martes, 3 de febrero de 2009

Ejercicio 6 (03-02-2009) Café.

Los primeros minutos de la mañana siempre se van preparando una cafetera. Me levanto hacía las cinco de la mañana, no siempre, no todos los días, pero sí aquellos en que consigo imponerme mi propia rutina. Vacío la cafetera, de estás italianas. La que tengo ahora es de metal, de forma redondeada en el depósito de agua. Es un regalo. La enjuago y dejo que el agua caiga poco a poco en el depósito hasta llegar a la señal en forma de dos remaches que hay en su interior, lleno el filtro del café, esa especie de mini colador de metal, con sus cientos de agujeritos. Como soy un poco desastre no utilizo una cucharilla, ni tengo el café en un bote cerrado herméticamente ni lo guardo en la nevera para preservar su aroma. Lo tengo encima del banco, en su paquete original, generalmente una marca blanca por que a pesar de ser cafetera, la economía se impone. Después de esto, ensamblo la parte superior, y pongo la cafetera al fuego.

Mientras hago todo este ritual sigo medio dormida y así espero, en silencio e inmóvil a que el café salga. Suelo perderme en mis pensamientos. Son tres o cuatro minutos entre el sueño y un segundo despertar. ¿En qué pienso? No puedo responder que en nada, porque yo siempre pienso, siempre me cuento cosas. Hoy he contado las horas que he dormido, he recordado las palabras de una persona que me dijo que últimamente sólo ve mi espalda… dormida, añado yo. Yo que he sido tan nocturna, que la noche ha sido mi momento de creación, ahora me acuesto muy pronto para poder tener estas dos horas de soledad. A veces productivas, a veces no. En algún momento de estas reflexiones escucho el barboteo del café. Ya sale. Me muevo. Busco un vaso. Ahora siempre limpios, porque yo me encargo de ello. Lo pongo encima del banco, busco la sacarina, la cuchara… El aroma del café llena el aire. Lo inhalo, cálido, ligeramente amargo y ahora si me impaciento y levanto la tapa de la cafetera para controlar cuanto tiempo falta para que acabe de salir. Ya. Apenas barbotea. Apago el fuego. Vierto el café en el vaso, y con él como única compañía, me vengo aquí, al ordenador, al silencio y a lo soledad buscada. Aún no lo he saboreado. Abro mis documentos y elijo el tema del ejercicio, el de hoy este: El café. Pero el mío, el de nadie más. Ahora sí, ahora me lo tomo despacio, sorbo a sorbo, mientras escribo. Ya estoy despierta, aunque sueñe.

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