes enormes, amarillentos.

La puerta tras él había quedado abierta a todo aquello que me amenazaba. Podía sentir acercándose a ella, a los seres reptantes que me buscaban, que esperaban un descuido para llegar a mí, trepar por mi cuerpo, introducirse en él. Podía sentirlos viscosos y ciegos buscando mi sangre, oliéndola, deseando alimentarse de ella…

Un estremecimiento me recorrió y cuando al fin el hombre, soltó mis correas, mis manos como garras tomaron una estilográfica, la clavé en uno de esos ojos que me miraban sorprendidos. Sorteé el cuerpo tendido en el suelo y me abalancé contra la puerta. Ya estaba, cerrada. No podrían entrar.

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